Káos

Solo el amor…y lo monstruoso

Solo el amor…y lo monstruoso

Enero 17, 2023 / Por Antonio Bello Quiroz

Portada: Fotograma de la película Frankenstein (1931), dirigida por James Whale. (Foto vía Fundación John Kobal/Getty Images)

 

sólo el amor permite al goce condescender al deseo.

Jacques Lacan

 

Sólo el amor convierte en milagro el barro

Silvio Rodríguez

 

En 1919 Sigmund Freud, el inventor del psicoanálisis, escribe un texto extraordinario llamado Lo ominoso. Se refiere a ese extraño afecto que se nos presenta cuando algo de lo familiar deviene extraño, siniestro. Ahí, Freud se referirá a la novela de E. T. A. Hoffmann, Los elixires del diablo, donde destaca diversos motivos de efecto ominoso o siniestro, como la presencia de “dobles”, es decir, una personalidad que, por identificación, es co-poseedora del saber, del sentir y del vivenciar de quien lo vive. Freud nos indica que es Otto Rank quien estudia a fondo la cuestión del doble, refiriéndose a la propia imagen vista en el espejo y con la sombra. Rank señala como probable que el poder del doble sea una “energética desmentida del poder de la muerte”, dirá que el “alma inmortal” es el primer doble del cuerpo.

Estas representaciones como el doble o “la sombra” nacen del primitivo amor a sí mismo o narcisismo primario. Con la superación de esta fase cambia el signo del doble: de un seguro de supervivencia (“el alma inmortal”) pasa a ser el mensajero de la muerte. Escribe Freud: “El doble ha devenido una figura terrorífica del mismo modo como los dioses, tras la ruina de la religión, se convierten en demonios”.

El anhelo de inmortalidad correspondería entonces a ese momento infantil del narcisismo primario, es ahí donde se crea la figura del doble (alter ego) como garantía de supervivencia que, sin embargo, deviene en presencia terrorífica, en un emisario que anuncia muerte.

I

El mito de Frankenstein fue creado en 1818 por una jovencita, Mary Shelley, para responder así al reto que Lord Byron le hace durante una reunión con amigos en una fría noche en pleno romanticismo. En su novela, Frankenstein o el moderno Prometeo (que ha sido considerada como la primera novela de ciencia ficción), Mary Shelley narra la historia de Víctor Frankenstein, un estudiante de medicina que se encuentra obsesionado por los secretos del cielo y la tierra. Su genial y alborotada inteligencia lo mantiene absorto en una febril interrogación sobre “la misteriosa alma del hombre”. El joven estudiante dedica su tiempo a la creación de un cuerpo hecho partir de retazos de cadáveres que recoge en el cementerio (no lo hace al azar, escoge los restos de los muertos “bien nacidos”). Terminada su creación, con una chispa eléctrica (obvia analogía de la “chispa divina”) infunde vida a su hechura. Durante la novela, su creación es llamada “ser demoniaco”, “horrendo huésped” o “la criatura”.

Lo ominoso aparece cuando el joven estudiante siente horror ante el ser que ha creado, al que le ha dedicado tantas horas de trabajo y estudio, es decir, lo que le es más familiar. Huye de su laboratorio aterrado y, al regresar, el monstruo ha desaparecido. Se siente aliviado. Pero ocurre que el monstruo, al salir del laboratorio, experimenta el horror y el rechazo de los humanos y aparecen en él sentimientos de odio y un deseo de venganza. Más tarde, el Dr. Víctor Frankenstein se entera de la muerte de su pequeño hermano William y, lo peor, sabe que su creación está detrás de la muerte de su amado hermano. Después de perseguir y dialogar con su creación, el monstruo le dice que para calmar su sed de venganza le tendrá que crear una compañera. Apela al amor como aquello que calmaría su sed de muerte. No deja de resonar con esto el aforismo del psicoanalista Jacques Lacan que aquí aparece de epígrafe: “sólo el amor permite al goce condescender al deseo”.

