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Gerardo Briones: pintor, místico, machista, cosmopolita

Gerardo Briones: pintor, místico, machista, cosmopolita

Junio 06, 2023 / Por Maritza Flores Hernández

Nos encontramos con el artista plástico Gerardo Briones, mexicano, de intensa vida espiritual, para conversar sobre su obra, serena, a medio camino entre la materialidad o la realidad y el otro lado, desconocido e inmaterial.

 

—Maestro Gerardo Briones, te agradezco que nos recibas porque sabemos que eres una persona muy reservada, incluso respecto a tu arte. ¿Por qué no te gusta hacer exposiciones maestro?

—Muchas gracias por la oportunidad. Espero que sirva de algo lo que pueda aportar.

Hay una edad en los pintores, por lo menos en mi caso, en que el blof, la parafernalia pasan a segundo lugar. El artista que se respete debe enfocarse al cien por ciento en su trabajo.

Los artistas, en general, somos sicóticos, de otra manera no nos dedicaríamos a esto porque se necesita pasión.

Muchos conocidos artistas, e incluso amigos muy entrañables, se dedican más a lo social y se quejan de la falta de oportunidades, de problemas técnicos que tienen con su obra y no los resuelven. Pero como lo digo, desde que te levantas hasta que te acuestas debes tener el lápiz en la mano. De lo contrario te vas a estancar.

No se si sea problema o alguna virtud, porque en ese sentido soy sicótico.

—Sabemos que tu formación artística comenzó en la Ciudad de México.

—Sí. Después me fui a Barcelona. En 1979 el gobierno de México me becó. México había roto las relaciones diplomáticas con España, pero en 1976 las reanudó.

Estudié en La Esmeralda, mi tutor fue mi maestro Francisco Corzas. Entonces era muy joven, yo no sabía quién era el maestro.

Gracias a la reanudación de las relaciones diplomáticas se gestaron muchos intercambios. Por esa razón me fui a Barcelona, no necesariamente porque yo fuera muy bueno, pero sí muy disciplinado.

Estudié en la Escuela de artes y oficios aplicados, MASSANA, mejor conocida como MASSA. Regresé en 1982, estuve tres años porque se había terminado mi beca, había terminado el sexenio. Dos o tres años después volví a la escuela con mis propios recursos.

En ese inter, para no perder el tiempo, entré al Instituto de Artes Visuales de Puebla como alumno. Ahí tuve la fortuna de conocer Javier Ibarra Mazari, Chalo Tulián, argentino, que ya falleció; y a Estela Labiano, su esposa.

A Gonzalo Fernández le agradezco mucho por haberme aceptado en el grupo que tenía y de haberme dado la oportunidad de exponer. Gonzalo Fernández era el director de la pinacoteca universitaria de la BUAP.

También me rodeaban Lucía Maya, ilustradora, y el maestro Xochitiotzin.

—En tu obra de los últimos años y la actual vemos muchos retratos de mujeres. ¿Por qué?

—Quizá porque… mira… mi adolescencia y mi juventud me las educó el pueblo catalán: tú vas como una libreta en blanco, tu desarrollo intelectualidad se nutre de lo que ves, escuchas y comes. Eso se te va a quedar para siempre.

El pueblo catalán, en especial el de Barcelona, siempre ha sido muy progresista, por no decir de izquierda, muy progresista en muchos sentidos.

Al regresar a México tuve, a lo mejor, la mala suerte, no sé, de ser acosado por alguien de mi propio género. Quizá porque traía el pelo largo, camisas y suéteres color rosa. No me importa ni me fijo qué me pongo y qué no me pongo, me da igual. Eran los ochenta, había una cerrazón. Puebla es una sociedad muy especial en ese sentido, tradicionalista y conservadora.

—Pero si Puebla es, o era, una ciudad conservadora y especial, ¿cómo es que te acosaban?

—Mira, en una ocasión una persona conocida (no quiero decir su nombre) que dirigía un instituto dedicado al arte, no de gobierno, me acosaba. Era un hombre público, estaba en actividades culturales. Era conocido. Hacía cosas muy buenas de rollos culturales, etc.

En cambio, yo antes, como ahora, soy un completo desconocido, así me conduzco, me gusta mucho esa intimidad. Eso influye en tu vida personal, en tu psique, yo no estoy en contra de la gente que tenga preferencias sexuales diferentes a las mías, pero eso me afectó.

En esa época, pintaba muchos personajes, por ejemplo, los duendes, gnomos y esa pléyade de fantasía de la literatura infantil inglesa que traje de Barcelona.

Eso me llevó a pintar hombres, de vez en cuando un personaje femenino; pero lo que quería expresar en mi obra, básicamente, con mis personajes eran hombres.

Por esa razón, nunca antes lo había dicho, era tanto mi hastío que yo me decía: si hago un cuadro de hombres me van a tachar, esta persona va a pensar: “él es de mis mismas preferencias”. No pongo etiquetas. Entonces, como para reforzar mi masculinidad, me dije: “me voy a dedicar a hacer puras mujeres”.

