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Miguel Ángel Huerta Parraguirre: el equilibrio entre el cosmos y la vida humana

Miguel Ángel Huerta Parraguirre: el equilibrio entre el cosmos y la vida humana

Junio 03, 2022 / Por Maritza Flores Hernández

Imagen portada: Miguel Ángel Huerta Paraguirre. Foto de la autora

 

 

En el Café-Galería “Las conchas”, ubicado en la avenida 9 Oriente 210 del centro histórico de la ciudad de Puebla, Puebla, nos reunimos para conversar con el artista plástico Miguel Ángel Huerta Parraguirre sobre sus dibujos expuestos en técnica glicce, sobre cómo nace un artista, cuál es su relación con el cosmos, la geometría, la belleza y la emoción.

 

—Esta exposición se denomina “geometría sagrada”. ¿Qué significa esto?

—La geometría sagrada está en todo: en la naturaleza, en nuestro cuerpo, en el cosmos. Para que se comprenda más fácilmente, pongo un ejemplo, el ADN es una forma que la gente dice es como un resorte; esa forma, en geometría, se llama helicoide. Este tipo de cosas es la geometría sagrada, está en todo.

Insisto en la naturaleza, ves una flor, por ejemplo, una margarita, es geométricamente exacta.

He dicho antes: Dios es un artista, obviamente. Creó el cosmos, la naturaleza, el cuerpo humano, con la misma exactitud geométrica. Lo sagrado viene de que todos los seres somos parte del mismo cosmos.

De los seres vivos, en mi obra, está el hombre, precisamente en el cuadro que titulé “La perspectiva del hombre”. Cada persona tiene su propia perspectiva. Algunos saben hacia dónde van; otros van dando tumbos, desde que empiezan a estudiar, escogen una carrera y después dicen, siempre no; luego, toman otra, y tampoco. Tenemos que centrarnos.

Yo sé que no podría haber sido otra cosa que no fuera arquitecto porque desde toda la vida dibujo geometría. Estudié la preparatoria en Teziutlán, soy nativo de Tlatlauquitepec, así que, durante tres años, diariamente, iba a la prepa. Ahí, tuvimos como maestro al arquitecto Flores Bravo. Nos invitó a clases de dibujo, los sábados, en su despacho. Acudimos tres.

Después, me sentaba en una mesa, en mi casa, con mi lámpara —como si fuera arquitecto—, hacía mis trabajos en papel delgadito, los trazos con lápiz, los definitivos los entintaba con una pluma fuente.

Ahí tomé conciencia de lo mío.

En tu obra, ¿se puede encontrar la trama de la vida?

—No soy de simbolismos, sin embargo la “Perspectiva del hombre” tiene ciertos simbolismos que son partes del cosmos, partes del quehacer humano, partes de lo que hacemos toda la vida. Por eso la llamé “La perspectiva del hombre”.

Lo que dibujo, no tiene tanto que ver con lo biológico, pero sí con la naturaleza.

Una de mis obras es un movimiento, una explosión de colores, la llamé “Mi vida”. Alguien me preguntó, “¿por qué le pusiste ese nombre”, “por alguna mujer que quisiste, por algún hijo, por algún nieto”. Respondí, “No, yo le puse ‘Mi vida’ porque es un movimiento constante, y toda mi vida he estado en movimiento”; por eso estoy en estos límites.

 

La geometría sagrada deriva de estos puntos y formas que están en el cosmos, que todo el tiempo se repiten en los seres vivos. Nosotros somos partes del cosmos, nuestro organismo está hecho de forma geométrica. Más profundamente, las células, vistas en un microscopio, son exactas; lo mismo ocurre con las nebulosas.

Una vez, estando en el desierto del Sahara, después de cenar, apagaron todas las luces. Salimos de la carpa, todo quedó quieto, de profundo oscuro. No se distinguía al vecino que tienes junto a ti. En el cielo, la Vía Láctea esplendorosa: la Osa Mayor, la Osa Menor, todo el cosmos en perfecta armonía.

Yo digo —como los científicos—, todo está en una armonía. Hay un equilibrio entre el cosmos y la vida humana. Todo tiene armonía y, lo mío, mis obras son armónicas, equilibradas.

—En ese sentido, ¿tu obra refleja de manera fractal, pedacitos de esa vida?

—Sí claro. No tengo otra obra con la figura del hombre que no sea “La perspectiva del hombre”. Muestra una silueta, que uso en mis proyectos arquitectónicos, de la que parte toda esa explosión que para mí es igual a las partes de la vida de un hombre.

El hombre va avanzando, haciendo su mundo más grande. Es un personaje y todo su mundo es esa explosión que yo veo, que ahí está representada.

 

 

 

—La mayor parte de tu obra es en colores, otra en blanco y negro. ¿Cómo decides qué va a colores y qué va en blanco y negro?

—La única obra que tengo en blanco y negro es “La perspectiva del hombre”. Esa tiene una historia increíble. Una exalumna del Instituto de Artes Visuales, que terminó la carrera en la Complutense de Madrid —allá hizo la maestría, incluso—, dio un cursillo en el Instituto. Al concluir, presenté el boceto de esta obra que quedó en exhibición en un mural efímero, entintado en negro, y en colores. Esto ocurrió hace cinco o seis años. Obviamente conservé mi boceto.

