Gorilas en Trova

Salvajes del espacio y del tiempo

Salvajes del espacio y del tiempo

Agosto 05, 2022 / Por Maritza Flores Hernández

Mirar las imágenes provenientes del observatorio espacial “James Webb” remite al hombre a un pasado lejano, aproximadamente de hace 4.600 millones de años, cuando la humanidad ni siquiera existía. No obstante, el hombre y su vida no son inmunes a la extraordinaria belleza de las galaxias ni a lo inescrutable de los hoyos negros. Por cierto, ¿es usted un auténtico salvaje?

A partir del 11 de julio de este 2022, el Telescopio Espacial James Webb envía continuamente instantáneas del Universo, por ejemplo, de la Nebulosa de Carina, con multitud de estrellas recien nacidas, ubicada a 7.600 años luz; o de la galaxia SMACS 0723 a 4.600 millones de años; o de la Nebulosa del Anillo Sur en el justo momento de la muerte de una de sus estrellas, situada a 2.000 años luz.

El hombre del siglo XXI, residente del planeta Tierra, constata en unas cuantas fotografías el nacimiento, vida y muerte de estrellas, planetas y de otros cuerpos celestes.

Desde luego, tomar consciencia de que las estrellas que ahora se contemplan en realidad perecieron hace millones de años provoca perplejidad y asombro, el suficiente para comprender el poema: “The summer’s day” (El día de verano), de la poetisa estadounidense Mary Oliver, del cual aquí hago una traducción libre, cuyos dos últimos versos dicen:

 

¿No es verdad que todo al final se muere, y tan pronto?

Dime, ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?

 

Es cierto, todo muere. Incluso lo que se mueve en el espacio sideral tiene un ciclo que se cumple inevitablemente, el “James Webb” así lo ha evidenciado. En ese caso, ¿qué hace el hombre? ¿Cómo vive? ¿Vive?

¿Acaso vive y muere como las estrellas? ¿Viajando y destellando una luz tan hermosa que, a pesar de los cientos de millones de años que transcurran, alguien —en algún lugar muy distante— disfrutará de la maravilla que fue en otro tiempo?

Las estrellas de la Nebulosa del Anillo Sur vistas con el James Webb murieron hace 2000 años luz. Si considera, querido lector, que un año luz equivale a nueve billones de kilómetros (https://spaceplace.nasa.gov/light-year/sp/), ya supondrá lo que significa atestiguar un evento tan antiguo.

Por otro lado, aun se ignora cuánto tiempo vivió esa estrella, si en su zona de habitabilidad había planetas y, en su caso, si sus pobladores tuvieron una vida tan corta o efímera —comparada con el tiempo del Universo— como la de un humano.

Esta acotación aparentemente brutal podría ser apenas una llamada a lo salvaje.

Oliver, ganadora del Premio Pulitzer de 1984 y del National Book Award de 1992, cierra su poema con una pregunta conclusiva:

 

Dime, ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?

 

Así, da por sentado que la existencia humana es valiosa, un milagro irrepetible y salvaje igual que la del cisne, la del oso, la de la saltamontes y la de todas las cosas. Además, parece que tienen en común el mismo incognoscible origen, pues narra:

 

¿Quién creó al mundo?

¿Quién hizo al cisne, y al oso negro?

¿Quién dio forma a la saltamontes?

 

Dicho de otro modo, Mary Oliver señala por acumulación los portentos contenidos en el orbe y, sin la intención de identificar a su creador, se cuestiona sobre el hacedor de todas las cosas tan sólo para destacar la inmensidad de la creación y la infinitud de la vida.

Por inverosímil que parezca, el hombre —iniciador de esta era—, que constata el surgimiento y muerte de las estrellas de hace millones de años, sin necesidad de haber nacido antes de esos sucesos, comparte con Mary Oliver (10 de septiembre de 1935—17 de enero de 2019) la idéntica y permanente interrogante:

 

¿Quién creó al mundo?

 

La incógnita no es trivial, puesto que todavía no ha sido contestada, mas ha llevado al ensayo de multiud de teorías, experimentos, intentos de viajes espaciales y a otros cuestionamientos, cuyas respuestas aún están pendientes. Entre tanto, Mary Oliver entrega en verso, en el mismo poema, otro producto de su contemplación:

 

Me refiero a esta saltamontes,

la que acaba de saltar en la hierba,

la que ahora come azúcar de mi mano,

la que mueve las fauces de atrás para adelante y no de arriba a abajo,

la que mira a su alrededor con enormes ojos complicados.

