Káos

La locura de amor en Hamlet

La locura de amor en Hamlet

Noviembre 29, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

Foto / Fotogramas de Hamlet (1948), de Laurence Olivier

 

Quizá a todos nos estuvo deparado dirigir la primera moción sexual hacia la madre y el primer odio y deseo violento hacia el padre.

Sigmund Freud

 

Si no puedo persuadir a los dioses del cielo, moveré a los de los infiernos.

Virgilio

 

Sigmund Freud, el inventor del psicoanálisis, es un hombre de ciencia, ése es su cielo; sin embargo, no encuentra ahí elementos que le permitan avanzar en sus constructos teóricos ante la emergencia del inconsciente y las enigmáticas expresiones de los síntomas histéricos. Tendrá que recurrir a otras fuentes, sus infiernos. Esos otros saberes, proscritos por la ciencia, son la mitología, la literatura, la antropología comparada y, de manera privilegiada, la poesía. Freud reconoció en varias ocasiones que los poetas llevan la delantera en esto de acercarse al alma humana.

Si partimos de considerar que el psicoanálisis es una disciplina que se construye dialogando con otros saberes, uno de los interlocutores privilegiados es la literatura.

Muchas son las referencias literarias a lo largo de la elaboración de las interrogantes constantes que el psicoanálisis se plantea. Destaca, sin duda, la tragedia de Edipo en Sófocles. Hay muchas más, pero ahora aquí abordaremos el drama Hamlet, de Shakespeare. No se trata, desde luego, de hacer aquí eso que se ha dado en llamar “psicoanálisis aplicado”. No por muchas razones, la más contundente, sin duda, es que Hamlet es un personaje literario y el psicoanálisis sólo se aplica a sujetos que puedan sostener su palabra en la materialidad de su cuerpo vivo. No se trata entonces sino de acercamientos teóricos que posibiliten conocer no la neurosis de Hamlet sino la estructura de la neurosis que la obra nos permite pensar. Hamlet no es un neurótico, pero nos muestra de manera paradigmática la estructura subjetiva de la neurosis, como dirá el psicoanalista francés Jacques Lacan.

En el Hamlet de Shakespeare se muestra, como en ningún otro lado, la tragedia del deseo humano, la tragedia que el deseo representa para cada sujeto. Se trata del deseo fijado en las coordenadas estructurales de la subjetividad, esto es, el deseo en cierta dependencia con el significante, más allá de las expresiones fenomenológicos que se muestran en el orden del querer algo. Es decir, el deseo humano desde el psicoanálisis se plantea siempre como el deseo inconsciente, al que sólo es posible acceder (parcialmente) por medio de la palabra. Enseña Jacques Lacan, quien sigue las lecciones de Kojeve, que: “El deseo es distintivamente humano cuando se dirige hacia el deseo de otro, o hacia un objeto que es perfectamente inútil desde el punto de vista biológico”. En Hamlet se trata esencialmente de una historia de amor, sí, pero de amor trágico ya que al estar involucrado el deseo, el amor implica una dimensión de destrucción y muerte.

En Hamlet también se trata de la tragedia del hombre moderno y se encuentra ubicado al mismo nivel en que Freud ubicó la tragedia del héroe en Edipo. Conocemos la historia del príncipe danés. El Rey, su padre, quien ha muerto, se le aparece en forma de espectro y le revela la verdad sobre su muerte. Le dice que no murió por la picadura de una serpiente mientras dormía, como se contó, sino por un veneno que su hermano Claudio le vertió en el oído mientras dormía para así poder quedarse con el reinado y con la reina, Gertrudis, su madre. El espectro lo insta a lavar su nombre y dar muerte al traidor. Aquí se ubica una diferencia con Edipo, quien comete el crimen de su padre y se acuesta con su madre sin saber. Hamlet sí sabe lo que habita su deseo. Esta razón, el saber de su deseo, hace del deseo de Hamlet el paradigma del deseo moderno, el del hombre trágico.

