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Antígona: el brillo mortífero del deseo

Antígona: el brillo mortífero del deseo

Diciembre 13, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

Antígona fascina. Tiene el brillo de su belleza, terrible y trágica, que seduce, cautiva y atrae hacia un espacio más allá de la vida.

Patrick Guyomard

 

El psicoanalista francés Jacques Lacan, en la lección XXI del seminario 7, La ética del psicoanálisis, hará un abordaje de la tragedia Antígona de Sófocles. Lo hace para referirse a esa posición subjetiva singular que denomina como el entre-dos-muertes. Se trata de un estado suspendido entre dos registros (lo simbólico y lo real) que es también visto como un estado de suplicio.

“La Antígona de Sófocles no es un texto cualquiera. Es uno de los hechos perdurables y canónicos en la historia de nuestra conciencia filosófica, literatura y política”, nos dice George Steiner en su extraordinario ensayo titulado, justamente, Antígonas. Una poética y una filosofía de la lectura. Antígona, ni dudarlo un poco, ha sido considerada como una obra maestra de la literatura de todos los tiempos, sólo desplazada por Edipo a partir del siglo XX. Esto, sabemos, por la influencia del psicoanálisis.

La tragedia se trata esencialmente del enfrentamiento de una sola persona a las leyes del Estado que pone en cuestión la justicia y fundamentación de las leyes.

Conocemos la historia de Antígona: inicia después de que sus hermanos Eteocles y Polinices se dan muerte mutuamente, uno defendiendo la ciudad y el otro atacándola. Creonte, rey de Tebas, decreta que uno de ellos, Eteocles, sea enterrado con todos los honores y ritos sagrados, mientras que Polinices sea privado de tales honores y su cuerpo, dejado expuesto para ser devorado por los animales. Antígona se rebela contra esta imposición.

Antígona desafía a la ley, mientras que su hermana Ismene se opone a su decisión de robar el cadáver y darle sepultura, aduciendo el castigo de muerte. Ella, Antígona, le dice: “Yo lo enterraré. Hermoso será morir haciéndolo. Yaceré con él al que amo y me ama”.

Se enfrenta al rey Creonte y confiesa su acto: “Sí, yo lo hice, y no lo niego…No creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para permitir que sólo un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: su vigencia no es la de hoy ni la de ayer, sino de siempre”. Creonte reacciona ante la afrenta y hace enterrar viva a Antígona para que, dice, “pueda darse cuenta de que es un trabajo superfluo respetar a un muerto”.

De esta manera, por su Acto, Antígona se encuentra en esa posición “entre-dos-muertes”, enterrada antes de estar muerta: es sepultada viva por defender que su hermano amado sea sepultado. Se decreta la muerte con la palabra, una muerte simbólica.

Es condenada a quedar suspendida entre la vida y la muerte, sin estar aún muerta ya está tachada del mundo de los vivos. Creonte le decreta la “segunda muerte”, una muerte simbólica, la primera es la muerte real.

Ya en su tumba de no-muerta, Antígona se suicida ahorcándose. Ante esta muerte real, Hemón, hijo de Creonte y prometido de Antígona, se suicida también. La muerte de su amado Hemón no lo soporta Eurídice, esposa de Creonte, y también se suicida.

La fascinante poeta, filósofa y ensayista española, María Zambrano, escribe un texto titulado La tumba de Antígona. En esta reescritura teatral, la filósofa da voz a una Antígona viva en una tumba utilizando a la poesía para ser la voz de todos aquellos que han sido sacrificados en nombre de un bien que se considera superior y busca controlar y regular la libertad de otros seres humanos. Antígona es la voz, en el decir de Zambrano, de las personas a quienes se les ha condenado a sufrir un suplicio en vida por no poder enterrar a sus seres amados.

Lacan parte de Heidegger y su Ser para la muerte para realizar la lectura de la tragedia de Antígona en el seminario 7, La Ética del psicoanálisis. El ser para la muerte, el entre-dos y la segunda muerte serán los ejes.

Dos pares conceptuales quisiera destacar aquí de esta referencia: con Heidegger, la existencia inauténtica y la existencia auténtica; y con Lacan, la primera y la segunda muerte.

