Káos

El cuerpo y sus mercados

El cuerpo y sus mercados

Julio 19, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

Imagen de portada: ilustraciones de Johann Stephan von Kalkar para el De huamni corporis fabrica, de Andreas Vesalius

 

 

[Hablando del discurso capitalista] …está para que eso marche sobre ruedas, eso no podría correr mejor, pero justamente, corre tan velozmente hasta consumirse, se consume hasta la consunción”.

Jacques Lacan

 

El cuerpo, ese gran Otro que nos habita, ha interrogado a la humanidad hace mucho tiempo. Los escritos del Canon de medicina lnterna del Emperador Amarillo, en China, o el tratado de anatomía De humani corporis fabrica libri septem, de Andreas Vesalius, publicado en 1543 con sus bellísimas ilustraciones del cuerpo diseccionado, o como nos muestra el famoso cuadro Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp, realizado por Rembrant en 1632, o incluso el más moderno texto Antropología del cuerpo y modernidad, de David Le Breton, de 2002, entre muchas más referencias, nos ilustran sobre el interés que a la humanidad le ha despertado el cuerpo con sus misterios y sus espesuras. Más aún, no creo que sea una exageración decir que la historia de la humanidad bien puede ser la historia del cuerpo.

El cuerpo ha sido objeto de veneración y estudio, sede de lo desconocido de sí, reflejo del universo, objeto de la mirada estética, fuente de dolor y satisfacción. El cuerpo ha sido alabado, flagelado, torturado, idealizado, degradado, anulado. Creación divina y portador de muerte. Aunque siempre inaprensible, sobre el cuerpo se han practicado las más diversas acciones con el fin de domesticarlo, someterlo o controlarlo. Cada época despliega sus estrategias en torno al cuerpo y desde ahí genera sus políticas de convivencia, sus sistemas de producción y sus relaciones de poder. Diversas culturas y épocas se han dado forma y organización a partir de las representaciones que se construyen sobre el cuerpo, ya sea vivo o muerto. En fin, parece que nada ocurre sin el cuerpo.

Desde el Renacimiento, y más aún con la modernidad, el cuerpo dejará de ser reflejo del universo y creación divina para individualizarse. Se vuelve el recinto del sujeto y sede de su nueva condición trágica. Al mismo tiempo, el cuerpo se volverá símil de una máquina. Con la modernidad resulta un lugar común decir que el cuerpo es una máquina, una máquina perfecta incluso.

Cuerpo, en griego, es Sóma, carne, pero el cuerpo humano es además Psique, alma. El misterio del cuerpo se ubica justamente en esa condición de interacción entre el cuerpo y el alma, entre soma y psique. Sigmund Freud, inventor del psicoanálisis, le da un nombre a lo que ahí se juega: le llama Trieb, pulsión. Concepto basal que va a caballo entre soma y psique, es litoral entre el organismo y el alma. Se trata, con la pulsión, de una tercera sustancia (más allá del dualismo cartesiano: res cogitans y res extensa) que le da singularidad al cuerpo humano en tanto que se constituye a partir de que la carne es atravesada por el significante. El cuerpo humano deviene a partir de ser marcado por el lenguaje.

A partir de los desarrollos teóricos de Freud el cuerpo no es más el mismo. Ya no puede pensarse sólo en términos biológicos, no opera ahí sólo el instinto, que es de conservación y apunta a la vida, ahora también hay las pulsiones que no pueden ser sino de destrucción y apuntan a la muerte. Sustancia gozante es como llamará Jacques Lacan a esta fuerza (Trieb) que habita al cuerpo viviente, es decir, al hablante. El sufrimiento del cuerpo, su mortificación, el dolor (el dolor de existir), son expresión de la existencia de la pulsión de destrucción o muerte.

El cuerpo es un concepto fundamental del psicoanálisis desde sus orígenes. En 1905, Freud nos enseñó que las representaciones reprimidas “hablaban en el cuerpo”. Lo hacen mediante enigmáticas inscripciones, códigos grabados como jeroglíficos que se pueden leer (escuchar) en los síntomas. Para Freud, desde siempre, se trató de un cuerpo hecho de palabras.

Con respecto al cuerpo, al escucharlo, el psicoanálisis va en contrasentido de las técnicas del cuerpo que operan con la finalidad de ordenar el cuerpo, adaptarlo, hacerlo funcional, marcarle el paso. La llamada salud mental y sus discursos de psico-patologizantes no escapan a esta intención de ejercer control sobre el cuerpo y el alma siguiendo los mandatos del biopoder.

