Espuma de los días

Dos sepulcros para Baudelaire

Dos sepulcros para Baudelaire

Marzo 05, 2021 / Por Jesús Bonilla Fernández

Entonces escribió Yves Bonnefoy (El siglo de Baudelaire, 2014) que la poesía es una experiencia dialéctica. “Necesita de su ‘fango’ tanto como de las más altas aspiraciones”. En el ámbito de ese tema es que dice estas palabras. Se entienden, pero no con certeza. Lo que sí, denotan una carga ideológica que distorsiona en el lenguaje de un poeta, que pueden referir más a su educación o quizás a su ideología (¿socrática?, ¿marxiana?), a su fe, una nueva fe, si quieren, que entendería “experiencia dialéctica” como la superación de una contradicción, en este caso, el “fango” versus “las más altas aspiraciones”, que a un asunto verdadero o al menos lógico o filosófico. En la recopilación de ensayos que compone el libro en comento se presenta esa idea de la dialéctica en la escritura de Baudelaire, por llamarle de alguna manera, aunque yo en lo personal no estoy seguro de que los dos elementos presenten precisamente una contradicción.

A finales del siglo antepasado Léon Bloy, el experto en demoliciones, comentaba en Le Chat Noir que el escritor católico, por demás brillante, Barbey D’Aurivelly decía que Hércules no podría volver a limpiar los establos de Augías después de que [Émile] Zola hubiese pasado por allí. Su demolición pondera: “Esta literatura ha surgido como una supuración infecta del absceso horrible que el siglo XVIII tomaba por una adiposidad y que ha acabado reventando con la Revolución. Yo respondo que, aunque haya envenenado la tierra, todavía no ha terminado. El señor Zola se topará con alguien más mezquino todavía que lo devorará. Por desgracia, no hay pomada para un mal semejante y no encuentro un modo de resignarse a unas bajezas tan absolutas”.

Así se gastaban las cosas en el conflicto entre literaturas y movimientos literarios. El romanticismo, el realismo, el simbolismo, los dandis, el arte por el arte, la escuela del tedio…, pero nada de dialéctica. “Bloy es como un espejo doble —escribe Ernst Jünger— donde el diamante y el excremento van juntos… Contiene un auténtico arcanum contra el tiempo y sus desgastes”. La opinión es más elegante, sin recurrir a hablar de contradicciones con términos ideológicos o de moda.

Al fin y al cabo, es literatura, ¡es literatura!

En ese sentido, me gustaría enriquecer la idea, o entorpecerla —pues en realidad no busco verdad donde es vano encontrarla—, con esa de las muchas ideas que Albert Béguin tenía sobre el Pascal místico, poético, con su estilo de sorpresa, de asombro, “el más adecuado que haya para traducir la impaciencia y la alegría de descubrir; pues ¿qué hay más importante —y así más exaltante— de captar que esa profunda conjunción de los contrarios donde reside el misterio mismo de la vida, lo que de ella escapa a la razón, que pertenece al ‘corazón’?”

Conjunción de contrarios, entonces, más que superación de ellos: el excremento y el diamante es igual a un arcanum. “Figura porta ausencia y presencia”, diría el místico de Port-Royal. Veamos ahora palabras de otro poeta que habla sobre Baudelaire, Kenneth Rexroth, quien en su libro Recordando a los clásicos (1986) escribe que el poeta francés es el “fundador de la sensibilidad moderna”, y no sólo la de su origen en el siglo XIX, “sino la de un carácter peculiar que, hasta donde podemos anticipar, habrá de perdurar a lo largo de la época del derrumbe de nuestra civilización. Algunos aprenden —nos ilustra— a hacer frente a esta sensibilidad. Baudelaire estuvo a su merced, porque la encarnó por completo. Vivió en una crisis permanente del sistema nervioso moral. Su convicción de que las relaciones eran una inmensa mentira fue de orden psicológico”.

Por supuesto, no deseo denostar los trabajos críticos de un sensible poeta como es Yves Bonnefoy, quien nos ha enseñado con entusiasmo, honestidad y fraternidad mucho a sus lectores sobre poetas como Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Mallarmé, Reverdy, Valéry, por mencionar sólo algunos nombres franceses; también nos ha ilustrado sobre su propia melancolía, como podemos asombrarnos en la lectura autobiográfica de La bufanda roja (2016). De hecho, mi interés es mostrar su asombrada querencia por Baudelaire (El siglo de Baudelaire es sólo un aspecto), a quien en su penúltimo poemario en vida dedica un “sepulcro”, como anteriormente, sin olvidar el excremento y el diamante, o el cieno y el oro, hizo Stéphane Mallarmé (las dos composiciones las reproduzco al final de este texto).

El traductor al español de La larga cadena del ancla (2008) y La hora presente (2011), los dos últimos libros de Bonnefoy, explica que éste menciona las iniciales J., G., F., en ambos libros. J., G., F. es una mujer que aparece en la dedicatoria de Los paraísos artificiales y, supongo yo, enjugó la frente febril de Baudelaire enfermo. Por otra parte, hay que decir que los “sepulcros” son una forma poética que se divulgó en toda Europa a partir de The Night Thoughts (1742-1745), de Edward Young. En Francia esta obra se hizo famosa en la traducción de Pierre-Prime-Félicien Le Tourneur, en dos volúmenes (1769). En Italia, posteriormente Ugo Foscolo escribió Los Sepulcros (1807), que también gozaron de enorme influencia en la literatura (en castellano existe una versión de Marcelino Menéndez y Pelayo). Asimismo, en prosa hay también infinidad de “homenajes” que nos llevan a pensar en sentidas influencias de algunos antecesores sobre postreros escritores. Vienen a mi imago libros como Los raros (1896), de Rubén Darío, Los raros (1985) de Pere Gimferrer e incluso Vidas escritas (1992) de Javier Marías.

