Desde el Sur

Una muerte anunciada en secreto

Una muerte anunciada en secreto

Noviembre 22, 2022 / Por Márcia Batista Ramos

La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos.

Antonio Machado

 

La muerte ronda a los amantes que pasean por las calles de París, a los hombres comunes que descansan al medio día para comer su vianda fría en la orilla de una sequía o en un patio de una fábrica, bajo el cielo nublado. Asimismo, la muerte pasea por las avenidas, rincones lejanos y palcos iluminados. La muerte es lista y no se olvida de los palacios ni de los arrabales. Porque la muerte es tu sombra y la mía.

La muerte hace parte de la vida, porque es la otra parte. Aquella parte que no vamos a soslayar y que se aproxima a cada hora que pasa, desde que nacemos. Todos saben, y muchos mantienen el tema en silencio, porque quizá creen que lo que no se menciona tarda más en llegar, sin ponderar que la muerte está por encima del tiempo.

Existen muertes que son muy anunciadas, cumpliendo con rituales de victimización, negación, culpabilización, manipulación, aceptación, dependiendo del caso y del perfil del futuro occiso. Algunos prefieren anunciar por sus redes sociales, otros prefieren contar sus zozobras al viento o a su amigo confidente. Existen aquellos que aprovechan para hacer un balance de todo lo que pasó y arrepentirse, pedir disculpas, mientras otros reprochan a Dios por su mísera existencia. También están aquellos que aprovechan para manipular a otras personas, tratando de culparlos por si acaso se adelanta el hecho predeterminado por la divinidad. Hay de todo en la viña del Señor.

Irónicamente, como no acostumbro a buscar conversación sobre la vida y pecados ajenos, siempre me sorprendo cuando alguna persona se toma la molestia de contarme lo que pasa con terceros, a quienes ni siquiera tuve el agrado o desagrado de conocer personalmente. Tal vez ellos no sepan que yo prefiero la lectura, la compañía de los animales, el silencio de la naturaleza, los momentos junto a mi familia o con los amigos, a quienes abro las puertas de mi casa. Por eso es sorprendente cuando alguien me busca para contarme sobre la vida o la muerte de alguien más.

Ayer recibí una carta en un sobre amarillo, con olor a albahaca, con una caligrafía casi perfecta. La escribía la amiga de la mejor amiga de la chica prisionera de su mejor amigo. Pensé: ¿por qué el mejor amigo le contó un secreto si la conocía de muchos años y sabía que no es buena guardando secretos? Me apenó pensar en la persona sobre la cual tengo algunas referencias, porque a veces los secretos son fardos pesados y hay que descargarlos en cualquier espacio, sin tener la seguridad de que se mantenga en su formato original. Una muerte que se acerca es un secreto muy pesado para una vieja dama, con los nervios en punta, con la angustia a cuestas… El futuro occiso debió publicar en los clasificados de algún periódico el anuncio de su pronta muerte en letras garrafales, al envés de contar un secreto para su mejor amiga, que lo compartió, a su vez, con su mejor amiga, que contó para su amiga, que me escribió contando el secreto. ¿Para qué secretos si la gente es indiscreta? Para ocultar información, hay que saber mascar solo el chicle. Si uno lo comparte, en cualquier momento será descubierto.

El complejo narcisista del futuro occiso hace que él cuente sus propias miserias para poblar de dolor el desierto del alma de su mejor amiga y mantenerla prisionera, cautiva de los sentimientos de piedad que él genera. En realidad, yo no creo que su mejor amiga sea indiscreta. Pienso que propagó la noticia porque le rebalsó el dolor de tener que lidiar con un secreto tan atormentador para ella: la muerte que se avecina. Empero, de cualquier manera, no me incumbe el tema. No se trata de indolencia, se trata de meditar sobre los secretos y todo lo que envuelve la actitud de las personas y su fidelidad al otro, asimismo, se trata de pensar la muerte. Si pudiera escoger, no me enteraría de las confidencias ajenas, gastaría esos momentos mirando la lluvia en un lugar cualquiera.

Me limité a ignorar la persona que me envió la misiva con la primicia “de fuente segura” y medité sobre las horas perdidas, sobre el tiempo dilapidado y lo frágil que es la vida. Recordé que los colibríes aparecen de repente, en un baile majestuoso y se pierden velozmente, ante nuestros ojos deslumbrados por su imagen estupenda. Pensé en el trabajo hacendoso de las abejas y en su vida efímera. Recordé que tengo un hipocampo disecado y recordé de los caminos recorridos hasta llegar al momento presente. Después pensé en la muerte de los suicidas, en la muerte de los otros y en la mía.

Creo que la muerte es un ser ontológico que espía todos los movimientos, esperando el menor descuido y… ¡zás! Se apodera del cuerpo de cada uno. La abuela decía que para morir basta estar vivo. Es cierto, los que ahora estamos vivos moriremos en cualquier instante. En caso de que exista una enfermedad galopante o terminal, tal vez ese momento sea más pronto, porque la certeza de la muerte es incierta.