Durante toda la obra, Hamlet una y otra vez pospone el cumplimiento del mandato de su padre. La pregunta que se resalta entonces es: ¿qué impide a Hamlet cumplir con su deseo? ¿Qué hace a Hamlet procastinar la realización de su deseo, teniendo todas las razones morales y condiciones materiales para hacerlo? Su deseo, hay que decirlo, no es matar a Claudio. Ese, en todo caso, es el deseo del padre muerto. Su deseo es el deseo de la madre, quien muestra una voracidad sexual frente a la cual el príncipe Hamlet tiembla y titubea. La madre, con su deseo, es el sujeto omnipotente de la primera demanda para todo sujeto. Hamlet titubea porque Claudio lo libra del deseo omnipotente de su insaciable madre, deseo contra el cual el propio espectro del padre había advertido tener cuidado.

En su lectura de la obra, Jacques Lacan destaca que es Ofelia y su amor quien se convierte en uno de los elementos más íntimos (subjetivos) de un Hamlet que ha perdido su camino, ese extravío es una muestra de que el deseo se encuentra comprometido. De Ofelia se ha dicho que es la imagen literaria de la mujer mejor lograda, la más excelsa y hermosa, quizá sólo comparable con Antígona y su brillo. La que por amor llega hasta el suicidio. El psicoanalista Jacques Lacan en su Seminario libro 6, El deseo y su interpretación, coloca a Ofelia en el lugar del a (objeto causa del deseo), es decir, como el objeto esencial en torno al cual gira la dialéctica del deseo de Hamlet. Ofelia es quien lo pone a prueba. Es el objeto de su fantasma, imagen y pathos a la vez. Es su hora de la verdad, como lo es la mujer para un hombre.

Lo primero que se dice de Hamlet, en relación con Ofelia, es que está loco. Loco de amor por ella. Pero, ¿Hamlet está loco o se hace el loco? Hamlet se hace el loco para poder expresar la verdad que le atormenta, pero ¿cuál es la causa de su “locura”? Decir que es Ofelia resulta sólo un rasgo superficial. Es la lectura de Polonio, padre de Ofelia, quien hace un diagnóstico salvaje: “Hamlet está triste porque no es feliz, y si no es feliz, es a causa de mi hija”. “Es el amor”, aduce el padre: Hamlet enloqueció de amor. Ofelia es, en un primer momento, objeto de exaltación extrema por Hamlet, quien la eleva en sus cartas al lugar del objeto a. Pero después de que Hamlet se ha encontrado con el espectro de su padre, las cosas entre él y Ofelia cambian radicalmente. En el próximo encuentro, ella rechaza las palabras de amor de Hamlet, ya que él la trata de manera cruel: “una vez te amé”, le dice y la llena de sarcasmos. Lacan señala que se presenta un desequilibrio en la relación fantasmática basculando hacia el objeto por el lado perverso. Ella ya no es tratada como una mujer sino como una portadora de todos los pecados, destinada a engendrar a todos los pecadores. Y he aquí la propuesta de Lacan: “Sí, Ofelia en ese momento es el falo, el falo en calidad de símbolo de la vida, el falo que el sujeto exterioriza y rechaza como tal”. El diálogo de Hamlet con Ofelia muestra que la mujer es aquí concebida como portadora de esa turgencia vital (es el falo) que hay que maldecir y aniquilar.

Quizá no sea nada descabellado ver estos dos tiempos de la tragedia del deseo en Hamlet, donde “los objetos se confunden”, la ilustración de lo que ocurre en los feminicidios donde la mujer es muerta cuando se revela su condición de dadora de vida, donde se presenta la “turgencia vital” de la mujer y esto resulta insoportable para el hombre. Ellas, desde su singularidad, se presentan como la hora de la verdad del hombre y este, en su desequilibrio fantasmático, no atina sino a cometer un crimen como salida, salida restauradora del equilibrio subjetivo.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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