Gorilas en Trova

El verano en un tallo de lavanda

El verano en un tallo de lavanda

Junio 27, 2023 / Por Maritza Flores Hernández

Estamos en pleno verano que, en el hemisferio norte, entró el 21 de junio de 2023 a las 08:57 de la mañana. La noche de San Juan, el 24 de junio, quedará como excepcional, ya que sin su tradicional tormenta y con una ligera lluvia, apenas logró disminuir el exuberante calor, nunca antes visto. Esto queda para la posteridad. Querido lector, de todos los veranos vividos hasta hoy, ¿cuál le ha dejado una experiencia imborrable?

Para muchos, el verano significa, playa, mar, vacaciones y descubrimientos: de los campos tostados, de los valles verdes, de las fiestas, de los cambios y prodigios que la vida y la naturaleza ofrecen.

Las vivencias extraordinarias se encuentran, por regla general, en el día a día, en la cotidianidad que, revestida por alguna pequeña desigualdad, permite mirar por primera vez lo que se tenía frente a los propios ojos, desde hacía mucho tiempo.

Es la contraposición y comparación lo que provoca el despertar y crecimiento de los seres. El verano es el momento justo para ello; ¿será porque siempre está detrás de la plácida primavera o antes del melancólico otoño?

No se sabe, mas todo es posible. 

Kathleen Beauchamp, mejor conocida como como Katherine Mansfield, (1888-1923), originaria de Wellington, Nueva Gales, en su cuento, “El garden party”, más famoso como, “La fiesta en el jardín”, narra:

 

“Y después de todo hacía un tiempo ideal. Ni hecho a la medida no hubiesen podido tener un día más adecuado para el garden party. No hacía viento, lucía el sol, y no se divisaba una sola nube en todo el cielo. El azul sólo estaba velado por una calina de luz dorada, como ocurre a veces a principios de verano.”

 

Así, la autora presenta un escenario frecuente en la temporada del estío, específicamente, en Nueva Gales: uno, social, el garden party, una fiesta de cierto prestigio en el jardín de la casa de los propietarios; y el otro, el tiempo, con todo y su bruma rubia al inicio de este ciclo.

Indudablemente, celebrar una fiesta en el jardín, convocando a los familiares y amigos cercanos, es un motivo de alegría; tan es así que aun el cielo y el clima colaboran en la dicha de los anfitriones y de los convidados. La autora prosigue:

 

“…la hierba y los oscuros y llanos rosetones en los que crecían las margaritas que parecían recién bruñidos. Y uno tenía también la sensación de que las rosas habían comprendido que eran las únicas flores que realmente impresionan a la gente que acude a un garden party; las únicas flores que todo el mundo reconoce sin miedo a una equivocación. Cientos, sí, literalmente cientos de ellas, se habían abierto durante la noche; …”

 

Es decir, el jardín se vistió con sus mejores galas, al punto de que incluso las flores estaban dispuestas a “quedar bien” con los visitantes; posiblemente contagiadas con la algarabía de la familia Sheridan, propietarios y organizadores de la fiesta.

La señora Sheridan ha dejado a los hijos parte de las labores. Por lo que, al llegar los trabajadores para poner la carpa, corresponde a su hija, Laura, dar instrucciones.

La joven queda vivamente impresionada por la presencia de los cuatro hombres, jóvenes, fornidos, conocedores de sus funciones, resueltos a hacer su mejor trabajo, y sin desdeñarla, si bien sin mayores cortesías, imponen su criterio sobre el mejor lugar para colocar la carpa, habiendo valorado los sitios disponibles y el que ocuparía la pequeña orquesta.

Laura, al inicio, intenta dar la impresión de ser una persona mayor, veterana en esas lides; después, cambia de criterio y decide causar la sensación de no estar sujeta a las diferencias sociales, dando una gran mordida a un pedazo de pan con mantequilla.

Querido lector, ¿Usted, en alguna ocasión, se ha dado cuenta de su actuación atropellada, frente a desconocidos que le importan de repente?; ¿quizá, por la disparidad de edades, porque los encuentra seductores, porque el proceder de estos tiene el efecto de empequeñecerlo o de ignorarlo?

A Laura, la protagonista de este relato, se le presentarán eventos adicionales que le harán confrontar su realidad con la de los otros.

Pues no sólo habría de hacerse cargo de una parte de la preparación del festejo —que hasta ese día su madre dirigía con toda diligencia— sino que ahora debería tomar decisiones: dónde colocar la carpa, cómo tratar a los trabajadores, qué actitud adoptar ante la presencia perturbadora de estos hombres, cuyo atractivo radicaba en que tenían una perspectiva distinta a la de ella y destrezas de las que carecía.

También habría de enfrentar un evento interesante: el deceso de un hombre a quien no conocía. De hecho, queda enterada por comentarios de otras personas. El difunto en cuestión habitaba en un vecindario que, aunque cercano a su casa, estaba totalmente distanciado, tanto en el sentido geográfico como en lo social.

¿Qué es lo que suscitó su interés por esta persona y por su familia?

Probablemente haya sido un tallito de lavanda. Es una intuición, porque Mansfield precisa que de los cuatro trabajadores que estaban colocando la carpa:

 

“… Sólo el más alto quedó atrás. Y se inclinó, cortó un tallito de lavanda, se llevó el pulgar y el índice a la nariz y aspiró el aroma. Cuando Laura advirtió su gesto olvidó por completo las karakas, maravillada de que el hombre gustase de aquellas cosas —gustase de poder oler el aroma de la lavanda—. De todos los hombres que conocía, ¿cuántos hubiesen tenido aquel gesto? Oh, qué extraordinariamente simpáticos son los trabajadores, pensó. ¿Por qué no tendría amigos trabajadores en lugar de todos aquellos muchachos atontados que la sacaban a bailar y que eran invitados a cenar los domingos? Se hubiera llevado muchísimo mejor con hombres como aquéllos…”

 

Efectivamente, el personaje central hizo un descubrimiento: un hombre ajeno a su cotidianidad, a su realidad, tiene la misma capacidad que ella para disfrutar del aroma de un insignificante tallito de lavanda. Y con ello toma consciencia de sí misma y del resto de la humanidad.

Desde luego, este será el detonante que definirá su postura ante la muerte y el duelo. Momento exacto en que distinguirá las formas y caminos paralelos de la familia del difunto y la de ella.

Pero ante el cadáver, querido lector, ¿podría Usted imaginar la reacción de la señorita Laura Sheridan? ¿Tendrá las palabras para definir la vida y su belleza?

Porque es imposible suponer a Laura llenarse de oscuridad, pese a que, para la fiesta de jardín, su cabeza ciñe un hermoso sombrero negro con listones dorados: dorados como el verano.

En suma, Katherine Mansfield, en esta obra, traducida por el poeta, traductor y crítico literario español, Francesc Parcerisas, propone ese verano como el que signficará para Laura, vivir la transición entre mundos, la necesidad de los contrastes y aceptar ocultar los karakas —árboles de Nueva Gales—, y su precioso color tras la carpa, para descubrir frente a ésta, la belleza de un tallo de lavanda sostenida entre los dedos de un hombre diferente.

Como siempre, querido lector, Usted tiene la última palabra.

Maritza Flores Hernández

Cuentista, ensayista y también abogada. Egresada de Casa Lamm, donde hizo la Maestría en Literatura y Creación Literaria. Considera el arte, la ciencia y la cultura como un todo. Publica dos columnas literarias cada semana, en distintos diarios. Su obra ha formado parte de la antología de cuentos “Cuarentena 2020”.

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