Káos

Consideraciones sobre la guerra y la muerte

Consideraciones sobre la guerra y la muerte

Junio 07, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

La escuela psicoanalítica ha podido arriesgar el aserto de que, en el fondo, nadie cree en su propia muerte.

Sigmund Freud

Pensar sobre la guerra, lamentablemente, siempre es un tema de actualidad. Sigmund Freud no pudo quedar al margen de los acontecimientos de su tiempo, era un hombre de su época y no podría haber dejado de cuestionarse en torno a la guerra y la muerte. Sus consideraciones sobre la cuestión bélica las escribe alrededor de marzo y abril de 1915, en un trabajo que titula De guerra y muerte. Temas de actualidad. Es decir, lo escribe unos seis meses después del estallido de la primera Guerra Mundial. Ante los estragos de la guerra, Freud reflexiona sobre dos factores que determinan la “miseria anímica” de quien no se hace parte de la maquinaria de guerra y se queda en casa: la desilusión que la guerra provoca y el cambio que impone en su actitud hacia la muerte. La desilusión se hace evidente en tanto que se esperaba algo más “de las grandes naciones de raza blanca, dominadoras del mundo y en las que ha recaído la conducción del género humano; de esas naciones a las que se sabía empeñadas en el cuidado de intereses que se extendían por el universo entero, creadoras de los progresos técnicos en el sojuzgamiento de la naturaleza así como de los valores de la cultura, artísticos y científicos, de esos pueblos se había esperado que sabrían ingeniárselas para zanjar por otras vías las desinteligencias y los conflictos de intereses”. Si leemos lo que Freud reflexionaba a la luz de los acontecimientos bélicos actuales (la guerra de Rusia contra Ucrania) comprobamos que el sentimiento de desilusión, de desesperanza, no sólo continúa presentándose sino se ha visto agravado y globalizado. La guerra virtualizada se ha banalizado a tal grado que en el mundo son un boom los video juegos bélicos.

En la Primera Guerra Mundial, Freud no vería sino la puesta en evidencia del fracaso de las pretensiones de una posible “comunidad de la cultura”. Señala: “La guerra, en la que no quisimos creer, ha estallado ahora y trae consigo… la desilusión.” Esta guerra le resulta igual de sangrienta y cruel que las anteriores, pero con la novedad de que ahora viene acompañada por la desilusión. Desilusión que, tras constatar el modo de actuar del Estado, se funda en el hecho de que “tampoco puede asombrar que el aflojamiento de las relaciones éticas entre los individuos rectores de la humanidad haya repercutido en la eticidad de los individuos”. En este trabajo, dividido en dos partes, Freud atribuye las atrocidades de la guerra, en buena medida, a la disminución de la eticidad, con lo que se establece una distancia entre la inteligencia y la vida anímica o pulsional cuando las condiciones sociales o externas cambian, como ocurre con la guerra, inclusive en los hombres de mayor inteligencia. Sin embargo, aun después del evidente fracaso de la idea de la “comunidad de la cultura”, Freud aún guardaba esperanzas de que el avance de la ciencia, en su permanente búsqueda de la verdad, pudiera cambiar el sentido de las cosas y así lograr la pretendida armonía o concordancia con la realidad y cumplir con los más utópicos sueños de la modernidad. Sin duda, hoy Freud constataría también el fracaso de la ciencia para contener los enfrentamientos bélicos; muy por lo contrario, se ha puesto a su servicio.

En las Nuevas conferencias sobre psicoanálisis Freud afirma que el afán de la ciencia, a diferencia de la religión, “es lograr concordancia con la realidad, o sea, con lo que subsiste fuera e independientemente de nosotros y que, tal como la experiencia nos lo ha enseñado, es decisivo para el cumplimiento o la frustración de nuestros deseos. Llamamos verdad a esta concordancia con el mundo exterior objetivo. Ella sigue siendo la meta del trabajo científico, aunque dejemos de lado su valor práctico”. Desde luego, como ahora sabemos a partir de las aportaciones de Lacan, el lugar de la verdad al que apunta el psicoanálisis es radicalmente opuesto a la verdad pretendida de la ciencia, la cual justamente avanza a precio de eliminar de sus conjeturas la verdad del deseo, forcluyendo de esa manera al sujeto. En nuestros días, la guerra adquiere una dimensión “telescópica”: se le ve a la distancia para casi todo el mundo. Se vuelve, la guerra, un espectáculo, una cuestión, más que nunca, de mercado.