El procedimiento actual ha sido muy diferente. Al boceto lo enriquecí; enseguida, con las tecnologías actuales, lo amplifiqué; lo entinté nuevamente y agregué nuevos elementos. Repetí el procedimiento una vez más, e incrementé otras cosas. Este dibujo, en blanco y negro, acabado con bolígrafo, se imprimió en la lona en que se le ve ahora. Por última vez, lo pinté con plumón de aceite. Toda la obra está hecha por mis manos desde le boceto hasta el fin; es todo un proceso.

—¿Cuántos años se necesitan para madurar una obra?

Yo creo que no hay medida, cada quien tiene su proceso, su biología, sus simbolismos.

Mi proceso reciente comenzó hace 20 años, cuando mostré algunos de mis bocetos a los maestros Bulmaro Escobar, doctor León Valle e Isaías López Ginéz, quienes me recomendaron presentarme a una exposición de obra de los maestros en el Instituto de Artes Visuales. Así lo hice.

Pero mi proceso tiene muchos años. Comienza en mi infancia, cuando con la plastilina hacía modelado y altorelieve; hacía caballos, animalitos, cerros. Gané premios locales, regionales y estatales. En esa época, incluso, modelé los dedos de un maniquí del tío de un amigo. Eso fue de los siete a los diez años.

Ya en la secundaria, modelaba el corazón humano, por ejemplo, con todas sus arterias y venas. Nunca dejé de dibujar.

—Sabemos que eres decano del Instituto de Artes Visuales del Estado de Puebla, además de un arquitecto exitoso. Ahora, ¿cómo decide dedicarse al arte?

—Yo soy artista de nacencia, desde niño tengo esa inquietud. Ya te platiqué todo lo que hacía con la plastilina. Siempre dibujaba, aprovechaba cualquier oportunidad para seguir dibujando. Así lo hice en todas las etapas de mi vida. Incluso, no lo dejé, aunque dediqué 35 años a la docencia, en el Instituto de Artes Visuales. Ahí impartí dibujo de ingeniería, diseño, diseño arquitectónico, diseño de instalaciones, perspectiva, taller de materiales plásticos. Tengo más de 40 años desempeñándome como arquitecto, pero el dibujo y la geometría siguen conmigo.

El volumen y la geometría que aprendiste en tu infancia y en arquitectura ha influido en tu arte.

—Sí, claro. Un proyecto se realiza en un papel; o sea, en dos dimensiones. Después se hace una maqueta, pasas a la tercera dimensión. Ahí te percatas si el proyecto es viable o no. También te sirve para ver si tienes un proyecto único, que se sale de lo común, que busca nuevas formas.

Todos tus cuadros dicen técnica glicce. ¿Qué significa?

Es una técnica que nació en Francia. Con la tecnología podemos hacer muchas cosas que ni se las imagina uno. Con excepción de la serie de los dibujos en los espejos, todas mis demás obras están impresas con esta técnica, no corresponde a la técnica del grabado.

En el glicce, sacamos una fotografía de la mi obra original, se amplifica y se imprime en el mejor papel de algodón. No puede usarse cualquier papel. Aun así, hay una diferencia entre los colores de la impresión y del original, pero no pierden su belleza.

Las impresiones se numeran, en este caso, del 1 al 9. De esta primera edición, como se hace con el grabado, pero no es grabado. Los originales yo los conservo.

—¿Qué reacción esperas del público cuando vea tu obra?

—Creo que emoción. Me levanto a las cinco de la mañana (esa es mi hora de levantarme), me pongo a trabajar, a veces, en ese momento, me viene el chispazo.

La gente puede decir que encuentran arte en esto que yo hago, porque tiene plasticidad, porque tiene movimiento. En mis obras, de la serie de los espejos, pensé en hacer esculturas, monumentos con plasticidad, las puse en espejos para que se puede revelar todas sus caras, si extiendes el papel también hay plasticidad.

Por otra parte, en mi obra hay una belleza geométrica sagrada que asemejan las cosas de la naturaleza: flores, estrellas; también, mandalas octagonales, con los colores que conocí en la India, en el desierto, en mi tierra natal, etc.

Cada línea, punto, forma, las trazo a mano alzada, eventualmente, algunas las remarco con regla, creo que también hay belleza, arte y emoción.

 

Nos despedimos del artista plástico Miguel Ángel Huerta Parraguirre, no sin antes volvernos para descubrir en la multiplicidad de líneas una estrella tintineando; mientras “La perspectiva del hombre” nos pide que sigamos avanzando.

Maritza Flores Hernández

Cuentista, ensayista y también abogada. Egresada de Casa Lamm, donde hizo la Maestría en Literatura y Creación Literaria. Considera el arte, la ciencia y la cultura como un todo. Publica dos columnas literarias cada semana, en distintos diarios. Su obra ha formado parte de la antología de cuentos “Cuarentena 2020”.

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