Káos

Ser pareja en tiempos de amor desamparado

Ser pareja en tiempos de amor desamparado

Marzo 29, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

Portada: Edvard Munch, “Hombre y mujer”, 1905

 

El centro de gravedad escribía Chejov en 1886 debería residir

en dos: él y ella

Philip Roth

 

Un amor que ya no hace de la soledad una tristeza, es un amor

que ya no es impotente para captar la verdad de la soledad, a saber, que no

hay relación sexual.

Jorge Alemán

 

La psicoanalista francesa contemporánea Colette Soler, en un libro extraordinario llamado muy atinadamente La maldición del sexo, hace un par de afirmaciones que no tienen desperdicio: la primera es que “vivimos en un tiempo donde algo no anda entre los sexos”. En la segunda afirma que “nuestra época no es un tiempo favorable para los mitos de amor”. Sostiene la tesis de que ya no tenemos mitos de amor, al menos no como los amores míticos, ya no tenemos el amor homosexual de la antigua Grecia, hay homosexuales sí, sin duda, pero su forma de amar ya no es paradigmática de una sociedad. Vivimos tiempos de amor desamparado.

Abordemos aquí la primera afirmación para acercarnos a lo que se percibe en los vínculos de las parejas, lo que no anda entre los sexos, en un tiempo de amor desamparado.

Para Jacques Lacan, la mujer es un síntoma del hombre, un síntoma al que, con frecuencia, reacciona con violencia. Por otro lado, para el psicoanalista, el hombre es una de las dos relaciones que causan estrago en la mujer. Quizá nunca como en nuestra época se han puesto tan de manifiesto estas aseveraciones.

Uno de los síntomas (lo que no anda) de las parejas contemporáneas es el alto índice de violencia, pese a los múltiples esfuerzos por disminuirlos. Hay mediciones que nos dicen que el 75% de las mujeres han sufrido algún tipo de violencia por manos de su pareja. No conocemos estadísticas de la violencia que las mujeres ejercen también contra su pareja, pero quienes nos dedicamos a la clínica sabemos que es harto frecuente que esto ocurra.

En la segunda aseveración de Lacan: el hombre hace estrago en la mujer en la relación de pareja. Valdría en principio preguntarse qué significa la palabra estrago. Lacan utiliza el término francés ravage, que significa devastación o aniquilamiento. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua en España, Estrago se refiere a los daños causados en guerra, o la destrucción de la campaña, del país o el ejército. Hay una segunda acepción que hace referencia a causar ruina, daño o asolamiento. También nos señala que hacer estragos es lo que ocurre cuando se provoca una fuerte atracción o una gran admiración entre un grupo de personas.

Según estos acercamientos, la pareja sería un campo de batalla sostenido a partir de una gran admiración o una atracción que con frecuencia resulta devastadora. Al aniquilamiento o devastación que implica el estrago, Freud lo ubica, lo primero, en la relación madre-hija. Una relación marcada por el masoquismo, donde hay un fuerte reclamo de la hija para la madre: no haberle dado el sexo correcto. Sabemos que en el principio de la constitución psíquica, hombres y mujeres transitamos en la creencia de un solo sexo, sólo a partir de que se hace percepción psíquica de la diferencia anatómica de los sexos, se revela la existencia del otro sexo. El mundo se divide así entre quienes tienen y quienes no tienen. No tienen el genital que es valorado. No es que a las niñas les falte algo, no les falta nada en lo real anatómico, sólo que lo que tienen no alcanza el valor que se concede al falo. La niña sufre una afrenta mayúscula al tener que asumir no tener el sexo válido en tanto que valorado. La culpable de esta carencia es, no le cabe duda, la madre. La madre la deja devastada al no haberle dado el sexo que todos a su alrededor celebran. Esta relación de la niña con la madre, entonces, es una relación de estrago.

Es hasta 1975, en el Seminario 23, Sinthome, en que Lacan habla de lo estragante que puede ser un hombre para una mujer. Ocurre, nos dice, cuando las mujeres aman al hombre como si fuera dios; este amor entre más grande tiene también su contraparte en un odio mayúsculo. Si el amor y el odio van de la mano, al idealizar en demasía al hombre, éste genera estragos a partir de su imposibilidad para corresponder con esa idealización. Al idealizar al hombre, en su afán de que le de eso que él tiene, la mujer se vincula de manera masoquista. El amor muestra así su rostro más siniestro: el del dolor, la soledad y el sufrimiento con que viene acompañada la imposibilidad de la relación sexual. Recordemos que Lacan nos enseña que no hay relación, proporción, sexual. Esta evidencia se revela de múltiples maneras en las relaciones de pareja: el estrago es la más trágica y devastadora.

Medea es un ejemplo que bien ilustra lo aquí señalado. La heroína trágica no puede soportar la traición de Jasón y no encuentra otra salida que el crimen. Ante el destierro de Corintio que el rey Creonte designa para Medea (y así la hija del rey pueda casarse con Jasón) consigue que el rey le permita quedarse un día más. Medea y Jasón discuten porque él la ha abandonado para casarse con la joven hija del rey. Con engaños, Medea hace que Jasón se quede tranquilo mientras planea el crimen de la hija del rey. Lo hace enviando a la princesa un vestido impregnado de veneno: muere al ponérselo, lo mismo que el rey que intenta ayudar a su hija. Jasón va a buscar a Medea mientras que ella ha matado también a los hijos de ambos y ha huido de Corinto.

En esta tragedia de Eurípides se muestra de cuerpo entero la fórmula de la pareja-estrago: la imposibilidad para separarse y al mismo tiempo la imposibilidad para quedarse juntos. Dicha de otra manera, esta fórmula podría expresarse en el clásico “ni contigo ni sin ti”. La desilusión que acompaña a todo amor se vuelve insoportable; el crimen es una salida, lo mismo que puede ser el suicidio. Ante esto vale preguntar: ¿Qué pasa con los hombres que se suicidan por amor? Ocurre que se revela con toda su fuerza que el amor los coloca en la única posición en que es posible amar, en la posición femenina. La afrenta narcisista que constituye el desamor es insoportable. La diferencia y alteridad del Otro se hace valer de manera radical, la respuesta a esta herida narcisista es de igual radicalidad: el odio que aniquila.

Lo insoportable en la relación, que se pensaba como fusión con el otro, es la castración, es decir, la evidencia de que el otro es otro. Sin embargo, paradójicamente, la castración es la condición para que haya amor. La pareja estrago niega la castración: la pareja es colocada en la posición de quien obtura o cierra la falta, se trata de un amor sin límites, un amor en donde se juega a todo, y se hace por la vía del dolor y la humillación. Recordemos que ya con Freud en la relación estrago se juega poderosamente el masoquismo femenino. Para la mujer, que se mueve bajo la fórmula “ya lo vi, se dónde está y lo quiero” (y para ello no importa humillarse ni sufrir) resulta insoportable no tener lo que el otro, el partenaire, tendría que darle.

El vínculo de la mujer en el amor es uno que se encuentra organizado en torno a deseo de tener, a tener el amor que complementa, el otro deviene en objeto de completud que se realiza por la vía de la identificación hasta perderse en él, como escribe Milan Kundera en La identidad: “Y es que, a veces se dan situaciones en las que por un instante ninguno de los dos parece reconocerse, en el que la identidad del otro se disuelve y, de rechazo, duda de la suya propia. Todo el que ama, todo el que convive en pareja, lo ha experimentado alguna vez, porque lo que más teme en el mundo quien ama es perder de vista al ser amado.”

 

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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