Obviamente que hace parte de mis dogmas la creencia de la vida después de la muerte, no como un asiento a la derecha de Dios o a su diestra; por el contrario, muchos caminos y situaciones después de la muerte, para comprender qué hicimos con la oportunidad de existir en esa vida; la soledad en el cuarto de los espejos, para encontrarse con la propia conciencia y discernir cada decisión que tuvimos y explicar por qué no utilizamos nuestro libre albedrío para elegir siempre el bien sobre todas las cosas, independiente de las circunstancias.

Sé que no son muchos los que comparten conmigo esta doctrina, pero eso no me sorprende. Me sorprende depararme con la idea de que somos personajes de un solo drama y que cada uno interprete su papel, pensando que inventa algo nuevo, cuando en realidad nada es nuevo, todas las historias ya fueron contadas y la ficción se asemeja a la realidad. La verdad, para mí, es que las historias son pocas y los actores son muchos, repitiendo el mismo papel en el palco de la vida para llegar al mismo gran final: la muerte.

Mi mente hace una digresión y pone atención al ruido del río, después regresa al tema de la muerte y piensa en organizar los papeles, las repisas y los zapatos para no dar trabajo a los que queden. Pienso en los miles de horas que oré durante esta vida y pienso que eso no alejó a los esperpentos que suponen cosas sobre mí y me las comunican. Por suerte no invaden mi sueño. Pero gotean por la pluma, como sangre o hiel, con un color indefinido y me sacan un suspiro de indignación, porque justo en ese mundo, que es una narrativa flotando en el universo, me veo escribiendo sobre un muerto que tiene una mejor amiga, que tiene una mejor amiga, que tiene una amiga que piensa que puedo interesarme por su muerte (que es un secreto, que nadie sabe) que se acerca tan deprisa como la mía, con la diferencia que yo sigo soñando y sonriendo para la vida.

Siempre pienso que la muerte pasa como cualquier fatalidad que nos ocurre en la vida y si la vida vale la pena ser vivida, también vale la pena la muerte, en un día cualquiera de un verano cualquiera con el cielo despejado o lluvioso, después de tomar un capuchino cremoso.

Ahora escurre entre mis dedos el secreto de una muerte anunciada sobre la cual que nadie tiene que saber nada, hasta que en un ataque de autocompasión el futuro occiso cuente en sus redes sociales que está herido de muerte, enfermo de muerte o marcado para morir. Si le conociera, le daría un abrazo (tratando de parcharle el alma) y le diría: “¡No temas! Morir es bueno”. Después, preguntaría si quiere hablar sobre todo lo que le duele, le escucharía y con una sonrisa trataría de curar alguna de sus heridas. No le conozco, entonces pienso en las flores que se marchitan sin ser apreciadas por los ojos humanos. Pienso en el sol que hace un arcoíris en la fuente de la plaza y en las cometas que suben con la ilusión de tocar el cielo.

La campana de la iglesia siempre anuncia la muerte en el pueblo. Mi niña centenaria, cuando escuchaba la campana, me decía desde su lecho: “Escucha, murió la Ituca…”

Márcia Batista Ramos

Nació en Brasil, en el Estado de Rio Grande do Sul, en mayo de 1964. Es licenciada en Filosofía por la Universidade Federal de Santa María (UFSM)- RS, Brasil. Radica en Bolivia, en la ciudad de Oruro. Es gestora cultural, escritora y crítica literaria. Editora en Conexión Norte Sur Magazzín Internacional, España. Columnista en la Revista Inmediaciones, La Paz, Bolivia y columnista del Periódico Binacional Exilio, Puebla, México, Mandeinleon Magazine, España, Archivo.e-consulta.com, México, Revista Barbante, Brasil, El Mono Gramático, Uruguay. Además, es colaboradora ocasional en revistas culturales en catorce países (Rumania, Bolivia, México, Colombia, Honduras, Argentina, El Salvador, España, Chile, Brasil, Perú, Costa Rica, USA, China, Nepal, Uzbekistán, Paquistán, Arabia Saudita). Publicó: Mi Ángel y Yo (Cuento, 2009); La Muñeca Dolly (Novela, 2010); Consideraciones sobre la vida y los cuernos (Ensayo, 2010); Patty Barrón De Flores: La Mujer Chuquisaqueña Progresista del Siglo XX (Esbozo Biográfico, 2011); Tengo Prisa Por Vivir (Novela Juvenil, 2011 y 2020); Escala de Grises – Primer Movimiento (Crónicas, 2015); Dueto (Drama, 2020); Rostros del Maltrato en Nuestra Sociedad –Violencia Contra la Mujer. (Ensayo, 2020); Universo Instantáneo (Microficción, 2020).

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