Káos

La valentía del amor: entre el goce y el deseo

La valentía del amor: entre el goce y el deseo

Febrero 15, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

Portada: Salvador Dalí, Las acomodaciones del deseo, 1929

 

La esencia del hombre es el deseo.

Baruch Spinoza

 

Porque el amor es simplemente eso:

la forma del comienzo tercamente escondida

detrás de los finales

Roberto Juarroz

 

El deseo es propio de lo humano y, quizá por ello, resulta ser una expresión del afecto de complejidad extrema. La palabra Deseo proviene del término latino “desiderium” que etimológicamente significa “dejar de contemplar los astros con finalidades augurales”. “Desiderare” significaba, en efecto, darse cuenta de la ausencia de los sidera, de los astros. Desear es, en este sentido, separarse del cosmos, exiliarse de la naturaleza, el deseo (el deseo del Otro) nos humaniza.

Por otro lado, el amor se hace de palabras, pasa por el cuerpo y se dirige a otro apuntando a una unidad que se revela siempre imposible. “El amor es imposible, la relación sexual se abisma en el sinsentido”, dirá el psicoanalista francés Jacques Lacan.

En el deseo, dice Descartes en su Tratado de las pasiones: “Advierto que agita el corazón más violentamente que ninguna otra pasión y provee al cerebro de más espíritus, que, pasando de él a los músculos, hacen más agudos a todos los sentidos y más móviles a todas las partes del cuerpo”.

Pero, ¿qué es el deseo? ¿Una pulsión que nos inclina irremediablemente hacia un objetivo irracional o quizás una necesidad interna elegida deliberadamente, negociación racional mediante? Sin duda, esta afección inasequible para la conciencia tiene un carácter ambiguo, no podría ser de otra manera. Hay para quienes el deseo (el que supone suyo y el que supone ajeno) es causa de sufrimiento y conduce a su aniquilación; por tanto, hay que rehuirle. Hay también quienes sostienen que, por lo contrario, el deseo dota de sentido a la vida y es móvil de inspiración y productividad.

Según se consigna en el Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora, el concepto de deseo tiene importantes variaciones de acuerdo con las diversas escuelas y posiciones filosóficas. Para Aristóteles, es uno de los componentes del apetito y no sería necesariamente irracional, sino que, por el contrario, podría ser un acto premeditado que tiene como objeto algo sobre lo que se ha de decidir. En este sentido, aquello que es llamado “elección” o “preferencia” sería un “deseo deliberado”. Para Platón, la cuestión es muy diferente: en primer lugar, plantea un contraste entre deseo y razón. Aunque en rigor admite la existencia de diferentes tipos de deseos, los necesarios y los innecesarios, e incluso considera la posibilidad de que el deseo pertenezca exclusivamente a la naturaleza del alma, el deseo opera como una parte del alma, pero es la parte que obstaculiza que el alma alcance por completo el carácter racional: el deseo es la pasión del alma. Esta idea no es infrecuente en la filosofía de la antigüedad. Sin embargo, el término “pasión” no debería necesariamente entenderse de modo exclusivamente despectivo. Así, por ejemplo, Zenón veía al deseo como una de las cuatro pasiones necesarias junto con el temor, el dolor y el placer. En Tomás de Aquino el deseo no es tan sólo un apetito sensitivo. Para este filósofo medieval, el deseo puede ser sensible o racional y expresa la aspiración por algo que no se posee. Sin embargo, Tomás diferenciará entre el deseo y el amor o delectación. En efecto, el deseo puede ser bueno o malo, pero esto dependerá del objeto hacia el que éste se enfoca.

Para Spinoza, el deseo es simplemente el apetito acompañado por la conciencia de sí mismo. Según Hegel, la conciencia de sí mismo es el estado de deseo en general, en tanto que la condición de deseo y de trabajo aparece en el proceso en que la conciencia vuelve a sí misma en el curso de sus transformaciones como conciencia desgraciada. Hegel afirma que solamente se desea otra conciencia, no se desea un objeto por más valioso que pueda ser. Lo que en el deseo se mueve es el deseo del deseo, el deseo de ser deseado.

El famoso seminario de Alexandre Kojève, además de poner en contacto el pensamiento francés con la filosofía hegeliana, representó una interpretación original de la obra de Hegel. El deseo aparece allí como dinámica de la antropogénesis. El “otro”, en Kojève, no es un objeto de la relación de conocimiento, sino el objeto de deseo. Para el filósofo existencialista francés Jean Paul Sartre, el deseo no es pura subjetividad aunque tampoco pura apetencia. Para este pensador, la intencionalidad del deseo no se agota en el “hacia algo”, sino que simultáneamente es algo para sí mismo y para el otro deseado. En un sentido general, y especialmente en el caso del deseo sexual, para Sartre, el deseo tiene un ideal imposible porque aspira a poseer la trascendencia del otro como pura trascendencia y como cuerpo aspirando reducir al otro a su “simple facticidad”.

El psicoanálisis con Lacan, y también a través de las enseñanzas de Kojevè, abre todo un campo de pensamiento para el deseo. Ubicado desde siempre como deseo de Otro, Lacan le dedica un seminario al pensamiento del deseo y su interpretación, donde, en 1958, señala:

“El psicoanálisis interviene a diversos niveles para tratar con diferentes realidades fenoménicas, en tanto ellas ponen en juego el deseo. Es especialmente bajo esta rúbrica del deseo, como significativos del deseo, que los fenómenos que he llamado hace poco residuales, marginales, han sido desde el principio aprehendidos por Freud. En los síntomas que vemos descriptos de una punta a la otra de su pensamiento (de Freud), la intervención de la angustia es el punto clave de la determinación de los síntomas, pero en tanto tal o cual actividad que va a entrar en el juego de dicha determinación está erotizada; decimos mejor, “tomada en el mecanismo del deseo”.

El deseo se expresa justamente en la imposibilidad de la relación (proporción) sexual, deja en el exilio a hombres y mujeres, ellos y ellas intentan suplir esa carencia con infinidad de modos, el más generalizado es el amor. La valentía del amor se encuentra en su apuesta insensata para soportar la división irremediable, efecto de la castración, en que cada uno se juega. Lacan dirá que “cuando el amor se juega seriamente entre un hombre y una mujer siempre se pone en juego la castración. Es lo que es castrante”. Es por ser una apuesta insensata lo que hace que el amor raye en lo ridículo, lo cómico y la tragedia. El amor muestra su impotencia porque ignora que no es más que el deseo de ser Uno (una Ilusión) y eso no saca a nadie de sí mismo. Parece que el amor tiene un carácter fatal en tanto que es la conjunción de dos medio-decires, se trata en esencia de la conjunción de dos medio saberes. El encuentro amoroso implica no a dos personas sino a dos inconscientes. Y con todo, el amor, sin embargo, es una vía privilegiada para articular goce y deseo, el amor permite (de manera siempre parcial) enlazar el goce a una pareja a partir de incluir el deseo, a eso que no se puede acceder sino por la palabra. Es por la vía de la palabra que el amor se articula al deseo, posibilitando así, como dice Lacan, que “sólo el amor permita al goce condescender al deseo del goce” que por definición es autista y busca excluir al Otro, al deseo del Otro.

 

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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