Káos

La barbarie ya ocurrió…

La barbarie ya ocurrió…

Febrero 01, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

Es imposible escribir después de Auschwitz

Theodor Adorno

 

La liberación es no sentirse ya nunca más avergonzado de uno mismo

Nietzsche

 

El pasado 27 de enero se conmemora la liberación de los 60,000 prisioneros de los campos de concentración de Auschwitz. El nazismo es, sin duda, la expresión mayor de los crímenes de la razón instrumental, con la Shoá nazi, la razón nos mostró su costado más oscuro. El mal que habita lo humano mostró las fauces y los apetitos. La barbarie ya ocurrió, como dirá Adorno. El nazismo, más que cualquier otra acción humana, nos ha mostrado lo oscuro que nos habita, se nos mostró el abismo del horror y ahora no debemos nunca olvidarlo. Algunos de los sobrevivientes al Holocausto, como el químico italiano Primo Levi, dirán que escriben sobre el horror que les ha tocado padecer justamente para no olvidarlo, porque si se olvida se repite. En muchas zonas de olvido, en diversas épocas, podemos ver el sello del nazismo: de las entrañas de la cultura se hace surgir la barbarie. Con el nazismo vivimos eso que Hannah Arendt señala como la racionalidad banalizada del Mal.

“La vergüenza de ser hombres” es la frase con que Primo Levi resume el hecho trágico del nazismo y los campos de concentración. Cargaremos como civilización con la vergüenza de que el genocidio haya sido posible, el que no se haya podido impedir. Su apuesta es radical: los campos de concentración nos habrían inoculado, para siempre, esa “vergüenza de ser hombres”. ¿Qué hacer con esa vergüenza que nos fue inoculada hace 75 años?

El filósofo francés Gilles Deleuze, en su Crítica y clínica, es quien nos devuelve a la realidad del presente y nos pone ante esa misma vergüenza de ser hombres, que causan no solo las inmensas tragedias de los campos nazis, sino la cotidianidad de nuestras vidas acomodadas, la vergüenza ante “una gran vulgaridad del pensar, ante una emisión de variedades, el discurso de un ministro o las proposiciones de los bont-vivants”. Y abunda: “no hay Estado democrático que no esté comprometido hasta el alma en esta fabricación de la miseria humana. Lo que nos avergüenza es que no tengamos ningún medio seguro para preservar, ni tampoco fuertes razones para liberar devenires, incluso en nosotros mismos…”. Pero ya antes de llevar el sentir de la vergüenza, en particular la de ser hombre, como nos señala Deleuze, este sentimiento es llevado al plano de la vida cotidiana contemporánea, determinada por las “sociedades de control”.

Aristóteles, en la última parte del libro IV de su Ética a Nicómaco, en su examen de las virtudes éticas, nos dice paradójicamente que no puede hablarse del pudor o de la vergüenza como si fuera una virtud; es, al parecer, una afección pasajera, más bien que una verdadera cualidad, una perturbación del ánimo y se la puede definir diciendo que es una especie de miedo a la deshonra. Los que se sienten con vergüenza, se ruborizan luego; a la manera en que los que tienen miedo a la muerte se ponen instantáneamente pálidos. Son dos fenómenos puramente corporales, que son más bien características de una emoción fugitiva que un hábito o cualidad. Aristóteles piensa que esta afección misma de la vergüenza o pudor no tiene el mismo peso en todas las edades. Suele tener su asiento natural en la juventud, en tanto que los jóvenes sean muy susceptibles de esta afección, y esto es porque viven entregados casi exclusivamente a la pasión, y por ello están expuestos a cometer muchas faltas y el pudor les puede ahorrar muchas. De esta manera, dice el filósofo, alabamos entre los jóvenes a los que son tímidos y pundonorosos; pero no puede alabarse esta timidez en un anciano; porque no creemos que un anciano pueda hacer jamás cosa de la que tenga que avergonzarse. En tanto que se trata de una pasión o afección, la vergüenza nunca se da en el hombre de corazón completamente recto, puesto que aquélla se produce como resultado de las malas acciones, y un hombre de bien jamás debe cometerlas.

Para Aristóteles, una cosa vergonzosa solo un corazón viciado es capaz de hacerla. Pero si alguno que por naturaleza es capaz de cometer un acto de este género cree que solo por el hecho de ruborizarse de ello es ya un hombre de bien, incurre en un gran absurdo. La vergüenza únicamente se aplica a los actos voluntarios, y el hombre de bien nunca hará voluntariamente una acción vergonzosa. El filósofo griego termina señalando que ciertamente la impudencia, que no conoce el pudor, es un vicio; y el que no se ruboriza del mal que hace es un miserable; pero no se hace más hombre de bien por el hecho de ruborizarse después de haber cometido cosas tan culpables.

Para el inventor del psicoanálisis, Sigmund Freud, la vergüenza es un afecto que responde al hecho de estar expuesto al otro. Asociada a la moral y el asco, la vergüenza opera como un dique psíquico. La causa está en la pérdida súbita del sostén del ideal, según la representación imaginaria que el sujeto se hace de él. Su mecanismo es la pérdida de la envoltura engañosa del yo ideal. Si atendemos a este planteamiento sostenido por el psicoanálisis, el holocausto nazi nos dejó desnudos como sociedad moderna y civilizada, nos obligó a perder la envoltura engañosa de la civilidad.

“Morir de vergüenza” es el significante con el que Jacques Lacan comenzaba su última lección del Seminario 17. El reverso del psicoanálisis. “Es preciso decirlo, morir de vergüenza es un efecto que rara vez se consigue.” Lacan va a cerrar esta última lección de este modo: “si hay en vuestra presencia aquí, tan numerosa, razones poco menos que innobles, es porque llego a darles vergüenza”. Para el psicoanálisis, la vergüenza es un afecto que forma parte de la serie de la culpabilidad; sin embargo, no se confunden. Lacan había elegido puntualizar la vergüenza antes que la culpabilidad, agregando también que ese “dar vergüenza”, “hacer vergüenza” no suponía un perdón. Así como Deleuze, en la filosofía, y Primo Levi, desde la vivencia, hablan de la “vergüenza de ser hombre” y hacen referencia a la tragedia del nazismo y la tragedia que se repite en la vida cotidiana bajo la instauración de las “sociedades de control”, Lacan elige a la vergüenza para concluir su Seminario 17. El reverso del psicoanálisis, donde quiso situar el discurso analítico en el contexto del momento entonces actual de la civilización contemporánea.

 

De alguna manera, Lacan hace en este seminario una nueva edición implícita de El malestar en la cultura. En este seminario se puede decir, con Lacan, “ya no hay vergüenza”. ¿Qué sucede cuando la civilización tiende a disolver, a hacer desaparecer la vergüenza? No es cuestión menor si se considera que es tradicional plantear que la civilización va aparejada con la instauración de la vergüenza.

La barbarie ya ocurrió dice Adorno y, por tanto, la vergüenza de ser hombres se instaló en la sociedad moderna, esa que privilegió a la razón. Bien podríamos decir que la vergüenza es un afecto necesario para sostener la vida, no tener vergüenza implica que la ley no opere, es tomar una posición del sinvergüenza, la vergüenza es sostén del deseo, es más aún, si la vergüenza es un dique psíquico, para Lacan es el único afecto que merece la muerte, morir de vergüenza. ¿Se puede escribir después de Auschwitz? Sí, y si escribir lo trasmutamos en vivir, mejor aún; pero hay una condición que Lacan señala: “Avergonzarse por no morir de vergüenza daría tal vez un tono distinto, el tono de que lo real está concernido”.

 

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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