Gorilas en Trova

Günter Petrak: ser en el otro

Günter Petrak: ser en el otro

Julio 14, 2023 / Por Maritza Flores Hernández

En la placidez de San Pedro Cholula, bajo la hospitalidad de sus antiguos portales, conversamos con Günter Petrak, escritor, docente, activista e interpréte del mundo.

—Tu obra, Günter, es multidimensional, polisémica, con un referente: tu la facilidad para la imagen, visual y, a través, de la palabra.

—Sí, creo que soy bastante visual. Cuando tomé una clase de fotografía, el profesor me comentó: “Günter, ¿qué te puedo enseñar? Si tienes lo más importante, tienes la mirada”.

La mirada está en lo físico y en lo espiritual. Incluso, he aprendido a verme dentro de mí mismo; además, soy psicólogo.

Desde niño fui bastante introvertido y nostálgico. Alguna vez un autor italiano —no sé si fue Calvino u otro— dijo que, su vida era una nostalgia. Yo considero eso también de mí.

En la nostalgia está ese tratar de recrear las imágenes, los espacios, las personas con las que alguna vez conviví y a las que quiero: alguna vez le aseguré a mi madre que no iba a tener dinero, pero sí amigos.

—Creo que sí tienes muchos amigos. El 29 de junio de este año estuvimos en la presentación de tu libro Lúdicas Sombras, en la Biblioteca de la Universidad Iberoamericana. ¿Qué significa que el público que estaba ahí no sólo quisiera comprar tu libro y tener tu autógrafo, sino que aprovecharon para rendirte tributo, para darte las gracias por tus palabras y tus enseñanzas?

—Llegaron mis amigos, colegas, exalumnos; incluso, una de mis exalumnas llevó a sus compañeras normalistas. Creo que para algunos tengo la sangre dulce. Lo agradezco.

Me hace sentir muy satisfecho y querido.

—Tu obra es una especie de alegoría imaginada. ¿Qué es lo que dispara tu imaginación para escribir estas imágenes muy sensoriales, a pesar de no estar asociadas a la fotografía?

—En parte es la nostalgia, ese inside, que incluso suelo escoger cuando presento este tipo de textos. En concreto, leí: 

Aceptar el tiempo, es una reflexión de la edad en la que ya estoy y miro hacia atrás.

El niño, en el que recuerdo mi infancia.

Lágrima, trata de una vuelta hacia atrás, hacia mí mismo.

Algunas imágenes son fantasmales, son sombras.

Otras son luminosas, de hecho, originalmente como lo comenté en la presentación, se llamaba Lúcidas Sombras; un error de los editores lo convirtió en lúdicas; de todos modos, creo que quedó bien, suena bien.

—Sí, quedó bien. Günter, usas mucho el juego de palabras: tautogramas, calembur, etc., ¿por qué?

—Alguien dijo que jugar es volver a la infancia. Yo siempre ando buscando a ese niño perdido que está dentro del pecho y no aparece. Y también es una forma de inspiración 

A mis alumnos del taller siempre los pongo a jugar, porque del juego salen cosas más serias; es activar áreas del cerebro donde se encuentran las palabras; luego, conectar palabras que no están conectadas. Esa es la fuente de la creatividad. A veces salen metáfora, comparación, juegos fonéticos, anáforas.

—¿Escribir, te divierte?

—No, me hace sudar, me hace sufrir. Siempre sufro, porque escribir no es fácil.

Al menos a mí, sí me cuesta mucho trabajo. No soy escritor de largo aliento, tengo una novela que, desde hace mucho tiempo, sueño con terminar.

Soy más bien de instantes.

Llega la inspiración como una iluminación, puede ser en forma de juego de palabras o como una idea que necesita desarrollarse.

— ¿Por qué escribes?

—Empecé a escribir por una desilusión amorosa.

—Como en tu cuento “El verano”, que pertenece a tu colección Eros Desarmado…

—Así es.

