Káos

El psicoanálisis, las mujeres y la erótica

El psicoanálisis, las mujeres y la erótica

Marzo 05, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz

Lo que muestra el mito del goce de todas las mujeres es que no hay todas las mujeres. No hay universal de la mujer.

Jacques Lacan

 

Erixímaco, durante su intervención en el diálogo denominado El banquete o sobre la erótica, de Platón, señala que “la medicina es la ciencia de las eróticas del cuerpo”. Desde luego que la medicina se ha alejado de esta máxima. Procede instrumentalizando al cuerpo, enfermatizando el cuerpo, lo ve como una máquina sin escuchar la singularidad del sufrimiento que lo desgarra: su erótica. En contraste, el psicoanalista francés Jacques Lacan nos dice que el psicoanálisis trabaja con las eróticas del cuerpo, y el camino trazado desde el inicio por esta disciplina es la erótica femenina.

Efectivamente, el psicoanálisis, en su clínica y su teoría, si le ha dado un lugar a la erótica del cuerpo es en lo femenino de la sexualidad, lo que va más allá de la dualidad hombre-mujer. Se trata de la primera terapéutica que le da voz a la singularidad del sufrimiento de las mujeres que habían sido relegadas y confinadas en el dolor de un cuerpo que no era escuchado. En ese sentido, no es descabellado decir que el psicoanálisis es un discurso, el primero quizá, que abre un lugar para escuchar lo singular de lo femenino. Así ocurre, en principio, con Freud, quien inventa el psicoanálisis justo al quedarse a escuchar a las histéricas, quienes hablan en su cuerpo y con sus síntomas de la sexualidad reprimida que la moral victoriana impone; y más tarde con Lacan, quien reinventa el psicoanálisis escuchando la locura erótica de las internas psicóticas.

El psicoanálisis, al darle un lugar al inconsciente, es justamente un discurso, el único insisto, que le da lugar al no-todo (dado que el inconsciente dice no-todo, como señala Serge Andre en su libro Qué quiere una mujer) y coloca a lo femenino como figura mayor de ese no-todo; es decir, con el psicoanálisis se trata de un discurso que, de entrada, se reconoce en la imposibilidad de decir lo que encarna al sexo femenino. Se trata, en cuanto a lo femenino, de un discurso que no hace sentido. Al respecto, citando a Perrier y Granoff con su libro El problema de la perversión en la mujer, Serge Andre señala: “En cuanto a lo que ella puede desear, como lo afirma la sabiduría ancestral, uno nunca está seguro de ello. De ahí la inevitable oscilación entre el culto a la mujer como misterio —enigma— y el odio a la mujer como mistificadora —mentira. Pero estas dos posiciones no hacen más que mantener el desconocimiento de lo que constituye la verdadera cuestión de la feminidad, pues ambas postulan que la mujer sería como un escondite que ocultaría algo”.

Siendo así, vale preguntarse sobre cuál ha sido el lugar de las mujeres en el movimiento psicoanalítico. Élisabeth Roudinesco, en su extenso trabajo biográfico Freud en su tiempo y en el nuestro, titula un capitulo así efectivamente: “Entre mujeres”. Ahí nos menciona que a partir de los años veinte las mujeres han estado cada vez más presentes en el movimiento psicoanalítico, lo están y son voces muy relevantes a partir del debate sobre temas que les resultan particularmente significativos: la sexualidad femenina, la maternidad, la infancia y su análisis, etc. Al mismo tiempo, en lo social hay movimientos donde reclamaban un lugar como ciudadanas.

Destacan, de entre estas mujeres que se suman al movimiento psicoanalítico, dos que rompen con algunos códigos en la naciente invención del psicoanálisis: en principio, no son judías (una alemana y otra francesa) y no se hacen valer en el movimiento como esposas o hijas. Se trata de Lou Andreas-Salomé y María Bonaparte. Ambas consiguen integrarse al círculo de los miércoles y reciben el simbólico anillo de iniciadas del Ring.

