Tinta insomne

Peregrino entre hojas

Peregrino entre hojas

Abril 16, 2021 / Por Fabiola Morales Gasca

Cuando salgo de viaje desaparezco del mapa. Nadie sabe dónde me

encuentro. ¿En el punto del que partí o en aquel al que me dirijo?

¿Existe un “entre”? ¿No seré como ese día perdido cuando volamos

al este o esa noche recuperada cuando lo hacemos hacia el oeste?

¿Estoy sujeta a la misma ley de la que tan orgullosa está la física

cuántica: que una partícula puede existir en dos lugares al mismo

tiempo? ¿o a otra que todavía ignoramos: que se puede no existir

doblemente en el mismo lugar?

Olga Tokarczuk, Los errantes

 

El concepto de viaje ha cambiado mucho para los hombres de hace siglos y el actual, sin embargo hay algo que se mantiene intacto: el efecto de cambio que el periplo ejerce sobre nosotros. Hace siglos viajar era una cuestión de necesidad más que de placer. Muchos de los viajes en la antigüedad se realizaban por expediciones militares, forzados por el ostracismo o exilio; en menor medida, algunos eran emprendidos en busca del conocimiento; los viajes también estaban asociados a la fe, en los que el trayecto era un mismo acto de creencia para ir a un lugar sagrado con el fin de expiar culpas, y el sendero implicaba purificación para reintegrar la unión con Dios. Visitar un lugar santo era hasta cierto punto obligatorio para que el creyente reafirmara su fe. El término peregrinación proviene del latín peregrinatio, significa viaje al extranjero o estancia en el extranjero. El peregrino, por su origen etimológico es el expatriado o exiliado, un extranjero desconocido en el país. También era común que muchos de estos desplazamientos o peregrinajes a lugares sagrados se hicieran caminando y en el trayecto los peregrinos hallaran respuesta a las preguntas o solución a problemas. Las peregrinaciones más conocidas eran ––y continúan siendo–– de los fieles musulmanes a La Meca (el Hach o Hajj), la peregrinación de los judíos ortodoxos al Templo de Jerusalén, la de los fieles católicos a Santiago de Compostela, Tierra Santa o El Vaticano. Los creyentes y sabios consideraban la vida misma como un eterno peregrinaje y una formación de identidad. Nada era tan serio como definir desde una etapa bastante temprana un destino u objetivo, lo que se debía y tenía que seleccionar con confianza para punto de llegada, y considerar una línea recta de tiempo por delante que no se curvaría o torcería hacia el objetivo. Todo eso ha cambiado. Es hasta en la época moderna que la idea de viaje adquiere un sentido distinto, sólo como disfrute o relajación, sin más propósito específico que la satisfacción misma y la vanidad de visitar lugares remotos.

Hoy los hombre tienen más de una razón para viajar o trasladarse, a diferencia de hace siglos. El filósofo y ensayista surcoreano Byung-Chul Han señala que deambular sin punto fijo es común en el hombre actual y hace una reflexión del peregrino en su libro El aroma del tiempo: “No se siente en casa aquí. Por eso siempre está en camino hacia algún lugar. Para la modernidad desaparece la diferencia entre aquí y allí, el hombre moderno no avanza hacia un lugar, sino hacia un aquí mejor o distinto.” (49) El filosofo también señala que en “la posmodernidad la falta de teleología genera formas de movimiento y andares distintos” (52). La sabiduría del viajero se ha diluido o extraviado. El saber de los viajeros y navegantes, comprendida como un saber múltiple, quedó sepultado al igual que los grandes exploradores como Américo Vespucci o Alexander von Humboldt. Para el filósofo Zygmunt Bauman, hay una diferencia entre el andar de antes y el andar de ahora.

