Káos

Camille Claudel: pasión de amor

Camille Claudel: pasión de amor

Junio 14, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

Imagen portada: Camille Claudel, El gran vals, 1893.

 

He caído en un abismo.

Vivo en un mundo tan curioso, tan extraño. Del sueño que ha sido mi vida, ésta es la pesadilla.

Camille Claudel

 

Una hija, una hermana, una discípula, una amante, una escultora: una pasión. En la vida de la genial escultora Camille Claudel no se puede ver sino la pasión. En ella vemos encarnadas dos de las tres pasiones del ser señaladas por el psicoanalista francés Jacques Lacan: amor y odio. La tercera, la ignorancia, está ausente.

Desde niña se escapaba de su madre censora para ir a recoger barro en las cercanías, con la compañía amorosa, vigilante, cómplice y temerosa de su hermana.

Jugaba y hacía escultura como si quisiera reproducir en el barro toda la alegría y el sufrimiento que la habitan. El barro en sus manos cobra vida. La joven Camille es una moderna Pigmalión, aquel varón sapiente del que nos narra Ovidio en Las metamorfosis. Pigmalión es un magnífico escultor, quien, para no tener que comprometerse en matrimonio con una mujer, se ocupa en esculpir una estatua de una mujer hermosísima en níveo marfil y de la cual se enamora. La acaricia y la caricia exalta los sentidos hasta confundir cuerpo y marfil, “La admira Pigmalión y apura en su corazón el fuego por aquel cuerpo ficticio”, escribe Ovidio. En ocasiones la toma entre sus manos y teme que se amorate la carne ahí donde los dedos se encajan en el marfil. Ovidio describe así el éxtasis que el escultor experimenta ante su obra: “…pasaba largas horas contemplándola. ¡Aquél rostro adulto dulce! ¡Aquel cuerpo casto y sugestivo al mismo tiempo! ¡Aquellas maneras delicadísimas! Y es que no le faltaba sino el calor sutil de la vida…” Tanto es su amor que Pigmalión clama a los dioses que le den vida al mármol, los dioses conceden y se casa con ella.

En el ámbito de la escultura, la figura relevante de la época era el muy reconocido Auguste Rodin. Ella, Camille Claudel, junto con una condiscípula, invitan a Rodin a que vea su obra en su pequeño estudio, buscando que fuera su maestro. Rodin se sorprende, enmudece. La obra de la jovencita lo impresionó tanto que le recomendó que no tuviera maestros. Quizá lo que ocurrió es que en ese momento él se apasionó por la genialidad de ella y no quería que estuviera de discípula de alguien más. La visita del llamado padre de la escultura moderna al estudio de la joven escultora marcará la vida de Camille Claudel para siempre.

Hija de un padre amoroso, pero débil ante una madre omnipotente, severa y celosa de su hija, Camille se hace primero discípula y después musa y amante del celebrado escultor Auguste Rodin. Ella tenía 19 años, él 43. El amor entre maestro y alumna se torna apasionado, los cuerpos se exaltan y se desbordan; hacen obras a cuatro manos de manera tan simbiótica que se llega a dudar de la autoría de las piezas. Una duda que por cierto aún continua vigente. Se dice, por ejemplo, que son obra suya las manos y los pies en una de las obras más complejas de Rodin, “los burgueses de Calais”. Más aún, la cuestión de la autoría es parte relevante del núcleo de su delirio, que no carece de asiento en la realidad.

En plena pasión amorosa, ella le dedica a Rodin parte de su obra, por ejemplo, El gran Vals, donde desnudos bailan, sin verse los rostros, al borde del abismo. También hace bustos de su amado escultor. Camille esculpe La edad madura, donde ella se representa de rodillas e implorante ante un Rodin que se tiende a los brazos de otra mujer.

Ella lo lleva como su segunda piel, respira en él. Rodin se encuentra viviendo con Roset Beuret Mignon desde que la conoció en 1864 y continuará con ella toda su vida. El arrebato amoroso que el escultor vive con Camille lo lleva a poner en juego su relación con Rose: está dividido entre el amor y su buen nombre. Las pasiones están desbordadas, lo real del amor toma el mando. Ella ama desaforadamente, mientras él así le escribe. “No puedo más, no puedo pasar ya un día sin verte. Sino, la atroz locura. Se acabó, ya no trabajo, divinidad malhechora, y sin embargo te amo con furor. Mi Camille, tranquilízate, no tengo amistad con ninguna mujer, y toda mi alma te pertenece”.

