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Las eróticas de lo femenino en psicoanálisis

Las eróticas de lo femenino en psicoanálisis

Octubre 22, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz

Todo puede ser puesto en la cuenta de la mujer, en la medida en que,

en la dialéctica falocéntrica, ella representa al Otro absoluto.

Jacques Lacan

 

¿En virtud de qué estrellas hemos ido a encontrarnos los dos aquí?

Nietzsche, al conocer a Lou Andréas-Salomé

 

Erixímaco, durante su intervención en el diálogo denominado El banquete o sobre la erótica, de Platón, señala que “la medicina es la ciencia de las eróticas del cuerpo”. Desde luego que la medicina actual no cumple en nada con esta visión, dado que se ocupa únicamente de los dolores del cuerpo y la instrumentalización del tratamiento, dejando de lado los sufrimientos, las desgarraduras, es decir, las eróticas del cuerpo y en el sujeto. Para hacer distancia de la medicina y las disciplinas “psi” (Psicología, Psiquiatría y sus derivados), el psicoanalista francés Jacques Lacan nos dice que no podría existir mejor definición para el psicoanálisis que la de ser una disciplina que se ocupa de las eróticas del cuerpo. Somos erotólogos, no psicólogos.

El psicoanálisis, en su clínica y en su teoría, le ha dado un lugar desde sus orígenes a las eróticas del cuerpo, en particular le da prioridad a la erótica femenina. Se trata, con el psicoanálisis, de la primera terapéutica que le da voz a la singularidad de la mujer, voz que había sido relegada y confinada por el saber médico en el dolor del cuerpo que no era escuchado; en ese sentido, no es descabellado decir que el psicoanálisis es un discurso, el primero, que abre un lugar para escuchar lo singular de lo femenino. Se trata de un dispositivo que abre la escucha a lo indecible de lo femenino.

Sigmund Freud inventa el psicoanálisis justo al quedarse a escuchar al cuerpo que habla en sus síntomas, y habla de la sexualidad reprimida de las histéricas. Más tarde, con Lacan reinventa el psicoanálisis escuchando la locura erótica de las psicóticas. El psicoanálisis se inventa y se reinventa a partir de escuchar las eróticas del cuerpo.

El psicoanálisis es justamente un discurso, el único, que le da lugar al no-todo (dado que el inconsciente dice no-todo, como señala Serge Andre en su libro Qué quiere una mujer) y coloca a lo femenino como figura mayor de ese no-todo; es decir, se trata, en el psicoanálisis, de un discurso que de entrada se reconoce en la imposibilidad de decir qué encarna al sexo femenino. Se trata, en cuanto a lo femenino, de un discurso que no hace sentido. Al respecto, citando a Perrier y Granoff con su libro El problema de la perversión en la mujer, Serge Andre señala: “En cuanto a lo que ella puede desear, como lo afirma la sabiduría ancestral, uno nunca está seguro de ello. De ahí la inevitable oscilación entre el culto a la mujer como misterio ‒enigma‒ y el odio a la mujer como mistificadora, ‒mentira. Pero estas dos posiciones no hacen más que mantener el desconocimiento de lo que constituye la verdadera cuestión de la feminidad, pues ambas postulan que la mujer sería como un escondite que ocultaría algo”.

Si el psicoanálisis da lugar a lo singular de lo femenino, al no-todo, vale preguntarse aquí sobre cuál ha sido el lugar de las mujeres en el movimiento psicoanalítico. Es decir, cuál ha sido el lugar de lo femenino por parte de las psicoanalistas.

Élisabeth Roudinesco, en su extenso trabajo biográfico Freud en su tiempo y en el nuestro, titula un capitulo, efectivamente, “Entre mujeres”. Ahí nos menciona que a partir de los años veinte las mujeres han estado cada vez más presentes en el movimiento psicoanalítico, lo están y son voces muy relevantes a partir del debate sobre temas que les resultan particularmente significativos: la sexualidad femenina, la maternidad, la infancia y su análisis, etc. Al mismo tiempo, en lo social, en estos tiempos se gestan movimientos que reclamaban su reconocimiento y respeto a sus derechos como ciudadanas.

