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De dioses, vacíos y nostalgias

De dioses, vacíos y nostalgias

Mayo 04, 2021 / Por Antonio Bello Quiroz

Portada: “Iván el Terrible y su hijo”, obra de 1581 de Repin. Hemeroteca PL

 

Y donde existe un vacío, surgen nuevas energías y realidades que sustituyen a las antiguas […] Este vacío, esta oscuridad en el mismo centro, era debida a “la muerte de dios”

George Steiner

I

En su extraordinario ensayo Nostalgia del Absoluto, George Steiner, nos permite reflexionar sobre el vacío moral y emocional que ha dejado en la cultura occidental la decadencia de los sistemas religiosos. Este hecho también nos permitirá, por extensión, reflexionar en torno a la función o papel del padre, y sus declinaciones, en las sociedades contemporáneas.

Steiner, en el ensayo referido, parte de lo que es una evidencia para sociólogos e historiadores y que se puede constatar con facilidad: “una apreciable decadencia del papel desempeñado por los sistemas religiosos formales, por las iglesias, en la sociedad occidental”. Sostiene que las iglesias cristianas organizaron en gran medida la visión occidental de la identidad humana, desde el final del mundo romano y helenístico en adelante. Ahora, sin embargo, se encuentra en paulatina decadencia, hasta convertirse en una simple convención social, dejando un inmenso vacío y “donde existe un vacío, surgen nuevas energías y realidades que sustituyen a las antiguas”. Así, durante los últimos 150 años se han desplegado una serie de intentos de llenar el vacío dejado por la erosión de la teología a partir de la muerte de Dios. Muerte que sólo es posible concebirla en el cristianismo, como enseñará María Zambrano.

Para paliar el enorme y oscuro vacío generado por la caída de los sistemas teológicos y sus mandatos sostenidos por la religión cristiana, señala Steiner, se han construido “anti-teologías” o “meta-religiones”, o “credo sustitutorio” durante los siglos XIX y XX. Para agrupar estas construcciones emergentes propone la palabra “mitologías”. Sin embargo, para que sea una mitología, el cuerpo de pensamiento que se proponga tiene que tener, en principio, pretensión de totalidad. En este sentido, dice, “una mitología es un cuadro completo del hombre en el mundo”. En segundo término, “una mitología tendrá unas formas reconocibles de inicio y desarrollo. Habrá habido un momento de revelación crucial o un diagnóstico clarividente del que surge todo el sistema”. La visión profética se guardará en textos canónicos. Y aún habría un tercer criterio para determinar una mitología verdadera: “desarrollará un lenguaje propio, un idioma característico, un conjunto particular de imágenes emblemáticas, banderas, metáforas y escenarios dramáticos”.

Un último señalamiento en lo que podemos recoger de la generosidad intelectual de Steiner. Con frecuencia estas mitologías utilizan el disfraz de científicas. Señala que esos grandes movimientos filosóficos, políticos, antropológicos; esos grandes movimientos de la imaginación en Occidente, han tratado de sustituir a la religión y, sin embargo, resultan ser muy semejantes a las iglesias, muy semejantes a las teologías que quieren desplazar.

Si atendemos lo indicado por Steiner, y más cercano a nosotros, acudimos a la construcción de una mitología propia de las sociedades marcadas por el capitalismo salvaje, teniendo como signo la llamada declinación del padre. El vacío que deja esta erosión de la figura del padre se sustituye con ese otro dios que es el consumo.

Desde los años sesenta del siglo pasado se empezaba a hablar de la declinación del padre o caída del patriarcado, y con ello se planteaba ya la cuestión sobre cómo se habría de organizar lo social si quien hace la función de garante, la instancia inexistente que posibilita que la violencia o el goce se regulen, está en caída, se muestra en declive. Algunas formas de nominación de esta declinación de la función del padre han sido: “la feminización del mundo”, “el fin de las ideologías” e “incluso el fin de la historia”, por ejemplo, y en nuestros días se señala como “la muerte del sistema patriarcal”. Sin embargo, pese a lo evidente de lo aquí señalado, pocas disciplinas se interrogan sobre esta decadencia de la función del padre al interior de la familia y lo que implica en la subjetividad para cada sujeto. El psicoanálisis reconoce a la función paterna como fundante del psiquismo en el sujeto, incluso Jacques Lacan, dirá que “el psicoanálisis reintroduce en la ciencia el Nombre-del-padre”.

