Narrativa

Helga

Helga

Junio 20, 2023 / Por Agustín Aldama

Portada: Leonora Carrington, La Giganta (detalle), 1947.

 

Julián estaba esperaba a que saliera el Sr. Schmidt de uno de sus departamentos para reclamarle, una vez más, alguna de las tantas irregularidades relacionadas con la compra del pequeño departamento en el viejo edificio de la colonia Cuauhtémoc, el cual adquirió para utilizarlo como estudio para pintar. Como siempre, el terrateniente de origen alemán argumentó tener mucha prisa porque, según dijo, debía arreglar uno de sus tantos problemas inmobiliarios.

—Lo siento, tengo una cita en la Procuraduría del Consumidor en menos de una hora y debo llegar a tiempo. Ya sabe usted cómo son estos asuntos, pero no tarda en llegar mi asistente, el Sr. Flores. Hable con él y ya con más tiempo vemos lo de su drenaje —antes de dirigirse a la calle, Wliderigt Schneider volteó hacia atrás, señalando a una chica que lo seguía. La mujer, de unos veinticinco años, era rubia y de ojos verdes, un poco pasada de peso pero de muy buen ver, llevaba un ajustado pantalón de mezclilla y zapatillas rojas con tacón y correa.

—Ella es Helga, es mi paisana, acaba de llegar a México. Viene a estudiar arte, igual que usted. Platique con ella en lo que llega el Sr. Flores. Va a ocupar uno de mis departamentos. Hasta luego —y salió huyendo, como siempre, dejándolos solos.

─Hola, me llamo Helga Yohana Weber. Vengo de Stuttgart, al sur de Alemania, cerca de Múnich. Obtuve una beca para estudiar un tiempo aquí, aunque lo que pretendo es estudiar Land Art en Estados Unidos. Hace tiempo que estudio español y pretendo practicarlo en México —dijo sonriente, con el característico acento alemán, claro y fuerte. Ese acento de los alemanes era un tanto conocido por Julián gracias al contacto con el Sr. Schneider, aunque al de él habría que agregarle un dejo de acento tepiteño, adquirido en Peralvillo, lugar donde, según tengo entendido, había vivido desde que llegó a México muchos años atrás, cuando se casó con una mujer de Oaxaca.

Helga, en ese momento, lo invitó a pasar al departamento siete, que quedaba enfrente del suyo. Le pidió apoyo para instalarse y orientación acerca de dónde comprar algunos muebles y, en especial, un restirador. Entonces comenzó a sacar, de una maleta de piel color café, diseños y bocetos de lo que ella hacía en Europa. Él le comentó sobre lo que era estudiar arte en La Esmeralda. Se hizo tarde y el Sr. Flores, como era de esperarse, nunca llegó.

Salieron a comer a la Zona Rosa. Julián le propuso el restaurante Bellinghausen, de comida alemana, pero al ver los precios decidieron ir al Vip’s. Helga comenzó por probar unos tacos de bistec. Durante la plática, ella comentó que en parte venía huyendo del machismo de los alemanes. Julián no consideró oportuno predisponerla profundizando en el tema. Supuso que, al venir a nuestro país, debió haberse documentado lo suficiente en ese sentido, simplemente le dio la bienvenida. Así comenzó su incursión en la cultura mexicana y, también, su amistad con Julián.

La acompañó a diferentes partes de la ciudad mientras aprendía a movilizarse. Luego de unas semanas comenzó sus clases, a las que, en contadas ocasiones regresaría, pues prefería adentrarse en el conocimiento de nuestra capital. Un día que Julián iba llegando al edificio, Helga, a través de señas, lo llamó para que la fuera a ver. Con mucho trabajo le dio a entender que había ido al mercado de La Merced, donde una indígena se encontraba vendiendo en el suelo unos frascos de color amarillo y otros color ocre. Ella le preguntó si era miel. La mujer contestó que sí y Helga se tomó el contenido. Pero no era miel, era barniz para zapatos. Se quemó toda la boca.

Durante varios días, Julián y su amigo Daniel le prepararon comida adecuada, alimentos fáciles de digerir en tanto se reponía de las quemaduras.

Era el mes de septiembre y Julián necesitaba ir a La Piedad, Michoacán, para visitar a sus padres. Invitó a Helga para que conociera los festejos por el día de la patria en provincia, donde aún se conservan gran parte de las más arraigadas tradiciones.

