Ensayo
Noviembre 02, 2021 / Por María Teresa Andruetto
Cuando yo era chica, la llegada de las gitanas al pueblo era un acontecimiento: la irrupción de lo distinto, temor y fascinación. Con sus polleras largas, sus gasas y sedas coloridas, las voces gruesas, el diente de oro asomando en la risa de viejas y jóvenes. Las gitanas, las otras.
“Perseguidos, discriminados, sospechados, obligados primero al nomadismo y después al asentamiento forzoso, empujados a la pobreza y a vivir durante décadas fuera de la historia, el pueblo gitano es sobre todo tremendamente mal entendido”, dice Isabel Fonseca, quien realizó su trabajo de campo en Europa del Este, vivió con ellos, conoció sus costumbres, su idioma y su historia y publicó Enterradme de pie, un libro revelador sobre esos a quienes llama “los negros de Europa”.
El pueblo gitano ha vivido hasta no hace tanto “fuera de las normas de los demás pueblos, los sedentarios”, sin poseer más que lo que podían llevar con ellos, para vivir en el camino, tomar lo que el camino les ofrecía, amar el baile, la música… La nostalgia es la esencia de la música gitana, pero es nostalgia de ese camino que lleva a ningún sitio, porque la melancolía que se suele basar en la patria o en la casa no tiene sentido en la cultura romaní, donde no hay regreso, sino andar, O lungo drom, el largo camino, donde la naturaleza era el hogar y las grandes familias viajaban en el tabor compuesto por carromatos, adelante los hombres, detrás las mujeres, abajo el suelo, arriba el cielo. Bronislawa Wajs, más conocida por Papusza, fue una gitana que hizo cosas que no eran habituales para una mujer de su pueblo. Nacida en 1908 o 1909, en algún lugar de Polonia cerca de Lublin, y muerta en otra ciudad polaca en 1987, fue una poeta y cantante romaní, la primera ‑en una cultura oral‑ cuyos textos fueron publicados.
Papusza, su nombre gitano, quiere decir “Muñeca” y me pregunto si no vendrá de ahí el papusa lunfardo que se utiliza como equivalente de mujer linda, atractiva. Nació en una familia nómada, hija de una mujer gitana y de un hombre de nombre desconocido que murió en Siberia. Fue criada por su madre y su padrastro. Pasó infancia y adolescencia con su familia en los territorios más orientales de la Polonia de entreguerras porque su tabor bajaba por los bosques orientales de Volinia hasta el sur de Ucrania. Eran arpistas, transportaban sus instrumentos y a veces paraban un día o dos en alguna aldea. Esos fueron los momentos que ella aprovechó para aprender a leer y a escribir, en parte de manera autodidacta, en parte ofreciendo víveres a cambio de que niños escolarizados le enseñaran cada vez que la Kumpania se detenía en algún sitio. A los 15 años la obligaron a casarse con el hermano de su padrastro, arpista valorado en la comunidad, veinticuatro años mayor que ella. No tuvieron hijos, al parecer ella se negó a tenerlos, pero durante la Segunda Guerra adoptaron a un niño que había quedado huérfano, un niño que ella encontró entre cadáveres y que cuidó con el beneplácito de su marido.
Basándose en la gran tradición gitana de narraciones improvisadas y canciones populares sencillas y breves, compuso largas baladas, la mayoría angustiosos lamentos de pobreza, amor imposible y, más tarde, anhelo de una libertad perdida que hablaban del lungo drom, o largo camino, de ningún sitio adónde ir y de ningún regreso.
Bajo el nazismo, Papusza perdió más de un centenar de familiares en Auschwitz, muertos del genocidio gitano, el segundo en cantidad de víctimas después del judío pero muy diluido en el relato de la historia universal. Perseguidos desde hacía siglos en todos los pueblos y países por donde pasaban, los gitanos sufrieron en su carne la condena a la que los demás pueblos los sometieron: primero expulsarlos a la vida errante, después prohibir esa vida errante, erradicar su nomadeo, el vagabundaje… imponiéndoles duros castigos o bienintencionados decretos que hablaban de integración, pero los obligaban a renunciar a su modo de vivir, a perder su esencia. En todas partes fueron perseguidos y la Segunda Guerra fue para ellos un paso más en esa dirección que empujaba al exterminio su forma de vivir.
