Káos

Mujer, cuerpo y demonio

Mujer, cuerpo y demonio

Marzo 25, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

Portada: Francisco de Goya, detalle de “Linda maestra. Capricho 68”

 

Para Lucrecia

 

El título de la presente colaboración parafrasea aquella película de 1951 del genial Luis Buñuel, Susana, carne y demonio, donde Susana (Rosita Quintana) escapa del reformatorio en el que ha vivido durante 15 años y llega a la hacienda de Don Guadalupe, y con su voluptuoso y sensual cuerpo va seduciendo a todos los hombres que se cruzan en su vida.

La sexualidad femenina, lo sabemos, ha sido algo que ha incomodado a hombres y mujeres de todas las épocas, aún más cuando las mujeres han mostrado su costado insaciable asociado a lo corporal-sexual. La sexualidad femenina se presentó a Freud como un enigma hasta el final de su producción teórica: el continente oscuro le llamó. La mujer es un discurso sin lugar. Las mujeres han sido asociadas siempre a la noche, la oscuridad, la maldad, los comercios con el diablo, etc. Se puede constatar a lo largo de la historia e incluso en las narraciones mitológicas.

Sólo como ejemplo de lo anterior, vemos que las mujeres señaladas como brujas fueron perseguidas desde el siglo XV hasta el siglo XVIII. De tal modo, sobre ellas se ha hecho recaer una encarnizada cacería, esencialmente por oponerse a la legalidad social de los hombres. Ellas, las brujas, se decía, eran portadoras de una sexualidad desaforada que no se ciñe a un órgano determinado ni a un tiempo determinado: muestran que el cuerpo todo es territorio de goce.

Desde siempre se había mantenido bien oculto que son ellas, las mujeres, las que gozan sin límite, que el secreto se revelase ha sido inadmisible e insoportable (y ahora más que nunca ya que se agotaron los argumentos que limiten su expresión). Parece, sin embargo, que las mujeres no sólo han mostrado una sexualidad que no se somete a lo orgánico ni a lo temporal, sino que han encabezado, en diversos momentos, cuestionamientos, oposiciones e incluso subversiones al orden patriarcal establecido, lo que se ha planteado como el verdadero motivo de la persecución.

Entre 1485 y 1486 dos monjes dominicos (orden conocida como Los perros de Dios, guardianes de la Inquisición), Jacobo Sprenger y Heinrich Kramer, escriben un manual para poder identificar y perseguir a las brujas. Se denomina Malleus Maleficarum. El martillo de los brujos, que se convirtió en el arma teológica y legítima de la Inquisición (avalada por el papa Inocencio VIII), que llevó a la tortura y muerte en condiciones por demás atroces a más de setenta mil personas, noventa por ciento de ellas mujeres. Bajo este feroz martillo también terminó en la hoguera, por citar a alguien, Giordano Bruno, paradigma del pensamiento libre de la época.

Pero, ¿qué época les tocó vivir a estas mujeres perseguidas? Por aquel entonces, la Europa medieval se encuentra en crisis política y social, el proletariado medieval se opone al férreo poder feudal. La implantación del capitalismo es la respuesta a la crisis feudal. En el siglo XV se inicia un movimiento que degrada a las mujeres, sin importar su clase, sólo por ser mujeres. Ello produjo una insensibilidad de la población frente a la violencia contra las mujeres y dejó el terreno listo para la caza de las brujas.

Además, tenemos noticias de que la crisis de población de los siglos XVI y XVII, por las epidemias de peste negra y cólera principalmente, vuelve a la procreación un asunto de Estado. Resulta claro que la persecución de las brujas tenía como finalidad demonizar cualquier práctica de la sexualidad no-procreativa. Se trata de una época donde la sexualidad se esclaviza a la procreación. La mujer es vista como un bien común en lo laboral y lo sexual, utilizada para mantener el nuevo orden económico que se imponía.

Dos discursos opuestos sobre lo sexual se revelan: lo divino y legítimo pertenece al hombre, mientras que ellas son relegadas a lo demoniaco y subversivo: lo oscuro, la noche y el mal son puestos del lado de la mujer insumisa.

Las brujas antes de ser perseguidas estaban ligadas a la naturaleza y las tradiciones del conocimiento, eran curanderas y chamanas. Entonces eran temidas pero no perseguidas debido a que, desde su saber, prestaban un servicio a la comunidad. Es su vínculo con el demonio lo que las vuelve infernales. La lógica es simple: si no usan su cuerpo y su sexualidad para la procreación, entonces lo usan para el placer, y eso sólo puede hacerse con el demonio.

