Narrativa

Cabina A

Cabina A

Abril 25, 2023 / Por Agustín Aldama

Era un fin de semana más, igual de aburrido que los últimos de aquel invierno. Julián no sabía qué hacer ni a dónde ir. Lo único que quería era encontrar de nuevo a Alberto, un chico al que había conocido meses antes y de quien no tenía la menor idea sobre cómo localizarlo.

Una y otra vez, Julián se sintió arrepentido de haberse despedido de Alberto al salir del cine Las Américas, sin convenir cuándo y dónde volverían a encontrarse. En ese momento, Julián se encontraba furioso. Habían asistido a ver la película Johann Strauss, el rey sin corona, pero justo cuando se interpretó uno de los valses del compositor, se dio cuenta de que su amigo se encontraba hecho un mar de lágrimas, emocionado y conmovido por la música y tal vez por la situación del protagonista. Algunas personas lo notaron: Julián estaba irascible, lo único que quería en ese momento era salir corriendo y que nadie se enterara de que él era su acompañante.

—¿Qué te pasa? ¿Te sientes mal? ¡Si quieres ya vámonos, ya cálmate, por favor! —Julián intentó calmarlo; Alberto, sin contestar, tal vez apenado, dejó de llorar, por lo que puedieron terminar de ver la película.

Eran finales de los ochenta.

Se habían conocido dos meses antes de ir juntos al cine, en el Mercado de Discos de la avenida San Juan de Letrán. En ese lugar existían cabinas con tornamesas en las que los clientes podían escuchar los acetatos y, si les gustaban, los compraban. En una de esas cabinas se encontraba Julián con uno de sus primos escuchando música instrumental sin darse cuenta que otro chico, hacía tiempo, esperaba su turno.

Al salir de la cabina “A”, Julián y el joven quedaron frente a frente. No pudieron evadir sus miradas. Aquello fue como un imán entre ellos, como si mentalmente ambos se preguntaran: ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas? ¿A dónde vas?... Sin darse cuenta de ello, Carlos, el primo de Julián, interrumpió ese diálogo sin palabras y lo apresuró a las cajas para pagar los discos elegidos. Estando en la fila para pagar, Julián se volvió a la cabina pretextando un olvido.

—Hola, me llamo Julián, me gustaría hablar contigo. ¿Te parece si nos vemos mañana? ¿Aquí mismo? ¿A esta hora? —preguntó, ansioso por recibir una respuesta.

—Claro, solo que mañana no puedo. ¿Pero qué te parece si nos vemos en el teatro que está por Tlatelolco, sobre la calle de Peralvillo esquina con Paseo de la Reforma, el próximo viernes a las 7? Si no te veo, te dejo el boleto en la taquilla del teatro. Me llamo Alberto Díaz de Sandy.

—Encantado. Ahí nos vemos. Mucho gusto. Ahora me voy porque mi primo ya debe haber pagado. ¡Hasta el viernes! —dijo Julián emocionado. Por ningún motivo su primo Carlos debería enterarse de su nueva amistad. Con su forma de ser, le parecería algo incomprensible y extraño.

Tendrían que pasar miércoles, jueves y el transcurso del viernes para que llegara el momento en que Julián se encontraría con Alberto. Trató de terminar todo el trabajo pendiente en la oficina del banco donde trabajaba, revisó una vez más los últimos capítulos de su tesis, arregló su cuarto acomodando todas las cosas meticulosamente. Hizo todo lo posible para que el tiempo pasara más rápido. Por fin llegó la tarde del viernes.

Julián no encontró al chico en la puerta del teatro, pero en la taquilla, con su nombre, le fue entregado el boleto de entrada.

Comenzó la obra y hasta el momento de apagarse la luz, Julián no encontró a Alberto por ningún lado. Durante la puesta en escena, que se desarrollaba en una calle de un barrio bajo de la ciudad, varios actores interpretaban los personajes típicos de una zona popular. En una esquina, tres mujeres se ponían al tanto de cuanto chisme se habían enterado; a la entrada de una vecindad, entre el humo y el chisporroteo de las fritangas, la señora que las preparaba, apresuraba a su ayudante, pues tenían a varios clientes haciendo cola, en espera de su turno. Conforme fueron apareciendo otros personajes y, a medida que sus acciones se iban entrelazando, Julián se adentró en la trama y ya no se preocupó por localizar a su amigo.

