Ensayo

No hay que entregarles el corazón a los seres salvajes

No hay que entregarles el corazón a los seres salvajes

Diciembre 07, 2021 / Por María Teresa Andruetto

En un libro llamado El ojo en la mira, la escritora chilena Diamela Eltit cuenta que, en el año 2016, encontró una breve noticia periodística que decía que una casa de remates en Los Ángeles había puesto como oferta las cenizas del escritor Truman Capote, con una base de 3,000 dólares y que los restos habían sido finalmente rematados en 43,000 dólares.

Material para coleccionistas. Pondría seguramente ese comprador de remate un jarrón en el living como demostración de poderío económico o de ostentación cultural. Como si rematar los restos humanos de un escritor fuera idéntico al remate de sus manuscritos. Pero no se queda ahí el asunto. También cuenta ella que parte de las cenizas de un famoso arquitecto mexicano fueron convertidas, mediante una serie de procedimientos, en un diamante y que ese diamante de tonos azulados fue a parar a un anillo de bodas. La transformación fue obra de una artista estadounidense admiradora de la obra de tal arquitecto. Por esa admiración había convencido a la familia de la necesidad urgente de exhumar sus restos para conseguir una parte del cuerpo, pues pensaba hacer con ellos una “obra de arte”: un brillante montado en un anillo para exhibir ante el público mexicano.

 

Mierda de artista (Merda d’artista, en italiano) es el título de una obra del artista conceptual Piero Manzoni, expuesta por primera vez el 12 de agosto de 1961 en la Galleria Pescetto, de Albissola Marina, Italia. Una crítica al mercado del arte, en el que la simple firma de un artista con renombre produce incrementos irracionales en la cotización de la obra. La muestra consiste en 90 latas cilíndricas de metal de cinco centímetros de alto y un diámetro de seis centímetros y medio que contienen, según la etiqueta firmada por el autor, Mierda de artista. Contenido neto: 30 gramos. Conservada al natural. Producida y envasada en mayo de 1961. El texto está escrito en inglés, francés, italiano y alemán, en el lateral de cada de las latas. Todas están numeradas y firmadas en la parte superior.

La muestra satirizaba el mercado del arte, el culto al artista, el consumismo y el derroche. El arte visto como una mercancía glorificada, enfatizando la idea de que cualquier cosa con la firma de un artista se convertía en algo valioso, sin importar su contenido.

Se pusieron a la venta al mismo valor que entonces tenían treinta gramos de oro, y hoy en día su precio alcanza cifras de cuatro y cinco dígitos en euros, en las pocas ocasiones en que alguna de ellas sale a la venta o a subasta, alcanzando la cifra más alta en una subasta de Milán, en 275,000 euros. Pasados más de treinta años de la muerte del autor, un amigo suyo, en un artículo publicado por Il Corriere della Sera, reveló que las latas contienen solo yeso. Sin embargo, ninguna ha sido abierta, porque su valor disminuiría fuertemente, por lo que se sigue especulando sobre su contenido.

 

Pero volvamos un poco a ese extraordinario escritor fascinado por el glamour llamado Truman Capote, que fue durante algún tiempo el niño mimado de la aristocracia neoyorkina y el escucha habitual de los secretos de alcoba de sus mujeres. Supo decir sobre la escritura: “al principio fue muy divertido. Dejó de serlo cuando averigüé la diferencia entre escribir bien y escribir mal; y luego hice otro descubrimiento más alarmante todavía: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero, diferencia que es sutil pero brutal”

Brutal fue el modo en que se miró a sí mismo y a todo lo que se le puso en el camino. Su escritura nace de una herida muy grande, que drenó en cuentos, reportajes y novelas. Es conocido que nació contra la voluntad de sus padres, de su madre sobre todo, que era muy joven y tremendamente hermosa y que le reprochó más de una vez haber arruinado su cuerpo por el embarazo. A sus cuatro años, los padres se divorciaron y durante el resto de su niñez vivió la inestabilidad y la bonanza con el único anclaje de infancia en un pueblito sureño, al cuidado de una pariente vieja, al parecer con cierto retardo, inocente como un niño: la amada vieja Sook que tanto aparece en sus cuentos y a la que mucho le debemos los lectores.

