Káos

Amor Veneris, vel Dulcedo Apeleteur

Amor Veneris, vel Dulcedo Apeleteur

Enero 31, 2023 / Por Antonio Bello Quiroz

¡Oh, mi América, mi dulce tierra hallada!

Mateo Renaldo Colón en De re anatómica

 

Así como sabemos que Sócrates, cuando le toca participar en el banquete donde los invitados se han propuesto elogiar al amor, narra lo que al respecto le enseñó una mujer, una sacerdotisa, sacerdotisa del amor, Diótima. Y así como Sigmund Freud no podría inventar el psicoanálisis sino a partir de escrudiñar con su escucha la sexualidad reprimida de las mujeres en la época victoriana, y también, como Jacques Lacan, para hablar del amor, no podría hacerlo sino desde el costado femenino (y loco) de lo humano, tampoco la obra del anatomista del Renacimiento Mateo Renaldo Colon o Columbus alcanzaría relevancia y trascendencia más allá de la medicina sin el descubrimiento del clítoris (1558) a partir de buscar aquello que moviera el amor en una mujer, una prostituta, una sacerdotisa del amor de quien se había enamorado.

Mateo Renaldo Colón fue un muy prestigiado profesor de anatomía y cirujano de la Universidad de Padua, en Italia, entre los años 1544-1559. Nacido en Cremona, Italia, en 1516, fue alumno de Vesalio, considerado el mayor anatomista del Renacimiento. Fue académico y cirujano en las universidades de Padua y en la Pontificia Universidad de Roma. Incluso llegó a ser el médico personal del Papa Paulo III (Alejandro Farnesio) hasta su muerte, en 1549. La obra de Renaldo Colón es publicada con el título de De re anatómica. Ahí nos muestra lo valioso de sus aportes, incluso corrigiendo los errores de sus mentores. Por ejemplo, descubre que la lente se ubica en la parte anterior del ojo, no en el centro, como se creía. O que las arterias se expanden en cada latido. También, y con gran relevancia, descubrió que la sangre fluye desde el lado derecho del corazón a través de los pulmones. Un anatomista (en particular en el nacimiento de la anatomía moderna, es decir, en el Renacimiento) es un descubridor por antonomasia, pero este Mateo Renaldo Colón lo es en grado máximo, dado que el descubrimiento más relevante que hace (o se atribuye hacer) cambiará las formas en que se vivirá la vida amorosa y sexual de los seres humanos. Su descubrimiento abre la posibilidad para el surgimiento de una nueva mujer. Sin duda, no es en absoluto una exageración elevar el valor de su descubrimiento al nivel del descubrimiento de América por su tocayo Genovés, Cristóbal Columbus, en 1492.

Sin duda alguna, no es posible conocer mejor la vida y obra de este anatomista, y su hermoso y trágico descubrimiento, sino a partir de la ficción que sobre la historia de Mateo Renaldo Colón realiza en 1996 el escritor argentino Federico Andahazi, en su novela El Anatomista. Escribe Andahazi: “Mateo Colón —es hora de decirlo— descubrió aquello con lo que, alguna vez, todo hombre soñó: la mágica llave que abre el corazón de las mujeres, el secreto que gobierna la misteriosa voluntad del amor femenino”.

Amor Veneris, vel Dulcedo Apeleteur le llama el anatomista Mateo Colón a su aciago descubrimiento, su América, su dulce tierra hallada.

Un descubrimiento anatómico de tal envergadura como el Amor Veneris o Kleitoris (clítoris, que significa “cosquilleo”), el órgano que no tiene otra función que generar placer, no es cualquier asunto ni escapó a la disputa. Se dice que ya en la Grecia de la antigüedad el clítoris (aunque no con ese nombre) había sido descrito por Rufo de Éfeso y le llamó kleitoriázō; se dice además que los anatomistas árabes Abul Kasis y Avicena ya lo conocían. También ha sido mencionado por Hipócrates e incluso el mismísimo Gabriele Fallopius, anatomista contemporáneo de nuestro Mateo Renaldo Colon y descubridor de las famosas trompas que llevan su nombre, le disputaba el honor de ser quien dio a conocer el valor y la placentera función del clítoris. Pese a la disputa, es Mateo Renaldo Colón a quien se atribuye el descubrimiento, ya que le otorga nombre y descifra la función de “la principal zona del deleite de las mujeres”.

Tampoco es cualquiera la época en que ocurre el descubrimiento: ocurre en los cimientos de la era moderna, esto en el siglo XVI, en el Renacimiento Italiano, en medio de un movimiento que abarca tres siglos hasta el siglo XVIII, que se ha dado en llamar el siglo de las mujeres. Al respecto escriben Natalie Zemon Davis y Arlette Farge, en el tomo 3 de la Historia de las mujeres: “Allí donde se mire, allí está ella con su infinita presencia: del siglo XVI al XVIII, en la escena doméstica económica, intelectual pública, conflictual e incluso lúdica de la sociedad, encontramos a la mujer”. Aunque el hecho de que se hable mucho de la mujer no es necesariamente la ocasión de que su discurso sea escuchado, entonces y ahora, más bien por lo contrario, dicen las autoras mencionadas: “Pues este discurso pletórico y machacón acerca de la mujer y su naturaleza es un discurso impregnado de la necesidad de contenerla, del deseo, apenas disimulado, de hacer una presencia una suerte de su ausencia”. La imagen de la mujer, las mujeres, que desde entonces y hasta nuestros días es la de “la mujer que corre el riesgo de volverse peligrosa por sus excesos”.

