Káos

Llegar a viejo

Llegar a viejo

Diciembre 14, 2021 / Por Antonio Bello Quiroz

Me he resignado a la vejez y a la ceguera, del mismo

modo

que uno se resigna a la vida.

Jorge Luis Borges

 

Para la sociedad, la vejez parece una especie de secreto

vergonzoso del cual es indecente hablar.

Simone de Beauvoir, La vejez

 

¿Qué es la vejez? ¿Cuándo se es un viejo? Sin duda, la vejez y lo viejo son categorías discursivas que adquieren el rostro propio de cada cultura y de cada época. Hay que partir de que se trata de hechos discursivos: la vejez y lo viejo son hechos del lenguaje. En nuestra sociedad, a partir de la modernidad, por ejemplo, la ciencia se asume como el discurso encargado de construir  diversas conceptualizaciones sobre la vejez, las más se encuentran centradas en la declinación vital del cuerpo. En cada momento histórico se proponen dispositivos para enfrentar esta especificidad de la condición humana llamada vejez, tanto en sus aspectos sociales-laborales como médico-biológicos, e incluso espirituales y familiares.

Sin embargo, más allá de los mecanismos de instrumentalización que la época impone, también podemos pensar a la vejez como otro momento, uno más, donde el sujeto se confronta con su deseo. En este sentido, la vejez conlleva un conflicto con los ideales y un redimensionamiento de los anhelos.

Difícil resulta determinar cuándo inicia la vejez. Parecería incluso que siempre nos acompaña, tal como lo ilustra magistralmente el relato de F. Scott Fitzgerald, El curioso caso de Benjamin Button. La vejez se va haciendo visible en nuestras vidas de manera casi imperceptible, por más resistencias que el sujeto presente, nos va mostrando sus marcas, sus huellas, lo mismos que nos impone limitaciones y pérdidas. Sin embargo, la vejez también viene acompañada de sus revelaciones y sus saberes que permiten restaurar un poco de dignidad. La vejez trae sus saberes, aquellos que no alcanzan sino con el tiempo. Los saberes de la vejez, esos saberes sabios que en el dicho se le atribuyen al diablo, no por diablo sino por viejo.

La vejez no constituye un concepto del corpus teórico del psicoanálisis, lo mismo que no existe entre “los viejos” homogeneidad alguna, salvo el ser señalados, e incluso autoseñalados, mediante ese sustantivo. Pese a lo establecido, más allá de los clichés y estereotipos, no se es viejo simplemente por la edad, la enfermedad o, mucho menos, por la errónea idea que hace símil entre la vejez y la muerte. Nadie muere de viejo.

El poeta griego Konstantino Kavafis, también ya en edad avanzada, nos regala algunas profundas pinceladas sobre la vejez, en un poema de 1911, en versión de Cayetano Cantú:

 

Un anciano

 

Sólo, al fondo del ruidoso café,

sentado un anciano con un periódico enfrente,

piensa en la miserable fatalidad que es la vejez,

y cuán poco gozó los años

cuando era fuerte, ingenioso y bello.

 

Sabe que envejeció, lo ve, lo palpa;

y sin embargo ayer era aún joven.

El tiempo pasó tan rápido, tan rápido…

Piensa cómo lo engañó su discreción,

cómo creyó tan torpemente el mito que dice:

“Mañana tendrás mucho tiempo”.

 

Recuerda impulsos contenidos, gozos sacrificados,

todas las oportunidades perdidas

que ahora se burlan de su necia prudencia.

Y de tanto pensar y evocar el anciano se duerme,

La cabeza en la mano, sobre la mesa del café”

 

En el ámbito de la clínica en psicoanálisis se escuchan los miedos a los efectos de la vejez, más que a la vejez misma. Los significantes con los que se signan las afectos asociados a la vejez son la soledad y el abandono, la inutilidad, el deterioro del cuerpo y las dependencias que conlleva, la sexualidad y sus impotencias, las renuncias alimenticias, las pérdidas de los pares y el temor a la propia muerte.

