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Tristeza: la muerte del alma

Tristeza: la muerte del alma

Noviembre 15, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

Hay personas que tienen todo lo que anhela su corazón y que están tristes de todos modos

Jacques Lacan. Seminario 3

 

…aliméntalo con el pan y el agua de la tristeza.

Crónicas, II, 18

 

La tristeza es la muerte del alma. En la Edad Media, al sentimiento letárgico de la tristeza le llamaban Asedia y también taedium vitae, ya que sus efectos se le atribuyen al Demonio Medidiano que, dice Giorgio Agamben, escoge a sus víctimas entre los homines religiosi y los asalta cuando el sol culminaba sobre el horizonte haciéndolos caer en una vida de tedio. La etimología de la palabra tristeza es sumamente ambigua, como lo resulta el afecto mismo que pretende nombrar. El origen remoto de esta palabra se encuentra quizá en la onomatopeya tr, que imita el sonido de los pequeños objetos al romperse. De la imitación de ese sonido de ruptura la palabra tristeza habría nacido de la raíz indoeuropea ter o tre, que significa “frotar, restregar”. Cuando se frota algo con fuerza, como un grano de trigo sobre una piedra afilada, se va desgastando poco a poco, de modo que se emparenta con la acepción de “consumir, roer”. La raíz evolucionó al intensivo treis, con sus variantes treisk y treist, que significa “aplastar, machacar”. De ella deriva el germánico thriskan, que al principio denominaba todo ruido que se produce al pisar, pero que luego se concretó en “pisar el grano”, es decir, “trillar”.

En este punto, la raíz experimenta un giro metafórico y, de aplastar el grano, pasa a significar aplastar a los enemigos, aplastar a lo que hace de enemigo. En la tristeza se revela que el enemigo al que se pretende aplastar se encuentra en el interior.

El triste no es el ser apático y pasivo con el que solemos identificarlo, sino alguien que puede ser sumamente nervioso e incluso violento, que lejos de tener el alma deshecha está dispuesto a deshacer almas y cuerpos, incluso, desde luego y en principio, el propio.

En las lenguas germánicas su carácter adquiere aún otro tono y se fija en el coraje que muestra en el combate: la raíz evoluciona a dreist, “valiente, audaz, atrevido”, no sólo en la guerra sino en el amor y en todas las vicisitudes de la vida. Pero en el resto de lenguas lo que deja huella es su rabia y crueldad, su determinación de hacer daño, de machacar sin piedad a sus rivales (es importante insistir que esto vale también para aquello que en él mismo hace de rival).

El triste es aquel dispuesto a causar(se) el máximo dolor y sufrimiento posible. Aun hoy día, el italiano conserva un eco de esas viejas raíces al diferenciar la tristezza, “tristeza, melancolía, pesadumbre”, de la tristizia, “atrocidad, ferocidad, inhumanidad”.

Siguiendo estos pasos, resulta sumamente interesante la cercanía entre causar dolor y sufrir el dolor. Aquí la idea de tristeza empieza a bascular entre ambos significados. Pero al mismo tiempo adquiere otros nuevos, que inclinarán definitivamente la balanza.

Para los latinos, el triste empieza a ser alguien tomado por la aflicción, pero que en vez de mostrarse abúlico y resignado reacciona con rabia e indignación, profiere lamentos llenos de furia y enojo, mientras busca obstinadamente la manera de resolver el problema, o al menos de vengarse. Sin embargo, poco a poco va callando esos pensamientos, si bien su rostro refleja la ira que le corroe. Se convierte en un ser desagradable de modales ásperos y rudos, y de ahí nace la expresión “sabor triste o amargo”. Siempre de mal humor, con un aspecto sombrío que oculta un alma consumida y negra como la muerte. Se presenta como un egoísta de intenciones aviesas, a quien no conviene acercarse, no porque contagie su pesadumbre, sino por el daño que puede causar de manera cruel e inmisericorde, como represalia gratuita por el que le han causado a él o ella.

En plena concordancia con lo señalado sobre la tristeza, para René Descartes, en su Tratado de las pasiones, advierte que en la tristeza el pulso es débil y lento, y refiere que se sienten como ligaduras del corazón, que lo oprimen y hielan, comunicando su frialdad al resto del cuerpo. Y salvo que el odio se mezcle con la tristeza, no se pierde el apetito y el estómago cumple su deber.

Aunque la tristeza compromete al cuerpo y al alma, el dominio del estado de ánimo se asienta en esta segunda que se muestra, dice Descartes, como la forma sustancial que proviene de “la agitación particular de los espíritus animales que mueven las pequeñas glándulas que se encuentran en el cerebro”. Es la misma idea que subyace a la teoría de los cuatro humores de Hipócrates (sangre, flema bilis amarilla y bilis negra), según la cual, es la bilis negra la que se encuentra afectando el estado de ánimo propio de la melancolía que se expresa en la atrabalis o tristeza. Escribe el padre de la medicina: “cuando el temor o la tristeza permanecen largo tiempo entonces deviene la atrabalis”, y los síntomas los describe como: “Parmenisco también sufría periodos de desaliento, con deseos de quitarse la vida […] tenía sueño, padecía también de insomnio, agitación silenciosa continua, agitación inquieta…”. La medicina, hasta nuestros días, no ha cejado en buscar en el cerebro y su fisiología la causa de la tristeza, la melancolía o la monomanía triste, como le llaman los psiquiatras alienistas del siglo XX como Émile Esquirol.

En oriente también se pensaban estos padecimientos del alma, por ejemplo, Isak ibn-Imram, en un texto llamado De melancolía, clasificará el padecimiento en tres formas: la que nace del cerebro, la que difunde a él proveniente de todo el cuerpo y la que nace en el estómago

¿Podemos imaginar de qué tamaño es reconocido este mal de la tristeza (o sus nomenclaturas médicas como depresión, trastornos del ánimo, etc) para que en el mundo haya comprometido a toda la comunidad médica de su tiempo a encontrar una cura, como si de una enfermedad se tratara? Veámosla con un mínimo detenimiento que nos permita distinguir en dónde se esconde la trampa, el aguijón envenenado de ver a la tristeza como una enfermedad.

¿En dónde y para qué se le ve como enfermedad? Si nos dejamos en latencia lo que las luces de la etimología nos ha permitido ver con respecto a la tristeza, es posible dar un giro y acercarnos a este afecto de la condición humana como un efecto de percibir al ser humano como un sujeto dividido, tal como se nos permite pensarlo desde el psicoanálisis. Sujeto dividido entre algo que “quiere decirse” y un “no quiero saber nada de eso”. Es posible pensar que cuando triunfa el “no quiero saber nada de eso” sobreviene la tristeza, como el afecto que muestra a un sujeto acallado que ansía la libertad a la vez que teme descubrirse.

Pero, ¿de qué no se quiere saber nada? Para el psicoanálisis la tristeza es el goce coagulado alrededor de un duelo interminable. En ese sentido, de lo que no se quiere saber nada es de una falta constitutiva que una pérdida actual (incluso con desconocimiento de lo que se perdió) ha puesto en primer plano. Esta negativa a saber sume al sujeto triste en un desierto de amargura que se incrementa al suponer que a los seres que ve a su alrededor nada les falta, gozan, son felices, sumiendo así a quien vive el afecto de tristeza en una cobardía moral.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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