La animadversión contra las mujeres en estos cuatro siglos de persecución se justificaba, además de las razones sociales y económicas ya planteadas, por su propensión al libertinaje y al desenfreno sexual. Pero hay más, en la imaginería que justifica la misoginia de estos dominicos autores del Malleus, las mujeres, las brujas, las que no someten su sexualidad a la reproducción, “… causan la esterilidad de los hombres y los animales; ofrendan a los demonios, y devoran niños no bautizados”. Y más aún: “pueden revelar cosas ocultas y ciertos acontecimientos futuros, por la información de los demonios, pueden ver cosas ausentes como si estuvieran presentes; pueden inclinar la mente de los hombres hacia un amor o un odio desmesurado; pueden exterminar los deseos de engendrar e incluso la potencia de la copulación, en ciertas ocasiones pueden embrujar a hombres y animales con sólo mirarlos, sin tocarlos y causar su muerte”.

Para estos santos varones, la mujer es vista como “destructora del sexo masculino”, las mujeres como el mayor peligro de los hombres. Desde luego que para sostener esta visión de la mujer hay que proponer su contraparte: el culto mariano, que presenta la imagen de una mujer débil de cuerpo y mente que justifica el control del hombre sobre ella y sostiene el orden patriarcal. Con las brujas, se trata de la materialidad corporal del diablo, por eso, la forma de castigar al diablo era quemando a sus amantes.

La bruja vive en el desenfreno su sexualidad porque fornica con el demonio y esto no puede ocurrir sin que quede una marca, la cual buscan los inquisidores, aquello que señale que la mujer entrega su cuerpo al demonio. El historiador francés Robert Muchembled, en su Historia del diablo señala: “La marca dejada por la garra del diablo en cualquier lugar del cuerpo —más bien a la izquierda, ya que éste es su costado preferido, a menudo oculta en las ‘partes pudorosas’, incluso en el ojo del brujo— ofrecía la prueba del pacto concluido con el Satanás”. Y más adelante precisa: “La búsqueda del estigma maléfico se efectuaba sobre un cuerpo desnudo, completamente afeitado bajo el control de un cirujano. Una vez desviada la atención del interesado, se pinchaban los lugares sospechosos con largas agujas. En caso de no observarse una expresión de dolor ni derrame de sangre, se afirmaba la existencia de una o varias marcas diabólicas.” Una vez encontrada la marca o el estigma, no había forma de que la portadora del mal no confesara su pacto carnal con el maligno. Todos los métodos estaban permitidos con tal de arrancar la confesión. ¿Cuál era el “crimen” de estas mujeres? Ser portadoras de un goce otro que no entra en los cánones de lo establecido. Resulta impactante percatarse de que, pese a todos los avances sociales, culturales, científicos, etc., esto no ha cambiado hasta nuestros días.

Freud inventa el psicoanálisis a partir de escuchar a las histéricas (el rostro moderno de la bruja) que hablan con su cuerpo de la sexualidad que le habita y que les es silenciada. Jacques Lacan, por su parte, se introduce al psicoanálisis a partir de la escucha de las locas. Aquellas cuya voz es acallada porque rompen con el orden de la razón. Ambos dan un lugar a la escucha de lo silenciado.

Lacan ha planteado la existencia de dos dimensiones del goce: uno llamado fálico y otro que le es suplementario. Uno referido a los hombres y otro a las mujeres, sin que esta distinción se delimite por el sexo anatómico. El primero está sometido a un órgano determinado y una temporalidad establecida y marcada por la eyaculación. Mientras que el segundo es un goce abierto al infinito, como señala el psicoanalista Helí Morales en Otra historia de la sexualidad. Su geografía no está tampoco limitada a un órgano sino que todo el cuerpo puede ser geografía de lo erótico. Esta distinción es lo que justamente hace que haya algo de lo insoportable en el goce del cuerpo.

La sexualidad femenina, por paradójico que resulte creerlo, no ha cambiado mucho desde aquellos lejanos siglos XV-XVIII, sigue incomodando tanto a hombres como a mujeres. El odio a la mujer es consecuencia de la imposibilidad de decirla toda. Por tanto, se siguen desplegando mecanismos para silenciarlas y domesticarlas. La violencia contra las mujeres, los feminicidios, las misoginias humanistas (académica, social, política) son muestras de ello.

 

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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