Káos

Las encrucijadas del amor

Las encrucijadas del amor

Septiembre 19, 2023 / Por Antonio Bello Quiroz

Portada: Marc Chagall, Sobre la ciudad, 1918.

 

Nunca estamos menos protegidos contra las cuitas que cuando amamos; nunca

más desdichados y desvalidos que cuando hemos perdido al objeto amado o a su

amor. Pero la técnica de vida fundada en el valor de felicidad del amor no se agota con esto: queda aún mucho por decir.

Sigmund Freud

 

El amor muestra en su origen ser contingente.

Jacques Lacan

 

Para Karla, y por la contingencia.

 

¿Qué es el amor?

Pocas preguntas nos pueden abrir tanto a un mundo de significaciones como las referentes al amor: ¿Es natural, se trata de un artificio, es un engaño o la revelación de la verdad? ¿Es acaso una enfermedad, una locura o un signo de normalidad? ¿Es una ilusión de completud o el sufrimiento de la imposibilidad de completarse? Estas cuestiones y muchas otras en torno al amor nos sumergen en un mundo de ambigüedad.

Si hay algo que acompaña a la experiencia amorosa, desde el inicio, es su carácter de contingente. Sólo se accede a la vivencia del amor de manera contingente, eso ocurre de manera inexorable, no es una casualidad sino una causalidad. En la elección hay algo de azar, sin duda, pero no sin causa. La palabra contingente significa, según la RAE, “lo que puede suceder o no suceder”. Dicho en términos del psicoanálisis, hablando del amor, la elección de objeto de amor es contingente. No se elige a voluntad, no hay elección de objeto que no esté orientada por una dimensión inconsciente. ¡Vaya paradoja! Es una decisión en donde se apuesta la vida y, sin embargo, escapa a nuestra voluntad. En la elección de objeto de amor, en toda elección, algo se juega más allá del yo.

Si algo sabemos del amor es que, sea cual sea su historia, no escapa a la incertidumbre. Así ocurre, particularmente, en el amor moderno, donde la elección se propone como libre. Sin duda, en el amor se trata de una experiencia cuyas coordenadas van más allá de las hormonas o lo cognitivo, y además no atiende a educación alguna. En la experiencia amorosa, como con la pulsión, hay algo de indomeñable.

Por otro lado, Sigmund Freud, nos muestra que el amor, la experiencia amorosa, transita por y desde una dimensión subjetiva llamada narcisismo. El narcisismo se expresa en el anhelo de ser Uno con quien se ama. Y eso, en el mejor de los casos, desemboca en una decepción.

Es decir, el encuentro narcisista con el otro, en tanto ilusorio, implica el desencuentro. Negar esto y persistir en el puro encuentro, en el encuentro sin fallas, sin falta, sin dar lugar a la diferencia, o a la decepción, lo torna peligroso.

Como se ve, resulta complicado, si no imposible, plantear una definición o respuesta efectiva sobre qué es el amor, e incluso si el amor tiene un ser, en tanto que, por paradójico que parezca, el amor se establece sobre la base del desencuentro, aunque sus protagonistas crean que es un encuentro.

Al respecto, hay una frase archirrepetida del psicoanalista francés Jacques Lacan: El amor es dar lo que no se tiene a quien no es. Es una fórmula que apunta de manera directa a eso enigmático que deja su huella de imposibilidad en el encuentro amoroso. Ya escribía en otro momento que la condición mínima e inexorable del amor es la imposibilidad de completud, es su fuente y motor, de ahí la creación, la hazaña incluso.

El encuentro amoroso, cuyo carácter se expresa en el llamado flechazo, nos conmueve, se trata de algo de lo real pero que se anuda con una dimensión o registro imaginario. Imaginamos o creemos detectar en la otra persona aquello que a nosotros nos falta, por eso nos precipitamos a tomarlo. Como al otro suele ocurrirle algo similar, aunque desde su subjetividad, nos encontramos con que también se nos acerca buscando lo que cree que tenemos, ofreciéndonos lo que a él o a ella le falta. Como se ve, el encuentro es desde la falta.

Del encuentro entre ambas carencias, ahí entre las faltas, surgen los primeros malentendidos amorosos, malentendidos, hay que decirlo, que son de carácter estructural, es decir, inevitables. De cómo éstos surjan y sean captados por la pareja dependerá que entre ellos se estabilice o no el amor. En el encuentro hay un primer momento de enamoramiento, como le llama Freud. El maestro vienés colocaba al enamoramiento como un típico fenómeno de masa, aunque fuera una masa constituida solamente por dos personas. Digo personas porque, si atendemos a la etiología de esta palabra, deriva del griego personne (máscara), y se define al encuentro ilusorio del enamoramiento donde nuestras apariencias, nuestras máscaras, no hacen más que recubrir lo real, lo que no se conoce o no puede definirse, y que en cada uno de los partenaire insiste en hacerse presente.

El psicoanálisis, desde Freud en adelante, nos permite diferenciar enamoramiento de amor.

El enamoramiento es ese momento de impacto, de flechazo, en el que aparece la absoluta seguridad de que se encontró lo que se buscaba. Como se narra desde el mito aristofanesco de la otra mitad, el mito del Andrógino.

