Ensayo

Hace muchos años

Hace muchos años

Diciembre 14, 2021 / Por Miguel Ángel H. Rascón

Hace muchos años, durante mis más tiernas mocedades, hice una excursión al bosque de Río Frío para una clase de biología en la que debíamos recolectar hongos y musgos para pasarlos por el microscopio. Eran las siete de la mañana, aproximadamente, cuando llegamos al kilómetro 63 de la Autopista México-Puebla y bajamos a desayunar antes de internarnos en el cerro. Debo decir que no podía ver más allá de mis narices debido a la espesa niebla y el frío era una verdadera calamidad; fue esa impresión la que se me quedó grabada para siempre acerca de aquel lugar. Entramos, entonces, a uno de los muchos “changarros” y fondas que hay ahí a comprar tamales y champurrado. El profesor Celedonio, de cuyo apellido no me acuerdo, nos dijo, como quien cuenta una leyenda, palabras más, palabras menos: “Aquí pasaban las diligencias que asaltaban los famosos bandidos de Río Frío”. Según él, los dichosos bandidos se internaban en el bosque y no podían encontrarlos pues sólo ellos conocían los caminos; nunca los atraparon ni se supo quienes fueron. Una vendedora de tamales del lugar corroboró lo dicho, pero “aumentándole” que aquellos sucesos acaecieron en “los tiempos de la Revolución”. Dijo Celedonio, según recuerdo: “Que baje la niebla y nos internamos, pero no se separen ni se alejen, que si se pierden no los podremos encontrar”. El bosque, aun con poca niebla, me impresionó mucho y me resultó tan vasto e imponente que sentí miedo de perderme y nunca más ser encontrado.

Cada vez que paso por la Autopista México-Puebla procuro, en la medida de lo posible, hacer una pausa en uno de esos “changarros” y almorzar algo. Y siempre me asalta un pensamiento, sobre todo las veces que he estado ahí muy temprano con la niebla matinal o cayendo la noche cuando el bosque se comienza a volver lúgubre y terrible. ¿Cómo habrán sido los viajes en diligencia durante la primera mitad del siglo XIX, sin luz alguna, sin posibilidades de ver nada por la espesa niebla? ¿Cómo habrán vivido los verdaderos bandidos de Río Frío, cuya leyenda parecen todos conocer a media voz? ¿Por qué pervive en la memoria colectiva ese grupo de bandoleros, como un mito del que se sabe poco, pero se dice mucho? Cuando leí por primera vez la novela de Manuel Payno, me di cuenta que en mi primera visita a Río Frío me habían mentido mi profesor y la comerciante de tamales. Si bien la figura del coronel Juan Yáñez emergía de entre las dudas y le daba verosimilitud a la leyenda a través de la lectura, lo cierto es que la extensa novela de Manuel Payno va más allá. Es evidente que Los bandidos de Río Frío es una obra importantísima para la literatura nacional, un referente obligado del siglo XIX, un clásico, una joya, un monolito, etcétera. ¿Pero por qué? ¿Cuál es el valor literario de la novela? ¿En dónde reside su literaturidad? ¿Tiene que ver ese tono legendario que se pregona a media voz?

Mucho se ha escrito sobre la insigne novela de Manuel Payno y mucho se podría decir por mucho tiempo más. La novela, en su extensión, tiene un universo basto para la exploración en niveles históricos, antropológicos, sociológicos y literarios. Durante mi estancia en la maestría encontré lecturas especializadas en este tema de lo más variopintas, desde artículos como “Los verdaderos bandidos de Río Frío”, de Tomás de Castro, o “Prólogo a Extracto de la causa formal al ex Coronel Yáñez y socios por varios asaltos y robos cometidos en despoblado”, de Antonio Alvarado, que describían lo que ya se sabe de la “veracidad” de la novela, pero aportando nuevos datos, documentos y evidencias de archivo que ratifican lo que Manuel Payno ya nos ha contado a lo largo de casi mil páginas. Por otro lado, hay trabajos como Les bandits de Río Frío, Politique e litterature au Mexique a travers de l’oeuvre de Manuel Payno, de Robert Duclas, quien dice más o menos lo mismo, pero en francés. Y así, un extenso estado de la cuestión sobre las andanzas del coronel Yáñez, alias Relumbrón, como personaje histórico y de sus relaciones con el presidente Santa Anna, la dictadura de “El Quince uñas”, la corrupción, las logias yorkinas y escocesas, la guerra con Estados Unidos, los verdaderos bandidos de Río Frío; el bosque y el camino entre Puebla y la Ciudad de México; la economía, la sociedad de la primera mitad del siglo XIX; el bandido como figura heroica de la cultura mexicana, etcétera. Nada que no dijera Payno a lo largo de páginas y páginas de ironía, ubicando cada cosa con su nombre y siendo muy claro de lo que estaba hablando. Hubo momentos en los que pensé que muchos autores especialistas no habían leído la novela, pues poco o casi nada decían de ésta.

