Ciencia y sociedad

¿Se jugará ‘Piedra, papel o tijera’ en el futuro?

¿Se jugará ‘Piedra, papel o tijera’ en el futuro?

Abril 06, 2021 / Por Juan Pablo Aguilar

Sócrates dijo que una vida no examinada no merece la pena vivirse. Esta frase se ha sobado, manoseado y repetido a placer en la literatura de autoestima, moral o en cualquiera donde se privilegie la introspección sobre otros medios para adquirir información. ¿Qué dice la ciencia sobre esta técnica de autoconocimiento?

A grandes rasgos, la introspección es el tipo de película que vemos cuando pensamos sobre nosotros mismos. Durante siglos se ha confiado en este método de autoanálisis. La fe en la introspección es consecuencia de dos tesis que no parecen necesitar mucho argumento: i) que sólo nosotros podemos saber lo que pensamos, y ii) que nuestra reflexión sobre estos pensamientos es la mejor manera para saber lo que pasa en nuestras cabezas. Son afirmaciones obvias, ¿cierto? Falso. Ambos supuestos podrían ser los últimos estertores de una concepción precientífica del mundo.

En The Atheists Guide to Reality (2012), el filósofo de la ciencia Alex Rosenberg derriba algunas de las intuiciones equivocadas que han guiado la conducta humana durante milenios, entre ellos la certeza de que podemos saber lo que estamos pensando (una parte de su argumentación también puede encontrarse en Why Don’t You Know Your Own Mind). Como buen naturalista, Rosenberg está convencido que no importa cuán intuitiva parezca una teoría, si la evidencia empírica sugiere que es falsa, entonces conviene abandonarla. Vale la pena recordar un experimento que destruye algunos lugares comunes sobre la mente, la conciencia y hasta el significado de la vida.

La mente no decide: Benjamin Libet

A finales de la década de los 70, el neurólogo Benjamin Libet (1916-2007) diseñó un experimento que se ha replicado un montón de veces, con distintas variables. Con la ayuda de un cronómetro, los participantes reportaban en qué momento deseaban realizar una acción simple, tal como levantar su muñeca o apretar un botón. Al mismo tiempo se monitoreaba su actividad cerebral por medio de un electroencefalograma (EEG) —electrodos conectados a su cuero cabelludo—. También se registraba el momento en que los participantes realizaban la acción.

El resultado fue que se pudo detectar cierta actividad cerebral, que Libet llamó el “Readiness Potential”, en el Área Motor Suplemental (SMA) aproximadamente 300 milisegundos antes de que el sujeto tuviera la intención de querer realizar la acción y, por supuesto, antes de que efectivamente la ejecutara. Esto sugiere algo que tal vez sorprenda a quienes no sean lo suficientemente materialistas: que el cerebro decide qué hacemos antes de que nosotros estemos conscientes de ello.

Algunos filósofos aluden al experimento de Libet para rechazar la posibilidad del libre albedrío. Esta conclusión tal vez no se sigue necesariamente. Pero tal como apunta Rosenberg, es suficiente que los resultados indiquen que el proceso cerebral —y no nuestra conciencia— sea lo que determina nuestras acciones para desconfiar de la introspección. En otras palabras: si la conciencia no tiene ningún papel en nuestras decisiones, pensar en ella no tiene por qué hacernos saber por qué actuamos de un modo y no de otro. La introspección sería para nosotros igual de inútil como lo sería para una marioneta. Los cordones que nos mueven están en algún lugar de nuestro cerebro y no tenemos acceso a ellos.

Libet Reloaded

Hace unos meses, Steve Taylor, autor de Spiritual Science, publicó un artículo en Scientific American criticando el diseño experimental de Libet. Para Taylor, el experimento es muy endeble por basarse en el registro de los participantes sobre sus propios impulsos. Dado lo difícil que es decidir el momento exacto en que se tiene la intención de realizar una acción simple, además de la dificultad de lograr registrarlo, Taylor argumenta que las conclusiones de Libet son apresuradas, aún más si se considera lo débiles y ambiguas que pueden ser las señales del EEG.