La existencia inauténtica es la existencia del hombre común, banal, dominado por la complacencia, habla de lo que todos hablan, hace lo que todos hacen, vive como todos viven, etc. Aquí nadie es responsable, se trata de un hombre en masa, inauténtico, que vive buscando escapar de la angustia e incluso evitar la muerte.

Por otro lado, un hombre auténtico, nos dice el filósofo, implica decisión y afrontar la idea de la muerte y es lo que le da fundamento a la autenticidad, singularidad le llamaríamos en psicoanálisis.

De esta manera, el Ser para la muerte no se trata de esperar la muerte sino en hacer de la vida una refutación, una toma de posición con respecto a la idea de la muerte.

Con Lacan, podríamos decir que la primera muerte es la que acompaña a cualquier sujeto, por ser hablante, por estar constituido en el lugar del Otro barrado, mientras que la segunda muerte implica una toma de posición con respecto a la muerte, posibilidad de asumir la condición mortal.

Así, el ser viviente (y por tanto mortal) podrá conocer la pulsión de muerte y lo puede hacer en virtud del significante por lo que el sujeto puede palpar que puede faltar en la cadena de lo que él es.

Veamos qué se juega con Antígona al colocarse entre-dos-muertes.

En el famoso capítulo XXI del seminario 7, La ética del psicoanálisis, del 6 de junio de 1960, Lacan nos dice que los versos 559-560 de Antígona nos dejan ver su posición en relación con la vida: con su alma ya muerta desde hace tiempo (recordemos que es hija de Edipo y Yocasta, hija de un parricida y del incesto), está destinada a acudir en ayuda de los muertos.

En esos versos le dice Antígona a su hermana Ismene: “tranquilízate: tú vives mientras que mi alma hace rato que ha muerto por prestar ayuda a los muertos”.

Ante la condena de Creonte, Antígona se muestra exhausta, la confrontación con el costado injusto de la Ley la ha dejado en el límite.

El coro la llama: “la que se conoce a sí misma”, desde ahí surge como la imagen de la pasión que se muestra implacable en su proceder. Sin temor y sin compasión: ella enterrará a su hermano y de eso no hay duda.

Antígona encarna el deseo, un deseo erótico por su hermano, mientras que el objeto de su deseo está muerto.

Lleva el deseo hasta el límite de la realización: al puro deseo de muerte, su muerte. No retrocede aún y cuando sabe la condena, su brillo aparece cuando se coloca entre-dos-muertes, no hay salida y no la espera, y así hace operar su deseo y nos muestra la potencia destructiva del Puro Deseo. Escribe Patrick Guyomard en su magnífico ensayo El goce de lo trágico: “La muerte de ser amado —del hermano amado— libera en ella, en torno de ese resto representado por el cadáver, un puro deseo ‘de muerte’. El deseo disociado de toda atadura objetiva retorna sobre el sujeto y lo invade con toda su fuera”. Se observa así el anudamiento del sacrificio de sí y la autoafirmación suicida.

Antígona encarna la figura del poder de la pura pérdida, aquella que elige la muerte al desafiar la condena de Creonte y dar sepultura a su amado hermano muerto: pérdida y decisión ética que, por lo irremediable e irreductible, la coloca entre-dos-muertes. Ella se asume del lado de los muertos.

Es desde esta potencia del rechazo a una ley injusta y la elección de la muerte que Lacan va a ilustrar la verdad del deseo. Verdad que es propuesta como esencial en la ética del psicoanálisis como una ética del deseo.

Nos muestra Antígona que la transmisión de la ley del deseo no puede hacerse sobre el olvido de los crímenes y de los muertos. Recordemos que Antígona es hija de la unión incestuosa de Edipo con su propia madre, Yocasta.

Antígona muestra el brillo mortífero del puro deseo a partir de lo injusto de la Ley, que niega a su hermano las exequias y los ritos funerarios que son actos simbólicos que separa a los vivos de los muertos y permiten a los vivos vivir sin la siniestra incertidumbre de la muerte en vida, esa que conocen, de la manera más cruda, los familiares de personas desaparecidas.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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