En ese año de 1990, la sociedad civil de Alemania Oriental se organizaba para pedir más libertades políticas y se manifestaba de forma pacífica, pero multitudinaria. Esa situación tenía a Helga muy preocupada. No estaba de acuerdo con la reunificación de las dos “alemanias”, pues consideraba que sería muy costoso para Alemania Federal su anexión.

─Recibir a los alemanes orientales que son gente pobre y sin trabajo va a significar menores oportunidades para nosotros los jóvenes. Imagínate lo que sucederá si nos llega ese tumulto exigiendo trabajo y toda clase de oportunidades de las que carecen. Su economía está muy por debajo respecto a Occidente ─comentaba Helga, irascible, malhumorada, durante el camino a Michoacán.

A la llegada a La Piedad, el tema sobre su país quedó atrás ante la algarabía de la gente, las calles techadas con papel picado tricolor, los puestos de vendedores de banderas y motivos patrios y los altavoces anunciando los eventos que se celebrarían a partir de ese día, 14 de septiembre. En la casa de los padres de Julián ya los estaban esperando con la mesa servida con toda clase de platillos propios de la región, especialmente las tradicionales carnitas, enchiladas placeras, cecina bien dorada, sin que faltara la famosa sopa tarasca. Todo parecía a tono con la celebración, salvo por las miradas de análisis entre su madre y su amiga alemana.

Después de las presentaciones y de un necesario descanso, tenían que estar listos para asistir a la designación y coronación de la reina de las fiestas patrias.

—Deberían aplicar un boicot a este tipo de concursos, como lo sucedido en Gran Bretaña. Resultan una gran violencia simbólica. “No somos lindas, no somos feas, estamos enojadas” —cantaba en voz baja Helga, recordando una de las consignas de las integrantes del Movimiento de Liberación de las Mujeres que boicotearon el concurso de Miss Universo.

Al día siguiente, presenciamos el desfile y en la noche los fuegos artificiales, el torito y la quema del castillo. A Helga le divertía el entusiasmo de la gente por la fiesta, pero en general mostraba gran interés por las personas.

—¿Te has fijado cómo la mayoría de las mujeres lucen esbeltas, bien vestidas y con actitud de modelos? Sin embargo, ellos, en general, parece que presumen una enorme panza con el cinturón bien fajado por debajo de ella, dan la impresión de que acaban de regresar de alguna labor en el campo —reflexionaba Helga en todos lugares y a todo momento.

El domingo, por la mañana, Julián acompañó a su papá a hacer unas compras al centro. Al regresar se dio cuenta de que su mamá salía del cuarto en el que se encontraba Helga, azotando la puerta:

—Dime, por favor, qué clase de mujer es ésta que has traído a mi casa. Después de desayunar, cuando ustedes se fueron, ella se volvió a acostar. A eso de las once, le pregunté si estaba lista para irnos a misa de doce, a lo que me respondió que a ella no le interesaban esas cosas, que ella no creía en Dios. Al preguntarle entonces en qué creía, me contestó que en la naturaleza, en el día y en la noche, en las flores…, que además ya estaba cansada de mi manera de dirigirme hacia ella, que yo la trataba como a una niña, como a un ser inferior a quien hay que demandarle obediencia. Y que por el hecho de estar en su casa y por solidaridad contigo, no se había atrevido a contestarme debidamente desde un principio.

Esa misma tarde nos regresaron a la Ciudad de México. No había manera de reconciliar dos puntos de vista tan opuestos. Lo mejor sería hacer mutis. Helga y su madre se despidieron amablemente.

Después de varios días, Helga mandó llamar de nuevo a Julián. En esta ocasión, unos amigos la habían invitado a conocer el Popocatépetl. Le comentó que desde un principio le había fascinado el hecho de que hubiera volcanes activos, tan cerca de la ciudad.

Ella y sus amigos, entusiasmados, fueron ascendiendo hasta las partes más altas. Maravillados por el paisaje nevado no se percataron de que se requiere de gafas y aditamentos necesarios para acercarse tanto a esos límites. A Helga le dio una enfermedad llamada fotoqueratitis, causada por el reflejo del sol en la nieve y por una prolongada exposición a los rayos ultravioleta. Una vez más, Julián y Daniel tuvieron que proporcionarle alimentos y cuidados en tanto el oftalmólogo le regresaba la visión.

Helga por fin logró ser admitida en una universidad de Atlanta para obtener su pretendido curso sobre Land Art.