La relación duro dos años de intensidad amorosa, siempre en el anhelo del encuentro absoluto postergado. Se dice que hubo entre ellos por lo menos tres abortos antes de que Camille, ante un nuevo embarazo, le pidiera que eligiera entre Rose o ella y su hijo. Él, cobarde, decide por la tranquilidad y el cuidado del buen nombre y se queda con Rose (con quien se casará en 1917, dos meses antes de que Rose muriera). Camille, ante el rechazo, enloquece.

Tras el rechazo, la paranoia se desata y Rodin, el antes amado, se convierte en su perseguidor. Ella se encierra en su estudio, tapa las ventanas, se ausenta del mundo. Sólo sus gatos la acompañan. Cualquier intento de ayuda es tomado por ella como un acto persecutorio orquestado por “la banda de Rodin”. ¿El argumento delirante? Rodin la quiere borrar como artista. Para ella, Rodin busca impedir que su obra alcance el reconocimiento que merece, le roba el alma.

Claudel se refugia en sí misma, no recibe a nadie, medio se alimenta de la caridad de los vecinos. Se muestra disociada de la realidad, recluida en su realidad. En momentos desbordantes, en un arranque, rompe su obra y los moldes.

Pierde todo, excepto la razón. En la correspondencia con su amado hermano, escribe Camille: “he caído en un abismo. Vivo en un mundo tan curioso, tan extraño. Del sueño que ha sido mi vida, ésta es la pesadilla”. No pierde la razón, sabe lo que el mundo, su mundo, piensa hacer con ella, así lo deja ver en una carta que le redacta a su prima: “el señor Rodin ha persuadido a mis padres para que me encierren, están todos en París para eso. El muy tunante se apoderará por este procedimiento expeditivo del trabajo de toda mi vida”. Así ocurrió, efectivamente. Fue internada en el Asilo de Ville-Évrard el 10 de marzo de 1913, tan sólo siete días después de la muerte de su padre y protector. En el asilo se sabe diferente a las demás internas, no se reconoce tampoco ahí. Ella no ha perdido la razón.

Su diagnóstico es incierto (como todo en su vida), ya internada denuncia que, hablando de Rodin: “Él no tiene imaginación. Necesitaba una imaginación”. Toma su internamiento como un secuestro tramado por Rodin. Revela un maltrato extremo por parte del escultor: “…me pegaba, me daba patadas, me envenenaba con arsénico”, y hay testimonios que le conceden credibilidad a lo dicho por Camille. Pero también hay delirio: acusa a Rodin de ser “un loco sádico que viola a las niñas. Fue condenado a 1000 años de prisión”, “corta a las niñas en trozos y las tira al Sena”. En su decir durante el interrogatorio clínico da muestras de delirio restrospectivo, dice que “él ya la persigue desde la primera comunión”.

Para ella, Rodin no sólo frustra su amor, también la separa de su familia. De dos personajes en particular, su padre y protector y su amado hermano Paul. Ante cualquier signo de desamor o ausencia por parte de su hermano, supone que la “rata de alcantarilla”, como llama a Rodin, orquestó todo para asesinarlo. Se le diagnostica delirio paraoide sustentado en la certeza que sostiene Claudel sobre que Rodin y la “banda de Rodin”: “Me han formado expresamente para que les proporcione ideas, conocedores de su nula imaginación. Estoy en la situación de una col roída por las orugas: a medida que me crece una hoja se la comen”.

Su locura está siempre en duda. Durante el largo internamiento de 30 años, mantiene una lucidez que impresiona, siempre se dudó que ése fuera su lugar. Es internada como una moderna Antígona, se le decreta a una muerte en vida, se le decreta una muerte subjetiva. Bien podríamos pensar que el discurso de la época no tenía un lugar para una mujer que no estuviera bajo la tutela de un varón. Muerto el padre, y con el abandono del hermano, no hay más lugar que el exilio para ella.

La locura de Claudel seduce por el brillo de su creatividad y su agudeza psicológica, pero al mismo tiempo aterra su ausencia de límites y sus reacciones auto-agresivas ante lo que considera injusto. Es abandonada por la familia, no hay un lugar para ella (incluso su tumba desaparece). Su obra efectivamente le fue “robada” en el sentido de que no le fue permitido hacerse reconocer, sostenerse a través de ella ante el “tribunal del Otro”.

 

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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