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Un bocado de historia de la tecnología con Francisco Gabilondo Soler

Un bocado de historia de la tecnología con Francisco Gabilondo Soler

Diciembre 19, 2020 / Por Alejandro Hernández Daniel

Esta semana, mientras cuidaba los primeros pasos vacilantes de mi hija al intentar caminar por sí misma, ella se acercó a una repisa de mi librero para tomar y revolver algunas cosas por curiosidad. Entre éstas, tomó un cassette que me llevó a un par recuerdos, además de reflexiones por demás curiosas. Para aquellos lectores más jóvenes que no han llegado a conocerlo o manipular alguno, un cassette es un soporte fonográfico analógico (que funciona a través de electromagnetismo) y que almacena información de audio (es decir, relativo a la grabación y reproducción de sonidos). Fueron muy utilizados y populares durante la década de los setenta hasta finales de los años noventa, cuando relevaron a los grandes discos de vinilo LP o Long Play y, a su vez, fueron reemplazados por los Discos Compactos, conocidos como CD, y los archivos de audio digitales comprimidos MP3, desarrollados por el ingeniero eléctrico y matemático alemán Karlheinz Brandenburg, integrante del Moving Pictures Experts Group o Grupo de Experto de Imagen y Movimiento (MPEG).

El cassette está compuesto por una carcasa de plástico relativamente rígida y dos carretes que permiten mover una cinta magnética de un lado hacia el otro (al cual, varias generaciones aprendimos a darle vuelta de manera eficaz con los bolígrafos Vic). Su función inicial era el registro de dictados. Fue introducido en el continente europeo por la firma holandesa Philips en 1963 y en América en 1964 por Sony, siendo esta misma compañía la que dieciséis años después patentaría e introdujera el popular reproductor portátil conocido como Walkman, artefacto de gran utilidad en su momento al reducir el tamaño de los soportes de audio, como los discos de vinilo, lo que derivó en su mejor portabilidad y lo hizo valioso no solo en la industria musical sino también como soporte y registro de archivos históricos de audio de todo tipo, aunque su popularidad y comercialización tardaron en despegar.

Fue hasta la década de los setentas del siglo pasado cuando se desarrollaron y aplicaron en los cassettes los equipos de refuerzo sonoro High Fidelity o de Alta Fidelidad, que se conocerían con la abreviación Hi-Fi. Esto permitió una gran calidad sonora al lograr la anulación de distorsiones, así como la reducción de sonidos de fondo por parte de la tecnología obtenida por el ingeniero eléctrico estadounidense Ray Milton Dolby, fundador de los Laboratorios Dolby, conocidos por su importante impacto en la industria cinematográfica. Para la reproducción de esta “cajita” de plástico es necesaria su decodificación por un dispositivo que se encuentra dentro del reproductor llamado cabezal.

El cassette que mi pequeña escogió lleva las siglas de la compañía que los producía: la Radio Corporation of America (RCA), fundada en 1919 en NuevaYork pero que ampliaría sus operaciones en nuestro país al establecer una fábrica filial en 1952. Esta pieza de historia musical la conservo desde mi infancia. De color blanco, almacena quince grabaciones del cantautor orizabeño Francisco Gabilondo Soler, cuya trayectoria es conocida tanto por la composición de diversas piezas de música infantil como por su mote artístico inconfundible: Cri-Cri el grillito cantor. Como coincidencia, hace cuatro días se cumplieron treinta años de su fallecimiento.

Un dato curioso de cariz científico bastante conocido sobre Francisco Gabilondo Soler, es que después de que incursionara en la radio XEW, donde adquirió el nombre de Cri-Cri, cultivó su afición a la astronomía, llegando a convertirse en miembro de la Sociedad Astronómica de México el 31 de octubre de 1951. La institución fue fundada por el profesor y físico Luis G. León, en 1902, con el apoyo de otros astrónomos, políticos y aficionados de su tiempo.

Un punto de la más que vasta biografía de Gabilondo Soler que pasa desapercibido —o se menciona sin explicar más al respecto— es que en 1926 tomó un curso de linotipista en Nueva Orleans, Estados Unidos. La mayoría de los escritos sobre él señalan este hecho, pero no se hace el menor esfuerzo por explicar qué era la linotipia.

La linotipia fue ideada y puesta a andar en 1886 por el profesor y relojero Ottmar Mergenthaler, originario de la ciudad alemana de Bad Mergentheim, quien migró a los Estados Unidos en 1872. Consiste en una máquina de imprenta cuya característica distintiva es estar pegada a una fundición. Cada máquina poseía un teclado de aproximadamente noventa caracteres o letras que, al oprimirse, liberaban cada carácter, que se alineaba en oraciones completas para pasar a una caja donde se fundían en caliente con una aleación generalmente de plomo, antimonio y estaño. Esto producía una placa o línea metálica llamada matriz en la que se agrupaban moldes de letras que podían reutilizarse. Esto finalmente terminó por desplazar a la producción manual.

La primera máquina comercial fue instalada en las locaciones del periódico The New York Tribune, en 1886, uno de los primeros diarios estadounidenses. Ganó gran aceptación y rápidamente fue usada para la impresión de libros de pequeño formato. Antes de la entrada de la linotipia, los diarios contenían un promedio de entre ocho a diez páginas. La nueva técnica permitió aumentar considerablemente el contenido del diario, aunque al igual que el cassette, la linotipia correría la misma suerte, al ser superada posteriormente por la fotocomposición y después por la edición digital hasta el día de hoy. The Saguache Crescent, en Colorado, Estados Unidos, y el Démocrate de l´Aisne, en Francia, son los únicos periódicos que aún utilizan estas máquinas.

Francisco Gabilondo Soler se dedicó a muchas actividades e intereses, desde el box y la natación hasta la poesía y la navegación celestial. Pero resulta interesante que también hubiera dedicado tiempo y recursos en volverse linotipista. Tal vez la historia de la tecnología no goce del favor popular por su estudio en nuestro país, pero no cabe duda de que las cosas más simples que formaron o forman parte de una etapa de nuestra vida y de nuestras actividades cotidianas están impregnadas tanto de ciencia como de tecnología.

Dedico este texto a mi pequeña hija Tonalli, por mostrarme de nueva cuenta este artefacto que me motivó escribir estas líneas y llevarme de vuelta a mi niñez. De otra manera, este cassete hubiera pasado inadvertido y olvidado, acumulando polvo como “La muñeca fea” de Cri-cri, editada en 1958 como parte del disco Más canciones del grillito cantor.

Alejandro Hernández Daniel

Alejandro Hernández Daniel
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