Destacan, de entre estas mujeres que se suman de manera relevante a la generación del movimiento psicoanalítico, dos que rompen con algunos códigos en la época de la naciente invención del psicoanálisis —uno, en principio, no son judías (una rusa y otra francesa), y dos, no se hacen valer en el movimiento como esposas o hijas. Se trata de Lou Andreas-Salomé y María Bonaparte. Ambas consiguen integrarse al círculo de los miércoles, club de varones, y reciben el simbólico anillo de iniciados del Ring.

Lou Andreas-Salome, desde pequeña, se opuso al lugar que el discurso opresor de la religión impone sobre la mujer. Se opone férreamente al matrimonio considerándolo una limitante para sus pretensiones intelectuales. Nacida en San Petersburgo, Rusia, Lou se marcha a Zurich para estudiar religión, filosofía, filología e historia del arte. Por motivos de salud, viaja posteriormente a Roma. En esa ciudad, en 1882, Lou entra en contacto con Nietzsche. José Antonio Marina relata así el suceso: “Yo estaba en Roma con mi madre. Tenía algo más de veinte años. Deseaba fervientemente aprender. Conocí a Paul Reé, quien me habló de un amigo suyo a quien admiraba, Friedrich. Una mañana, en San Pedro, mientras Paul trabajaba dentro de su confesionario. Nietzsche vino hacia mí y me preguntó: “¿En virtud de qué estrellas hemos ido a encontrarnos los dos aquí?” Cinco años después, Lou contrajo matrimonio con Carl Andreas, sólo después de que el filólogo y orientalista alemán amenazó con suicidarse si no aceptaba. Ella aceptó, pero con la cláusula de que el matrimonio no se consumaría sexualmente. Diez años más tarde, en 1897, Lou conocerá a quien se entregaría en cuerpo y alma, el poeta Rainer María Rilke.

Para Lou, el encuentro definitivo con el psicoanálisis se produce en 1911, cuando acude al Tercer Congreso de Psicoanálisis, que se llevó a cabo en la ciudad de Weimar, donde conoce a Freud, quien rápido pudo reconocer la genialidad de Lou Salomé y, al mismo tiempo, mostró recelo de la belleza deslumbrante de la mujer. En el mismo libro, Freud en su tiempo y en el nuestro, Roudinesco destaca que, para Lou, “el amor sexual es como una pasión física que se agota una vez saciado el deseo […] sólo el amor intelectual, fundado en una absoluta fidelidad, es capaz de resistir al tiempo”. De este tipo de amor intelectual es del que se alimentó la relación entre la psicoanalista y el doctor vienés, quien después de cada sesión de los miércoles la llevaba a su hotel, y después de cada cena la llenaba de flores. Una erótica sin duda, una erótica.

Marie Bonaparte, veinte años más joven que Lou Andreas-Salomé, quien ostentaba los títulos de princesa de Grecia y de Dinamarca, se sentía orgullosa de su origen y genealogía, por lo que se hacía llamar “La última Bonaparte”. Conoció a Freud en 1925, por referencia de René Laforgue, cuando ella estaba al borde del suicidio. Freud se mostró reticente a tomarla como paciente, la consideraba frívola. Por fin terminó por aceptarla en su diván por casi tres años y ella reconoció que esa intervención del maestro vienés la salvó del suicidio y de otras prácticas autodestructivas.

El genio clínico de Freud se despliega ante esta mujer y, como ocurre con Lou, ella contribuye a la profundidad teórica del psicoanálisis en torno a lo femenino. Ella se volvió referencia importante en el debate sobre la sexualidad femenina que se abría (para no cerrarse más) al seno del movimiento psicoanalítico. Es ante la Princesa Bonaparte que Freud reconoce que la mujer se la ha revelado como un “continente oscuro”. Roudinesco, en el libro arriba citado, señala que Marie “distinguía en sustancia tres categorías de mujeres: las reivindicativas, que procuran apropiarse del pene del hombre; las obedientes, que se adaptan a la realidad de sus funciones biológicas o su rol social, y las esquivas, que se alejan de la sexualidad”. Sin duda, con Marie Bonaparte se pone en juego una erótica del cuerpo femenino.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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