Margo Glantz, sin embargo, en su artículo “Huérfanos y bandidos”, saliéndose del lugar común, establece que más allá de todo lo que se ha dicho de la novela de Payno, ésta contiene una maravillosa alegoría: México es un país de huérfanos y desposeídos, ya sea indígenas, mestizos o criollos, en busca de identidad, y encuentran ésta, aferrándose con frenesí demencial, ya sea como bandidos, comerciantes, artesanos, huérfanos, soldados, fruteras o emperadores aztecas. Y esta alegoría que plantea Glantz abrió una brecha pues se mencionaba la presencia de Manuel Payno como creador y artista, y no como un simple antologista de relatos históricos o un cronista con sentido del humor. Si había una alegoría, entonces había una cadena de metáforas puestas deliberadamente por Manuel Payno para describir a México, no como sociedad sino como una entidad poética.

No obstante, la novela y su complejidad, la estructura en la que se dispone al lector, complicaba la tarea de desentrañarla como si fuera un poema o una novela “común”. Tomando en cuenta que la obra fue escrita originalmente en formato de folletín, estaba sujeta a vaivenes abruptos y cortes de trama. Las historias estaban sujetas a factores externos y, a veces, ajenos al autor, quien de una u otra forma debía resolver para poder mantener al público entretenido. ¿Cómo cohesionaba tantos personajes e historias en espacios y tiempos tan disímiles sin perder coherencia? Es claro que la alegoría de la que hace mención Margo Glantz es el andamio principal por el que se conduce el autor, pero debía haber más. Tomando esto en cuenta, cabe destacar que los bandidos y el bosque de Río Frío no son el tema de la novela. Si bien Manuel Payno tuvo en mente, en un principio, que la novela fuera de aventuras de bandidos, conforme la narración avanza, más y más lejos quedan Relumbrón y sus secuaces, quienes entran hacia el final de la historia casi con un calzador. El autor se centra y se extiende en personajes cuya profundidad va más allá de las aventuras de pillaje, como el niño Juan Robreño (quien Glantz considera el eje de la obra, aunque yo disiento de esa opinión) o el tornero Evaristo. El conflicto de los protagonistas va más allá de ser o no ser bandido en la cuadrilla de Relumbrón y hacerse de oro; el tema es mucho más profundo y obedece a esa alegoría de Glantz. El espacio y el tiempo de la novela supera el leitmotiv de asaltos a carretas y tiroteos. Payno dibuja, colorea y enmarca paisajes más complicados, hace retratos muy complejos. Y más que hacer una simple estampa, un manual de pictoricismo jacarandoso o un cuadro de costumbres del periodo presidencial de Santa Anna, Manuel Payno trata de establecer un panorama completo de la Historia de México con todo su abanico multicolor y atemporal. ¿Cómo es posible que una novela que describe un México extinto pueda parecer tan actual? Por momentos, al leerla y releerla, sentía que Manuel Payno estaba contando algo que pudo pasar hace quince días. Los personajes son tan verosímiles que podrían ser cualquier persona de hoy. ¿En realidad está hablando de un momento histórico específico o más bien engloba todas las épocas? Ni siquiera podría precisarse a ciencia cierta en qué años exactamente ubica la historia. Luis Gonzales Obregón, por ejemplo, la sitúa entre 1836 y 1839, Madame Calderón de la Barca menciona los crímenes atroces que ocurrían en el camino a la capital, para enterarse después que fueron cometidos por el coronel Yáñez a quien conoció por el presidente Santa Anna en La vida en México. Eso nos sitúa específicamente en 1839. Según Margo Glantz, en su libro Ensayos sobre la literatura popular mexicana del siglo XIX, sitúa la historia entre 1820 y 1839; Robert Duclas, al tener la “mejor biografía de Payno”, da otros números. Empero, la novela no menciona la Guerra con Texas en 1836 o la Guerra de los Pasteles en 1838 y por momentos, parece que la novela se desarrolla después de la Guerra con Estados Unidos entre 1846 y 1848, debido a ciertas intervenciones del autor. Esto quiere decir que la coherencia cronológica no era indispensable para Payno, pero sí era indispensable para retratar la Historia Nacional como un todo. Un libro lleno de formas y texturas, como el almohadón que talló tan pulcramente, con finas maderas, el malvado Evaristo, el verdadero protagonista de la novela, en mi opinión.