Es evidente que los dispositivos institucionales no han sido preparados para una población cada vez mayor que se define bajo el significante de la vejez o sus eufemismos, como “adulto mayor”, “persona de la tercera edad” o “adulto en plenitud”. Las condiciones que las instituciones reservan para “los viejos” parecen programadas para hacer cumplir la maldición última expresada por Sófocles en Edipo en Colona: “cuando se es viejo la razón se apaga, la acción resulta inútil y tiene vanas preocupaciones”.

“Envejecer es definirse, reducirse. Me he debatido contra las etiquetas, pero no he podido evitar que los años me aprisionen. He vivido tendida sobre el porvenir y ahora, recapitulo en el pasado, diría que el presente me ha sido escamoteado […] He perdido el poder que tenía de separar las tinieblas de la luz; consiguiendo al precio de algunos tornados, cielos radiantes. La muerte ya no está en la lejanía de una aventura brutal, asedia mi sueño. Cuando estoy despierta siento su sombra entre el mundo y yo, ha comenzado”, escribe Simone de Beauvoir en La fuerza de las cosas, poco antes de cumplir sus 72 años. Y en el luminoso texto de 1970, La vejez, dirá la escritora feminista francesa: “Cuando al final de Las fuerzas de las cosas infringí ese tabú [hablar de la vejez], ¡qué indignación provoqué! Admitir que yo estaba en el umbral de la vejez era decir que la vejez acechaba a todas las mujeres, que ya se había apoderado de muchas. ¡Con amabilidad o con cólera mucha gente, sobre todo de edad, me repitió abundantemente que la vejez no existe! Hay gente menos joven que otra, eso es todo. Para la sociedad, la vejez parece una especie de secreto vergonzoso del cual es indecente hablar. Sobre la mujer, el niño, el adolescente, existe en todos los sectores una copiosa literatura; fuera de las obras especializadas, las alusiones a la vejez son muy raras”.

En 1936, en una carta a Arnold Zweig, Sigmund Freud, el inventor del psicoanálisis, sitúa sus interrogantes sobre la vida y la muerte: “No puedo habituarme a las miserias del desamparo de la vejez, avizoro con una suerte de nostalgia el tránsito a la nada.” Ha vivido ya la muerte de sus hijos en la guerra, ha padecido múltiples operaciones en la mandíbula y es perseguido por el régimen nazi. También sabemos que ante las interrogantes sobre la enfermedad y la muerte, dos signos asociados a la vejez, Freud responde escribiendo Moisés y la religión monoteísta, análisis terminable e interminable y Construcciones en análisis. De esta manera, hace realidad la idea de que se envejece como se vive.

Freud, durante una entrevista realizada en Viena en 1926 con George Sylvester Viereck, cuando está cerca de cumplir setenta años, habla de su condición de vejez y señala: “¿Por qué debería yo esperar un tratamiento especial? La vejez, con sus arrugas, llega para todos. Yo no me rebelo contra el orden universal. Finalmente, después de setenta años, tuve lo bastante para comer. Aprecié muchas cosas —en compañía de mi mujer, mis hijos—, el calor del sol. Observé las plantas que crecen en primavera. De vez en cuando tuve una mano amiga para apretar. En otra ocasión encontré un ser humano que casi me comprendió. ¿Qué más puedo querer?” Más adelante en la entrevista Sylvester menciona: “El señor tiene una fama. Su obra prima influye en la literatura de cada país. Los hombres miran la vida y a sí mismos con otros ojos, por causa de este señor. Recientemente, en el septuagésimo aniversario, el mundo se unió para homenajearlo, con excepción de su propia universidad.” Freud responde: “Si la Universidad de Viena me demostrase reconocimiento, me sentiría incómodo. No hay razón en aceptarme a mí o a mi obra porque tengo setenta años. Yo no atribuyo importancia insensata a los decimales. La fama llega cuando morimos y, francamente, lo que ven después no me interesa. No aspiro a la gloria póstuma. Mi virtud no es la modestia”.

 

 

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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