Káos

Enigmas del cuerpo en psicoanálisis

Enigmas del cuerpo en psicoanálisis

Mayo 24, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

Imagen portada: Rembrandt, La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp

 

El hombre […] piensa porque una estructura, la del lenguaje, lo implica. Porque una estructura recorta su cuerpo y nada tiene que ver con la anatomía.

 

El cuerpo es el shibboleth del psicoanálisis, su santo y seña, su Alfa y Omega. El psicoanálisis tiene una mirada singular del cuerpo, como singular resulta su abordaje de todo lo que concierne a la condición humana. El cuerpo no sólo es un montón de pelos, vísceras y huesos. Es, esencialmente, un espacio relacional organizado más allá de lo biológico. En psicoanálisis, la concepción del cuerpo también va más allá de las consideraciones de la física que habla de un “cuerpo” para designar a todo aquello que ocupe un lugar en el espacio.

Es en su obra Esquema del psicoanálisis (1938) donde el maestro vienés se propone la gran tarea de “reunir los principios del psicoanálisis y exponerlos de manera dogmática –de la manera concisa y en los términos más inequívocos”. Ahí señala que el psicoanálisis se apoya y articula en dos cabos o comienzos del saber acerca de la vida anímica. Uno es justamente el órgano corporal, centrado en el encéfalo, y el otro cabo se asienta en nuestros actos de conciencia. De esta afirmación se desprende un cierto paralelismo psicofísico. Soma y Psique. Estas dos hipótesis, estos dos pilares, son las bases del edificio psicoanalítico. Así, el cuerpo adquiere estatuto de objeto conceptual para Freud.

El hombre no piensa con su alma, como imagina el filósofo, dice el psicoanalista francés Jacques Lacan en un texto que en la jerga psicoanalítica se conoce como Televisión. El hombre piensa, dirá el psicoanalista, “porque una estructura, la del lenguaje, recorta su cuerpo y nada tiene que ver con la anatomía”.

El cuerpo en psicoanálisis es un cuerpo hecho de palabras y, por tanto, no puede ser sino un cuerpo fragmentado, la palabra, el significante, fractura al cuerpo. Señala la ilusión de la unidad del cuerpo.

En este mismo sentido, Sigmund Freud, en su Introducción del narcisismo (1914), señala que “es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo una unidad comparable al yo”. Hay una fragmentación de origen que se muestra como desarmonía del organismo, una discordia primordial, “sostenido” en una unidad del cuerpo siempre ilusoria. El cuerpo como unidad, el cuerpo esfera, enseña Lacan, siempre fracasa porque el cuerpo real o cuerpo fragmentado lo agujera permanentemente.

Freud nos deja una orientación y una verdad incontestable con respecto al cuerpo, razón última por la que considera al cuerpo como el Shibboleth del psicoanálisis: el ser humano nace de manera prematura y con el cuerpo fragmentado. Al nacer no hay un yo que se reconozca como tal, el infans (el que no está en el habla) no sabe que su mano es su mano, que su pie es su pie, etc. No hay reconocimiento innato de su cuerpo, luego entonces, tendrá que pasar un largo e interminable proceso de apropiación de su cuerpo. Proceso que pasa de lo imaginario a lo simbólico y que no termina nunca, dado que hay una dimensión real del cuerpo que imposibilita toda asimilación.

Jacques Lacan nos enseñará a pensar el cuerpo a partir de sus tres registros: imaginario, simbólico y real. El ser humano no nace con cuerpo, tendrá que construirse un cuerpo en la relación significante con el Otro. Como ya se señalaba, para Freud resulta central sostener como un supuesto necesario la ausencia de una innata unidad comparable al yo. Éste, el yo, necesariamente deberá constituirse como una ilusión.

Es cierto que la importancia del cuerpo está dada desde mucho antes de la invención del psicoanálisis. Sin embargo, la disciplina fundada por Freud, y en particular la lectura de Lacan, le da otra dimensión. Un punto referencial de este cambio ocurre cuando el cuerpo deviene morada de la muerte. Lacan, desde Freud, reivindica la presencia de la muerte en la vida. Es ante la muerte que el sujeto habla, el sujeto crea. Y es también ante la muerte que el sujeto se hace de un cuerpo.

Por paradójico que parezca, en el mundo no siempre los seres humanos se han pensado como habitados de la muerte. La muerte resultaba ajena. Por muchos siglos la muerte venía del exterior, era cuestión de Dios o maldición del maligno. El cuerpo no estaba habitado de la muerte, la muerte era ajena. Con el Renacimiento, sin embargo, el cuerpo se vuelve morada de la muerte. La muerte baja del cielo y la vida corporal se habita de muerte. El cuadro de Rembrant Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp es una ilustración clásica de la búsqueda de la muerte en el cuerpo diseccionado. La muerte ya no es obra de una metafísica fuerza del exterior sino producto de algo que habita en el cuerpo. El cuerpo habitado de muerte nos deja como saldo un cuerpo fragmentado. Desde el psicoanálisis se sostiene que el cuerpo está construido por las pulsaciones del lenguaje: el cuerpo está habitado de muerte en tanto que se estructura desde el lenguaje.

El cuerpo habla, así lo mostró el genio de Freud en su encuentro con la histeria. Los signos del cuerpo, sin embargo, son opacos, ambiguos, insensatos. Más aún, el cuerpo habla también en los silencios.

El cuerpo se expresa con jeroglíficos, con mensajes encriptados, es un laberinto enigmático. Freud descubre que el cuerpo habla con el lenguaje fascinante de los síntomas. Pero no sólo eso, al escuchar el habla del cuerpo, Freud escucha lo que los demás se niegan a escuchar, escucha los avatares de la sexualidad femenina.

Las vías de la sexualidad llevaron a Freud a un encuentro conceptual con la muerte. La muerte que Freud nos muestra no es vista con la simpleza de quien la supone al final de la vida; no, la muerte es una muerte que insiste en la vida, insiste en el cuerpo.

De esta manera, el cuerpo se encuentra anudado por la sexualidad y la muerte, es su campo de batalla. Lo que resulta contundente (y para muchos discursos insoportable) en la enseñanza de Freud es que no hay sexualidad sino en relación con la muerte. Esto nos lleva a pensar en una nueva erótica y nos muestra lo ingenuo de la sexología. Lacan dirá: “No somos psicólogos, somos erotólogos”.

Esta lectura del cuerpo que propone el psicoanálisis nos obliga a pensarlo, con Lacan, desde los tres registros que el psicoanalista nos propone: el imaginario, el simbólico y el real.

En la experiencia amorosa, en la medida en que el cuerpo está involucrado, podemos ver en juego estos tres registros: en principio los cuerpos se atraen, la imagen del otro es imán erótico que despierta las pasiones. El erotismo se hace presente (dimensión imaginaria). Pero la atracción, para no consumirse en el fuego ardiente de lo erótico, para sostenerse, convoca a las historias: los amantes se muestran al otro con sus cicatrices, sus heridas. (dimensión de lo simbólico). Pero, además, ineludiblemente (dimensión de lo real), en el encuentro de los cuerpos y las historias se muestra el rostro del horror, los silencios, los gemidos, los gritos, las violencias, la muerte.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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