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Locura de amor

Locura de amor

Febrero 14, 2023 / Por Antonio Bello Quiroz

¿Quién sabe lo que sería del amor, si no se lo hubiera nombrado así?

La Rochefoucauld

 

¿Qué es el amor? ¿Una virtud o una enfermedad? ¿Acaso una locura temporal, es decir una Passio, una pasión? Sin duda, se trata de una experiencia, una vivencia donde la pasión amorosa se desborda mostrando, con frecuencia, su costado de locura. La psiquiatría acuñó un concepto que subyuga porque justamente nos conduce al núcleo de esta pasión: le llamó erotomanía o locura de amor. Erotomanía es un concepto que trata de nombrar al padecimiento que vincula lo erótico con la vida psíquica. Pero además con carácter maniaco, y sabemos que manía significa locura. Se trata entonces, en esa erotomanía, de la conjugación esencialmente de tres términos: la locura, el amor y lo femenino. Étienne Esquirol le llama, en 1838, “Monomanía erótica”. Se trata, según el psiquiatra francés, de una afección cerebral que se caracteriza por un “amor excesivo”. Vaya novedad: el amor excesivo enferma.

La locura amorosa se conoce y estudia desde el Renacimiento, y con el médico francés Bartholomy Pardoux se ubica como un trastorno asociado con la ninfomanía o la práctica en exceso del amor físico. En 1963 Ferrand escribe un tratado bajo el nombre de Enfermedad de amor o melancolía erótica. Este vínculo entre el amor y la locura ha sido nombrado de varias y singulares maneras, desde “delirio erótico autorreferencial” hasta “Síndrome del amante fantasma”. El síntoma central que se señala es que quien lo padece —las mujeres con mayor frecuencia— tiene una creencia inquebrantable de que otra persona está secretamente enamorada de ellas o bien la creencia de ser amados en secretos por un otro admirado o famoso/a. Hay una vertiente de la erotomanía con lo religioso o divino y es visible como un “delirio místico”. Esta enfermedad de amor también se ha pensado haciendo linde con la paranoia bajo nominaciones tales como “amorosos perseguidores” o “reivindicadores amorosos”, en fin, han sido muchas las formas de nombrar al amor ligado a la locura.

Hay que destacar que la erotomanía, en los diversos estudios, lo mismo se manifiesta por la excesiva actividad amorosa (real o imaginaria) que por la castidad absoluta y delirante. Sabemos que la batuta en la psiquiatría moderna, a partir del siglo XIX y principios del XX, la llevó la escuela francesa; sin embargo, la otra potencia en el área, representada por la psiquiatría alemana, también hace referencia a la afección que nos ocupa, principalmente con Kraff-Ebing, quien habla de la “paranoia erótica mórbida”. Otros autores relevantes de la psiquiatría moderna, como Emil Kraepelin, hacen mención del disturbio erótico como parte del delirio megalomaníaco que se presenta en el “deliro de los santos”.

Sin embargo, es Gaëtan Gatian de Clérambault, un psiquiatra francés fuertemente interesado en el arte, en particular en la pintura y la fotografía, quien le da a la erotomanía un lugar independiente dentro de los afectos psiquiátricos. Describe el cuadro clínico de la erotomanía, destacando primero su embrión lógico: “la convicción de estar en comunicación amorosa con un personaje de rango más elevado, que se ha enamorado primero, y que hizo primero proposiciones”. Recordamos de golpe el caso Aimée presentado por Lacan en su tesis doctoral. Ahí, en su construcción delirante, Aimée recibía propuestas amorosas, primero por parte del editor de sus novelas, y más tarde ni más ni menos que del Príncipe de Gales. Se trata de amores marcados por la megalomanía donde quienes son, en principio, los amados devienen en perseguidores. A partir de este embrión, en la erotomanía “los componentes del sentimiento generador del postulado son: orgullo, deseo y esperanza”. Pero lo más destacado es lo siguiente, atribuye la erotomanía a la mujer. Para ella, para las mujeres, según el psiquiatra, la única orientación mental es ser amadas.

En la erotomanía el amor, la locura y lo femenino se encuentran ligados de una manera enigmática. En lo femenino está, según podremos señalar, el acento común entre el psicoanálisis y la psiquiatría al vincular el amor y la locura. Una pregunta se impone aquí: ¿qué hay de particular en las mujeres como para que ellas centren su ser en la locura de ser amadas?

Sabemos que la cuestión de lo femenino se encuentra en el centro del psicoanálisis desde su invención. Sigmund Freud se encontró con el enigma de lo femenino desde sus primeros encuentros con las histéricas, mujeres que hablan de su sexualidad con su cuerpo porque no hay espacio para las palabras. Lo que les aquejaba, pronto lo descubre el psicoanalista, está directamente ligado al sufrimiento amoroso. Por su parte, el psicoanalista francés Jacques Lacan, se introduce al psicoanálisis a partir de analizar los actos y los escritos de pacientes consideradas como psicóticas.

Para Freud, sobre todo después de 1923, hay una diferencia estructural en la constitución psíquica de hombres y mujeres. En ambos casos pasa por el drama del Edipo y la castración, pero ocurre de manera distinta. Un punto esencial de esta diferencia está en la angustia. Mientras que para el varón es angustia de castración, para la mujer se trata de la angustia ante la pérdida del amor. Es decir, para el hombre la amenaza de castración pasa por la pérdida de la virilidad, mientras que con la misma fuerza opera para la mujer la amenaza de la pérdida del amor.

El amor, la mujer y la locura se anudan en la erotomanía, colocando así a la psicosis del lado de la mujer cuando se liga al amor. Si amar implica estar del lado de lo femenino, es decir, sólo se puede amar a partir de la falta, el amor entonces tiene algo de locura en tanto que falta un significante primordial que organice al sujeto a partir de una división estructural. De esta manera, bajo la enseñanza de Jacques Lacan, es posible situar a la psicosis como dependiente de la forclusión del Nombre del Padre. Podríamos decir que, en sentido estricto, la locura se utiliza para referirse a los momentos en que se encuentra en suspensión la metáfora paterna, es decir, cuando las coordenadas que vinculan al significante se encuentran en suspenso, estableciendo así una relación inmediata con las identificaciones ideales. Tal es el caso de las relaciones de estrago que algunas mujeres establecen con hombres a quienes colocan en el lugar del ideal.

La locura, entonces, es distinta a la psicosis y por tanto es factible encontrarla también en la neurosis, lo que permite las “locuras de amor” a la vez que el amor en la psicosis o “amor loco”. Esta locura de amor es frecuente escucharla en la clínica. Mujeres que declaran no saber qué hacer con el amor que sienten y que ha dejado de ser correspondido generando angustia. El amor, que operaba como una suplencia de una falla que no encuentra otra forma de sutura, les hace quedar débiles, sin fuerza para la vida. Si el amor las hace ser, su pérdida, la pérdida del amor, las sume en la locura temporal de la inexistencia. Si el amor las hace, el amor las pierde.

En algunas mujeres se realiza una idealización del otro que lo convierte en el Otro del amor, de quien se espera reciprocidad. Ante la falla en la respuesta del Otro del amor, se hace uso del recurso de la erotomanía para poder conservar en lo imaginario la relación. De esta manera el amado, a quien se ama porque él mismo ama primero, devendrá perseguidor. Siendo ella quien muestra interés, en una figura idealizada (de ahí la megalomanía) es colocada en el Otro la iniciativa. La fórmula queda establecida: “el Otro me ama, pero no lo puede aceptar o reconocer”, esta es la síntesis de la erotomanía. Es la génesis lógica del amor que enloquece.  

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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