Espuma de los días

La libertad de conciencia

La libertad de conciencia

Abril 09, 2021 / Por Jesús Bonilla Fernández

En recuerdo de mi buen amigo Lucky,

el auténtico jefe de jefes

 

El asunto de la libertad ha ocupado afanes de mujeres y hombres desde tiempos inmemoriales, no sólo como tema sino la libertad en sí misma. Esto a pesar de que el tiempo representa una contingencia que, como tal, ha merecido la atención de los filósofos cuando se refieren a ese gran sustantivo. Viene a mi mente aquel trabajo sobre el cual Arthur Shopenhauer (La Libertad, 1840) construyó su ética de esa gran construcción teórica que considera el mundo como voluntad y como representación. Para dilucidar lo que pretendía el filósofo sería muy recomendable revisitar aquella obra, ya clásica también, escrita por Rüdiger Safranski, Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía (1988).

La vida de Schopenhauer es un precioso ejemplo de lo que se hace en libertad y lo que cuesta hacerlo, además de las circunstancias a veces fortuitas para lograrlo, que conducen sin falta a conseguirse un humor de perros y quizás un perro de compañía. Por supuesto que su libertad no podía agenciarse la libertad de otras personas, por ejemplo, su amante, quien sospechosamente estaba preñada por otro hombre, quizá su verdadero amor, si algo así existe; o su vecina, si es que existe la buena vecindad. La relación de los filósofos con la libertad muchas veces se inunda en el ridículo o al menos lo roza, como si fuera una moneda valiosa y mellada.

Ya que hablé de las contingencia, podría extenderme y hablar de lo que se llama libre albedrío, una cuestión que lleva siglos de discusiones y que, por supuesto, está relacionada con la libertad nuestra de cada día. No es extraño que nosotros nos retiremos de discusiones añejas entre tirios y troyanos que tratan dicho tema pretendiendo llegar a alguna verdad, y optemos por nuestra libertad de no llegar a nada si no tenemos tiempo que perder. Sin embargo, sobre el tema del libre albedrío recuerdo, para no hacer la cosa interminable, lo que dicen que alguna vez dijo Erasmo: “Dios te pone las nueces, no te las casca”.

Para el recio Epicteto, buen representante de los filosos estoicos, de nosotros depende el juicio, también el impulso, así como el deseo y el rechazo; es decir, cuanto es asunto nuestro. No dependen de nosotros, según él, el cuerpo ni la hacienda, ni la reputación ni los cargos; es decir, cuanto no es asunto nuestro. En el primer capítulo de sus Disertaciones explica que lo que depende de nosotros es libre por naturaleza y no está sometido ni a estorbos ni a impedimentos, lo ajeno. “Recuerda, por tanto, que si lo que por naturaleza es esclavo lo consideras libre y lo ajeno propio, sufrirás impedimentos, padecerás, te verás perturbado, harás reproches a los dioses y a los hombres, mientras que si consideras que sólo lo tuyo es tuyo y lo ajeno, como es en realidad, ajeno, nunca nadie te obligará, nadie te estorbará, no harás reproches a nadie, no irás con reclamaciones a nadie, no harás ni una sola cosa contra tu voluntad, no tendrás enemigo, nadie te perjudicará ni nada perjudicial te sucederá”. Difícil conseja, ¿no? Pero más clara ni el agua. Quizá por eso es que comenta Michel de Montaigne que la naturaleza no ha concedido al hombre más que presunción. “Así lo dice Epicteto: el hombre no tiene nada suyo sino el uso de las opiniones”.

Pero lo libre nos lleva a la libertad, aunque para los dioses sea pura presunción.

Para poner los pies en la tierra debemos aclarar un punto. Existe otra clase de libertad: la que tiene referencia en nuestra vida en sociedad, que deriva de nuestras costumbres, nuestras leyes y en general de nuestras culturas, que no son obligadas precisamente por el tiempo, aunque es muy importante nuestra capacidad de elegir y nuestra capacidad de crear. De alguna manera, cascar las nueces.