El narcisismo es efecto de la función de desconocimiento, por parte del yo, de la enunciación que, encandilado por el espejismo de la imagen del otro, no advierte que la mirada que lo sostiene no hace otra cosa que devolverle su propia imagen, pero invertida. Dirá Lacan: “el emisor recibe del receptor su propio mensaje invertido”. El narcisismo, además, cae en la trampa que nos mostró Moebius con su sencilla cinta. Cuanto más avanza en lo que cree que le es favorable, más posibilidades tiene de pasar inadvertidamente a la otra cara, la que lo introduce en el campo contradictorio de lo desfavorable para el sí mismo. De ahí que, como ejemplificaba Freud con el enamoramiento adolescente, pueda ocurrir que en ese estado de enamoramiento se vacíe toda la libido del propio yo, en el yo del otro.

Pero, si tanto el enamoramiento como el amor son gatillados por lo real de las carencias, el primero se sostiene en la realidad imaginaria que nos vincula con el partenaire. Sin embargo, es en el litoral de lo imaginario y lo simbólico donde cederá el enamoramiento y advendrá el amor, o bien el fracaso del vínculo (muchas veces con carácter mortal, como vemos con el feminicidio). Hay enamoramientos que no soportan la realidad del vínculo, hay construcciones imaginarias que no soportan la falla que lo simbólico señala.

Así entonces, el enamorado advertirá en él otros rasgos representativos de algunos de los personajes claves de su historia infantil y puberal. Esos rasgos, inconscientemente vuelven a traerle recuerdos de quienes supieron, o no, qué hacer con sus primeras carencias. Fueron eficaces o ineptos para lo que comúnmente se les llama “cuidados maternos”.

En esa “atmósfera materna”, y según como el “infantil sujeto”  haya reaccionado ante esos cuidados, es que se constituirán fantasías no dichas, aunque sí actuadas, que guiarán las repeticiones que determinan las elecciones del objeto de amor en la vida adulta. Desde ahí, y en la otra dimensión de elección amorosa señalada por Freud (llamada Anaclítica), es que serán orientadas las elecciones adultas.

He aquí el núcleo de la contingencia, el carácter inconsciente que se juega en toda elección, realizada desde dos dimensiones: narcisista y anaclítica. Lo llamativo y fuente de neurosis es que en la elección de objeto amoroso, el deseo empuja al neurótico no a buscar resolver aquello de lo que careció en sus primeros años, sino a engarzarse con alguien que le presente las mismas dificultades que le quedaron presentes de aquellas imagos infantiles para tratar de transformarlo. De ahí que la histérica quiera “hacer” de su partenaire un hombre (según ella supone que tendría que ser un hombre); mientras que el obsesivo quiere “entender” qué hace mal, para entonces hacerlo bien según corresponda a la demanda de su amada para lograr que se le ame. En eso se les va la vida.

En la pareja, la convivencia, el compartir más momentos de la vida, va haciendo aparecer lo real de la cotidianidad. Ahí, justo ahí, el enamoramiento se transformará en amor sólo si la pareja logra ir elaborando el desencuentro, incluso, y por qué no, creando desde el desencuentro. Esto significa que el amor se hace posible cuando se le puede dar lugar a la decepción propia de la constatación de la diferencia. De lo contrario, si no resulta posible elaborar la diferencia, sobrevendrán la desilusión, el alejamiento y la ruptura. Lamentablemente en ocasiones con carácter mortal.

Cuando digo elaboración no me refiero al terreno intelectual, a las elaboraciones cognitivas o pedagógicas. Me refiero, sí, a que el desencuentro y las fallas se tornen posibles de ser tramitadas, porque se advierte que hay otras cosas que van pasando a primer plano y dando el sostén necesario para poder soportar los desencuentros. Ya no son sólo los cuerpos y sus imágenes los que sostienen el vínculo, ahora también lo sostienen las historias, con sus heridas, sus desgarraduras.

La contingencia en la elección de objeto de amor, el sufrimiento y la decepción existieron desde siempre, pero hubo épocas en que quedaban más velados. Las costumbres sociales no incluían la separación, silenciaban el sufrimiento y normalizaban la decepción.

También desde el psicoanálisis constatamos que en el amor no hay racionalidad, en el sentido de la razón del pensamiento, del proceso secundario, la voluntad interviene poco y lo hace mal. No hay programación del amor, por ello vemos que esas parejas que se proponen “construir el amor”, “hacer equipo”, “echarle ganas”, suelen fracasar de manera estrepitosa. Pero no sólo eso, la pasan muy mal todo el tiempo que están tratando de construir el amor, se viven esclavos de un mandato de amor irrealizable. El sueño, la idealización del amor, se les transforma en un trabajo por “necesidad”, y eso implica una batalla permanente contra la incertidumbre que le es propio al vínculo amoroso. En ese trabajo, el deseo es silenciado. En ese sentido, no hay racionabilidad posible. El amor ocurre o no, es contingente, es lo que sucede o no sucede. No lo construimos, nos se construye, no sin el deseo inconsciente; pero ello, de lo que se construye, cada uno es responsable.

No elegimos a quien amar, pero sí somos responsables de lo que se haga con esa elección: dos opciones se presentan: destrucción del otro o creación con el otro, decepción de la idealización mediante.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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