Gorilas en Trova

Deseos de corderos y globos

Deseos de corderos y globos

Enero 31, 2023 / Por Maritza Flores Hernández

La infancia es naturalmente irreverente. Querido lector, ¿Conoce Usted a algún niño que no se ría de las tonterías ajenas y propias? ¿Usted de quién se burlaba cuando cursaba el kínder o la primaria?

Los adultos lo saben. Sus cosas, logros y deseos provocan la risa de los pequeños, empero no comprenden el por qué, desde su perspectiva o fantasía, una persona “grande” suele incurrir en una serie de actitudes o costumbres carentes de sentido o de orden; por el contrario, están convencidos de que aquellos son los subversivos.

En El Principito, de Antoine Saint-Exupéry, el narrador describe un dibujo que elaboró a la edad de seis años, identificado por los mayores como un “sombrero” aplastado, aunque se trataba de una boa en cuya panza se hallaba un inmenso elefante.

Decepcionado, dejó sus inquietudes artísticas y se refugió de lleno en el trabajo de piloto aviador. Fue precisamente en el desierto cuando, estando un poco desesperado —por hallarse a kilómetros de cualquier población y sin posibilidades de recibir auxilio—, de repente un párvulo rubio, vestido de manera curiosa, le solicitó dibujara para él un corderito.

A pesar de la sorpresa, atendió la demanda de El Principito. Después de varios fracasos, decide entregarle la figura de una caja con ventanitas redondas, asegurándole: dentro está el cordero.

Para su asombro, El Principito acepta feliz al animalito —que el lector no ve—, la caja con ventanas y un lazo diminuto para atarlo, a fin de que no fuera a comerse a su Rosa.

Antoine Saint-Exupéry, piloto aviador y escritor francés, al contar las aventuras del aeronauta y de El Principito proveniente de un asteroide muy, muy lejano, expone cómo dos miradas distintas logran converger; no obstante, el rechazo que de sus dibujos hacía el solicitante.

¿Cuál es el dato que inclinó al piloto aviador a acercarse a la imaginación del venido de tan lejos?

Nada más y nada menos que — con la intención inicial de quitárselo de encima—, al presentarle su “famoso” dibujo del sombrero aplastado, recibir la réplica más espontánea, nunca antes prevista:

 

“–¡No, no! No quiero un elefante dentro de una serpiente. La serpiente es muy peligrosa y el elefante ocupa mucho sitio. En mi tierra todo es muy pequeñito. Necesito un cordero.

¡Por favor, píntame un cordero!...”

 

Desde luego, la amistad surgida entre los personajes no impidió que El Principito —como todo inocente—, diera su opinión y se riera un poco del piloto:

 

“El principito, que siempre insistía con sus preguntas, no parecía oír las mías…, cuando distinguió por vez primera mi avión (no dibujaré mi avión, por tratarse de algo demasiado complicado para mí) me preguntó:

 

“—¿Qué cosa es esa?

Esa no es una cosa. Es un avión, vuela. Es mi avión.

Me sentí orgulloso al decir que mi avión volaba. El entonces gritó:

—¡Cómo! ¿Has caído del cielo? —Sí —le dije modestamente. —¡Ah, es curioso!”

Y lanzó una graciosa carcajada que de momento me irritó pues me gusta que mis desgracias se tomen en serio. Después añadió:

—Entonces ¿tú también vienes del cielo? ¿De cuál planeta?

Esa pequeña luz iluminó un poco el misterio y le pregunté:

—¿Tú... vienes de otro planeta?

No me respondió; solo movía lentamente la cabeza examinando detenidamente mi avión.

—En esto no creo que puedas venir de muy lejos”

 

Para algunos, la actitud de El Principito podría ser irrespetuosa, ya que al mofarse del avión desvelaría su falta de obediencia y consideración hacia los adultos, a la alta jerarquía de estos, si bien estén afirmando un “orgullo” que hace más eco de su ego que de la realidad.

