Káos

El suicidio infantil y sus enigmas

El suicidio infantil y sus enigmas

Marzo 12, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz

¡Qué te han hecho, pobre criatura!

Sigmund Freud

 

La sombra del objeto cayó sobre el yo, quien, en lo sucesivo,

pudo ser juzgado por una instancia particular como un objeto,

como el objeto abandonado.

Sigmund Freud

 

El suicidio es un acto desconcertante que conmociona y paraliza a la sociedad, a la familia y a los allegados fundamentalmente. Los llena de interrogantes: ¿en qué se falló?, ¿en qué fallamos como sociedad para que alguien haya decidido quitarse la vida? Estos enigmas se agudizan cuando quien se quita la vida es un niño o niña. 

Aunque el suicidio ha estado presente desde siempre en la historia de la humanidad, no será sino hasta finales del siglo XX y lo que va del siglo XXI cuando empieza a ser reconocido por la Organización Mundial de la Salud como uno de los principales problemas de salud en el mundo, de salud mental específicamente. Es hasta entonces que se vuelve objeto de estudio sistemático. En agosto del 2021, la Organización Panamericana de la Salud en México reveló las cifras preocupantes de incremento en el suicidio de niños y adolescentes durante 2020 específicamente. Una causa que se toma como referente para este incremento es la Pandemia Covid 19 y sus riesgos para la salud en general.

Desde entonces, esta organización ha realizado diversas acciones para abordar la problemática del suicidio, destacando la perspectiva de la posibilidad de la prevención.

Ante el incremento del suicidio infantil, la reacción de la sociedad es generalmente la negación o minimizar el fenómeno. Si ya de por sí el suicidio es un acto desconcertante, que pone en cuestión a la sociedad en su conjunto, la detiene en seco, lo es más cuando se trata de niños. 

Sabemos que el suicidio en la infancia-adolescencia es la cuarta causa más frecuente de mortalidad infantil. También sabemos que a nivel mundial la edad del suicida está bajando considerablemente.

Los factores de riesgo para niños, niñas y adolescentes son muchos en contextos sociales agravados y en crisis: padecimientos psiquiátricos, pérdidas amorosas, maltratos y abusos físicos y sexuales, abandonos, entornos caóticos o adictivos, etc. Un entorno también de infancias violentadas u olvidadas, soledades y aislamiento. De igual manera, podemos observar en algunos niños o adolescentes dificultad para tramitar, por ejemplo, el divorcio de los padres, la configuración de nuevas familias, las mudanzas, los espacios educativos violentos, etc. Un factor reciente lo encontramos en el contenido de las ideaciones suicidas a partir de la difusión masiva de un suicidio o los efectos de contagio en la familia —también llamado efecto Werther o efecto copycat, establecido por el sociólogo David Phillips en 1974. Se trata de una reacción imitativa que toma su nombre de la novela Las penas del joven Werther, de Goethe, publicada en 1774. Es un síndrome que afecta principalmente a los jóvenes, ahora agudizado por los retos y juegos que se siguen en las redes sociales. Por ejemplo, en Japón el número de suicidios se incrementó, fundamentalmente los que se suicidan en el bosque de Aokigahara, en el monte Fuji. 

Estas variables, más allá de lo importante que puedan resultar, resultan engañosas porque se centran en el dato estadístico, olvidando el contexto y, más aún, la singularidad de cada acto. A estos dos aspectos nos queremos referir.

Si atendemos al contexto estos actos desconcertantes nos obligan a preguntarnos sobre las condiciones en que se encuentra la infancia en nuestro tiempo. 

Pese a que, evidentemente, siempre han existido los niños, la infancia es una cuestión que se empieza a pensar a partir de la segunda mitad del siglo XX. Antes de esto, el niño había sido tratado como un adulto en pequeño, es decir, sin ninguna consideración o respeto a su condición de niño. Phillipe Ariès, en su libro El niño y la familia en el antiguo régimen, nos dice que pensar la infancia es un hecho que surge con la modernidad, y es a partir de que las ciencias sociales y humanas se empoderan y organiza la vida social como se reconocen las diferencias entre los adultos y los niños, y surgen así los primeros intentos de protegerlos. De esa manera salen del anonimato en que se encontraban. Se empiezan a generar legislaciones propias para la regularización de las relaciones paterno-filiales, además, los modos de crianza pasan a ser un asunto no sólo de las familias sino del Estado.

El Antiguo Régimen mantenía en el olvido a la infancia. Su forma de hacerse adultos era a través de la imitación de lo que hacían los mayores; en lugar de educación en un establecimiento exprofeso diseñado para ello, aprendían un oficio por contacto. Dentro de las cosas que menos importancia tenían en el Antiguo Régimen, es decir, antes del siglo XVIII, era la mortalidad infantil, por lo que existía una amplia tolerancia incluso al infanticidio. En pocas palabras, en el Antiguo Régimen la infancia estaba poco menos que olvidada. Se trataba, en el caso de los niños, de algo sustituible, reemplazable por otro niño. Parece que, en relación con las infancias, de manera paradójica, vivimos una especie de retorno al viejo régimen.

Este olvido de la infancia, pese a todas las leyes y estamentos establecidos para proporcionarles protección y reconocimiento de sus derechos, parece repetirse en nuestra época. Sólo hay que revisar la cantidad impresionante de los llamados ninis (sin trabajo y sin escuela) entre los niños y los adolescentes que hay en el mundo. Lo mismo nos enteramos de la desaparición y abuso que se comenten sistemáticamente en niños y adolescentes en el mundo. El tráfico y trata que hay en muchas regiones del mundo, en particular en los países pobres. Hay que decirlo de manera enfática: en la actualidad la infancia y la adolescencia se encuentran olvidadas sistemáticamente.

Pero, ¿qué tiene que ver esta situación con el suicidio en la infancia? Si atendemos a la singularidad de cada caso, y si tomamos en cuenta, fundamentalmente, el suicidio de los llamados “hijos no deseados” (es decir, los que no tienen un lugar en el Otro y por tanto carecen de reconocimiento, como señala el psicoanalista francés Jacques Lacan), donde el sujeto es abolido, aunque con ello se vuelve más signo que nunca, se trata de un acto radical que busca una inscripción, ofrece su vida a cambio de un lugar simbólico que le es negado. Es a partir de ese momento en que el sujeto está muerto cuando se vuelve un signo eterno para los demás, y es por eso, dice Lacan, que “el suicidio posee una belleza horrenda que lleva a los hombres a condenarlo de forma tan terrible, y también una belleza contagiosa que da lugar a esas epidemias de suicidio de los más reales en la experiencia” 

En el suicidio, en particular en los niños, se reclama de manera radical un lugar que lo social, el entorno ha negado sistemáticamente: se reclama tener un lugar en el Otro. El suicidio es un medio para conseguirlo, para hacerse signo para siempre. Se recurre a una vía, quizá la última, para ser “alguien” para Otro cuando los caminos se han cerrado.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

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