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Suicidio: psicoanálisis y literatura

Suicidio: psicoanálisis y literatura

Septiembre 12, 2023 / Por Antonio Bello Quiroz

Quien odia, no está nunca solo: está en compañía del ser que le falta.

Cesare Pavese

 

El suicidio es la segunda o tercera causa de muerte. Cada vez ocurre entre los y las más jóvenes. Sólo por ello, y más allá de las estadísticas, es importante reflexionar en torno a esa forma de morir que para en seco a la sociedad, que hace que nos interroguemos sobra las causas, factores y posibles prevenciones. El psicoanálisis aporta elementos para esa reflexión, y aquí tomaré dos ejemplos de la literatura para ilustrar la teoría.

Algunas curiosas inferencias sacadas de los estudios de epidemiología sobre el suicidio señalan que los escritores son mucho más propensos que otras personas a sufrir enfermedades maniacodepresivas o trastornos de la personalidad o el ánimo, las cuales son consideradas como causas del suicidio.

Se dice también que en el caso de los poetas es donde esa incidencia se incrementa, debido a que experimentan y proyectan una mayor intensidad emocional.

Lo cierto es que el suicidio ha sido un enigma a lo largo de la historia. Se trata de un acto que en diversas dimensiones conmueve y cuestiona a la sociedad, la detiene en seco y la confronta con la insuficiencia de toda explicación. No hay discurso que pueda, en definitiva, dar cuenta del acto. El psicoanálisis tampoco se lo propone.

En todas las épocas, la literatura nos ofrece múltiples ejemplos de escritores que decidieron darse muerte. Empédocles, Epicuro y Séneca son figuras de la antigüedad que se suicidaron.

En nuestra época, durante el siglo XX, algunos escritores como Ernest Hemingway, Virginia Woolf, Arthur Kostler, Primo Leví, Yukio Mishima, Stefan Zweig, Walter Benjamin, Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni, Césare Pavese, Sándor Maraí, entre muchos otros, también decidieron suicidarse.

Sigmund Freud, inventor del psicoanálisis, en diversos momentos de su obra se detuvo a pensar la cuestión del suicidio. Lo hace, por ejemplo, en 1901, con Psicopatología de la vida cotidiana, donde el suicidio es considerado como consecuencia de un conflicto psíquico del sujeto, en tanto que dividido.

Freud escribe: “Es sabido que en casos graves de psiconeurosis suelen aparecer, como síntomas patológicos, unas lesiones autoinferidas, y nunca se puede excluir que un suicidio sea el desenlace del conflicto psíquico”.

Sin embargo, nos dice aún más: “muchos daños en apariencia casuales sufridos por estos enfermos son en verdad lesiones que ellos mismos se infligieron. Hay en permanente acecho una tendencia a la autopunición, que de ordinario se exterioriza como autoreproches, o presta su aporte a la formación de síntomas”.

Así, en este momento, Freud va a vincular al suicidio con una tendencia al autocastigo, y más tarde lo relacionará con el sentimiento inconsciente de culpa. Además del suicidio deliberado consciente, Freud señala la existencia de “una aniquilación semideliberada que sabe explotar hábilmente un riesgo mortal y enmascararlo como azaroso infortunio”.

Esta tendencia intensa a la autoaniquilación que se encuentra presente, nos va a decir Freud, en un número de seres humanos mayor que el de aquellos en que se realiza: “las lesiones infligidas así mismo son, por regla general, un compromiso entre esa pulsión y las fuerzas que todavía se le contraponen, y aún en los casos en que realmente se llega al suicidio, la inclinación a ello estuvo presente desde mucho tiempo antes con menor intensidad, o bien como una tendencia inconsciente y sofocada”.

En la literatura, algunos escritores dejan en su obra constancia de la presencia en sus vidas de esa poderosa tendencia a la autoaniquilación.

La poeta Alejandra Pizarnik, por ejemplo, escribía al inicio de su diario, a los 18 años: “¡Morir! ¡Claro que no quiero morir! Pero, debo hacerlo. Siento que ya está todo perdido”.

Poco más tarde, cuando contaba con 26 años, escribió: “De todos modos el horizonte es siempre el suicidio. Cada año prolongo la fecha. Hoy la prolongué muchísimo: me mataré cuando tenga treinta años”. Finalmente, se suicidó a los treinta y seis años.

Freud nuevamente vuelve a hablar del suicidio en el caso Dora, en 1905. Se refiere esencialmente a la carta que los padres de la muchacha encuentran en uno de sus cajones, ahí se despide de ellos porque ya no podía soportar más la vida.

Freud infiere que la muchacha misma la dejó al alcance de sus padres. Ante el hallazgo de la amenazante carta, ellos decidieron ponerla en tratamiento con el doctor vienés.

