Káos

El enigma del Ser mujer

El enigma del Ser mujer

Marzo 08, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

Portada: John Collier, Lilith (detalle), 1889

 

Para un hombre, una mujer representa la hora de la verdad.

Jacques Lacan

 

Para Diana, mujer extraordinaria

 

En el marco de la conmemoración del Día Internacional de la Muje vale la pena plantearse una vez más una pregunta que en pleno siglo XXI continúa causando incomodidad para hombres y mujeres: ¿qué significa ser mujer, qué es lo femenino? Se trata de una cuestión que debe ser planteada sin prejuicios, sin coartadas. Vale recordar que hace dos años, antes de que el mundo se detuviera por la Pandemia de Covid, la cuestión sobre lo femenino dominaba el panorama de reflexión y reorganización a nivel global. Es hora de retomar el punto.

La sabiduría ancestral ha dibujado dos posiciones en torno a la mujer. Por un lado, se le profesa culto a su misterio, y desde ahí se le dota de pureza y se destaca su ser virginal. Por el otro, se le hace objeto de odio y se le coloca del lado de la mentira, la oscuridad, lo falso, lo doble. Georges Duby y Michelle Perrot han realizado una monumental Historia de las mujeres en cinco tomos para decirnos que “durante mucho tiempo las mujeres quedaron abandonadas en la sombra de su historia”. Desde luego que la historia de las mujeres no puede sino ser también la historia de los hombres y, mejor aún, se trata de la historia de las relaciones entre los sexos.

La mitología griega, cuna de las mentalidades de Occidente, coloca a las mujeres con frecuencia como instrumento de venganza o para concretar castigos de los dioses. Hesíodo, en su Teogonía, nos hace saber que Prometeo ha robado el fuego a los dioses olímpicos y Zeus, en castigo, preparó un mal para los hombres: “Modeló en la tierra el ilustre Patizambo una imagen con apariencia de casta doncella”. Después de darle una apariencia de irresistible para la raza de los hombres, “la llevó donde estaban los demás dioses y los hombres, engalanada con los adornos de la diosa de ojos glaucos, hija de poderoso padre; y un estupor se apoderó de los inmortales dioses y hombres mortales cuando vieron el espinoso engaño, irresistible para los hombres. Pues de ella desciende la funesta estirpe y las tribus de mujeres. Gran calamidad para los mortales, con los varones conviven sin conformarse con la funesta penuria, sino con la saciedad.”

Así, en el origen mitológico, la mujer es puesta como portadora de la ruina para los hombres. Portadoras desde siempre del mal, las mujeres y lo femenino han sufrido de persecuciones y aniquilaciones. Se les asocia con lo insaciable, con lo transgresivo, con lo rebelde, con aquello que habrá de romper el orden. Muchos son los mitos que se han construido bajo estas ideas. Veamos otros de los que nos resultan más cercanos.

Los mitos hebreos, materializados en el Génesis, también nos muestran esta condición doble de la mujer: transgresora del orden y sumisa. En la Biblia nos podemos enterar de que hay dos versiones referentes a la creación de la mujer. Por ejemplo, en Génesis 1:27 se lee: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.” Vemos que la mujer y el varón fueron creados al mismo tiempo. Pero también se puede leer en Génesis 2:7 “Formó, pues, Jehová Dios al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre alma viviente”; y más adelante, en Génesis 2: 18 “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él”; y en Génesis 2, 20-23 “Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo animal del campo; más para Adán no se halló ayuda que fuese idónea para él. 21: Y Jehová Dios hizo caer un sueño profundo sobre Adán, y éste se quedó dormido. Entonces tomó una de sus costillas y cerró la carne en su lugar; 22: y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer y la trajo al hombre. 23: Y dijo Adán: Ésta es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada.”

Como apreciamos, según esta narración bíblica, la mujer ha sido creada dos veces; pero, ¿qué pasó entonces con la primera mujer? Aunque hay varias versiones, Robert Graves, retomando la interpretación de Ben Sirá, en una midrash o explicación del siglo X, relata que la primera mujer de Adán no fue Eva sino Lilith. Jehová Dios creó a Lilith desde el polvo, como a Adán, es decir, en igualdad en tiempo y materia que al varón, sólo que en lugar de polvo puro utilizó inmundicia y sedimento. El mito sostiene en dos versiones la causa de que Lilith haya sido desterrada del Paraíso. La primera es que al momento de la copulación ella se mostró insumisa y pidió también estar arriba, como Adán. La segunda relata que al momento de la copulación, en medio del orgasmo, Lilith pronunció el nombre de Dios, lo que está prohibido. Sea cual sea la causa, es por su insumisión o su goce excesivo, que Lilith es castigada y mandada a vivir con los demonios lascivos. Entonces, a cambio, Dios le dio a Adán una mujer que fuese “ayuda idónea”. De aquí desprendemos dos rasgos asociados con el ser mujer: la insumisión y el goce excesivo.

También en Grecia, pero ya no en la mitología sino en la filosofía, en La República de Platón, en el libro V, Polemarco exige a Sócrates que defina el papel de las mujeres en la nueva República, lo que venía posponiendo en tanto que considera que “la decisión que pueda tomarse sobre este punto es de una gran importancia o, más bien, es completamente decisiva para la sociedad”. El filósofo se encuentra totalmente convencido del “enjambre de nuevas disputas” que se presentará. Propone educar a las mujeres para que puedan compartir el cuidado del “rebaño”, por lo que “hay que educarlas como hombres, formarlas para la guerra, además de enseñarles música y gimnasia”. También propone educarlas igual porque para él “no hay otra diferencia que la de que el varón engendra y la mujer pare”.

