Káos

Prescindir del Padre…

Prescindir del Padre…

Junio 21, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

Imagen portada: Edvard Munch, Generaciones, 1904

 

Por eso si el psicoanálisis prospera,

prueba además que se puede prescindir del Nombre del Padre.

Se puede prescindir de él con la condición de utilizarlo.

Jacques Lacan

 

Un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él

Jean-Paul Sartre

 

Dos cuestiones fundamentales de la condición humana le resultaron enigmáticas a Sigmund Freud hasta el fin de sus días, por lo menos él así lo reconoce: por un lado, se cuestionaba sobre qué desea una mujer; mientras que, por otro lado, confiesa que no terminó de dilucidar qué es un padre.

Ante la pregunta sobre el padre se suelen dar una retahíla de respuestas inmediatas, casi de Perogrullo. Se habla de roles, responsabilidades, un “buen o mal” padre, cuidador, proveedor, etc. Pero todo ello no resuelve los enigmas que el lugar del padre ha planteado en la historia de la humanidad. Desde la psicología general y la moral de turno reiteradamente se discute si es padre el que engendra o el que educa, “protege”, sus roles y un largo etc. En fin, un mundo imaginario y plagado de intuiciones se despliega en torno a lo que es un padre.

Para el psicoanálisis, la cuestión del padre es central, eje del discurso que le sostiene su teoría y su clínica. No hay caso clínico donde el padre y su función no estén presentes. Más aún, para el psicoanalista francés Jacques Lacan, el psicoanálisis es básicamente una respuesta ante la declinación social de la función paterna. Es el discurso que reintroduce el Nombre del Padre en la ciencia, dirá el psicoanalista.

En 1913 Sigmund Freud se ve llevado a construir un mito para explicar el origen de la civilización. Escribe Tótem y Tabú, donde plantea que en el principio imperaba la Ley déspota del Padre de la horda primitiva, quien goza de todo y de todos sin límite. Los hermanos, cansados del tirano, le dan muerte. Es con su muerte, y el sentimiento de culpa concomitante, que se posibilita que el padre opere ahora en términos simbólicos bajo una legalidad totémica emergente. Las sociedades desde entonces se sostendrán a partir de interdicciones tabú: la prohibición de matar al padre (parricidio) y la exogamia (prohibición del incesto). En este sentido, la paternidad es un estatuto político e incluso religioso antes que familiar. El padre, en sus orígenes míticos, no designa al genitor sino a quien ocupa el lugar de cabeza del parentesco, el que nombra o designa un lugar en el linaje social. El padre lo encarna en sus orígenes el animal totémico o cabeza del clan. En este sentido, es posible decir que un padre es aquel que en la historia de la civilización cumple con la función de nombrar y, así, producir un sujeto dividido.

Padre y legalidad parecen dos significantes indisolubles que, sin embargo, han venido cambiando en cada época. Por ejemplo, el derecho que tenía el Patrius (el Padre Emperador) en la antigüedad romana es absoluto sobre la vida o muerte de su mujer, sus hijos y sus sirvientes. Es amo, señor y dueño. Más tarde la Iglesia limita ese poder anteponiendo el poder y castigo eterno de Dios. Con la caída de la Monarquía y el surgimiento de la República, el Estado y sus instituciones civiles imponen limitantes al ejercicio del poder del padre en la familia, lo hacen por medio de las disciplinas académico-científicas como la pedagogía y la psicología. La Revolución Industrial introduce nuevas condiciones laborales y económicas que nos dejan como resultado la figura del padre ausente para que, después, con la evaporación de su función, nos quede nuestra actual versión del padre: el padre humillado o borrado.

El cambio en el lugar y la función del Padre es más que evidente: la ley y la justicia que daban poderes ilimitados al padre son las mismas que ahora se los limita.

La familia también sufrió cambios importantes en dos vertientes: por fortuna, pasó de lo singular a lo plural y ahora es necesario hablar de “las familias”. También la familia pasó de estar organizada en torno a la figura y el nombre del padre a nuclearse en torno a la figura de la madre. En los tiempos que corren son las mujeres quienes les dicen a los hombres cómo ejercer la paternidad. Sin embargo, y aún con estos movimientos, el Padre Amo no desaparece sino que toma otro lugar, quizá más peligroso en tanto que se trata de un lugar incierto.