En ese tenor deseo recurrir, para explicarme, a dos preceptos de la literatura. Sí, dos preceptos, bien conocidos, por cierto. El primero lo manifestaba Jorge Luis Borges, y dice algo así como que la filosofía es en realidad un estanco de la literatura, como lo son la teología y la física. No nos sorprendamos cuando caigamos en la verdad de ese sencillo dictum. El otro precepto lo conocemos por el trabajo del escritor italiano Roberto Calasso: la literatura está hecha de cosas falsas, de puras mentiras, las cuales en ocasiones muestran alguna verdad, imposible de encontrar de otra forma. Esa era, de alguna manera, la función de los mitos para los antiguos.

Todo lo anterior viene a cuento por la lectura del libro de Paolo D’lorio, El viaje de Nietzsche en Sorrento – Una travesía crucial hacia el espíritu libre (2012) en el cual, acertadamente, pienso yo, el autor menciona dos facetas del filósofo del martillo que para mí son evidentes, pero que tanto filósofos como escritores quieren negar y lo hacen a la primera oportunidad: el hecho de que Nietzsche era un escritor y el hecho de que era un héroe enfermo. Dije filósofos, pero en realidad me refiero a profesionistas de la filosofía, cuya ingenuidad aventaja aún con creces su conocimiento. Dejemos en esta ocasión en paz a los escritores, o profesionales de la escritura.

En Italia, Nietzsche es un personaje muy querido y respetado, quizá por la estrecha relación que el filósofo tuvo con ese lugar, con su clima, con la irradiación de su luz. Si no me equivoco fue el mismo Roberto Calasso quien comentó que Heidegger dedicó dos tomos (Nietzsche, 1961) para denigrar a Nietzsche. Y recuerdo el morbo con que Heidegger narra aquella anécdota donde el filósofo del martillo se encuentra completamente borracho, incluso vomitado, meado, debajo de una mesa.

Esa anécdota también es narrada, de forma realmente inspirada, por Thomas Mann en su Doktor Faustus (1947). Lo menciono para que el lector pueda elegir a quién se arrima en cuanto a cuestiones de estilo, ya que estamos en que la filosofía es un estanco de la literatura. En mi opinión los lectores de Heidegger son en realidad unos pesados; algunos presumen en las librerías, con los dependientes, claro está (¿quién más se sentiría obligado a escucharlos?), de que dedican sus días a la lectura exclusiva del filósofo de Heidelberg. Es como aquellos poetas que buscan su público entre los mismos dependientes, quienes, al igual que los lectores mencionados, tienen que hablar en voz alta para asegurarse de que son escuchados por algún hipotético público. Recordemos que hubo su época en que los lectores de Sigmund Freud y Jacques Lacan no recitaban mal las rancheras, por así decirlo.

Pero, por supuesto, hay sus excepciones. Menciono a Giorgio Agamben, lector y alumno de Heidegger con libros extraordinariamente extraordinarios, por ejemplo, uno entre muchos, El fuego y el relato (2014), que no pertenece al troncal de su obra principal. Anteriormente, para Gianni Vattimo en su Introducción a Nietzsche (1985) Heidegger llama la atención sobre que Nietzsche es un filósofo con pleno derecho, que “centra su atención en el problema más antiguo y fundamental de la filosofía, el del ser”.

Ahora bien, otro elemento de la querencia de Nietzsche en Italia son los trabajos de los filósofos Massimo Montinari y Giorgio Colli, quienes, como se sabe, escribieron sobre el filósofo del martillo y editaron sus obras completas, rescatando a Nietzsche de la ignominia en la cual lo había sumido su ambiciosa hermana Elizabeth y las pretensiones nacionalsocialistas de ella.

No voy a hacer una crítica del libro de Paolo D’lorio, sólo diré que en lo personal me gustan aquellos trabajos donde se abordan las circunstancias personales y temporales del escritor, del filósofo. Esa literatura que habla sobre lo que realmente quiso decir sí me interesa, pero en grado mucho menor. En ese tenor me agrada el libro de Sue Prideaux, Soy dinamita – Una vida de Nietzsche, porque la autora sugiere algunos pasajes de la vida del filósofo que son soberanamente ignorados, quizá por su banalidad, por la crítica académica, por llamarle de alguna forma. ¿Se masturbaba Nietzsche y hacerlo le causaba problemas de salud?, por ejemplo.