La carta de despedida es para Freud un llamado de atención dirigido al Otro. Dora, en un momento dado, pide a su padre que decida entre el amor a ella y a la Sra. K. Se trata de un llamado al Otro, de quien no obtiene una respuesta válida, con lo que la demanda se repite, ahora en su actuar dejando la carta asequible al padre.

Aquello que no puede ser recordado y se repite en una actuación, Freud le llama Agieren, Lacan le llamó acting out. Se trata de una “puesta en escena” destinada al Otro por parte del sujeto. Las ideas suicidas o intentos de suicidio bien podrían leerse como “puestas en escena”, un mensaje, un llamado dirigido al Otro.

Y este es el punto, más que la decisión de matarse: el suicida muestra en sus escritos un llamado al Otro y al mismo tiempo la imposibilidad de que se tenga una respuesta válida. El intento que se expresa en las cartas no impide que eventualmente el suicidio se consume. El intento es cosa seria.

Freud va a dar un novedoso aporte al estudio del suicidio en 1913, en Tótem y Tabú, donde escribe: “los impulsos suicidas de nuestros neuróticos resultan ser, por regla general, unos autocastigos por deseos de muerte dirigido a otros”. Esta afirmación bien podría tomarse como la segunda tesis de Freud ante el suicidio.

Dos años después, en 1915, Freud va a escribir un texto fundamental para reflexionar el suicidio desde el psicoanálisis. Se trata de Duelo y melancolía. Aquí va a realizar una lectura diferenciada entre el duelo y la melancolía como respuestas ante la pérdida de un ser amado u otro objeto equivalente.

En el duelo se presentaría una reacción “normal” mientras que en la melancolía la respuesta será patológica.

Freud va a sostener que: “La melancolía toma prestados una parte de sus caracteres del duelo, y la otra parte a la regresión desde la elección narcisista de objeto hasta el narcisismo”. Se trata de una reacción, como en el duelo, ante la pérdida real del objeto de amor; sin embargo, en la melancolía esta pérdida es una ocasión para que la ambivalencia de los vínculos amorosos se haga presente. Escribe Freud: “si el amor por el objeto se refugia en la identificación narcisista, el odio se ensaña con ese objeto sustitutivo insultándolo, denigrándolo, haciéndolo sufrir y ganando en este sufrimiento una satisfacción sádica”.

La melancolía se caracteriza por un estado de ánimo profundamente doloroso, una desaparición del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar y la disminución del amor propio.

Esto último se expresa con fuertes y reiterados autoreproches y pueden llevar al sujeto a la búsqueda de castigos, lo que constituye la especificidad de la melancolía. Y el psicoanalista nos revela: “Sólo este sadismo nos revela el enigma de la inclinación al suicidio por la cual la melancolía se vuelve tan interesante… y peligrosa”.

Freud, como vemos, va a retomar algunas de las ideas ya bosquejadas y dirá: “Desde hace mucho tiempo sabíamos que ningún neurótico registra propósitos de suicidio que no vuelva sobre sí mismo a partir del impulso de matar a otro”. El melancólico se dirige reproches, se insulta y sólo espera rechazo y el castigo.

El poeta italiano Césare Pavese gana el premio Strega en 1950. Se trata de un momento de máxima gloria y, sin embargo, escribe en su diario El oficio de vivir: “¿He hecho algo en mi vida que no fuese de tonto? De tonto en el sentido más trivial e irremediable, de hombre que no sabe vivir, que no ha crecido moralmente, que es vano, que se mantiene en el puntual del suicidio, pero que no lo comete”.

Freud sostiene que el yo sólo puede darse muerte si, en virtud del retroceso de investidura de objeto, puede tratarse como objeto y dirigir hacía sí mismo la hostilidad que recaería sobre un objeto: “La sombra del objeto ha caído sobre el yo”, sentencia el maestro vienés.

De esta manera, el análisis de la melancolía revela que el yo sólo puede darse muerte cuando el odio es más eficaz que el amor para mantenerse unido imaginariamente al objeto.

Césare Pavese, en este sentido, escribe en su diario: “Quien odia, no está nunca solo: está en compañía del ser que le falta”.

Césare Pavese, ese sufridor ejemplar, como le llama Susan Sontang, seis años después de haber terminado relaciones amorosas con Tina, escribe en su diario: “el golpe bajo que te ha dado Tina lo llevas siempre en la sangre. Has hecho de todo para encajarlo, hasta lo has olvidado, pero de nada te sirve huir. ¿Sabes que estás solo? ¿Sabes que no eres nada? ¿Sabes que te deja por eso?”.

Pavese se suicida el 26 de agosto de 1950 ingiriendo una sobredosis de somníferos.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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