El psicoanalista italiano Massimo Recalcati, en su libro ¿Qué queda del padre?, escribe que “El Padre ya no es una cuestión de género o de sangre. Su Imago ideal ya no gobierna ni la familia ni el cuerpo social. Sin embargo, no se trata de añorar su reino ni de decretar su desaparición irreversible. Para prescindir de un padre es necesario ser capaz de servirse de él, diría Lacan”.

¿Qué significa esto? En la época que vivimos la figura y función del padre es cuestionada como nunca antes. Sin embargo, los discursos se entrecruzan, preexisten los discursos que evocan con nostalgia la función punitiva del padre (hay aún nostálgicos de la mano dura). Hay, como diría George Steiner, una peligrosa y amenazante “nostalgia del Absoluto”. Como en los orígenes de la civilización, aún encontramos a quienes buscan erigir amos de una crueldad inenarrable (hay quienes, como decía Lacan con respecto a los movimientos del 68, “buscan nuevos amos”). Hay también discursos que se presentan como amorosos, como las religiones, y así promover el sometimiento a un Dios y sus mandatos como garante de orden y felicidad futura. Pero, por otro lado, hay discursos y proclamas que con fuerza decretan la caída y muerte del patriarcado sin más. Ignorando el peligro que conlleva que, ante la “evaporización” del padre, cualquier cosa podrá ejercer su función.

Con todo, a partir de los avances de la ciencia y la tecnología, hay dos eventos que han precipitado el movimiento del lugar del padre. Por un lado, la invención de la píldora anticonceptiva que, con su uso masivo, posibilitó separar para siempre la sexualidad de la reproducción y, con ello, se han modificado radicalmente las formas en que se relacionan social y sexualmente hombres y mujeres. Por el otro lado, con la reproducción asistida, los bancos de semen, etc., se ha posibilitado que la última función para la cual era necesario un hombre, la de engendrar, sea ahora sustituible. La mujer puede tener un hijo sin tener contacto sexual con hombre alguno. Así, la paternidad contemporánea adquiere un rostro hasta hace poco desconocido, se convirtió en artículo de uso. Hay ahora engendramiento de diseño, con hijos concebidos según catálogo.

En algunas legislaciones también el nombre del padre (es decir el apellido) ha dejado de ser el del padre pudiendo ser el materno, lo que cambia también el carácter nominativo del padre.

¿Qué han arrojado estos cambios? En principio se ha puesto en evidencia que el padre no se puede designar a sí mismo, salvo en la locura o la soberbia. Con la modernidad No hay más “ser” del padre.

Los cuestionamientos a la función del padre, la anunciada declinación del padre es algo que podemos palpar en distintos ámbitos de la vida, como ocurre, por ejemplo, en esa compleja tendencia a la feminización del mundo que reconoce la sociología o la antropología social. Se llega a proclamar incluso que el Siglo XXI será feminista o no será. En sentido contrario, se percibe una férrea e insensata resistencia a esta tendencia que bien podría estar atrás del incremento de las violencias contra la mujer. Es decir, y sólo como hipótesis, parece ser que, ante la declinación del padre, a los hombres no les queda sino la violencia para defender los privilegios durante siglos detentados.

La cuestión no es sencilla, pues si bien resulta evidente el declive de la función paterna, no es posible, por ahora, pensar en una sociedad donde esta función desaparezca. Quizá sólo sea posible salir de este embrollo si cambiamos la cuestión sobre ¿qué es un padre?, irresoluble más allá de lo imaginario, y nos preguntamos, con Philippe Jullien, en cada caso, ¿qué es tener un padre?, o en el mejor de los casos ¿qué implica haber tenido un padre?

Nuevamente con Recalcati, encontramos una propuesta de posible salida. Recurriendo a Lacan y su expresión de que para prescindir del padre es necesario servirse de él, nos dice Recalcati: “Prescindir, hacer el duelo por el Padre, no significa, de hecho, desterrar al Padre, exaltar su demolición, decretar su peso insoportable o, más sencillamente, su inutilidad. Hacer seriamente el duelo por el Padre significa aceptar la herencia del padre, aceptar toda su herencia”. Y no podría el psicoanalista italiano encontrar mejor manera de ejemplificar qué significa esta propuesta sino referirse a lo que Jean-Paul Sartre nos hereda: “el sujeto sólo puede realizarse haciendo algo con aquello que el Otro (el padre, la madre, la familia, la sociedad, los otros) ha hecho de él”. Pensando en el padre, apelemos a esa atópica combinación de fuerza (simbólica) y ternura.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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