Para cerrar, quisiera destacar aquí dos hechos que se encuentran en concordancia con la idea del doble y lo ominoso: uno, el espíritu eugenista que motiva la creación del alter ego y, también, sin duda, deja ver los afanes de “mejorar la raza” de la autora (o los autores, porque se dice que la novela es escrita por Mary Shelley y su esposo, Percy Shelley), es decir, ahí donde se espera una “raza mejor” aparece lo monstruoso; y, dos, el hecho de que a lo largo de la narración el monstruo no tiene nombre, sólo la historia hace el trabajo de identificar a la criatura con el nombre de su creador el Dr. Frankenstein, haciendo a la criatura y su creador un mismo ser. Con su creación, autoengendramiento propiamente dicho, el estudiante alcanzaría lo que anhela todo sujeto: la identidad, la pretendida unidad del individuo, superar la división subjetiva que se ubica como fuente de todos los conflictos, en una palabra, se alcanzaría así el ideal de “ser uno mismo”; sin embargo, emerge el “enemigo de sí mismo”, el costado monstruoso.

II

Otra novela, Drácula, de Bram Stoker, fue escrita en 1897. Se trata del paradigma del “muerto viviente” o “no muerto”, “el inmortal”. Inspirada en la vida del Conde Vlad IV, quien llevó por nombre Vlad Drăculea y fue más conocido como Vlad el Empalador o Vlad Tepes. En realidad, se trata de una leyenda que jamás fue contada, es decir, una leyenda que no es reconocida en Rumania como propia de su tradición.

Se trata de un mito literario, una ficción. Oscar Wilde dijo que era “tal vez la más bella novela de todos los tiempos”. Sabemos que la característica esencial del vampiro es la inmortalidad producto de la ingesta de sangre humana. El vampiro encarna el sueño, el deseo de inmortalidad que habita en el inconsciente de cada sujeto, como nos enseña Freud. Sin embargo, por estar con una vida, aunque incierta, Drácula, encarnación mítica del vampiro, no puede ser sin el otro, requiere la sangre del otro para mantenerse en su calidad de “no muerto”.

Varias son las características del personaje de la novela de Bram Stoker, pero todas ellas se mantienen en la línea que va de la sexualidad al amor y la muerte, y el punto de conexión de estas instancias es el erotismo. En las primeras páginas, Drácula se muestra como un seductor y amable conde que recibe en su castillo gótico al abogado Jonathan Harker, pero poco a poco el conde va dejando ver a la bestia de maldad pura que le habita. Carente de empatía, el vampiro de Stoker se mueve animado por la pura pulsión (pulsión de muerte, diría Freud), no come ni bebe (sólo “succiona” sangre, se trata de una evidente fijación oral), es un ser de la noche. Duerme en un ataúd lleno de tierra de cementerio, como quien regresa cada día a la “madre tierra”. Mantiene potestad sobre algunos animales, como los fieros lobos que le obedecen, dóciles ante él. Muestra características que lo acercan al perverso que goza engendrando pensamientos malignos en los demás, destruyendo así la voluntad de su huésped.

En el siglo XX el cine se encargó de hacer de Drácula el mito más reconocido de los no muertos y en algunas versiones, como la interpretación que hace Bela Lugoci (Tod Browning, 1931), se presenta como aristócrata, alto y delgado, de perfil aguileño, con mirada penetrante y sonrisa siniestra, ambas hipnóticas. Se muestra exento de colmillos, y sin temor a la luz del día. Su característica sobresaliente es la manera enigmática en que se acerca a los lechos (a los pechos) para chupar la sangre con una sed insaciable.

La pulsión oral orienta la vida del vampiro, así como el infant (el que no habla) se alimenta por la vía de la succión; para el vampiro no hay otra forma de alimentarse: para ambos la forma de alimentarse es de una voracidad y voluptuosidad incontenible, quizá también como lo hacen los animales. Por lo tanto, el vampiro retorna en realidad a esa condición infantil que lo ubica en el yo-ideal freudiano, nunca despegado del todo de la “madre tierra”, ese estado de nirvana que para Freud es una vuelta al estado inorgánico o de reposo absoluto, tendencia de la pulsión de muerte.

El vampiro es una figura paradigmática del no muerto que genera fascinación y horror al mismo tiempo, encarna los anhelos e ideales más presentes en cada sujeto. Su signo es lo erótico, con un deslumbrante poder sexual y de seducción, pero al mismo tiempo, melancólico, se muestra imposibilitado para amar. En Drácula, como con Frankenstein, también se produce una trasformación (humanización) por la vía del amor con Mina y Lucy: “sólo el amor permite al goce condescender al deseo”.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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