Lo siguiente que destaca Freud en su análisis es lo que llama “nuestra actitud hacia la muerte”, aquella que ve emerger a la sombra de la guerra que vive. Se cuestiona, de entrada, sobre la veracidad de aquella actitud que veía a la muerte como algo “natural, incontrastable e inevitable” y que por tanto era asumida sin mayor dificultad. La muerte no causaba conflicto mayor. Sin embargo, a Freud se le hace ésta una actitud sospechosa y poco clara que contrasta con el hecho de que, en el fondo, “nadie cree en su propia muerte, o, lo que viene a ser lo mismo, en el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad”. Así, constata que antes de la Gran Guerra la actitud ante la muerte va más encaminada a guardar silencio. Inclusive los hombres cultos (exceptuando aquellos que por su profesión no pueden eludirlo) se prohíben siquiera imaginar la muerte de otro. La muerte, hablar de ella, se volvió de mal gusto. De esta manera se puede entender la necesidad de que la contundencia de la muerte se minimice, destacando lo contingente del acontecimiento y exaltando hasta lo inverosímil los posibles valores del muerto.

La muerte es así pretendidamente domesticada y la vida se vuelve “tan insípida e insustancial como un flirt norteamericano,” en tanto que no hay nada para arriesgar. Freud es bastante claro al señalar que la inclinación a no tener en cuenta a la muerte en el cálculo de la vida trae consigo otras renuncias y exclusiones, perdiéndose en buena medida la esencia de la vida, en tanto que sólo la inclusión de la muerte puede hacer viva la vida. Esta actitud convencional ante la muerte viene a cambiar con la guerra. La guerra nos hace, dice Freud, creer que la muerte ya no es contingencia sino presencia constante. Sin embargo, paradójicamente, con ello “la vida de nuevo se ha vuelto interesante, ha recuperado su contenido pleno”.

En tiempos de guerra, señala Freud, en la sociedad se presenta una división en dos grupos: los que están en la batalla y los que se quedaron en casa. El primer grupo le resulta inaccesible para el análisis. El segundo destaca en que se presenta una especie de parálisis y desconcierto en la espera de que les sea informada la muerte de algún ser querido en combate. La relación con la muerte es de espera y ambigüedad: se teme y se aguardan noticias, el flujo de información es lento considerando además las dificultades para la comunicación de aquella época.

El maestro vienés señala que, de alguna manera invisible para nuestra conciencia, conservamos la relación ambivalente que el hombre primordial mantiene con la muerte. En ese sentido, por un lado, la muerte se toma en serio como la supresión de la vida, se venera y respeta. Pero por otro, se le da mentís, es decir, se la niega reduciéndola a la nada, silenciándola y haciéndole desaparecer. El retorno de esa presencia rechazada de la muerte se manifiesta, señala Freud, como una culpa primordial que constituye una expresión del pecado original, una culpa de sangre sobre la cual se funda la cultura. La culpa primordial, que vivía el hombre primero y aún en la actualidad, es expresión de la ambivalencia frente a la muerte. Ambivalencia que las religiones han sabido aprovechar para mantener una lucrativa ilusión de perdón y reencuentro con el Ideal. Es también en esta ambivalencia que produce un espasmo afectivo. La muerte a la distancia se vive con sentimiento de culpa y oleadas de angustia. Ante esto se recurre a la especulación filosófica, especulación que, sin embargo, “descuida los motivos eficaces primarios” (inconscientes) ante la muerte.

Los motivos primarios a los que se refiere se representan en las actitudes, en ocasiones por demás extrañas, que se adoptan ante la muerte, fundamentalmente frente al cadáver, donde se produce un choque frontal con la inimaginable idea de la muerte propia; choque que resultó, a decir de Freud, rico en consecuencias para los primeros hombres. Así, supone que el hombre primordial, ante la muerte de un ser querido, su mujer, su hijo, se resistió a aceptar el hecho ante la evidencia de que en esos seres queridos moría un fragmento de su propio yo. Sin embargo, por otra parte, dado el sentimiento de ambivalencia que preside la vida afectiva, el muerto también era portador de ajenidad, con lo que en sentido estricto devenía un enemigo, por lo que de alguna manera la muerte se consideraba merecida, dando paso a una extraña alegría de que sea otro el que muere.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
En pocas palabras

Mayo 17, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

Adiós a un poeta que cuenta historias

Mayo 14, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

Diarrea emocional

Mayo 14, 2024 / Por Damián Cruz González

En pocas palabras

Mayo 10, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

Konrad o la madre que abrió la lata

Mayo 10, 2024 / Por Maritza Flores Hernández

Con las valijas a cuestas

Mayo 07, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

En pocas palabras

Mayo 03, 2024 / Por Márcia Batista Ramos