Su primer gran libro relata la vida de un niño que busca a su padre en el profundo Sur y finalmente elige a un travestido como padre. Su última gran obra, A sangre fría, novela-documento o novela-reportaje que diluye los límites del periodismo y la ficción, relata un caso real: el asesinato de la familia Cutters. Con una prosa precisa, distante, fría como el hielo, la novela es también una radiografía de la Norteamérica del momento que deja al descubierto la violencia y la desigualdad latiendo bajo una apariencia de progreso y desarrollo.

Le ocupó siete años escribirla. Llevó a cabo, para eso, una extensa investigación, realizó numerosas entrevistas, y mantuvo estrecho contacto con los asesinos antes de que fueran ejecutados. La novela fue un éxito de ventas descomunal y de crítica excepcional, pero el precio no tuvo techo... Fue entonces que dijo aquella frase tremenda: cuando Dios te da un don, también te entrega un látigo.

Los asesinos fueron localizados y apresados. Se inició el juicio y los condenaron a muerte, pero para cerrar el libro y publicarlo, la historia debía terminar con su propio final: la ejecución de la sentencia. Los condenados apelaron una y otra vez, la sentencia se prolongó y, claro, también se prolongó la publicación. Entre tanto, Truman se había hecho íntimo amigo de los dos y se había enamorado de uno de ellos, Perry Smith, en las sucesivas visitas al corredor de la muerte. No es tan extraño eso si pensamos que, a pesar de sus éxitos, la vida de Truman está más cerca de los asesinos que de los asesinados. Al fin y al cabo, los asesinos eran unos pobres tipos a los que la cosa les había salido mal. Habían querido cometer un robo a los prósperos agricultores, pero no había dinero en efectivo en esa casa por lo que terminaron cometiendo el crimen, más que nada por frustración y miedo. Finalmente, los dos son ahorcados. Capote presencia la ejecución. Nunca se repone de la escena de la que ha sido testigo, llora sin cesar. Ahora, A sangre fría ya puede concluir y convertirse en el best seller.

 

No consiguió volver a escribir nada relevante hasta su muerte, el mimado por las damas de la alta sociedad que le contaban sus secretos de alcoba. El escritor que escribe sin piedad, el que empieza a utilizar en sus relatos lo que conoce de esa clase social, se convierte para siempre en expulsado, porque a nadie le conviene un testigo como él.

 

No hay que entregarles el corazón a los seres salvajes: cuanto más se lo entregas, más fuertes se hacen, escribió en Desayuno en Tiffany’s y también ahí esta otra frase con la que cierro este relato:

 

es mejor quedarse mirando al cielo que vivir allí arriba. Es un sitio tremendamente vacío. No es más que el país por donde corre el trueno y todo desaparece.

 

María Teresa Andruetto

Arroyo Cabral, Córdoba, Argentina (1954). Hija de un partisano piamontés que llegó a Argentina en 1948 y de una descendiente de piamonteses. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Córdoba en los años setenta. Después de una breve estancia en la Patagonia y de años de exilio interno, al finalizar la dictadura trabajó en un centro especializado en lectura y literatura destinada a niños y jóvenes. Formó parte de numerosos planes de lectura de su país, municipales, provinciales y nacionales, así como de equipos de capacitación a docentes en lectura y escritura creativa.

Ha hecho de la construcción de la identidad individual y social, las secuelas de la dictadura y el universo femenino los ejes de su obra.

Su obra literaria incluye, entre otros títulos, Stefano (1997), Veladuras (2004), Lengua Madre (2010), La lectura, otra revolución (2014), No a mucha gente le gusta esta tranquilidad (2017) y Poesía reunida (2019).

Recibió el V Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil en 2009 y premio Hans Christian Andersen, el "Nobel de la Literatura Infantil", en 2012, entre otros.

María Teresa Andruetto
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