Pasados varios meses, Helga regresó de los Estados Unidos:

—¡Qué gente tan indiferente! Los americanos caminan como autómatas, parece que traen anteojeras de las que les ponen a los caballos para que no vean a los lados. Si bien las familias en Alemania tenemos diferencias entre nuestros abuelos, por la destrucción que hicieron de nuestro país, actualmente, sabemos del gran apoyo económico que recibimos de parte de ellos después de la segunda guerra mundial. Para algunos jóvenes como yo, está de moda hablar mal de ellos, por incultos, prepotentes e imperialistas. Sin embargo, sentimos admiración por su música y vemos sus películas y sus logros en varios aspectos. En fin, si estuve allá fue por sus adelantos en lo referente a lo que me interesa, el arte en la naturaleza. Los desiertos de Estados Unidos fueron los espacios iniciales para desarrollar las primeras obras de este tipo en los años sesenta. Con este curso y, al llegar al aeropuerto Benito Juárez, al ir aterrizando el avión y ver los terrenos que se encuentra a un lado, me inspiré y visualicé la idea que buscaba. Ahora es cuestión de hacer un reconocimiento del terreno, aprovechando los troncos de los árboles secos, ramas, rocas y mucho de lo que se encuentra ahí, será como el lienzo de mi obra, al despegar y aterrizar los aviones, los pasajeros podrán apreciar mi arte, voy a poder lograr mi objetivo —muy entusiasmada, Helga comenzó a preparar su proyecto.

Cada que se veían, salían a comer, a tomar la copa o simplemente a platicar. Para entonces, Julián y Helga se habían sincerado. En una ocasión, al estar tomando unas copas y dialogar sobre sus convicciones, Julián admitió que Daniel era su pareja y que llevaban varios años de relación. A Helga le pareció inconcebible que no se lo hubiera confesado desde un principio.

—¡No concibo que una persona lleve una vida sin convicciones, que no esté consciente del valor de su posición ante la vida y que no haga lo que esté a su alcance para derribar lo que considera injusto! ¡Me decepcionas, creí que eras otra clase de persona! ─Helga se salió de donde estaban. Julián nunca se imaginó que un comentario que él consideró intrascendente le fuera a producir a su amiga esa reacción. Días después, se topó con ella a la entrada del edificio. Llevaba un collarín en el cuello. Al preguntarle sobre lo que le había pasado, le comentó que alquiló un caballo en los alrededores del aeropuerto y que la bestia la tiró. Inconsciente y tontamente, Julián esbozó una estúpida sonrisa al decirle que tuviera más cuidado con lo que hacía. Helga le dio la espalda y se alejó. Trató de hablar con ella, pero no le abrió la puerta. Tiempo después se enteró que había dejado el departamento. No supo de ella por mucho tiempo.

Pasados varios meses, Julián recibió una llamada telefónica de Helga, le dijo que necesitaba verlo, que era urgente, que se encontraba hospedada en un hotel económico en una de las calles que salen a la avenida Cinco de Mayo, en el centro de la ciudad. Al llegar le indicaron el cuarto en que se encontraba. La puerta estaba entreabierta. La encontró en una esquina de la habitación, sentada sobre el piso, tan delgada que casi ni la podía reconocer, leyendo y llorando.

—¡No puedo dejar de leer, no me atrevo ni a salir a comer, siento que si dejo de leer me tengo que enfrentar a una realidad a la que ya no tengo fuerzas para combatir! He estado en diferentes lugares de México, al norte, al sur y en todos lados al final es lo mismo. No soy una persona, para ellos solo soy algo fácil de usar, humillar y manipular, peor que en mi país, ingenuamente pensé que aquí, en una cultura tan distinta, encontraría algo mejor. Lo único que te pido es que te esperes y me acompañes mañana al aeropuerto. Estoy embarazada y lo único que quiero es llegar a mi país para poder abortar. Estando en Puebla, me enamoré de un tipo que me engañó y trató de prostituirme. Intenté matarlo y ahora él y su familia me persiguen. Sólo te pido este último favor…

Agustín Aldama

(Ciudad de México, 1947). Es egresado de la Licenciatura en Pintura en la ENAP, mejor conocida como La Esmeralda. En su carrera como pintor ha realizado 14 exposiciones individuales y más de 70 colectivas, tanto en México como en el extranjero. El año de 2019 fue invitado a participar en el taller de literatura con el maestro Marco Julio Robles, donde ha sido motivado a escribir y en donde ha encontrado un inesperado y reconfortante mundo de posibilidades.

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