Káos

La novia del viento

La novia del viento

Noviembre 21, 2023 / Por Antonio Bello Quiroz

Hay una tierra de los vivos

y una tierra de los muertos,

y el puente es el amor,

el único superviviente, el único sentido.

Thornton Wilde

 

Lou Andreas-Salomé fue una inteligente y hermosa mujer rusa que conmovió al mundo de la cultura vienesa del primer cuarto del Siglo XX. Psicoanalista, ensayista casada con el médico Carl Andreas, pero admirada y amada por hombres muy notables como el filósofo Friedrich Nietzsche, ella fue la que lo inspiró para escribir su importante Gaya ciencia. La llamaba “la gran partera”. También tuvo la admiración del inventor del psicoanálisis Sigmund Freud, quien le reconocía un enorme talento teórico; además, el poeta Rainer María Rilke estaba rendido a ella.

Pero por aquellos años, en el efervescente imperio austriaco, en aquella época que Heman Broch llamó la del “alegre apocalipsis”, otra mujer extraordinariamente hermosa, inteligente, rebelde e independiente, atraía la mirada y despertaba el amor y admiración en otro puñado de genios: se trata de la compositora Alma-Marie Mahler (Austria, 1879-Nueva York, 1964).

Casada tres veces —la primera con el compositor Gustav Mahler, después con el famoso arquitecto Walter Gropius y la tercera ocasión con Franz Werfel—, fue educada en un ambiente musical. Desde muy niña empezó a tocar el piano y hacer sus primeras partituras, que interpretaba ante los amigos de su madre, pertenencientes al movimiento de la Secesión en Viena. En ese ambiente se encontraba el pintor Gustav Klimt, quien, se dice, le robó su primer beso. Él tenía 34 años, ella 16. Ese suceso del beso inspiró el famosísimo cuadro de Klimt llamado, justamente, El beso.

Otro enorme escritor alemán, Thomas Mann, futuro premio Nobel de literatura en 1929, autor de obras como La montaña mágica, Muerte en Venecia o Schopenhauer, Nietzsche, Freud, sostuvo un romance con Alma antes de que ella decidiera casarse con el compositor Gustav Mahler, en 1902, no sin antes decirle, cuando lo conoce: “tu música no me gusta, no tiene estructura”. Tuvieron dos hijas: Marie, quien murió a los cinco años, con el profundo dolor de Alma, y Anna, que sería escultora.

En 1910, el compositor musical Gustav Mahler tuvo un análisis de una sola sesión de cuatro horas con el inventor del psicoanálisis, Sigmund Freud. El compositor tenía 50 años y el psicoanalista 54. El encuentro no fue fácil, como lo cuenta Freud a la princesa Marie Bonaparte. El encuentro no fue fácil para el compositor, quien canceló la cita con el psicoanalista en tres ocasiones, hasta que Freud le da un ultimátum. Mahler necesitaba hablar con el psicoanalista justo por los problemas de inhibición sexual que tenía con su joven esposa, debido a que el compositor había enfermado de amigdalitis y, además, le aquejaba saber que ella mantenía ya relaciones con el arquitecto Walter Gropius. El compositor sufría de obsesiones y ansiedad, además de dolores inexplicables. Ernest Jones, biógrafo de Freud, cuenta que los dos hombres caminaron por Leiden durante cuatro horas. En esas cuatro horas de escuchar a profundidad las desgarraduras anímicas del músico, sus problemas desaparecieron y las cosas en su matrimonio con Alma parecían mejorar. Sin embargo, Gustav Mahler murió al año siguiente. En la versión de Alma Mahler, el encuentro entre su esposo y el psicoanalista se debió a que él temía perderla y, además, cuenta que Freud le confesó que Gustav Mahler estaba buscando a su madre — una mujer pobre, sufriente y angustiada— en cada mujer que conocía. Alma también narra en su autobiografía que, cuando conoció a su futuro esposo, él seguía siendo virgen a los 40 años: “era célibe y le tenía miedo a la mujer”. Sin embargo, hay que decirlo, ver a la mujer como una amenaza de la virilidad era visto como un signo de la época. Pero, por otro lado, Freud también señaló que Alma buscaba a su padre en los hombres, dado que ella perdió al suyo cuando tenía 12 años. Al respecto, ella escribió en su autobiografía: “Sentí que había perdido a mi mentor, la estrella que me guiaba”.