Se puede presumir que, si el Principito viene del espacio sideral, un avión derribado, sin buena tecnología, con pocas posibilidades de reparación, no es motivo de ninguna clase de satisfacción, sino más bien de arrogancia.

Mas el piloto evidencia su amplia competencia para coincidir con la mirada del ingenuo crío, capaz de manifestar sus pensamientos y de compartir su alegría sin ningún temor; y sin que ninguno de los dos se sienta ofendido.

Pero, ¿todos los chicos tienen esa posibilidad?

En el cuento “El Globo”, de la autora Isol, la protagonista —una niña llamada Camila—, se enfrenta con una señora que le grita a todos y a todo, incluso a los objetos.

La mujer vocifera a los perros porque ladran; a los pájaros porque trinan; a la mesa porque le estorba; a la puerta porque está; y a su hija porque…

¿Por qué motivo una madre le grita a su retoño?

Porque pide un dibujo imposible, porque quiere un helado, porque no hace la tarea, porque quiere jugar, porque está jugando, porque quiere un piloto que la invite a volar junto con El Principito.

Los niños tienden a suponer muchas cosas como ciertas; otras como verdaderas, y unas más como válidas para salir del estrés en que se encuentran; por eso inventan las bromas.

¿Conoce a alguno que, al ver pasar a un maestro gordo de panza notoria, ladeándose de un lado al otro, no lo renombre, “el barco” o “el pez globo”? ¿O que al observar a su maestra con cabestrillo en el brazo derecho y collarín en el cuello, no cae en la tentación de hacer guasa mientras apuesta respecto a qué mote le quedaría mejor, “Robotina”, de la serie “Los supersónicos”; o “Andrew”, más bien, “Andy”, de la película “El hombre bicentenario”?

Sin embargo, no todos pueden seguirles la chanza, adoptar la estrategia del piloto de Saint-Exupéry y comprender al mundo. Ni pensar en la posibilidad de responder a sus “incómodas” preguntas:

¿Por qué si El Principito viene de otro planeta eligió al piloto para hablar con él?

¿Puedo tener un avión? Mamá, ¿podrías llevarme al planeta de El Principito en este momento?

¿Tú también vas a morir algún día?

Ante lo cual, hacen lo mismo que la mamá de Camila en “El Globo”: gritan.

En ambas historias, los héroes —sin querer— ponen contra las cuerdas a los adultos. Simultáneamente, buscan la construcción de una materialidad distinta a la que los lastima, a través de las palabras y de los dibujos.

Antoine Saint-Exupéry ilustra su obra, El Principito, con dibujos hechos por él mismo, pintados con acuarelas; representando al sombrero aplastado, a la boa con un elefante en su interior; además, agrega varios corderitos y la caja con agujeros al modo de ventanas.

Por su parte, Marisol Misenta, mejor conocida como Isol —escritora, ilustradora y cantante argentina—, en “El Globo”, no sólo ilustra sino que perfecciona la historia al mostrar los gritos y, luego, un globo rojo mucho más grande que Camila, añadiendo y contando una paralela y complementaria de la referida con palabras; es decir, se está ante un álbum ilustrado.

Si Usted fuera Camila, y su madre le gritara igual que al perro, a la mesa y a la puerta, y pudiera formular un deseo, ¿qué pediría, querido lector?

Como sea, lo que acontece en el relato y en el cuento está reservado para los ojos de quien los lea.

Entretanto, recuerde dos cosas: no siempre se puede tener todo. Y, hay que tener cuidado con lo que se desea porque pudiera convertirse en realidad; verbigracia, tener por compañero un hermoso y enorme globo rojo.

Como siempre, Usted, querido lector, tiene la última palabra.

Maritza Flores Hernández

Cuentista, ensayista y también abogada. Egresada de Casa Lamm, donde hizo la Maestría en Literatura y Creación Literaria. Considera el arte, la ciencia y la cultura como un todo. Publica dos columnas literarias cada semana, en distintos diarios. Su obra ha formado parte de la antología de cuentos “Cuarentena 2020”.

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