El viajero ya no tiene que caminar para llegar a su destino. Gracias a los medios de transporte y comunicación se le ha permitido llegar seguro y rápido a casi cualquier parte del mundo en cuestión de horas, o segundos en caso de usar medios digitales. El carácter sagrado del viaje está casi extinto. Antes, cualquier demora en la gratificación y alcance del lugar o las metas, así como la frustración, eran un factor vigorizante por la construcción de la identidad. Antes había una confianza plena en el carácter lineal y acumulativo del tiempo para adquirir madurez, experiencia y conocimiento. Hoy no. Todo se vuelve endeble ante el exceso de estímulos y atomización del tiempo. Hoy no hay un mundo sólido para los hombres viajeros ni los establecidos.

La inclinación hacia la levedad del ser, la adoración a lo insustancial o instantáneo, el amor a lo breve y sin esfuerzo, ha vuelto al hombre de hoy caprichoso, sin propósito ni agradecimiento a lo que antes se consideraba un privilegio o bendición. El viajero antiguamente era un héroe hecho por sí mismo, un hombre tímido incapaz de resolver su existencia o afrontar sus problemas y que se transformaba al realizar su expedición. El peregrino sufría una metamorfosis, como Abraham en el libro del Génesis, cuando emigró desde Jarán hasta Canaán con su familia y sus rebaños, cuando Dios le ordenó salir de su tierra en busca de una mejor tierra. O Dante, en la Divina Comedia, en su viaje a través del infierno y el purgatorio para alcanzar el cielo. O mejor aún, la excursión interminable del estudiante de ingeniería Osman al lado de Canan, la mujer que ama a otro, en el libro La vida nueva del escritor turco Orhan Parmuk. O el soñador Alonso Quijano en sus frecuentes salidas en busca de aventuras en Don Quijote de la Mancha. O el comerciante de corales Nissen Piczenik, con su obsesiva entrega a los corales y su periplo final hacia el mar que busca redimir errores pasados en El Leviatán, de Joseph Roth. La lista de viajeros trasmutados es innumerable. La literatura es testigo de ello y nos entrega de forma particular esas peripecias como pasajeros de un sólido barco recibiendo de los libros conocimiento y felicidad.

 

Bajo el encierro que nos ha mantenido enclaustrados a algunos durante más de un año, en esta triste cuarentena, cualquier viaje en estos momentos es una salvación para el alma. Desplazarse en el metro o autobús para ir a un parque puede ser en sí mismo una aventura significativa. Más aún, hoy tomar un libro implica viajar en un sentido más allá de lo literal. Significa embarcarnos, aventurarnos, no hallar límites ni dirección alguna que obedezca la razón. La imaginación se adueña de todo, aprendemos a leer y ver el mundo de otras formas, como lo hicieron anteriores exploradores; hacemos excursión a las experiencias de otros y nos iluminamos con ellas. Reconocemos las palabras, su esencia y las tomamos como un éxodo al aburrimiento, una confirmación de fe, gran odisea de la vida, del mundo y del hombre mismo visible sólo a través de páginas. ¿Hacia dónde se dirige el lector? No lo sabe. Nunca lo sabe, como los antiguos caminantes ciegos de fe, sólo sonríe porque se halla en una tierra santa multiplicada de palabras expiado de cualquier culpa. Reconoce que está en dos lugares a la vez: aquí y en el vuelo de su fantasía que brinca cual bravío peregrino entre hojas. ¡Bienvenido al viaje! Celebra tu camino y  no te canses nunca.

Fabiola Morales Gasca

Fabiola Morales Gasca Licenciada en Informática por el Instituto Tecnológico de Puebla. Egresada de talleres literarios en la Casa del Escritor y la Escuela de Escritores. Terminó el Diplomado en Creación Literaria en la SOGEM-IMACP de Puebla. Maestra en Literatura Aplicada por la Universidad Iberoamericana. Autora de los poemarios “Para tardes de Lluvia y de Nostalgia” 2014 y “Crónicas sobre Mar, Tierra y Aire” 2016 Editorial BUAP. Libros infantiles “Frasquito de cuentos” y “Confeti” 2017, BUAP y Libro de minificciones “El mar a través del caracol” Editorial El puente 2017. El niño que le encantaban los colores y no le gustaban las letras 2018. Luciérnagas 2020. Participante de varias antologías en España, Paraguay, Chile, Colombia y México. Lectora voraz y escritora incansable.

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