Narrativa

Aurelia

Aurelia

Diciembre 13, 2023 / Por Agustín Aldama

El jueves por la noche, Aurelia se encontraba sola con su bebé de año y medio en la casa de sus patrones, los señores Cabrera, en la Ciudad de México. El padre de Beatriz, la señora de la casa, agonizaba después de un accidente automovilístico en la ciudad de Guadalajara. La mayor parte de los familiares de la pareja eran oriundos del estado de Jalisco y no tuvieron más remedio que encargarle la casa a ella, la sirvienta que llevaba trabajando con ellos no más de ocho meses.

Aurelia estaba muy agradecida, pues la habían recibido sin necesidad de grandes referencias, bastó con la recomendación de Juanita, la anterior empleada que llevaba más de veinte años trabajando con ellos y que se tuvo que retirar. Aurelia se había ganado la confianza de Beatriz, la señora de la casa, gracias al entusiasmo y energía con las que se encargaba de realizar sus tareas, nada se comparaba con el arduo trabajo que realizaba en el campo y que se había agravado con la sequía en su pueblo, en Guerrero. Lo importante para ella era mantener segura y bien alimentada a Lupita, su pequeña, principal razón por la que tuvo que abandonar su pueblo.

La casa no era muy grande y no resultaba problemática la limpieza; sin embargo, debía tener gran cuidado en la zotehuela o traspatio, donde se encontraban trece jaulas con diferentes tipos de aves a las que la señora adoraba. Había que limpiarlas, cambiar el agua y preparar diferentes clases de alimentos: plátano macho picado combinado con mosco seco, para el jilguero y el cenzontle; para el cardenal, verduras y frutas; el alpiste para canarios y gorriones entre otras semillas; y a algunas que se les tenían que dar huevo cocido y picado también. Aurelia ya sabía cómo cuidarlos, pues siempre apoyaba a la señora en eso.

Al atardecer, Aurelia tenía miedo al encontrarse sola en esa casa por primera vez. Se aseguró de cerrar muy bien la reja de la entrada, así como la puerta principal con toda clase de cerraduras. Descolgó de sus lugares las jaulas de los pájaros para acomodarlas en el pasillo que conducía al patio trasero. Como siempre, puso las jaulas más grandes al nivel del piso para que, de esa manera, pudiera acomodar encima las más pequeñas. Al final, las cubrió con la manta para que no tuvieran problema con la luz y el frío. Debía tener gran cuidado al cerrar la puerta de acceso, pues durante la noche se escuchaban los maullidos de los gatos en las azoteas de las casas vecinas.

La niña comenzó a llorar: era la hora de calentar la leche y dársela para que se durmiera, debía apresurarse para subirse al cuarto de servicio que se encontraba en la azotea antes de que oscureciera. Subió corriendo las escaleras al primer piso y al segundo y por fin, podía cerrar la puerta de acceso a la azotea y también cerró la de su habitación. Había cumplido con sus obligaciones y podía descansar abrazando a su pequeña.

Se durmió recordando el día en el que estaba lavando la ropa en el río y cómo, de pronto, entre los árboles se dio cuenta que se encontraba Juvencio, el padre de su hija, que salía desnudo después de nadar. Siempre supo que nunca sería su pareja, sin embargo, quiso estar con él y disfrutar del inmenso placer que el chico más guapo del pueblo le brindaría. Durante su sueño recordaba una y otra vez las veces que se llegaron a encontrar, la forma en que le hacía el amor, pero de pronto llegó la mañana. Al despertar, el sueño se convirtió en pesadilla al recordar los reclamos de sus padres y de su abuela por haberse embarazado y entregarse a un hombre sin estar debidamente casada, razón por la que tuvo que huir a la capital. La despertó, también, la angustia por la responsabilidad de la casa a su cargo.

Tomó a su niña y conforme fue bajando, revisó que las habitaciones y la casa en general se encontrara en orden. Al llegar a la cocina, que se encontraba a un lado del pasillo donde estaban los pájaros, escuchó aleteos, ruidos extraños. Conforme fue levantando la manta que cubría las jaulas se fue dando cuenta de que la mayoría de las aves se encontraban muertas, ¡casi todas hechas pedazos! Y, oh, sorpresa, en una de las jaulas más grandes, se encontraba atrapada una enorme rata, con el clarín entre sus garras. ¡Qué desesperación! Tal vez con las prisas de la noche anterior dejó entreabierta la puerta que da a la zotehuela y por la coladera del lavadero había salido la feroz asesina. ¡Qué desesperación, qué cuentas le entregaría a la señora! En ese momento pensó que trabajaría lo suficiente para algún día poder reponer las aves muertas.

Con gran repulsión y todo el odio del mundo tomó la jaula y con un gancho para la ropa aseguró la puerta por la que se había escabullido la rata. ¿Pero cómo acabar con ese animal? Si quisiera ahogarla, no cabría una jaula tan grande en la pileta del lavadero. A golpes, o con un cuchillo, corría el riesgo de que se le escapara. Tenía que matarla de alguna manera. La mejor manera que encontró fue quemarla, arrojándole alcohol y prendiéndole fuego. Sería la mejor manera de acabar con la maldita.

Al ir por el alcohol al botiquín, sentó a su hijita en un sillón de la sala, en tanto terminara con su cometido. Puso la jaula a la mitad del traspatio y le arrojó el alcohol, la rata daba vueltas enloquecida. Aurelia encendió un cerillo y lo arrojó al animal que continuaba corriendo dentro de su celda. Y sucedió algo inesperado: con el calor del fuego la soldadura de la jaula de alambre galvanizado se derritió y la rata, convertida en una tea ardiente y viva, corrió hacia el interior de la casa, en dirección hacia Lupita, la hija de Aurelia. En su dolor y desesperación, la rata se trepó por la tela de las cortinas de terciopelo que, en forma de galería, cubrían los ventanales de la casa, las cuales ardieron de inmediato…

Agustín Aldama

(Ciudad de México, 1947). Es egresado de la Licenciatura en Pintura en la ENAP, mejor conocida como La Esmeralda. En su carrera como pintor ha realizado 14 exposiciones individuales y más de 70 colectivas, tanto en México como en el extranjero. El año de 2019 fue invitado a participar en el taller de literatura con el maestro Marco Julio Robles, donde ha sido motivado a escribir y en donde ha encontrado un inesperado y reconfortante mundo de posibilidades.

Agustín Aldama
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