—Descubrí que la literatura es salud, catarsis, una forma de sublimación hablando en términos sicoanalíticos.

Por otro lado, hubo un tiempo en que quise dejar algo a otros; sin embargo, puse los pies sobre la tierra; sé que sólo me leen mis amigos, mis cuates del face y éste me sirve para compartir cuando presentamos un libro o cuando tengo algo nuevo.

—En Facebook tienes lectores que esperan tus fotografías y tus textos…

—Mira, en relación a este libro, Lúdicas Sombras, que contiene cosas que comparto en Facebook, te comento.

Estamos en un tiempo efímero, todo pasa, por eso te digo, soy realista. No creo que algo de esto quede para la posteridad, a pesar de lo cual, sí halaga que te pongan un like, que te escriban: “qué bonita foto».

Cuando alguien me pide una foto, yo la regalo. No suelo ser egoísta; porque creo que si algo ha permitido las redes sociales es compartir. Aunque sea de manera efímera.

 

 

—Durante la presentación de tu libro obsequiaste separadores con fotografías, y poemas, juegos de palabras, minificciones, que son parte de tu obra.

—Sí, me gusta darlo, y no sé si te fijaste, pero no llevan mi nombre. Es una forma de compartir, de ser en otros, de agradecer la amistad.

He tenido muestras de afecto increíbles, por el asunto de mi ojo, en el que perdí buena parte de la visión.

El tratamiento es tremendamente caro: alumnos, amigos, hicieron una colecta; me ayudaron. Es una forma de agradecer a la vida, a la gente, no a alguien en particular sino a todos. Si van a verme, es una forma de agradecer también.

—¿Por qué se subtitula minificciones?

—El subtítulo lo puso el editor porque efectivamente hay dos o tres minificciones o más. Lo demás son pensamientos, reflexiones, poemas, cuentos cortos.

—En esta obra permea mucho lo que tiene que ver con las redes sociales, con el internet. ¿qué tanto impacta en tu pensamiento esta nueva relación con la tecnología?

—Yo no amo las nuevas tecnologías: lo declaré alguna vez en un discurso en la universidad, cuando regresamos de la pandemia. No obstante, reconozco que sin ellas —durante los dos años de pandemia—, no habríamos podido dar clases.

Soy de una generación que aprendió a escribir con plumilla y con tintero; después, con el bolígrafo; posteriormente, con la máquina de escribir; más tarde, llegaron las computadoras; y, luego, las redes sociales.

La inmediatez actual hace que la gente lea menos: mi relación con las redes sociales está en esa línea; todas las cuestiones están tan efímeras, que yo escribo en concordancia con esa condición.

Las nuevas tecnologías sí me interesan; he aprendido, por ejemplo, algunas fotografías las he tenido que trabajar en un programa de edición de fotografía y me gusta; para eso, las nuevas tecnologías me agradan.

Todo esto es curioso. Cuando empecé a escribir me interesaba mucho las cuestiones serias.

Tuve un maestro, Miguel Donoso Pareja, de izquierda; mis compañeros del taller también eran gente de izquierda y yo quería escribir una cosa seria.

No obstante, de las primeras cosas por las que recibí un estímulo como escritor fue el haber ganado mención honorifica en un concurso de cuento de ciencia ficción.

Tengo cuatro menciones honoríficas en ciencia ficción y un premio en “Encuentros de brujos y brujas”, para mi cuento, “Lucina”.

En Netflix, acabo de ver una película en la que hay unos androides. Este tema, en aquella época, me interesaba, me gustaba y leía a Asimov, si bien nunca imaginé que llegaríamos a lo que estamos ahora. En consecuencia, mi cuento, actualmente, ya no puede ser novedoso.

—¿La literatura pronostica el quehacer humano futuro o las actitudes del hombre?