El pasaje que comento de El viaje a Sorrento… es el relato narrado en el capítulo primero del libro, titulado “De viaje hacia el sur”. Hablo del año 1876. Resulta que Nietzsche es invitado a Sorrento por Malwida von Meysenburg, amiga de él y también de Richard Wagner, con quien el filósofo ya consideraba una ruptura definitiva por el acercamiento casi piadoso del músico al cristianismo después de enarbolar posturas revolucionarias respecto a la religión, que Nietzsche aún mantenía. Lo acompañan, en su viaje a Sorrento, Paul Rée y Albert Brenner. Éste aborda el tren con el filósofo y en el apartado “Tren nocturno por el Mont Celis” Paolo D’lorio cuenta parte de la plática de desvelados que Nietzsche mantiene con Isabelle von der Phalen. El filósofo manifiesta a ella un aprecio especial al “don de los franceses, sobre todo La Rochefoucalud, Vauevenargues, Condorcet, Pascal…” Años después, en 1902 Isabelle (Isabelle Unter-Sternberg, Nietzsche im Spielgelbild seiner Schrift, Leipzig) atribuye dicho aprecio en la formación del libro Humano, demasiado humano, en realidad publicado en 1878, dando a la conversación otro tipo de influencia.

Paolo D’lorio aclara otras muchas cosas sobre las opiniones de dicha dama, pero un fragmento que llama la atención es que ese año de 1876 Nietzsche lleva una libreta con una veintena de anotaciones que conciernen a su relectura de los Ensayos de Michel de Montaigne, los cuales le habían sido obsequiados por Cosima Wagner. Entonces, esas anotaciones se refieren sugerentemente a “la vía hacia la libertad del espíritu” que el Señor de la Montaña había influido en Nietzsche escritor o filósofo desertor de la filología.

La libertad de conciencia es tratada por Montaigne en el capítulo XIX del segundo tomo de sus Ensayos. Es una disertación magistral sobre política, que describe a Juliano el Apóstata actuando entre los cristianos, fortaleciendo a todas sus facciones (“democráticamente”) para debilitar el poder que el cristianismo había adquirido durante el imperio de Constantino. Montaigne concluye su ensayo “La libertad de conciencia”, por supuesto refiriéndose a su época: “Y, aun así, más bien creo, por el honor de la devoción de nuestros reyes, que, no habiendo podido lo que querían, han aparentado querer lo que podían”. Es decir, Montaigne habla del pagano Juliano el Apóstata, habla de algunas actitudes convenientes de los reyes en su tiempo, pero, como en todos sus ensayos, el asunto trasmonta el supuesto tema que anuncia cada uno. Así es como Nietzsche describe “esa vía hacia el espíritu libre”: “un hombre que piensa libremente lleva a cabo anticipadamente la evolución de generaciones enteras”.

Es de pensarse que la actitud de Montaigne, esa libertad de ensayarse, de mostrarse desnudo y entero, permea en el Ecce Homo (1888) de Nietzsche, como lo hizo anteriormente en Vida y opiniones del caballero Tristam Shandy (1759), de Laurence Sterne y podemos pensar en Historia de mi vida (póstuma, 1826 y 1838), las memorias de Giacomo Casanova y en Recuerdos del egotismo (póstumo, 1893) de Stendhal, sólo por mencionar algunas influencias de la libertad de conciencia.

 

ALCOHOLES

 

Pienso, Andrómaca, en ti.

Charles Baudelaire

 

De cuantos libros he publicado, el más íntimo es éste. Abunda en referencias librescas; también abundó en ellas Montaigne, inventor de la intimidad. Cabe decir lo mismo de Robert Burton, cuya inagotable Anatomy of Melancholy —una de las obras más personales de la literatura— es una suerte de centón que no se concibe sin largos anaqueles.

Jorge Luis Borges, Historia de la noche

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