Tomando en consideración las deducciones de Glantz, en 1820 aún era la Nueva España y la monarquía dominaba cuando el niño Juan Robreño nació, pero se siente un aire de libertad en la lectura, como si la colonia estuviera más que sepultada por los Insurgentes; por eso, más que una cronología para archivo, la intención de Payno era establecer los conflictos que sucedieron durante todos esos años tumultuosos en los que los monarquistas, los imperialistas, las logias, los republicanos, la iglesia y la sociedad civil se comportaron (¿y se sigue comportando?). Un retrato de castas, de criollismo y mestizaje, de huérfanos y bandidos; de horrores e injusticias que eran presentes y visibles aún en 1892, cuando se publica la novela en México, en el apogeo del Porfiriato; en plena antesala a la Revolución Mexicana. Y en pleno positivismo, donde la verdad era probar y corroborar la historia en su carácter hegemónico, Payno crea una novela no histórica que tiene, en muchos sentidos, más Historia que las novelas históricas. Y es que Payno retoma de Balzac la Comedia Humana, la de la sociedad mosaico, la historia que se escribe a través de múltiples detalles, en la que la sociedad es el personaje principal. Poco importaba el valor de archivo que pudiera tener la novela; ni hablar de la política exterior o interior de México con precisión microscópica, para eso Manuel Payno había escrito ya Reseña Histórica de la Invasión a México. Se establecía una nueva forma de entender México a través de su novela. Sin embargo, y a pesar de nuevas revisiones, Los bandidos de Río Frío seguían ocultado a la vista su literaturidad y polisemia.

Si la alegoría de la orfandad es el elemento cohesivo, entonces está ligada directamente a los personajes y sus situaciones particulares. Existe una voluntad de estilo, de elecciones del autor, de ideas para crear un tono narrativo que, al ser llevado imprevisiblemente por el formato de folletín, pudiera mantener esta cohesión. Y el resultado apunta a que Relumbrón y los bandidos, por si no estaba claro, no son el tema de la obra, mucho menos la dictadura de Santa Anna, sino que la novela muestra en una serie de contrastes a nivel espacial, temporal que dejan ver otros matices; cada prosopopeya y etopeya nos deja entrever una dialéctica muy bien establecida, una fuerza de contrarios que perviven. Signos binarios que se complementan en cada edificio, en cada carácter, en cada situación y en cada diálogo. ¿Pero cómo es que operan con tan asombrosa claridad, a pesar de que la novela nunca encuentra un tono regular y uniforme? ¿Cómo a pesar de tener una narrativa saltimbanqui que juega con costumbrismo, naturalismo y romanticismo, puede ser así de cohesiva? La ironía, sin duda alguna, es el vehículo principal, pero ésta obedece exclusivamente al autor. Y es un autor que nos hace ver que está ahí, que es él quien conoce la Historia política de México y sus detalles, pero no los detalles de la Historia decimonónica, sino la historia del individuo y su colectividad; una biografía social que se expresa por medio de un sin fin de recursos estilísticos. Payno es un autor que hace referencia a sí mismo, que interpela el discurso e interviene en el relato. Deja ver los andamios del Yo lírico. Es un autor confesional que termina su novela de forma descabellada, como quien termina un diario o unas memorias: “Me rindo” casi nos dice al final en su capítulo “Cosas de otros tiempos”. No pudo con su propia Comedia Humana, que resulta ser la Comedia Humana de todos los mexicanos. Es nuestra propia biografía como país, esa es la ironía que cohesiona todas las metáforas en la extensa alegoría de la orfandad mexicana, de esa entidad poética llamada México: ahí reside lo estético y lo literario en Los bandidos de Río Frío, en lo absurdamente irónico de esa biografía social.

 

Miguel Ángel H. Rascón

Músico y escritor. Doctorante de Literatura Hispánica en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Autor de dos libros de narrativa y uno sobre ciencias de la administración. Coordinador Editorial en la UVP.

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