—Puede ser. Una de las cosas que no me gusta de las nuevas tecnologías es la inmediatez. Es difícil que un alumno se siente a leer más de quince minutos. O sea, gradualmente estamos perdiendo la capacidad de atención, no vemos el futuro sino el instante.

Y el instante, la mayoría de las veces, es una mera distracción: los celulares, las computadoras, el mundo virtual. Eso sí me preocupa, porque hemos perdido mucho la capacidad de juicio crítico, precisamente, por estar buscando lo divertido, la polémica que incluso lleva al odio político y no a las cosas trascendentes de la humanidad.

—Ahora tenemos el ChatGPT, ¿cuál será su efecto en la escritura, en la literatura?

—Ya hay muchos escritores que empiezan a quejarse, porque ChatGPT puede hacer guiones para serie de televisión y películas.

—¿Contendrán, por ejemplo, la suficiente ironía?

—No. Yo lo intenté. Pedí al ChatGPT y a Bing de Microsoft que hicieran un soneto y no lo saben hacer, pese a que yo les di instrucciones específicas sobre endecasílabos, rima, estrofas, etc., y no lo hacen. Obtuvieron algo bastante malo. Sin embargo, de pronto, de ahí pueden salir buenas ideas.

Creo que, en algunos casos, cuando no se es muy exigente, la inteligencia artificial sí puede quitar el trabajo a ciertas personas.

No sé a donde vamos a llegar. Tampoco, si se producirá algo de alto nivel por una máquina.

Aunque sí lo preví en un texto de ciencia ficción que se llama “El líder”. El líder es un androide que escribía poemas.

—¿A quien le escribía ese androide?

—A otros androides, a otros robots. De hecho, en el libro Lúdicas Sombras, tengo un poema del robot:

 

“Una filaria en un estanque blanco, con su inveterado estupor de ínclito personaje, teclea sus arrecidos tegumentos en busca de quiropédica superficie…”

 

Lo llamé “Historia Androide”. Fue en los años 80 que escribí eso. Ahora podría haber algunas cosas escritas por la Inteligencia Artificial.

Pero, si seguimos perdiendo inteligencia, si seguimos perdiendo vocabulario, a lo mejor, sí es posible la sustitución del escritor, porque ya no habrá escritores buenos.

Por otro lado, a las nuevas tecnologías las considero buenas porque llegará un momento en que no voy a poder teclear: una opción sería dictarle a la máquina y que la máquina transcriba el texto. Ahí, estoy de acuerdo completamente con las nuevas tecnologías.

Como escritor, eso es maravilloso: puedes estar tomando el café, hablando, diciendo lo que estás pensando.

Mira, al principio, escribía a mano. Escribir a mano es más tardado, se me olvidaba lo que ya tenía en mente. En cambio, la máquina va guardando y transcribiendo, no importa que uno vaya rápido.

— ¿Cuánto borras cuando escribes?

—Fíjate que poco. En cambio, sí voy revisando línea por línea, así que a veces me puedo tardar un buen rato con un párrafo hasta que me convence; si queda bien, sigo con otro.

—Eres Maestro en Letras Iberoamericanas y Licenciado en psicología, ¿eso te da la posibilidad de tener un pensamiento conciso, sin que puedas eludir los contrastes, como en tu texto “Fortaleza”?

—No tanto. A veces, es una inspiración del momento; porque no soy muy racional para escribir; y sí, mucho para corregir.

Al escribir soy de sentimiento, soy de emoción. Como muestra, en el Museo Nacional de los Ferrocarriles veo un vagón viejo, en medio de los árboles, y se me ocurre la historia. Fue la imagen la que me produjo la emoción. Y me imagino a mí mismo en un tren que cruza un bosque: la imagen es medio onírica; entonces, procuro que el texto tenga esa carga onírica y emocional.

—En algunos de tus textos encontramos el absurdo: es inevitable reírse de lo que ocurre a los personajes. ¿Decides escribir el absurdo?