Yo propongo al lector que, para tener una idea más ceñida de las imágenes estridentes sobre Baudelaire de Mallarmé y Boneffoy, repasemos antes “Sepultura” en Las flores del mal: “Si en el bochorno de una noche, / un buen cristiano, por piedad, / tras algún viejo vertedero / entierra tu alabado cuerpo, // cuando las más castas estrellas / cierren su ojos somnolientos, / la araña tejerá su tela / y harán las víboras sus nidos; // durante el año escucharás / sobre tu cráneo condenado, / los gritos tristes de los lobos // y de la bruja enflaquecida, / el retozar de viejos verdes / y las intrigas de los cacos”. Así podremos encontrar que ni Mallarmé ni Bonnefoy alimentan con su tono ofensa alguna contra Baudelaire, sino sus creaciones nutren las correspondencias, tan apreciadas por éste, con imágenes hasta cierto punto escabrosas. Ambos poetas ejercitaron otras correspondencias en sus sepulcros con distintos personajes.

Como última información debo decir que la traducción del poema de Yves Bonnefoy es de Enrique Moreno Castillo, en la edición bilingüe de La larga cadena del ancla – La hora presente (Galaxia Gutemberg, Barcelona, 20016), así como la de Stéphane Mallarmé es de Pablo Mané, de la obra de Mallarmé ‑ Poesía completa, publicada en edición bilingüe en dos tomos por Libros Río Nuevo (Barcelona, 1979). El texto de Bonnefoy es casi un soneto, como él mismo lo llama en su libro.

Entonces, oro en el cieno:

 

 

SEPULCRO DE CHARLES BAUDELAIRE

Yves Bonnefoy

 

Yo no imagino nada, para inclinarse

sobre ti, a quien las palabras abandonan, en la noche

de tu asombro sobre esta tierra,

sino aquellas, que ignoramos, de la desconocida

 

a la que llamaste Electra pensativa

que enjugaba tu amplia frente afiebrada

y “con mano ligera”, disipaba

el espanto en tu sueño abrasado de fiebre.

 

Y tú la designaste misteriosamente,

porque ser compasivo es el misterio

mismo, lo que permite a esas tres letras,

 

J, G, F, acrecentarse en la luz

sobre la cual se desliza tu barca. Ser para

el puerto al fin: sus pórticos, sus palmas.*

 

 

LA TUMBA DE CHARLES BAUDELAIRE

Stéphane Mallarmé

 

El templo sepultado divulga por la boca

sepulcral de cloaca que babea cieno y rubíes

abominablemente algún ídolo Anubis

todo el hocico en llama como un ladrillo huraño

 

donde el gas reciente tuerza la mecha equívoca

que limpia, ya se sabe, de oprobios parecidos

él alumbra, macilento, un pubis inmortal

cuyo vuelo según el reverbero se levanta

 

qué follaje reseco en las ciudades sin noche

votiva podrá bendecir como ella sentarse de nuevo

contra el mármol vanamente de Baudelaire

 

al velo que la ciñe ausente con estremecimientos

ella su Sombra misma un veneno tutelar

que siempre respirará si a causa de él perecemos.**

 

 

ALCOHOLES

Quieren estar sin Dios y no sufrir… Léon Bloy

 

La mayor parte del tiempo nos escondemos en nuestros refugios, / Protegiendo nuestros espleens, pretendiendo / Que nuestros vendajes son nuestras heridas. Kenneth Rexroth

 

——

* Je n’imagine rien, pour se pencher / Sur toi, que les mots quittent, le soir venu / De ton étonnement sur cette terre, / Que ceux, non sus de nous, de l’inconnue // Que tu as dite une Électre pensive / Qui essuyait ton grand front enfiévré // Et, “d’une main légère”, dissipait / L’épouvante dans ton sommeil brûle de fièvre. // Et tu la désignas mystérieusement / Parce qu’être compatissant est le mystère / Même, ce qui permit à ces trois lettres, // J, G, F, de s’accroître dans la lumière / Sur laquelle ta barque glisse. D’ètre pour toi / Le port enfin : ses portiques, ses palmes.

** Le temple enseveli divulgue par la bouche / Sépulcrale d’égout bavant boue et rubis / Abominablement quelque idole Anubis / Tout le museau flambé comme un aboi farouche // Ou que le gaz récent torde la mèche louche / Essuyeuse on le sait des opprobres subis / Il allume hagard un immortel pubis / Dont le vol selon le réverbère découche // Quel feuillage séché dans les cités sans soir / Votif pourra bénir comme elle se rasseoir / Contre le marbre vainement de Baudelaire // Au voile qui la ceint absente avec frissons / Celle son Ombre même un poison tutélaire /Toujours à respirer si nous en périssons.

 

Jesús Bonilla Fernández

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