Káos

Cortar el vacío

Cortar el vacío

Enero 30, 2024 / Por

Toda holofrase está en relación con situaciones límites, en las que el sujeto está suspendido en una relación especular con el otro.

Jacques Lacan.

 

Un síntoma es, en psicoanálisis, algo que no anda para alguien. El síntoma es señal de que algo que se propuso como solución devino en problema. En ese sentido, si pudiéramos pensar en un síntoma social, sería aquello de lo que la sociedad expresa queja. Si pensamos en síntomas sociales contemporáneos podríamos ver que muchas cosas “no andan”, no funcionan. Marx fue el primero en señalar la naturaleza del síntoma como un signo de que algo no funciona.

Vayan tres ejemplos claramente verificables de síntomas sociales en nuestros días: algo no anda entre los sexos, los efectos de este síntoma se escuchan en la clínica en las formas y modulaciones más variadas como los celos, la violencia en la pareja, lo infidelidad, los feminicidios, etc. También, en nuestros días, algo no anda con respecto a las marcas o señales que aseguran el paso de la infancia a la vida adulta. Se hicieron evanescentes los llamados ritos de paso. La vida infantil y la vida adulta se deslizan en un continuum indiferenciado y confuso; ahora podemos ver en la infancia un “despertar de la primavera” demasiado temprano, esto es, la pubertad, con todas sus complejidades, inicia a una edad cada vez más temprana dejando una estela de hiper-erotización de la infancia. Aunque, en este mismo sentido, en el otro extremo, se viven adolescencias cada vez más tardías, es decir, sujetos de 30 años o más que continúan bajo la tutela o los emblemas paternos.

El tercer síntoma social, y es lo que ahora aquí nos interesa, algo no anda en el “sentir”. en la clínica se escucha cada vez más la queja sobre la ausencia de sensaciones: no sentir nada. Proliferan las subjetividades planas que requieren experiencias cada vez más extremas para poder “sentir”. Sociedades colmadas de vacío que requieren de actos cada vez más radicales que le puedan dar lugar al dolor, el dolor físico como defensa ante el dolor-de-existir.

El cuerpo se presenta como el último reducto donde inscribir una marca ante la ausencia o falla del Otro (el padre, la ley, la cultura, la ley). El cuerpo deviene como el lugar de una marca que preserve de la angustia; el cuerpo se toma como superficie donde un corte nos salva del vacío. El cuerpo deviene el lugar de un corte o agujero ante el vacío.

Encontramos de manera generalizada expresiones del corte que se muestran mediante diversas modalidades de intervención sobre lo real del cuerpo: escarificaciones como la práctica del branding (marcar el cuerpo con hierro candente o con hielo o con algún químico), perforaciones, extensiones, incrustaciones o percing, el tatuaje, etc.

Dentro de estas modalidades encontramos la práctica del cutting, que implica esencialmente hacerse cortes en la piel (brazos o piernas por lo general). El cutting llama la atención no por la existencia de esta práctica (no es una moda, se han practicado cortes en la piel desde los orígenes de la humanidad) sino por la condición masiva de su práctica, incluso ha sido calificada como una epidemia, sin ser una condición o mandato social explicita, es decir, no se trata de un rito de paso (o quizá funcione así para cada sujeto). Se suele asociar esta práctica con la adolescencia, ahí donde justamente los límites corporales y morales se ven estallados, sin embargo, vemos que esta práctica se encuentra generalizada aunque no siempre sea visible.

Estas prácticas con el cuerpo bien pueden ser vistas como respuestas o reacciones ante una situación embarazosa. Así, las marcas en la piel operarían como respuestas ante estados de angustia; es una defensa que procura, por vía del dolor, una ganancia de satisfacción. Las escoraciones de la piel son respuestas ante la angustia. Se escucha decir que cortarse alivia la angustia, es un medio de desahogo. Una ganancia de placer en el dolor, a eso el psicoanalista Jacques Lacan le llama goce. En este sentido, cortarse opera como una solución, no como un conflicto. Cortarse, marcarse, implica una inscripción de lo simbólico en el espacio de lo real, se trata una escritura subjetiva. El corte es texto, una marca escritural, flecha del síntoma le llama a la escritura Jacques Lacan. Los cortes son escrituras hechas en lo real del cuerpo, escritura en el dolor que adquieren estatuto de rasgo unario, es decir, como marca de inicio, una inscripción radical hecha de sangre y de historia. En este sentido, el cutting es una escritura traumática (trauma significa justamente ruptura), rasga la intimidad del cuerpo.

Si, como sabemos, no nacemos con un cuerpo, el cuerpo surge a partir de las marcas significantes que provienen del Otro. Estas marcas permiten que el cuerpo sea contado como tal, hacen a un cuerpo distinguible como requisito mínimo para contarse uno entre otros. El cuerpo se presenta a recibir la marca significante que le haga ser. Las marcas del cuerpo le dotan de singularidad. Se trata de marcas que inscriben ahí, en el cuerpo, una doble faz. Por un lado, marcan la pertenencia a un conjunto (la circuncisión o el bautizo son ejemplos de ello), y por el otro, inscriben la cualidad erótica. Lacan, en este mismo sentido, habla del tatuaje, al mismo tiempo que lo identifican a uno, al menos en ciertas sociedades, convierte al sujeto en un objeto erótico. Lo hace hombre o mujer y así se le autoriza el uso erótico del cuerpo.

Sabemos de algunas culturas continúan practicando la ablación genital femenina, especialmente la clitoridectomía, como un rito de paso de la infancia a la vida adulta. Por aberrante que nos resulte en la actualidad, esta práctica (que incluso ha sido declarada justamente como una violación de los derechos humanos de las mujeres y las niñas) resulta ser, sin embargo, una marca del cuerpo, una práctica donde el cuerpo se lacera para dar lugar y darse un lugar en lo social, y al mismo tiempo con ello darle un lugar sexual socializado. Así, por aberrante que sea, que una niña no pase por esto, en esas sociedades, implica que no se haga nunca mujer, implica quedar fuera, el exilio, incluso el vacío del ser. Una verdadera mutilación de lo social.

La fórmula que operaría subjetivamente en el cutting, como en otras muchas prácticas de marcación del cuerpo, podría plantearse en estos términos: “marcarse es una solución, no un problema”. Una solución que se inscribe únicamente en la historia singular de cada sujeto. Una solución en tanto que de ahí se extrae un lugar y además una ganancia de satisfacción, o mejor aún, una solución ante la evidencia de la castración del Otro.

Los sujetos no se mutilan, golpean o cortan por estar locos o por ser desadaptados; no, son actos que implican un intento de inscripción significante, son llamados al Otro, son formas de respuesta y soporte ante las fallas del Otro. Lejos estamos aquí de las interpretaciones que se leen en la literatura psiquiátrica que asocia a los sujetos que se marcan con rasgos de impulsividad, hostilidad, sentimientos de desrealización o despersonalidad, o trastornos límites de la personalidad. El cutting, por lo contrario, es una práctica que cumple la función de diferenciarse del otro. Es una respuesta ante el vacío. El corte salva de la angustia que produce la presencia de lo real que se juega en las vivencias de deslocalización. Dicho de manera más clara: el corte permite poner un límite al vacío, es una forma suplementaria de hacerse un agujero donde lo simbólico opere haciendo de límite. El cutting opera como una holofrase. El corte es una convocatoria al dolor como límite, como límite a la angustia ante el vacío.

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