Atardecer

 “Espero el día en que el ser humano sea más humano de lo que ha logrado ser hasta ahora, para que sea mejor persona.”

 

Todas las casas parecían gastadas después de la lluvia. Se veían limpias, pero envejecidas. Pareciera que su alegría se escurrió por el torrente. El musgo de las iglesias, así lavado, se veía más triste y resbaladizo. Pareciera que la ciudad palpitaba en copretérito.

Estaba previsto que por la noche se verían, a ojo desnudo, los escombros dejados por los cometas Marsden y Kracht, que producen un fenómeno llamado lluvia de Delta Acuáridas, probablemente por eso escampó tan rápidamente.

En las calles, las personas, apresuradas, aparentaban ser fantasmas que surgían por un momento para desaparecer enseguida, dejando los espacios vacíos para cobijar la soledad.

En el cielo había un contraste con la retahíla de los colores del crepúsculo de la tarde, que rápidamente escampaba para ceder paso a la noche iluminada.

En el cobijo de su hogar dos pequeños niños jugaban frente al televisor encendido y el menor preguntó:

—¿Qué es un cohete de guerra?

—Es una cápsula gigante que, cuando cae, liquida todo. —contestó el otro.

Mientras tanto yo miré al cielo. Por un instante vi nombres que eran noticias del día, como Liza e Iryna Dmitrieva. Elevé las manos en plegaria, cerré los ojos, sentí el viento frío y clamé a Dios para que pare todas las guerras. Volví a incorporarme y vi estrellas que se disolvían en mis manos.