La historia se desarrolló de manera interesante y simpática gracias al ingenio de quien escribió la obra. Toda clase de enredos y pasiones se evidenciaba a través de los diálogos, hasta que llegó el momento en que un par de personajes drogados irrumpieron en el lugar para asaltar a los comensales y a la “seño” de las quesadillas. Al armarse la trifulca, algunos se enfrentaron a los asaltantes, otros corrieron en busca de la policía y los más gritaban desaforadamente; de pronto, cuando sonó una música como del oeste, todo se detuvo: nadie gritó ni se movió. La razón, había llegado el héroe de la historia, el hombre al que todo mundo respeta. Un esbelto vaquerito con botas y sombrero apareció en escena para, con su sola presencia, apaciguar el alboroto… Se trataba de Alberto. Julián sintió otra vez aquella alegría, semejante a cuando se conocieron en la cabina del Mercado de discos. Pero en esta ocasión la emoción era más grande aún, porque Alberto era el héroe de la historia. Julián se dio cuenta, además, que Alberto había llegado a la cita de ese modo tan especial.

Al cerrarse las cortinas, Alberto se asomó e invitó a Julián a pasar a los camerinos. Una vez dentro, Julián lo felicitó con un fuerte abrazo. Como se trataba de la última representación de la obra, todos los actores y miembros del equipo se dispusieron a ir a festejar al departamento de uno de ellos. Julián aceptó acompañar a Alberto a la fiesta con el elenco. Desafortunadamente para Alberto ese final no sería tan feliz: al buscar su ropa para cambiarse, la encontró con varias perforaciones hechas, al parecer, con cigarros. Posibles envidias entre sus compañeros, pero a él no le importó y se dejó el vestuario de la obra. Lo importante sería festejar con su nuevo amigo, Julián.

Después de pasar una noche maravillosa, Julián y Alberto quedaron de encontrarse en varias ocasiones más. Todavía no existían los celulares y “ciertas” personas, para encontrarse, se citaban un día determinado, en tal o cual lugar, a una hora, también, determinada; porque no era fácil dar el número de la casa o del trabajo, pues con las extensiones de las líneas telefónicas no había privacidad y comenzaban las eternas preguntas sobre quién era tal o cual persona. Por ello, Julián y Alberto siempre quedaban de acuerdo en el lugar y la hora de su siguiente cita, así lo hicieron, hasta el día en que quedaron de verse para ir al cine Las Américas a ver la película de Johan Strauss.

Fue dos o tres cuadras más allá del citado cine cuando Julián recapacitó. Se dio cuenta que, en su arrebato, no había quedado de acuerdo con Alberto acerca de en dónde y cuándo se encontrarían de nuevo. Arrepentido, volvió con la esperanza de que su amigo lo estuviera esperando a la entrada del cine o por las tiendas y negocios de los alrededores. Al no encontrarlo, dio la vuelta a la manzana una y otra vez, acelerando el paso. Luego amplió el círculo de su búsqueda en varias manzanas, pero no logró localizarlo.

Al día siguiente, se dirigió al teatro para obtener alguna información sobre Alberto, pero las puertas estaban cerradas. Un letrero indicaba que no habría funciones de teatro experimental hasta nuevo aviso. El velador del lugar no tuvo ni la menor idea de qué decir cuando Julián quiso saber detalles acerca de los actores.

El sentimiento de culpa comenzó a agrandarse, al mismo tiempo creció la zozobra por no estar de nuevo con la tierna, sensible y maravillosa persona que su querido actor encarnaba en la vida real.

Julián nunca encontró la manera de localizar a su amigo. Buscó entre diferentes ámbitos de la actuación, sin el menor éxito. Varias veces se acercó al teatro. En una ocasión en la que el teatro estaba abierto, ponían una obra de Lope de Vega y Julián entró a verla, con la ilusión de encontrar entre los actores a Alberto, pero no hubo suerte.

Recordó que Alberto era de Sonora y pensó que tal vez se había regresado a aquel Estado. Conforme fue pasando el tiempo, Julián recordaba, una y otra vez, los comentarios que Alberto le hizo en aquellas ocasiones, cuando estuvieron juntos:

“Vine a la capital porque sabía perfectamente que aquí te encontraría. No te imaginas lo que sentí cuando te encontré en el Mercado de Discos”.

Mientras más tiempo pasa, estoy seguro de que nuestra relación va a perdurar, lo sé y lo siento de verdad”.

“Vas a pensar que soy un cursi y romántico, pero en tan poco tiempo de conocernos, creo que escribiría un libro sobre ti”.

Agustín Aldama

(Ciudad de México, 1947). Es egresado de la Licenciatura en Pintura en la ENAP, mejor conocida como La Esmeralda. En su carrera como pintor ha realizado 14 exposiciones individuales y más de 70 colectivas, tanto en México como en el extranjero. El año de 2019 fue invitado a participar en el taller de literatura con el maestro Marco Julio Robles, donde ha sido motivado a escribir y en donde ha encontrado un inesperado y reconfortante mundo de posibilidades.

Agustín Aldama
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