Lou Andreas-Salome, desde pequeña, se opuso al lugar que el discurso opresor que lo social y la religión le destinaban, oponiéndose férreamente al matrimonio, considerándolo como limitante para sus pretensiones intelectuales. Nacida en San Petersburgo, Rusia, Lou se marcha a Zurich para estudiar religión, filosofía, filología e historia del arte. Por motivos de salud, viaja posteriormente a Roma. En esa ciudad, en 1882, Lou entra en contacto con Nietzsche y, según menciona José Antonio Marina, así relata el suceso: “Yo estaba en Roma con mi madre. Tenía algo más de veinte años. Deseaba fervientemente aprender. Conocí a Paul Reé, quien me hablo de un amigo suyo a quien admiraba: Friedrich. Una mañana, en San Pedro, mientras Paul trabajaba dentro de su confesionario, Nietzsche vino hacia mí y me pregunto: ¿En virtud de qué estrellas hemos ido a encontrarnos los dos aquí?”. Lo erótico, lo amoroso, se jugó entre ellos, pero nunca ella aceptó un compromiso con el filósofo. Cinco años después, Lou contrajo matrimonio con Carl Andreas, sólo después de que el filólogo y orientalista alemán amenazó con suicidarse si no aceptaba. Ella aceptó, pero con la cláusula de que el matrimonio no se consumaría sexualmente. Diez años más tarde, en 1897, conocerá a quien se entregaría en cuerpo y alma, con quien desplegaría toda su erótica: el poeta Rainer María Rilke.

El encuentro definitivo de Lou Andreas-Salomé con el psicoanálisis se produce en 1911, cuando acude al Tercer Congreso de Psicoanálisis en la ciudad de Weimar, donde conoce a Freud, quien rápido pudo reconocer la genialidad de Andreas-Salomé y, al mismo tiempo, mostró recelo de su belleza deslumbrante. En el libro Freud en su tiempo y en el nuestro, de Roudinesco, se destaca que para Lou, “el amor sexual como una pasión física que se agota una vez saciado el deseo […] sólo el amor intelectual, fundado en una absoluta fidelidad, es capaz de resistir al tiempo”. Lo erótico ligado al pensamiento, lo erótico ligado al enorme placer que produce el pensar. De este tipo de amor intelectual es del que se alimentó la relación entre la psicoanalista y el doctor vienés, quien después de cada sesión de los miércoles la llevaba a su hotel, y después de cada cena la llenaba de flores.

Marie Bonaparte, veinte años más joven que Lou Andreas-Salomé, quien ostentaba los títulos de princesa de Grecia y de Dinamarca, se sentía orgullosa de su origen y se hacía llamar “La última Bonaparte”. Conoció a Freud en 1925 por referencia de René Laforgue, cuando ella estaba al borde del suicidio. Freud se mostró reticente a tomarla como paciente, la consideraba frívola. Por fin terminó por aceptarla en su diván por casi tres años y ella reconoció que esa intervención del maestro vienés la salvó del suicidio y de otras prácticas autodestructivas.

El genio clínico de Freud se despliega ante una mujer como con Lou, con quien se puso en juego la profundidad teórica. Ella se volvió referencia importante en el debate sobre la sexualidad femenina que se abría (para no cerrarse más) al seno del movimiento psicoanalítico. Roudinesco, en el libro citado, señala que Marie “distinguía en sustancia tres categorías de mujeres: las reivindicativas, que procuran apropiarse del pene del hombre; las obedientes, que se adaptan a la realidad de sus funciones biológicas o su rol social; y las esquivas, que se alejan de la sexualidad”.

Concebir al psicoanálisis como una práctica de la erotología, y nunca como psicología, permite darle lugar a tres innegables y vigentes aportaciones: Sigmund Freud, en 1905, publica un polémico libro Tres ensayos para una teoría sexual, y produce un escándalo con tres propuestas fundamentales: la existencia de la sexualidad infantil, el descentramiento de la homosexualidad como enfermedad y la aseveración de que no hay relación de completud entre el sujeto y el objeto de satisfacción, lo que da lugar al no-todo que encarna lo femenino. Y más aún, introduce desde entonces una diferencia sexual radical entre los hombres y las mujeres.

 

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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