—La vida es así, al final, no es más que una reacción. Yo reacciono a lo que vivo, a mis experiencias y trato de plasmarlas en el papel; a veces, nace del juego de palabras, no creas que siempre queda todo a la primera.

Un ejemplo, en el caso de los tautogramas, en ocasiones me apoyo en algunos programas de internet, para ilustrar, hay una herramienta que se llama, “palabras que”. Solicitas palabras que empiecen con la letra R, te dice “hay 50 mil”. El programa repregunta: de cuantas letras, de cuántas sílabas, si quieres que tenga alguna otra letra junto. Tengo un texto: “Tren trenecito tremolín, tr, tr, tr”.

Entonces, busqué palabras que tengan: t-r-e. Salieron menos de cincuenta mil; de cuarenta mil, etc.

Después vino el trabajo de agregar la palabra que pueda quedar mejor; te ahorra un poco de trabajo.

—¿Hay esperanza en tus historias?

—Sí y no. De hecho, originalmente el texto se iba a llamar de Lúcidas Sombras, porque un amigo mío, Jorge Arturo Abascal, ya en Eros Desarmado me describió como: “Autor de un pesimismo luminoso… Sus letras están aposentadas en la desesperanza, recorren como un viento gris un laberinto infinito”; con luces y sombras.

—Sí, pero hay una distancia entre Eros Desarmado y Lúdicas Sombras.

—Sí, son cosas distintas. Lo que escribo es auténtico, aun cuando sí hay la intención de compartir algo que a los demás va a gustar, interesar o picar en algún punto, o incitar a reflexionar, porque sí pienso en el lector.

—¿Juegas con el tiempo, como en tu texto, “La puerta”?

—Ese cuento está en el capítulo que llamé “Cuentos extraños”. En parte porque tengo un autor que a mí me encanta, poco conocido, muy moroso, quizá por eso no es famoso. Se llama Robert Aickman

En una antología de cuentos de terror. Leí un cuento de él, que se llama “La hostería”; me fascinó. No hice imitación, sino que sí aprendí de él.

—¿Tu escritura es también para divertir?

—Es para todo. Como todo arte, su función es producir una función estética.

En ese proceso. el autor igualmente comparte emociones, deseos, reflexiones, sus frustraciones, deseos no cumplidos. Como escritor, me doy cuenta de que a veces puedo ser patético, divertido, tener mala leche; de la misma manera, puedo ser grosero, perverso, ser todo.

Es otra cuestión interesante: en la literatura puedes ser lo que no eres en la vida real o no quieres ser. No es que uno sea forzosamente un psicópata o un pervertido, más bien la literatura es, al mismo tiempo, salud y una forma de pasar el tiempo.

—¿La literatura puede curar del odio polarizante que vive el mundo?

—Yo creo que sí. La literatura se trata de producir una emoción estética. A mis alumnos de literatura les digo: Si tienes la sensibilidad para gozar y disfrutar de la literatura, entonces puedes volverte una mejor persona.

Si bien la literatura no puede cambiar al mundo —algunos idealistas lo creen así—, en cambio, sí puede hacerlo más sensible, reflexivo; incluso que, en algunos casos, nos caiga el veinte.


En pleno siglo XXI, nos despedimos de Günter Petrak. Mientras reflexionamos sobre su obra, dejamos la plaza principal y sus portales. Simultáneamente, aparece de poco en poco la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios coronando el cerro, cuyas faldas no alcanzan a cubrir la pirámide de los legendarios cholultecas. No cabe duda, volveremos a leer Lúdicas Sombras.

 

Maritza Flores Hernández

Cuentista, ensayista y también abogada. Egresada de Casa Lamm, donde hizo la Maestría en Literatura y Creación Literaria. Considera el arte, la ciencia y la cultura como un todo. Publica dos columnas literarias cada semana, en distintos diarios. Su obra ha formado parte de la antología de cuentos “Cuarentena 2020”.

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