Cierto: a 40 años del experimento de Libet, su diseño parece rudimentario. Por eso científicos como Christof Koch (1956) lo han actualizado. Neurocientífico director del Instituto Allen para la Ciencia del Cerebro, Koch rediseñó el experimento original de Libet esquivando algunas de las críticas.

En primer lugar, Koch y su equipo conectaron electrodos ya no al cuero cabelludo de los participantes, sino directamente al área del cerebro involucrada (personas que ya iban a ser intervenidos con una operación cerebral). Con ello se evita la ambigüedad de las señales producto de la interferencia del cráneo y la piel con los electrodos. En segundo lugar, Koch se las arregló para que una computadora interprete las “intenciones de acción” de los participantes sin que ellos tengan un papel conciente en ello.

El escenario es más o menos el siguiente: los participantes juegan una especie de “Piedra, papel o tijeras” contra los investigadores. En el juego, los participantes tienen que apretar uno de dos botones de un tablero frente a ellos. El investigador “gana” si adivina cuál botón apretará el paciente. Tal como en “Piedra, Papel o Tijera”, el investigador y el participante deben decidir al mismo tiempo. La manera como el investigador intenta anticipar los movimientos del participante es por medio de la computadora que está conectada al cerebro del participante y que le indica al investigador qué mano va a levantar. El resultado es sorprendente: con esta técnica se puede “adivinar” cuál botón apretará el participante dos de cada tres veces.

Así como Libet, Koch sugiere que el cerebro —y no la mente— provoca las decisiones que tomamos y la sensación subjetiva de estar decidiendo. En su experimento, el resultado es todavía más dramático pues se prueba que se puede acceder a los pensamientos de otros sin que ellos lo sepan y, encima, que es posible hacerlo antes de que las otras personas sepan qué es lo que ellos mismos están pensando.

Tanto el experimento de Libet como el de Koch es uno entre varios que sugieren, versus Descartes y toda una tradición filosófica milenaria, que el camino que lleva hacia nuestra mente puede ser transitado por alguien más que nosotros. Otros experimentos bastante citados en las ciencias cognitivas sugieren algo todavía más contundente: que ni siquiera tenemos acceso a buena parte de la información que es la base de nuestras decisiones cotidianas, o que la reflexión sobre nuestros pensamientos no es más que una mera ilusión, el producto de una adaptación evolutiva.

Estar al tanto de estos experimentos no sólo es relevante para quien reflexione sobre el papel de la introspección en nuestras vidas. También lo es para quien piense que no hay mejor método para dirimir decisiones que el “Chin, Chan, Pun” o “Piedra, papel o tijeras”, o cualquier juego con formato de bucle. Si en un futuro contáramos con la tecnología del experimento de Koch —por ejemplo, mediante una app perversa en nuestros celulares—, el milenario juego de origen chino carecería de sentido. Esto no podría estar tan lejos del futuro. Bastaría que se perfeccionaran las técnicas de EEG y se adaptaran a un dispositivo móvil.

Pero algo un poco más importante está en consideración: cuestionar si tenemos acceso a nuestro pensamiento es poner en duda si podemos comprender lo que da sentido a nuestras palabras, acciones y, por supuesto, a nuestras vidas. O algo así escribe Rosenberg.

Si te interesa más del tema te recomiendo The Atheists Guide to Reality (2012). También puedes ver varios videos relacionados en nuestro canal de YouTube Cliché Filosofía.

 

Juan Pablo Aguilar

Juan Pablo Aguilar (Puebla, 1978). Maestro en Filosofía de la Ciencia (UNAM), profesor de Filosofía en la BUAP. Se dedica al marketing y producción de contenidos en YouTube,  y produce Cliché, un canal de divulgación de la ciencia y filosofía que se transmite en YouTube, Canal 22 UNAM, Radio BUAP y TV BUAP. Tiene una publicación en Siglo XXI y en Revista de Antropología (INAH) sobre filosofía de la fotografía y de las representaciones pictóricas respectivamente.

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