Aunque siempre ha sido un tema relevante, los estudios sistemáticos sobre las mujeres se han venido sucediendo desde la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, Sigmund Freud, el inventor del psicoanálisis, desde finales del siglo XIX se pregunta ya sobre “el continente oscuro” que es la mujer. Nos muestra, por ejemplo, que para poder dilucidar qué significa ser mujer las consideraciones anatómicas poco aportan: la singularidad de lo femenino no está determinado en lo anatómico, no se trata de una diferencia de órganos o de cromosomas, se trata de una diferencia de sexo en tanto que significante que hace diferencia.

La virulencia y el encono (síntoma, le llama el psicoanálisis) que las mujeres generan no es cuestión nueva. La ola de feminicidios que azota México es una expresión más del odio que las mujeres han suscitado a lo largo de la historia de la humanidad: ¿Qué hacer con aquellas que ponen en cuestión el orden establecido? ¿Cómo vivir, ahora, con dos discursos cuando la humanidad casi toda ha vivido con uno solo? ¿Qué lugar damos a esa forma de Ser sostenida por poco más de la mitad de la humanidad? ¿Qué tienen las mujeres que ponen en cuestión a hombres y a mujeres? Esas son cuestiones que nos interrogan y que no aceptan salidas fáciles como “la renovación de los valores”, “el empoderamiento de la mujer” o simplezas semejantes.

Bernad Moras, monje benedictino, quien escribe en 1583 su Summa de los pecados y su remedio, propone escribir la palabra mujer como acróstico. Así, MVLIER sería: M, mujer malvada que es el mal de los males; V, vanidad de las vanidades; L, lujuria de las lujurias; I, las iras de las iras; E (Erinias), la furia de las furias; y R, ruina de los reinos.

Ante estas expresiones es necesario preguntarse: ¿De dónde tanto encono? ¿Qué han tenido y qué tienen las mujeres como para que despierten tanto temor y odio? ¿Qué saber oscuro las hace estar en el lugar del Otro, del Otro radical que viene a poner en cuestión lo establecido?

La sexualidad de la mujer, obligada a ser ocultada, no ha pasado, pese a todo, sin oposición, sin que sordamente se gestaran movimientos de rebeldía a la represión institucionalizada. Así surgió, por ejemplo, La querella de las mujeres, un complejo debate que atañe a la filosofía, lo político y lo literario, desarrollado al inicio de la Edad Media. El punto a debatir, como se puede pensar, es la inferioridad de las mujeres ante la superioridad de los hombres, según la vieja clasificación aristotélica. Se discutían entonces cuestiones como si la mujer debía o no maquillarse. Los argumentos son sencillos: si la mujer se maquilla, dicen algunos, se hace cargo de su belleza, de sí misma, pero por otro lado, se dice que cualquier afeite es corregir la obra de Dios, por tanto un pecado, el de vanidad. Durante este movimiento, el primero propiamente feminista, las mujeres renunciaron al orden establecido, es decir, renunciaron al matrimonio y a la vida religiosa, que eran los únicos lugares permitidos para una mujer. La prostitución es el otro lugar que quedaba para una mujer. La radicalidad de estas mujeres querellantes (y de muchos hombres, hay que decirlo) llevó al grupo conocido como las Beatas, ubicadas fundamentalmente en la región de Flandes. Algunas de ellas, ante tal represión y segregación de la vida social, reclamaron ser emparedadas o “muradas”, es decir, practicar un enterramiento voluntario y así vivir entre muros y sólo por una minúscula ventana ser alimentadas por la caridad. Lo que se discute es que no hay sino una posición sexual, la masculina; la otra, la femenina, no es sino sexualidad atrofiada.

No se trata aquí de hacer un recuento exhaustivo de la posición de las mujeres en la historia de la humanidad, sin embargo, era necesario señalar que desde los griegos, fundadores de las mentalidades en Occidente, y hasta el siglo XVII, la diferencia sexual no existía propiamente dicha (aun y que las mujeres ya eran perseguidas y señaladas por el sólo hecho de serlo). La sexualidad era concebida según el modelo masculino, así que las mujeres eran como hombres pero a la inversa. El célebre médico Galeno escribía: “Figúrese usted las partes genitales que se ofrecen a vuestra imaginación, no importa cuáles, retorne hacia afuera las de mujeres y repliéguelas aquellas del hombre y usted las encontrará similares las unas a las otras”. Aquellas que se oponían a ese orden tenían tres destinos: la hoguera, la prostitución o el pabellón psiquiátrico.

Hasta aquí parece que el ser mujer se busca descifrar en la anatomía o su posición social, siempre queriéndolas equiparar a un modelo masculino. Habría que esperar hasta que a finales del siglo XIX, en que aparece un médico vienés, Sigmund Freud, para quien el cuerpo se constituye en otra dimensión. Así, en 1905 publica un polémico libro: Tres ensayos para una teoría sexual y produce un escándalo con tres propuestas fundamentales: la sexualidad infantil, el descentramiento de la homosexualidad como enfermedad y la aseveración de que no hay relación de completud entre el sujeto y el objeto de satisfacción. Y más aún, introduce desde enes una diferencia sexual radical entre los hombres y las mujeres.

 

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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