Káos

La erótica del cuerpo y las mujeres

La erótica del cuerpo y las mujeres

Febrero 28, 2023 / Por Antonio Bello Quiroz

Portada: Lou Andreas-Salomé

 

Los psicoanalistas somos erotólogos y no sexólogos.

Jacques Lacan

 

Erixímaco, durante su intervención en el diálogo de Platón denominado El banquete o sobre la erótica, señala que “la medicina es la ciencia de las eróticas del cuerpo”. Desde luego que la medicina actual no cumple en nada con esta visión, dado que se ocupa únicamente de los dolores del cuerpo, dejando de lado los sufrimientos, las eróticas, del sujeto. Sin embargo, el psicoanalista francés Jacques Lacan nos dice que no podría existir mejor definición para el psicoanálisis que la de ser una disciplina que se ocupa de las eróticas del cuerpo. Somos erotólogos y no sexólogos, dirá refiriéndose a los psicoanalistas.

Aunque es cierto que si el psicoanálisis, en su clínica y su teoría, le ha dado un lugar a alguna erótica del cuerpo es a la femenina. Se trata de la primera terapéutica que le da voz a la singularidad de la mujer, voz que había sido relegada y confinada en el dolor del cuerpo que no era escuchado. En ese sentido, no es descabellado decir que el psicoanálisis es un discurso, el primero, que abre un lugar para escuchar lo singular de lo femenino. Es un dispositivo que abre la escucha a lo indecible de lo femenino. Ocurre en principio con Freud, quien inventa el psicoanálisis al quedarse a escuchar al cuerpo que habla en sus síntomas de la sexualidad reprimida de las histéricas, y más tarde con Lacan, que reinventa el psicoanálisis escuchando la locura erótica de las psicóticas. El psicoanálisis se inventa y se reinventa a partir de escuchar las eróticas del cuerpo.

El psicoanálisis es justamente un discurso, el único, que le da lugar al no-todo (dado que el inconsciente dice no-todo, como señala Serge Andre en su libro Qué quiere una mujer) y coloca a lo femenino como figura mayor de ese no-todo, es decir, se trata de un discurso que de entrada se reconoce en la imposibilidad de decir qué encarna al sexo femenino. Se trata, en cuanto a lo femenino, de un discurso que no hace sentido. Al respecto, citando a Perrier y Granoff con su libro El problema de la perversión en la mujer, Serge Andre señala: “En cuanto a lo que ella puede desear, como lo afirma la sabiduría ancestral, uno nunca está seguro de ello. De ahí la inevitable oscilación entre el culto a la mujer como misterio —enigma— y el odio a la mujer como mistificadora —mentira. Pero estas dos posiciones no hacen más que mantener el desconocimiento de lo que constituye la verdadera cuestión de la feminidad, pues ambas postulan que la mujer sería como un escondite que ocultaría algo”.

Siendo así, vale preguntarse sobre cuál ha sido el lugar de las mujeres en el movimiento psicoanalítico. Élisabeth Roudinesco, en su extenso trabajo biográfico Freud en su tiempo y en el nuestro titula un capitulo efectivamente “Entre mujeres”. Ahí nos menciona que a partir de los años veinte las mujeres han estado cada vez más presentes en el movimiento psicoanalítico, lo están y son voces muy relevantes a partir del debate sobre temas que les resultan particularmente significativos: la sexualidad femenina, la maternidad, la infancia y su análisis etc., al mismo tiempo, en lo social hay movimientos donde reclamaban su reconocimiento y respeto a sus derechos como ciudadanas.

Destacan, de entre estas mujeres que se suman al movimiento psicoanalítico en sus orígenes, dos que rompen con algunos códigos en la época de la naciente invención del psicoanálisis: en principio, no son judías (una alemana y otra francesa) y no se hacen valer en el movimiento como esposas o hijas. Se trata de Lou Andreas-Salomé y María Bonaparte. Ambas consiguen integrarse al círculo de los miércoles y reciben el simbólico anillo de iniciados del Ring.

Lou Andreas-Salomé desde pequeña se opuso al lugar que el discurso opresor de la religión, oponiéndose férreamente al matrimonio considerándolo como limitante para sus pretensiones intelectuales. Nacida en San Petersburgo Rusia, Lou se marcha a Zurich para estudiar religión, filosofía, filología, e historia del arte. Por motivos de salud, viaja posteriormente a Roma. En esa ciudad, en 1882, Lou entra en contacto con Nietzsche y, según menciona José Antonio Marina, así relata el suceso: “Yo estaba en Roma con mi madre. Tenía algo más de veinte años. Deseaba fervientemente aprender. Conocí a Paul Reé, quien me hablo de un amigo suyo a quien admiraba, Friedrich. Una mañana, en San Pedro, mientras Paul trabajaba dentro de su confesionario. Nietzsche vino hacia mí y me pregunto: “¿En virtud de qué estrellas hemos ido a encontrarnos los dos aquí?”. Cinco años después Lou contrajo matrimonio con Carl Andreas, sólo después de que el filólogo y orientalista alemán amenazó con suicidarse si no aceptaba. Ella aceptó pero con la cláusula de que el matrimonio no se consumaría. Diez años más tarde, en 1897, conocerá a quien se entregaría en cuerpo y alma, el poeta Rainer María Rilke.

Su encuentro definitivo con el psicoanálisis se produce en 1911 cuando acude al Tercer Congreso de Psicoanálisis que se llevó a cabo en la ciudad de Weimar donde conoce a Freud quien rápido pudo reconocer la genialidad de Andreas-Salomé y al mismo tiempo mostró recelo de la belleza deslumbrante de la mujer. En el libro Freud en su tiempo y en el nuestro de Roudinesco se destaca que, para Lou, “el amor sexual como una pasión física que se agota una vez saciado el deseo […] sólo el amor intelectual, fundado en una absoluta fidelidad, es capaz de resistir al tiempo”. De este tipo de amor intelectual es del que se alimentó la relación entre la psicoanalista y el doctor vienes quien después de cada sesión de los miércoles la llevaba a su hotel, y después de cada cena la llenaba de flores. Una erótica sin duda.

Marie Bonaparte, veinte años más joven que Lou Andreas-Salomé, que ostentaba los títulos de princesa de Grecia y de Dinamarca, se sentía orgullosa de su origen y genealogía se hacía llamar “La última Bonaparte”. Conoció a Freud en 1925 por referencia de René Laforgue cuando ella estaba al borde del suicidio. Freud se mostró reticente a tomarla como paciente, la consideraba frívola, por fin terminó por aceptarla en su diván por casi tres años y ella reconoció que esa intervención del maestro vienés la salvó del suicidio y de otras prácticas autodestructivas. El genio clínico de Freud se despliega ante esta mujer y, como ocurre con Lou, ella contribuye a la profundidad teórica del psicoanálisis. Ella se volvió referencia importante en el debate que sobre la sexualidad femenina que se abría (para no cerrarse más) al seno del movimiento psicoanalítico. Roudinesco, en el libro arriba citado, señala que Marie “distinguía en sustancia tres categorías de mujeres: las reivindicativas, que procuran apropiarse del pene del hombre; las obedientes, que se adaptan a la realidad de sus funciones biológicas o su rol social, y las esquivas, que se alejan de la sexualidad”. Sin duda, con Marie Bonaparte se pone en juego una erótica del cuerpo.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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