Además, plásticamente es mucho más enriquecedor una mujer que un hombre, por las formas. Por ejemplo, los cuadros de Rubens y toda esa masa de voluptuosidad son increíbles porque habiendo más de donde tomar —en cuestiones plásticas— es mejor.

Otro ejemplo es este biombo que me gusta mucho de este pintor del art nouveau, Alfons Mucha. A pesar de los vestidos en sus personajes mujeres, ves las formas: son un deleite.

Vas a ver muy pocos hombres en mi obra personal, a menos que sean secundarios. Me agrada más la mujer.

—Tus retratos de mujeres son más cabeza y torso que cuerpo y tienen miradas que interpelan al espectador.

—Sí. Aparentemente son mujeres o personajes con cierta pose; insulsos, si tú quieres; sin embargo, hay un trasfondo. Yo soy muy visual. Mientras tú me estás viendo, yo te estoy mirando, analizando. Llega un momento en que quiero dibujar algo y sin querer hago los ojos de sutana, las manos de otra, etc.

Siempre trato de que la obra diga algo al espectador. No nada más que digan “qué bonita”, sino más bien que se den cuenta de esa interrogación del personaje: qué querrá, qué está pensando la mujer. Eso es lo interesante.

La última mujer que hice y que ya publiqué en Instagram, tiene un mensaje. Es una mujer joven de 20 o 22 años, sin carnes, porque lo atractivo no está en la voluptuosidad o en las formas. En la parte de arriba, encima de ella, hay una guacamaya. Del lado derecho, una medusa. No están así por composición, etc.

La guacamaya es hermosa, sus colores son vistosos; está en medio y los dos personajes están mirando arriba de nosotros. De este modo, le doy una interpretación machista y digo “yo estoy arriba de ti”.

Pero del lado izquierdo de la mujer y derecho de nosotros hay una medusa, a la cual actualmente la relacionan con el empoderamiento de la mujer, pero tócala. A la medusa se le conoce también como agua mala; es un ser orgánico visualmente poderoso, muy bonito, bello, pero insisto, tócala y te va a hacer daño, eso no se toca.

—Sería: “a una mujer no se le toca”.

—Claro, esa es la idea. No por moda, aunque yo me asumo como macho. Me gusta esa posición, no por necesidad porque yo sé cocinar, me gusta hacer paella a los amigos, la cena a la familia.

Es un contrasentido, es un falso discurso de “yo respeto a las mujeres”, “yo no soy macho”; pero dicen: “a ver, ¿mi comida?” Lo veo mucho con amigos, grandes pensadores profesionalmente destacados, pensantes, preparados, pero tienen un dejo de machismo. Hay un doble discurso.

Cuando viví con una de las mamás de mis hijos, nunca lavó mi ropa, siempre la mandaba a lavar. No sabía cocinar, yo le enseñé. Nunca cuestioné nada ni le prohibí nada.

El machismo es un discurso ególatra.

La mayoría de las mujeres que pinto es gente conocida, que se me queda grabada; además, considero el archivo fotográfico. Todo esto siempre sale a flote en mi obra.

Yo me asumo como macho, porque no lo soy; eso es lo bonito, lo contradictorio. En el hombre radica el machismo, por ejemplo, cuando una mujer intercambia miradas, el hombre dice “ya la conquisté”. Hay una mala interpretación de las miradas.

Tuve una pareja muy celosa, ahora es mi comadre. Su papá, era vasco, de Bilbao. Por problemas políticos se cambió el nombre y se fue a radicar a Barcelona. Él me enseñó la diferencia entre el respeto genuino y la simulación para muchas cosas.

Las mujeres que por antonomasia afirman “soy feminista y desteto la violencia contra la mujer”, son más machistas contra las mujeres que contra los hombres. Creo que es una moda y estoy en contra de las modas.

—Tus obras son coloridas y de colores bien definidos y saturados. ¿Cómo decides esto?

—Por la educación visual que he tenido. Si vas por el Paseo de Gracia te encuentras con la Casa Batlló, La Pedrera, La Sagrada Familia. En su interior, con los grandes cristales de colores intensísimos.

También en Chile que, junto con un país de africano, tiene el lapislázuli. Allá hice diferentes exposiciones en canales oficiales y galerías particulares. Y aproveché para hacer los cuatro Caminos de Santiago: el de Compostela, en España; el de Chile; el de Cuba y el de Puebla, en México.

—Las mujeres de tus obras están acompañadas de diversos animales: cimarrón, conejo, variedad de aves que van desde Asia hasta el Caribe. ¿Tienen un simbolismo?

—Sí. En las últimas obras he apelado mucho a las aves. Es por temporadas. Tienen un simbolismo un tanto místico por la religión yoruba, que está presente en Puerto Rico, Cuba y Brasil.

En la mayor parte de los pattakies, que son la historia no escrita de la religión yoruba y que son patrimonio cultural de la humanidad por la UNESCO, aparecen las aves. La religión yoruba maneja santos, porque hay un sincretismo con santos católicos. El principal requisito que debe tener un religioso yoruba es que debe ser católico.