La filósofa y poeta María Zambrano también marca como fenómeno de transición social la muerte de Dios, y el vacío que eso implica, escribe en El hombre y lo divino: “La ausencia, el vacío de Dios, podemos sentirlo bajo dos formas que parecen radicalmente diferentes a simple vista: la forma intelectual del ateísmo, y la angustia, la anonadadora irrealidad que envuelve al hombre cuando Dios ha muerto”. Zambrano propone que la respuesta, ante el vació que dejaría la muerte de Dios, será lo divino, aquello que se experimenta como irreductible. Lo divino convoca a la acción, llama a dar forma y definir permanentemente, por medio de ritos, el pensamiento de Dios. La pensadora destaca al cristianismo como la religión que funda su permanencia en la muerte de Dios. Esto es su leimotiv, más que la resurrección, ya que, dice, hay otras religiones antiguas que incluyen la resurrección: “Pues hay dioses que mueren, que sufren una pasión hasta la muerte y que resucitan: Atis, Osiris, Adonis. Más no a manos de los hombres, sino de potencias enemigas de su mismo rango”. La muerte de Dios o de los dioses, y su resurrección, no es exclusiva del cristianismo, si lo es, y ahí radica su originalidad, el hecho de que la muerte no es producto de otra potencia divina sino que ocurre por manos de los hombres. Destaca entonces que la mitología cristiana se fundamenta en la muerte del hijo de Dios (por tanto un Dios) a manos de los hombres que, por otro lado, serán perdonados tras reconocer su culpa.

II

En el seminario 4 de Jacques Lacan, denominado La relación de objeto, el psicoanalista francés destaca que la obra completa de Freud se puede leer a través de la función del padre. Durante varios momentos del seminario se plantea la misma pregunta: ¿Qué es ser un padre? Estamos advertidos de lo improcedente que resulta contestar demasiado rápido a una cuestión tan compleja como ésta. Freud mismo nos deja ver que en su vida familiar, sus costumbres están conducidas por esta pregunta. La muerte del padre, de su propio padre, resulta ser un evento de suma importancia en su elaboración teórica; incluso no es una exageración decir que este evento es lo que va a catapultarlo como el padre del psicoanálisis.

El vínculo con el padre resulta relevante en extremo para cada sujeto, tanto lo es que nos mueve una demanda insistente de un jefe que se levante y hable fuerte y claro para ordenar lo que hay que hacer. Es el anhelo que muchas masas, en momentos críticos, demandan: cuando todo va mal sólo un verdadero amor nos puede salvar. Esto mismo nos recuerda Konstantino Cavafis en su poema “Esperando a los bárbaros”, cuyos primeros verso rezan: “¿Qué esperamos congregados en el foro?/Es a los bárbaros que hoy llegan.” Nostalgia del Absoluto.

La historia política y social de Occidente, tanto en la antigüedad como en los últimos tiempos, no es sino la historia de una serie de intentos, muchas veces violentos, de llenar el vacío central dejado por la erosión de quien hace la función paterna. Llega incluso a ser un lugar común, un simplismo psicologizante, la asociación lineal que se hace entre la incidencia de la delincuencia juvenil y la ausencia paterna. También se le achaca a la ausencia paterna la desintegración familiar, etc. Sin duda, podemos ubicar, aunque sólo de manera artificial, los orígenes de esta decadencia paterna en la era moderna (si se ve con detenimiento, este vacío siempre ha existido) desde la afirmación ya señalada de Nietzsche sobre la muerte de Dios; por lo menos es muy claro en la caída del orden que establecía el cristianismo. La muerte de Dios nos deja en absoluto desamparo porque las mitologías de la ciencia (incluyendo las llamadas ciencias sociales y las humanidades), las tecnologías y de las religiones no ofrecen garantía alguna en sus respuestas. El desamparo anímico es el signo de la modernidad, y con ello la nostalgia del Absoluto.

Para convocar al Otro, para llamar a aquel que habrá de poner orden de manera incuestionable, una forma a la que se recurre con frecuencia es la violencia, incluso el crimen. Se trata de una llamada al Padre Ideal que aparecería como una respuesta salvadora. Así lo ha mostrado Freud con el padre de la horda primitiva en su propia mitología que llamó Tótem y Tabú. Ese padre odiado a quienes los hijos dan muerte para librarse de su tiranía. Pero al hacerlo también terminan con aquel que mantenía el orden. La culpa los hará erigir a un padre ideal que garantice el orden. El mismo acontecimiento parricida en el primitivo, Freud lo encuentra como esencial en la constitución psíquica del neurótico que demanda el amor del Otro.

Esta búsqueda del Padre Ideal, esta nostalgia de un Absoluto, es algo que en todos los tiempos se ha expresado de muchas maneras. Quizá sea este anhelo lo explique el crecimiento de las religiones y sectas que prometen dejar de sufrir. Se anhela un padre que nos libre cuando existir duele, un padre que, sin fallas, nos libre de la desgracia de existir.

 

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

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