Dos movimientos femeninos de relevancia y con resonancias aún audibles se producen durante este periodo entre los siglos XVI y XVIII, en principio la llamada Querella de las mujeres, un complejo debate en diferentes escenarios literarios, filosóficos y políticos que inicia desde la Edad Media, con la llamada Frauenfrare o “cuestión de mujeres”, y tiene su mayor alcance en los siglos mencionados. El meollo de la discusión durante la querella de las mujeres era demostrar la “inferioridad natural” de las mujeres y la “superioridad natural” de los hombres. Los escenarios de los debates se ubicaban en las universidades y, desde luego, en el clero, con la parte pensante del clero. Este movimiento sin duda sentó las bases del futuro humanismo. El otro gran movimiento femenino es el que se refiere como Las preciosas, que inicia durante el reinado de Enrique IV a finales del siglo VII. Catalina de Vivonne, conocida como Marquesa de Rambouillet, quien por cuestiones de salud se ve impedida de asistir a las reuniones de palacio y decide hacer las propias. Convoca en su casa a intelectuales, sibaritas, nobles cultos, músicos, convirtiéndose en la saloniére por excelencia en Francia. En este movimiento se juegan dos novedades: primero, que convoca una mujer, y segundo, las convidadas son mujeres. Ese valiosísimo trabajo social de Anfitrión era ejercido ahora por las mujeres; en el ámbito social, las protagonistas son las mujeres, los festines y las tertulias no serán sin ellas. Aparecen los salones femeninos, espacios necesarios durante los siglos siguientes para el avance intelectual, artístico e incluso político. Desde entonces, más allá de los intentos por silenciarlo e invisibilizarlo, el mundo no es sin las mujeres. Las Preciosas también fueron minimizadas al ridiculizar la presencia de las mujeres, sus afeites y suntuosos vestidos, al grado de llamarles las preciosas ridículas, como en la obra de Moliere.

Pero regresando con nuestro Mateo Renaldo Colón, flamante descubridor del botón que, decía nuestro médico renacentista, movía al amor de las mujeres, el Amor Veneris, vel Dulcedo Apeleteur, su descubrimiento no es una exaltación del anatomista. Se trata más bien de una tragedia, así lo menciona Federico Andahazi en su novela El anatomista, crónica de una tragedia que inicia con el encuentro de Mateo Colón con la hermosa Mona Sofía, la mayor atracción del mejor burdel de Venecia en la época. Se trataba de “la puta mejor cotizada de Venecia”, aunque no sólo poseía un cuerpo de una belleza inenarrable sino además estaba dotada de una extraordinaria inteligencia, eso la hacía doblemente peligrosa dado que, como se decía en la época, “la inteligencia en una mujer bella era un índice indudable de la influencia del demonio”. El anatomista se enamora perdidamente de ella y la visita con frecuencia, pero no para gozar de su carne sino para meterla en su mente y espíritu al dibujarla, no desea sólo gozar de su apetitoso cuerpo, sino que busca su amor y con ello, haciendo uso de sus artes de anatomista, se propone encontrar el botón que mueva el amor en una mujer.

Lo que busca, sin embargo, lo encuentra en otra mujer, igualmente hermosa, aunque ahora se trata de una viuda y con una vida de recogimiento que la hace ser lo más cercano a una santa. Se trata de Inés de Torremolinos. La viuda casi santa empezó a enfermar: sudores fríos y nocturnos, vértigo, arrebatos que llegaban casi a la asfixia, interminables insomnios, dolores que aparecían de la nada… toda la sintomatología que los griegos asociaban a los males del útero o histeria. Es llamado en su auxilio el médico más famoso de Padua, Mateo Renaldo Colón. Después de auscultarla, el galeno le pide a su tembloroso ayudante que la ayuden a desvestir a la enferma. Al hacerlo, se deja ver bajo las ropas a una mujer de lo más hermosa. Ante la desnudez, el ayudante, exclamó: “Es un hombre!, ¡es un hombre!” Ante la inesperada visión del aun innombrado órgano, el anatomista procedió a frotar entre sus dedos la extraordinaria protuberancia, de pronto, escribe Andahazi: “todo el cuerpo de Inés se conmovió en una gran convulsión que le hizo levantar las caderas, quedando sostenida en los tobillos y la nuca, semejando un arco”. Había hecho el descubrimiento que daría lugar a una nueva forma de mirar a las mujeres, una mirada que para muchos hombres (y también algunas mujeres) sigue siendo insoportable.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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