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La función de los mitos sobre la muerte

La función de los mitos sobre la muerte

Diciembre 07, 2021 / Por Antonio Bello Quiroz

Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mí aunque hubiere muerto vivirá; y todo

aquel que vive y cree en mí no morirá para siempre

Evangelio de Juan, XI, 25, 26.

 

Todo es flujo, nada es estacionario.

Heráclito

 

La muerte es el fenómeno que, de manera universal, ha sido tratado con mayor frecuencia y de las formas más diversas en la historia de la humanidad. Quizá sólo el amor podría pretender similar recurrencia. La muerte nos acompaña desde siempre, primero como enigma y después como problema, lo mismo nos interroga de manera filogenética que ontogenética. La muerte es la compañera nuestra de todos los días. Nacemos moribundos, nacemos atravesados por la astilla del tiempo.

La muerte nos acompaña todos los días y ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes. Las construcciones culturales, de hecho, según enseña Sigmund Freud, surgen como defensa ante la certeza de la muerte. Esta certeza, sin embargo, es tratada y asumida (incluso negada) de manera diversa por cada cultura, de ahí que las distintas civilizaciones tengan que formar mitos (ficciones) para explicar sus  concepciones de la muerte. Las religiones, por ejemplo, no son sino manuales ante la muerte.

Sobre ella, sobre la muerte, nada se sabe con certeza y, quizá por ello, no queda a cada sociedad y a cada sujeto sino hacer representaciones simbólicas o metáforas de ella.

Las ciencias, las religiones y las manifestaciones artísticas surgen a la sombra de los mitos que intentan explicar el origen y el destino de lo humano y del cosmos. Dentro de estos mitos, los mitos sobre la muerte son significativos y han servido esencialmente para organizar la vida. Los mitos, con sus variantes culturales y temporales, en su estructura de verdad, continúan vigentes, aunque ahora operan de manera individualizada. Se puede señalar con relativa claridad que son tres los mitos más recurrentes en todos los pueblos de la tierra: se trata de los mitos de la cosmogonía u origen del mundo; los antropogénicos o sobre el origen del hombre; y los referentes a la muerte o sobre la pregunta por el más allá de la vida.

La muerte al ser metaforizada, única forma de acercarse a ella, en los seres humanos escapa a su condición biológica para presentarse montada en una estructura simbólica, con un fundamento cultural que deja asomar su amarre en el tiempo. La temporalidad, factor eminentemente cultural, determina el carácter mortal de las cosas y de los humanos. Se puede decir que únicamente somos mortales los humanos en tanto que somos los únicos seres vivos que sabemos de la muerte: somos los únicos organismos vivos que tenemos enterrada la astilla del tiempo.

La ruptura entre lo natural y lo cultural (corte necesariamente violento que resulta ser la base de lo civilizado), la separación entre la inmanencia y la trascendencia, se constituye justamente con el surgimiento de la conciencia de muerte que, paradójicamente, se expresa como anhelo de continuidad, lo que conduce a la construcción de la cultura. El término cultura lo podemos entender de manera general como la construcción de símbolos que, junto con las técnicas e instituciones, conforman la civilización. Estas tres instancias constitutivas de la civilización se expresan, respectivamente, como forma de ver, forma de hacer y forma de estar en el mundo. Cada civilización, en cada momento histórico, construye sus propios símbolos para representar el origen y el fin de la vida, con la intención de poder entender y darle un sentido al tránsito entre uno y otro enigma. La cultura surge con el sentido expresamente manifiesto de darse continuidad como civilización.

Así, en tanto que la “experiencia” de muerte es una cuestión de hecho que escapa a toda posible simbolización, la formación de la cultura se levantará justo como defensa ante lo que no se puede terminar de significar; por lo tanto, cuando hablamos de la muerte estamos montados sobre un límite entre lo factible de significar y lo innombrable, entre lo visible y lo invisible, entre lo real y lo simbólico. Ante lo imposible de representar. Los límites se deslizan por el lenguaje; cada cultura se ve precisada a construir sus metáforas para poder representar y hacerse medianamente entendible esta situación radical, esta absoluta alteridad que es la muerte. Es decir, para poder ordenar las formas del vivir humanamente es necesario establecer un orden en lo caótico, por más que este orden sea únicamente de carácter metafórico y parezca arbitrario. Estos símbolos constituyen la esencia de los mitos (de las ficciones) y en éstos, con frecuencia, se entretejen los destinos humanos con los designios de los dioses para dar organización y coherencia a la incertidumbre que es la vida de los hombres en común.

Mediante los mitos, que operan como el eterno balbuceo de la humanidad, se intenta restaurar la continuidad que siempre está bajo amenaza, por ello es necesariamente recurrente su actualización por medio de ritos y rituales, aunque también, como enseña el psicoanálisis, los mitos se actualizan por la vía del síntoma para protegerse de la fatalidad latente que pesa sobre todo hombre. Los mitos mitigan la angustia que genera el contacto con lo innombrable, con lo real. Los mitos hacen “soportable” el estar frente a lo irrepresentable. Un mito es un relato que se transmite de generación en generación; una narración, generalmente oral, que funda, explica y señala un sentido para un hecho o fenómeno que de otra manera no lo tendría. El neurótico hace mitos para poder soportar la incertidumbre cotidiana que implica estar vivos.

El filósofo danés del existencialismo, Sören Kierkegaard, dice que los mitos tocan las regiones éticas donde se compromete la existencia y el hacer de la existencia. Para Roland Barthes, un mito es un habla que tiene un estatuto a la vez verdadero e irreal. Los mitos sobre la muerte se han construido en todos los contextos humanos imaginables y desde los más diversos paradigmas. Para el disidente psicoanalista suizo Carl Gustav Jung, la estructura de los mitos es similar a la que presentan los arquetipos; a su decir, los arquetipos son modelos o tipos base alrededor de los cuales se clasifican cosas similares; son inherentes a la psique donde se organiza la experiencia humana en concordancia con experiencias universales como el nacimiento, la muerte, el matrimonio y otros ritos de paso.

Desde estas concepciones, podríamos señalar que un mito es verdadero por sus efectos aunque falso (cuando menos, fantástico) en sus supuestos o premisas. Sigmund Freud habla de invención psíquica para denominar aquello que sus pacientes le narraban y que, sin corresponder necesariamente con la realidad externa, constituye la base de la realidad subjetiva. Es decir, lo que le contaban no tenía comprobación empírica, pero no por ello dejaba de producir efectos en la subjetividad y consecuencias en la realidad. Este mismo fenómeno se encuentra en la base de los mitos sobre la muerte.  

Nos queda claro que los mitos están ligados a la evolución de la humanidad, y en particular los mitos referentes a la muerte. De igual manera, podremos ver que algunos de los ritos o concepciones sobre la muerte que se mantienen vigentes, hunden sus raíces en antiguas visiones que se han venido transmitiendo de generación en generación. No hay pueblo o región, religión o disciplina científica o artística que no haya hablado del tema, no hay actividad productiva (incluyendo las de carácter destructivo) que en el fundamento no tenga algo que ver con la dualidad vida/muerte.

 

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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