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Philip Roth: Elegía de una vida

Philip Roth: Elegía de una vida

Octubre 25, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

Hice lo que hice:

eso es todo lo que uno sabe cuándo mira hacia atrás

Philp Roth

 

Philip Milton Roth, el mayor representante de la llamada Escuela Judía de la escritura norteamericana, murió el 22 de mayo de 2018, a los 85 años. Lo hace cuando ya se había retirado de la literatura, por lo menos de la escritura, desde hacía varios años. Lo hace, morir y retirarse de las letras (dejó de publicar en 2012, ya mucho antes se había retirado de la enseñanza), después de haber alcanzado, como él mismo escribe en Sale el espectro, “El hábito de la soledad, de la soledad sin angustia”. Había alcanzado ese anhelado estado donde se viven “los placeres de no tener que responder a nada y ser libre…paradójicamente libre de uno mismo”. Quizá por ello buena parte de sus obras, quizá en las últimas es aún más claro, el tono es de un monólogo de autocomprensión; lo hace por la extraña vía, seguramente la más dura y ética, que pasa por el reconocimiento de las contradicciones propias de una existencia.

Su literatura siempre contó con la fuerza de quien ve la vida sin caretas, con la potencia de quien se acerca sin mordazas a lo que hervía en su interior. Buena parte de sus obras son una descarnada autobiografía. Se trata de un escritor que, con una elocuente y fina parsimonia, con su escritura nos permitió confrontarnos con nuestros más íntimos demonios. Un escritor que escudriña las complejísimas relaciones sociales, enmarcadas en los estereotipos deshumanizantes de las clases sociales, las etnias, y los sexos. Se trata, en fin, de un escritor que nos permite convertir el pensamiento en una fuerza vital que rebasa a la conciencia. Philip Roth se fue dotando de una poderosa lupa que nos desnuda, lo hizo recurriendo a esa fuente de todos los tesoros que es la infancia. La suya, su infancia, marcada por una familia judía que tenía al centro a una madre toda presencia, autoritaria y amorosa a la vez.

Su muerte aun conmociona y mucho porque la literatura carece cada vez más de referentes que toquen el alma más allá de regionalismos o de latitudes. Los escritores universales están en extinción. Era judío, pero alejado de la religión; era judío y quizá por ello apegado a la letra, quizá por ello también con el filo del escrutador del alma que fue otro gran judío, como Sigmund Freud. Era judío pero expresamente prohibió rituales judíos en su funeral. Fue judío que nos muestra lo mejor del judaísmo: su apego a la letra.

Quizá su grandeza es que nunca dejó de pensar y escribir como lo haría la gente ordinaria, con sus mismos padecimientos, dudas, amores y desamores, padecimientos, dolencias y sufrimientos. Escribe como uno más que supo describir la vida cotidiana en medio de un vendaval de rituales y ceremonias organizadas para darle pertenencia a él, cuyo único lugar de pertenencia fue la soledad y el amor no realizado. También como Freud, Philip Roth toma la sexualidad como uno de sus temas recurrentes. Sabe que ahí, entre los vericuetos, las inseguridades, los miedos y las angustias que provoca el encuentro de los sexos está la clave de lo íntimo en lo humano. Nada gira sino por esas grandes interrogantes sobre la sexualidad, como lo hace ver en su memorable Los lamentos de Portnoy, donde escribe: “¡si mi padre hubiera sido mi madre! ¡Y mi madre mi padre! ¡Pero qué mezcla de sexos es nuestra casa!”. O más adelante: “por la casa yo veía menos el aparato sexual de mi padre que las zonas erógenas de mi madre”. Lo sexual siempre presente como ocurre en esa secuencia de escenas de Sale el espectro, donde el protagonista (quizás él mismo) se descubre amando a una joven y nobel escritora justo cuando él ha decidido retirarse de la vida mundana y, desde luego, de todo escarceo sexual, retirándose a vivir en las montañas. Los agravamientos de una enfermedad que le produce incontinencia urinaria lo hace regresar a New York y enfrentar todo aquellos que había abandonado, incluyendo lo sexual. Sale el espectro es un mosaico donde la familia, lo judío y lo sexual se reiteran como los temas recurrentes en la literatura de Philip Roth.

Philp Roth crea un personaje, Nathan Zuckerman, un alter ego que le permite mal disimular el carácter autobiográfico de sus obras. A él, a este alter ego, le hace saber que su vida toda estuvo dedicada a socavar la experiencia, embellecerla y ensancharla. Y así lo hizo hasta 2012, cuando decidió retirarse de la escritura, ya enfermo y con una salud muy deteriorara. Moriría seis años después.

El mundo académico y el mundillo de la literatura, con su glamour y sus narcisismos, también fueron mundos visitados por Roth. Sin embargo, más tarde salió huyendo de todo lo artificial y superfluo que resultan estos ambientes. Fue precisamente en una estancia académica como profesor en Chicago donde conoció al novelista y premio Nobel Saul Bellow (quizá su gran inspiración para abordar la cuestión de la cotidianidad judía y sus problemáticas identitarias en Estados Unidos) y a la que fuera su primera esposa, Margaret Martinson.

De entre las muchas novelas de Roth quizá valga detenerse en Elegía, que se publica en 2006, y es una profunda reflexión sobre la vejez, la enfermedad y la muerte (esas tres condiciones que se le prohibieron conocer al joven Buda). La novela inicia justo en el entierro del anónimo protagonista. El recorrido nos lleva por la humillación, la degradación moral y física que vive un cuerpo que envejece en una sociedad que no tolera a la vejez, que la arrincona hasta convertirla en un estorbo. Ahí nos va decir que la vejez no es una batalla, es una masacre. Se trata de la elegía que se hace de una vida y sus constantes cercanías con la muerte. No es desde luego la única novela donde aborda estos tópicos, sin embargo, como en pocas, en Elegía se nos muestra eso que la vox populis dice que ocurre ente la inminencia de la muerte: el recuento de una vida. Una a una se van sucediendo las escenas de una vida: la silueta de un ahogado, la estancia en un hospital, la desaparición de sus padres y después la sucesiva muerte de sus contemporáneos. En esta novela el tono es distinto: no hay ironía, no hay lamento, hay una distancia emocional de quien sabe que el curso de la vida es así de simple, y así de fuerte. Se considera esta como la obra de despedida de Roth, (aunque su última obra fue Nemesis) con esa serena calma de haber vivido doblemente, es decir, con la serenidad de quien ha vivido (fue el escritor más premiado de Estados Unidos) y también ha sabido narrar su vida. 

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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