Ahora levanta una de sus patas y se lava la cara cuidadosamente.

Ahora de pronto abre sus alas y se va flotando.

 

Cuando la poeta se pregunta sobre el origen de las cosas, de los animales inclusive, pasa de la conversación con ella misma a un diálogo con la saltamontes.

Es importante advertir que no dice saltamontes, sino que se refiere a este animalito en su sexo de hembra ¿Cómo logró la autora ese descubrimiento? ¿De qué método se valió para que la saltamontes admitiera comer de su mano? Y, luego, ¿le permitiera mirarla mientras se lavaba la cara?

¿De dónde nació esa confianza recíproca entre la poetisa y la saltamontes, al extremo de que, sin más, simplemente abrió sus alas y se fue flotando?

Oliver transmite la intimidad de dos seres que actúan conforme a ellos mismos, de manera natural, sin romantizar al mundo, pero tampoco sin someterlo a la supuesta superioridad lógica del humano; hay un deseo de aceptación mutua, de querer comunicarse.

Luego afirma:

 

Yo no sé con certeza lo que es una oración.

Sin embargo sé prestar atención

y sé cómo caer sobre la hierba,

cómo arrodillarme en la hierba, cómo ser bendita y perezosa,

cómo andar por el campo,

que es lo que llevo haciendo todo el día.

 

En otras palabras, sostiene no estar segura de lo que es orar, de lo que significa ponerse anímica y espiritualmente en contacto con el creador; empero, tiene la convicción de que ha desarrollado la capacidad para enfocar todos sus sentidos y facultades en las cosas de la naturaleza, incluyéndose a ella misma, para entrar en comunión con la esencia de la creación; esto es, con lo sagrado o divino; de forma que sin sacrificio ni estudios previos ni costumbres adquiridas, sabe arrodillarse al estilo del que ora.

O sea, se arrodilla sin humillarse y sin sometimiento, sino más bien como un acto de la victoria connatural a la esencia del mundo sobre cualquier intento de aferrarse a la materialidad y cáculo humano; por ello, ese es un acto de gozo pleno. En consecuencia, es simplemente bienaventurada, feliz a guisa de un Santo; llamándose a sí misma “bendita”.

Y perezosa porque es independiente, no trabaja en las cosas que los otros proponen como las más provechosas: contruir puentes, aumentar las ganancias, adquirir mucha ropa, perfumes, juguetes para sí o para la gente; por el contrario, se escapa de esa realidad y se integra a la naturaleza, se adapta a ella; alcanzando así, la comprensión de la creación.

Al llegar a este punto, Mary Oliver advierte de dos cosas: la primera, para lograr la integración a la propia esencia y a la del mundo es indispensable reconocerse como el “salvaje” que auténticamente se es; y segunda; aclara el concepto de “salvaje”.

En efecto, alude al cisne, al oso, a la saltamontes y a todos los entes como “salvaje”; es decir, a los seres no domesticados por el hombre, a los que actuan conforme a su esencia, asumiendo su lugar en el cosmos igual que el resto de los seres. Salvaje es ser silvestre, es entrar en contacto íntimo con la creación, como las estrellas que trasmutadas en polvo constituyen una porción del ADN de todo lo que puebla la Tierra.

Finalmente, la poeta interpela al lector, también a Usted querido lector:

 

Dime, ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?

 

Mary Oliver, en su poema “The summer’s day” (El día de verano), de su poemario “Dream work”, responde que se dedica a orar, a ser perezosa, bendecida y salvaje.

Es posible que muchos humanos consagren un fragmento de su vida a tareas como admirar los cielos y sus estrellas y aún más allá, nada más que para sentirse parte del espacio y del tiempo.

Como siempre, Usted, querido lector, tiene la última palabra.

 

Maritza Flores Hernández

Cuentista, ensayista y también abogada. Egresada de Casa Lamm, donde hizo la Maestría en Literatura y Creación Literaria. Considera el arte, la ciencia y la cultura como un todo. Publica dos columnas literarias cada semana, en distintos diarios. Su obra ha formado parte de la antología de cuentos “Cuarentena 2020”.

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