Yo soy hijo de Obatalá, que se sincretiza en la Virgen de la Merced. Todas estas cosas te marcan. Mi mamá me llevaba cada 24 de septiembre, para celebrar mi cumpleaños, a la Virgen de la Merced. En el escudo de la Virgen de la Merced hay una banderita, es una cosa interesante. La bandera es roja y amarilla; corresponde a la bandera catalana. Eso me marcó.

Llego por primera vez a Cuba en los noventa y me encuentro con madame Cabalú, quien me dijo: “tú tienes aché”, o sea la gracia.

Obatalá, mi santo, tiene el color blanco. Es protector y patrono de todas las aves blancas, protector de los albinos, ciegos, de los que están mal de la cabeza o tienen algún trastorno psiquiátrico

Hay otro santo, Changó. Su color es rojo sensual, dueño del trueno, del fuego. Sincretiza con Santa Bárbara. Quien es hijo de Changó, es erótico, sensual.

Un cuadro que tengo se llama Hija de Obatalá. Tiene aves blancas y su vestimenta es una túnica con rojo.

—¿Tu obra cabe en cualquier hogar?

—Sí, porque para empezar los que están dentro de esta religión (aleyos o sea no somos sacerdotes ni nada; babalawos o religiosos; apeterbis, la mujer sacerdotisa) deben ser católicos.

Esta religión yoruba se maneja por santos; por eso se llama santería. Hay una derivación que se llama Palo Mayombé. Ahí sí es de brujería.

Todo eso puebla parte de mi obra. Por ejemplo, esa mujer hindú, la del óleo, está vestida de blanco. En la India, estaba en el Varanasí, el río sagrado. Me gustó esa mujer, estaba dentro del río. La pinté y la vestí de blanco por mi santo, Obatalá.

—De alguna manera estás rodeado de la divinidad.

—Me considero un poco místico. Una periodista me decía hace muchos años: ¿De qué vas?, ¿eres artista? Yo sigo una filosofía de vida que se llama Cuarto Camino, creada por el armenio George Gurdjieff, a finales del siglo XIX, quien falleció en París.

Debes de ejercitarte como un faquir, poner a prueba al extremo tu cuerpo. Debes de ser un sacerdote, o sea manejar el espíritu, en este caso mi religión. Debes ser un yogui, es decir, trabajar la mente.

Entonces, soy católico, estoy en yoruba, es mi lado espiritual. Hago mi lado faquir, pues como una vez al día, hago ayuno una vez al mes. El yogui: hago meditación. ¿Y cual es el cuarto camino? La combinación de esos tres. Y esa es mi manera de vivir. Sigo mi filosofía.

No explico mi pintura, sigo a Salvador Dalí cuando, en el Metropolitan de Nueva York, en los años sesenta, una señora le dice al maestro: “Le voy a comprar todo, la única condición: le pido que me explique su obra porque no la entiendo”. Salvador Dalí le dijo: “señora, a mi me gusta el queso camembert. ¿A Usted le gusta?” “Sí, me gusta mucho”. “¿Y le entiende?” Es decir, si te gusta no es necesario que lo entiendas. El espectador siempre es recreador de la obra artística.

—Qué opinas del arte hecho por la inteligencia artificial.

—Hay algunas cosas interesantes. Es válido, pero no es honesto. Porque si apelamos estrictamente a lo que es el arte en general, implica una actividad humana y los ordenadores no los conduces como corres a un auto.

En el arte, la intención primigenia es manifestar algo y transformarlo en bello. Expresas lo que sueñas, piensas, etc., le das un cauce por medio de la letra, música, poesía, etc.

El arte hecho por inteligencia artificial puede ser bonito, pero es efímero, es signo de nuestros tiempos.

—¿El arte necesita de la honestidad?

—Sí, y mucho. El arte es una de las tantas manifestaciones del ser humano y somos imperfectos. Por ejemplo, estoy en contra de la pintura hiperrealista. ¿Quieres algo hiperrealista? Tómate una foto.

El hiperrealismo sirve para mejorar tu técnica, no es un fin, es un medio para mejorar tu técnica. El arte que no es hiperrealista tiene una falla, una pincelada que se te va. La belleza del arte radica en la imperfección.

El hiperrealismo es una copia, el artista no le da la luz, se la da una fotografía; además, para hacerlo, se basa en una foto. Está copiando una foto. Entonces no hay honestidad en ese sentido, simplemente está de moda y es carísimo. Es un medio no un fin.

 

Nos despedimos del artista plástico Gerardo Briones, quien nos dejó entrar a sus pinturas, a sus colores y personajes y nos hizo sentir que, como recreadores de su obra, vamos de la mano junto con él.

Maritza Flores Hernández

Cuentista, ensayista y también abogada. Egresada de Casa Lamm, donde hizo la Maestría en Literatura y Creación Literaria. Considera el arte, la ciencia y la cultura como un todo. Publica dos columnas literarias cada semana, en distintos diarios. Su obra ha formado parte de la antología de cuentos “Cuarentena 2020”.

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