Los poemas de Papusza son, hoy, “uno de los escasos testimonios escritos del exterminio del pueblo gitano”. En Lágrimas de sangre: lo que pasamos bajo los alemanes en Wolhiynia en los años 43 y 44, uno de sus poemas más extensos, ella expresó la magnitud de los sufrimientos de su pueblo durante la guerra, así como también su amor por la vida y la naturaleza. Canto sobre lugares específicos, sobre hechos concretos que les habían sucedido y sobre las penurias que pasaron gitanos y judíos, entre otras cosas. Ella y los suyos pasaron dos años en un bosque viviendo bajo tierra, destruidos sus carromatos para no ser vistos, sin poder encender fuego ni siquiera en invierno.
Tras la Segunda Guerra, se refugió, en el clan al que pertenecía Papusza, el poeta y etnógrafo polaco Jerzy Ficowski, partisano del movimiento de la resistencia polaca a la ocupación nazi. Ficowski animó a Papusza a recopilar su poesía y se la enseñó a un escritor prestigioso, quien le buscó editores que enseguida captaron la excepcionalidad que ella suponía. Los poemas salieron en revistas y más tarde en una antología. Ella era prácticamente bilingüe: escribía su diario en polaco y su poesía en romaní, para lo cual utilizó los signos alfabéticos de la lengua polaca para transcribir la fonética romaní, que carecía de escritura.
Poco más tarde, en la década de 1950, las autoridades polacas llevaron a cabo un programa de asimilación y sedentarización forzosa del pueblo gitano, que se extendió durante unos 20 años y formaba parte de la política pro-soviética de productivización. En ese contexto, Fikowski consideró que los poemas de Papusza podían servir con fines propagandísticos entre los romaníes para apoyar esa política de sedentarización, vivienda y escolarización, desarrollada por el gobierno con los alrededor de 15,000 gitanos supervivientes del Holocausto. Pero en 1953, mientras Papusza residía en una granja colectiva para gitanos en el occidente de Polonia, a orillas del río Varta, fue apartada del clan por “traidora”, porque además de sus contactos con las autoridades, la escritura no era vista con buenos ojos porque suponía “contar los secretos” de las costumbres gitanas. Aunque ella pidió que se retiraran las ediciones, fue juzgada por los suyos, considerada impura y castigada con la expulsión de por vida de la comunidad. En una época en que “el problema gitano” se solucionó poniendo en práctica los asentamientos que hicieron disminuir el analfabetismo, pero borraron para siempre muchos oficios, costumbres y tradiciones culturales y artísticas, se la vio como una traidora. Ella quemó cerca de trescientos poemas inéditos, pasó ocho meses recluida en un psiquiátrico con una profunda depresión y los restantes 34 años repudiada por los suyos, olvidada…, rehuida por su generación y desconocida por la siguiente, hasta su muerte en 1987.
Solo años más tarde se recuperó parte de su obra, que ella no había destruido, y desde entonces se la reconoce como una de las voces que más han defendido la cultura gitana.
Kamira –La Federación Nacional de Mujeres Gitanas de Cordoba, España‑, reivindica su memoria con un Concurso Internacional de Poesía Romaní para apoyar y visibilizar la integración y convivencia de la cultura Rroma y la polaca.
La editorial española Torremozas editó un libro bilingüe con sus poemas, titulado El Bosque, mi padre. En la web se puede encontrar unos videos donde ella canta en romaní: Nadie me comprende, / sólo el bosque y el río. / Aquello de lo que yo hablo / ha pasado todo ya, todo, / y todas las cosas se han ido con ello...
Arroyo Cabral, Córdoba, Argentina (1954). Hija de un partisano piamontés que llegó a Argentina en 1948 y de una descendiente de piamonteses. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Córdoba en los años setenta. Después de una breve estancia en la Patagonia y de años de exilio interno, al finalizar la dictadura trabajó en un centro especializado en lectura y literatura destinada a niños y jóvenes. Formó parte de numerosos planes de lectura de su país, municipales, provinciales y nacionales, así como de equipos de capacitación a docentes en lectura y escritura creativa.
Ha hecho de la construcción de la identidad individual y social, las secuelas de la dictadura y el universo femenino los ejes de su obra.
Su obra literaria incluye, entre otros títulos, Stefano (1997), Veladuras (2004), Lengua Madre (2010), La lectura, otra revolución (2014), No a mucha gente le gusta esta tranquilidad (2017) y Poesía reunida (2019).
Recibió el V Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil en 2009 y premio Hans Christian Andersen, el "Nobel de la Literatura Infantil", en 2012, entre otros.
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