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El Golem y lo Ominoso

El Golem y lo Ominoso

Enero 10, 2023 / Por Antonio Bello Quiroz

Portada: fotograma de la película El Golem (1920), dirigida por Paul Wegener y Carl Boese, basada en la novela homónima de Gustave Meyrink.

 

Sigmund Freud escribe De guerra y muerte en 1915, con el horror de la Primera Guerra Mundial encima. Ahí se muestra conmovido por los acontecimientos bélicos y dice: “La muerte propia no se puede concebir. Tan pronto intentamos hacerlo podemos notar que en verdad sobrevivimos como observadores […] en el fondo, nadie cree en su propia muerte, o lo que viene a ser lo mismo, en el inconsciente cada uno está convencido de su inmortalidad.” Esta postura de inmortalidad en el inconsciente sería el motor que históricamente ha llevado a la creación de ficciones que, en diferentes épocas y lugares, hablan de “los muertos vivientes” o los “no muertos”.

Las fabulaciones, leyendas y mitos sobre la posibilidad de la no muerte juegan con la idea de inmortalidad que Freud nos dice habita en el inconsciente, donde la muerte no tiene cabida. El vampiro, el Zombi, el Yo, robot de Asimov, Frankestein, los Tulpas y el Golem son algunas de las encarnaciones de los no muertos.

Esta suspensión entre la vida y la muerte ha sido alimentada en todos los tiempos. La mueve el anhelo de retornar a la mítica armonía entre ambas instancias, siempre generando a la vez horror y fascinación; estos dos estados del ser que parecen incompatibles pero resultan afines, por lo menos en el inconsciente. Se trata de Eros y Tánatos coincidiendo por fin en seres melancólicos que viven la muerte.

Sabemos que la muerte, la propia muerte, no se puede representar. Eso es lo que plantea Freud, lo cual no quiere decir que no pueda intentar representarse. Se juega con ello cuando se habla de vida después de la vida e incluso en la idea de inmortalidad. Por ello hay arte fúnebre; se ve el anhelo de inmortalidad en la construcción de sarcófagos o efigies de madera o piedra, o también con preparación del cadáver, para poder vivir en otro momento o dimensión. Se trata de una investidura imaginaria que se sostiene en el anhelo de trascendencia.

Si consideramos que la muerte es una irrupción radical en la vida (eros), la ficción buscaría resarcir esta ruptura (trauma), buscaría reestablecer la pretendida armonía perdida, la reunión de eros y la muerte danzando. Incluso la imagen más terrible, lo siniestro por excelencia, ser enterrados vivos en estado de catalepsia, tiene en el origen la fantasía de vivir en el vientre materno, el retorno a lo familiar.

En 1919 Freud escribe Lo ominoso (Das Unheimliche), y nos dice ahí que “Lo Ominoso es aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace largo tiempo”; y se pregunta: “¿cómo es posible que lo familiar devenga ominoso, terrorífico?” Como ocurre con la muerte que, siendo lo más cercano a todos los seres humanos, se nos muestra como lo más ajeno. Así ocurre con los autómatas o muñecos inanimados donde la distancia entre la vida y la muerte se ve rebasada. Quizá también esta imposibilidad de representarnos nuestra propia muerte ha alimentado la fantasía de ser dioses y tener potestad sobre la muerte. La mitología, la alquimia, la literatura, e incluso la ciencia, permiten dar lugar a la fantasía de inmortalidad, la propia y la de las personas amadas, y también permite crear los monstruos más terribles y fascinantes.

El Golem es una novela de Gustav Meyrink que lleva como subtítulo Pesadilla en el Gueto de Praga. Borges menciona que es el primer libro que leyó en alemán y le conmocionó. Pero, ¿qué es el Golem? Una leyenda, el Hyle, o la materia que aún no tenía una forma definida, según la tradición hebrea. El creador de este hyle es el rabino Judá Loew ben Bezalel, el “Maharal”. Según la leyenda, un grupo de estudiantes, o un rabino, interesados de la Cábala crean un monstruo de arcilla, con aspecto semejante al hombre, al que le dan vida grabando en la frente la palabra Emeth (Verdad). La criatura puede ser desactivada quitando la primera letra, dejándola bajo el poder del Meth (la muerte). Su creador, también conocido como Judá León, tiene el buen cuidado de eliminar la primera letra todos los sábados por la noche, es decir, dejarlo inerte. Hasta que en un momento comete un olvido y la creatura debiendo estar inerte (muerta) “cobra vida” y se rebela.

De esta historia podemos encontrar eco en otras igual de fascinantes y terribles, siniestras. Por ejemplo, Frankestein de Mary Shelley, donde también la creatura escapa al control de su creador, el Dr. Frankenstein. También existen, en este sentido, los tulpas tibetanos. Dentro del budismo tibetano, un tulpa es un Vajrayana, es decir, “una entidad espiritual creada por el pensamiento”. Según Walter Evans, el tulpa se crea a través de la visualización clara, intensa y sostenida de un objeto o entidad; los yoguis o los lamas tibetanos pueden crear y deshacer tulpas a voluntad. En algunos casos los tulpas pueden adquirir vida propia, tendiendo siempre al mal, a corromperse, pero para que puedan operar requieren que se crea en ellos.

Si atendemos lo que dice Borges en los primeros versos de su poema “El Golem”: “Si (como afirma el griego en el Cratilo) / el nombre es el arquetipo de la cosa / en las letras de ‘rosa’ está la rosa / y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’. Y, hecho de consonantes y vocales, habrá un terrible Nombre, / que la esencia cifre de Dios y que la omnipontencia guarde en letras y sílabas cabales”. El Golem encierra la verdad y la muerte. Está vivo como portador de la verdad, y muerto cuando su nombre cambia retirándole la primera letra.

Este no-muerto, El Golem de Gustav Meyrink, es en algún sentido el alter ego, el doble de su autor, quien a principios de 1891 era un banquero de Praga, interesado en la navegación y el ascenso social, muchas veces por la vía de la conquista de jóvenes nobles. Al final de ese año sufre un colapso nervioso e intenta suicidarse. Su vida se vuelve una intensa búsqueda de sí mismo: fuma hachís, hace ayuno, yoga, se cuida de no dormir, bebe goma arábiga para tener visiones, las tiene muchas veces. La investigación esotérica lo salva para adentrarse, más tarde, al estudio de la Cábala, la filosofía hindú y el budismo; con eso y sus visiones alimenta su creación del Golem.

La novela llevaría en principio el nombre de El judío eterno. El autor lo pensó primero en una obra de teatro de marionetas, ese arte de mover figuras de forma humana pero sin vida, los títeres que eran una fascinación para el autor a partir de la intensa amistad con su amigo el titiritero Teschner.

El Golem se rebela a morir, permanece en condición de Verdad (del deseo, diríamos) y así hace realidad lo que habría en el inconsciente de todo sujeto: representa la fascinación y el horror de lo familiar que deviene extraño, comparte las características de lo Ominoso o lo siniestro según enseña Freud.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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