Michel Focucault va a definir el concepto de biopoder como el ejercicio del poder sobre la vida y la mortalidad de los hombres. Los sujetos, en su singularidad, son segregados, desconocidos, anulados. El biopoder se ocupa de las nuevas tecnologías aplicadas a la reproducción, la alimentación, la educación. El biopoder político opera mediante la promoción de dispositivos interesados en la apropiación, disciplina y control de los cuerpos.

El psicoanálisis opera en sentido contrario: renuncia al ordenamiento del cuerpo, no busca marcarle el paso ni ejercer los mandatos del biopoder. Aunque es una disciplina que surge con la modernidad, lo hace señalando las fracturas y fallas. Freud es testigo de la plena instauración de una forma voraz de producción, el capitalismo; de hecho, atiende sus efectos en la subjetividad. El capitalismo es un discurso que se sostiene en la constante generación de objetos de consumo. Así, montado en el “todo se vale”, nada escapa a su voracidad. El cuerpo, desde luego, no escapa a estos nuevos imperativos que hacen de lo que tocan mercancía. En extremo, el cuerpo se vuelve eje del capitalismo tardío, su centro, su más caro objeto de consumo. El cuerpo se vuelve mercancía y, más que nunca, sede de la angustia. El cuerpo y su imagen se han convertido en el más socorrido objeto de consumo.

Para señalar con toda puntualidad lo maquinal del discurso capitalista, Jacques Lacan señala que: “está para que eso marche sobre ruedas, eso no podría correr mejor, pero justamente, corre tan velozmente hasta consumirse, se consume hasta la consunción”. Serpiente que se muerde la cola, entropía pura. Su destino, la destrucción.

Ahora bien, si un discurso, como lo entiende Lacan, es lo que hace lazo social, no lo puede hacer sin algo que se elimine, sin un resto, algo que queda por fuera, “algo-que-no”. El capitalismo toma como máxima el “todo se vale”, y con ello anular el valor del no-todo, con las consecuencias que sabemos: apatía, depresión, etc. Lacan, en 1967, nos revela que: “nuestro porvenir de mercados comunes será balanceado por la extensión cada vez más dura de los procesos de segregación”. ¿Qué queda segregado por el mercado en nuestros tiempos, no ya de capitalismo sino de Capitalismo salvaje? Justamente lo que se segrega, se anula y se silencia es el cuerpo en su singularidad, en su diferencia, se segregan aquello de lo corporal que escapa al orden del mercado. Con el capitalismo, el cuerpo devino en bien público, es tarjeta de presentación. Perdió su intimidad, entró en la “red” del voraz mercado digital inundado de apps: editores de cuerpos, body sculptor, cuerpos fitness, tips de alimentación, faciales, secretos de belleza, filtros y un largo etcétera que promueven el ideal de “cuerpo perfecto”, cuerpo de consumo y para el consumo.

Si el cuerpo es una de las tres fuentes de sufrimiento e insatisfacción (junto con las fuerzas de la naturaleza y las relaciones con los otros), como enseña Freud en El malestar en la cultura (1930), en nuestro tiempo la ciencia y la tecnología ofrecen una amplia miscelánea de objetos de satisfacción sustitutiva: sustancias químicas y dispositivos mecánicos que ofrecen resolver “mágicamente” las impotencias e insatisfacciones. Productos de consumo que ofrecen eliminar “lo molesto” del cuerpo. Cremas y tratamientos que le ponen límite al denigrante envejecimiento. Medicamentos que garantizan curar las cada vez más enigmáticas enfermedades e ilusionan con retardar la muerte. Nuestra civilización posmoderna ofrece una amplia variedad de performances como refugio ante la ominosa realidad. El contubernio entre endocrinología, cirugía plástica, y psiquiatría, ofrece la posibilidad de hacernos de un rostro o cuerpo de diseño que nos devuelva una imagen de “perfección”. En fin, la ciencia y la tecnología colman el mercado con infinitos objetos de satisfacción sustitutiva. Se oferta todo menos escuchar las desgarraduras del cuerpo y el alma.

No podemos ilustrar mejor la realidad contemporánea del cuerpo y sus mercados que con un pasaje de Charles Bukowski en su texto Mujeres: “La gente sólo abrazaba a ciegas lo que se le pusiese delante: comunismo, comida natural, zen, ballet, hipnotismo, terapia de grupo, orgías, paseos en bicicleta, hierbas, catolicismo, adelgazamiento, viajes, psicodelia, vegetarianismo, la India, pintar, esculpir, componer, conducir, yoga, copular, apostar, beber, andar por ahí, yogurt helado, Beethoven, Bach, Buda, Cristo, jugo de zanahorias, suicidio, trajes hechos a mano, viajes en jet, Nueva York, y de repente todo ello se evaporaba y se perdía. La gente tenía que encontrar cosas que hacer mientras esperaba la muerte. Supongo que estaba bien poder elegir”.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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