Poco antes de casarse, el compositor Gustav Mahler le escribe una carta de “amor” con una condición para ella que, enigmáticamente, aceptó: Alma debe renunciar a sus ambiciones musicales. En casa sólo se puede hablar de la música de él. La única tarea que él le encomienda en la carta es hacerlo feliz. Ella acepta y se vuelve lo que Jacques Lacan menciona con respecto a Nora, esposa de James Joyce, ella se vuelve en “una mujer para él”. Si ella es ella entonces Gustav está perdido dado el profundo temor que tiene para con las mujeres, en ese momento ella acepta la penosa renuncia. Alma Mahler escribió que estar con Gustav era como estar con una abstracción y no con un ser humano.

Alma vivió una fuerte depresión, ella acudió a descansar a un balneario y ahí conoció al arquitecto Walter Gropius, fundador de la importante corriente llamada Bauhaus. Ahí iniciaron un romance. Alma regresó con Gustav y el arquitecto quedaría como amante, pero Gropius no aguantó que su amor fuera secreto y, en un gesto de audacia o locura, le escribe una carta a Alma, que también se la manda a Gustav. El compositor implora no ser abandonado, incluso está dispuesto a hacerse tratar por el ya famoso psicoanalista Sigmund Freud. Pero hace más: se retracta de la condición que le impuso a Alma sobre su música y ella escribe en su diario “Qué duro es ser tan despiadadamente privada de lo más cercano al corazón”. Mahler murió en 1911 mientras componía la dolorosísima sinfonía número 10, donde hace referencia al dolor del desamor.

Ante la muerte de su esposo, libre ya de cumplir la promesa hecha, la vida artística y la pasión por la música de Alma Mahler despiertan y se renuevan, también los amores apasionados continuaron. El también músico vienés Paul Kammer vivió con ella “un amor loco” y, ante la negativa de matrimonio de Alma, amenazó con dispararse justo en la tumba de Gustav. Más tarde conoció al pintor y escritor Oskar Kokoschka, manierista, expresionista, considerado enfant terrible de Viena. Si sus anteriores amores eran mayores que ella, aquí eso se invirtió: ella era siete años mayor que el pintor. El pintor llegó pobre a Viena y pasó muchas penurias para hacerse un lugar en el mundo artístico y elitista de la Viena Imperial. Era llamado “el gran salvaje”. Ella lo buscó en su modesto estudio para que le hiciera un retrato. Quedaron prendados al conocerse, se realiza el verso de Silvio Rodríguez que dice: “cuando dos balas se encuentran en un campo de guerra algo debe ocurrir”. Dos pasiones se desbordan, pero en dos mundos radicalmente distintos: ella en el mundo de los palacios, la elegancia y el glamour, él un joven artista pobre y marginal. Al día siguiente de conocerse se citan a cenar: ella lo deleita al piano interpretando “La muerte del amor”, el aria final de Tristán e Isolda. Él, mientras tanto, se embriaga de amor a cada nota. Al día siguiente le escribe en una carta: “te escribo como un pagano que le reza a su estrella”. Le hace más de 400 cartas en dos años que dura la relación. Su cuadro más famoso, La novia del viento, es una alegoría al amor que vivió con Alma Mahler. En la obra, ella duerme plácidamente sobre su pecho, él, insomne, con las manos tensas, están entre sábanas de cielo y mar. Él la amó intensamente, la toma como musa. Ella, que ya lo había sido de Mahler, se niega a ocupar de nueva cuenta ese lugar. Ella está fascinada por el amor de él y le escribe: “nunca había probado tanto infierno, tanto paraíso”. Él la pinta, le escribe, la ama apasionadamente. Estando embarazada del pintor, ella no soporta más y decide aborta y separarse de Oscar Kokoschka. Él no lo soporta y, en un rapto de locura, construye una muñeca de tamaño real a semejanza de Alma y la anda trayendo por todos lados: cena con ella, la lleva al teatro, hasta que una noche le arranca la cabeza y la tira por la ventana.

Ella regresa con el arquitecto Walter Gropius, con quien se casó. Tuvieron una hija, Manon, quien falleció por la poliomelitis. Se divorcia de él en 1920. Alma entonces se casará con el novelista Franz Werfer, autor de La canción de Bernardette y amigo de Franz Kafka. Un poco antes del estallido de la Guerra, la pareja se exilia en Estados Unidos. En sus memorias podemos leer lo que podría ser una síntesis de su apasionada vida: “hay una tierra de los vivos / y una tierra de los muertos, / y el puente es el amor, / el único superviviente, el único sentido”. Existe una extraordinaria biografía de Alma Mahler, de donde se toma el título de esta colaboración: La novia del viento, de Susanne Keegan.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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