Ubú
Junio 24, 2022 / Por Ismael Ledesma Mateos
Imagen de portada: Detalle de la portada del libro Down to Earth. Politics in the New Climatic Regime, de Bruno Latour. Tomada de http://www.bollier.org/blog/bruno-latour-politics-new-climatic-regime
La filosofía tuvo cambios trascendentales en la segunda mitad del siglo XX, siendo uno de los filósofos más importantes de la época Jean Paul Sartre y luego de él Michel Foucault, con visiones distintas pero fundamentales para el entendimiento del hombre, la sociedad y la vivencia. A partir de ellos surgieron concepciones filosóficas de gran riqueza que retomaron el pensamiento filosófico del siglo XIX —como las ideas de Marx y Nietzche—; pienso en Felix Guattari, Gilles Deleuze y Louis Althusser, que conjugó el marxismo con el estructuralismo, alejándose de las versiones estalinistas soviéticas. Se trata de años de transición, en plena Guerra Fría con el evento impactante de la Revolución Cubana.
En el terreno de los estudios sobre la ciencia, que dejó de ser solo “filosofía de la ciencia”, se dio la conjunción con la sociología, la antropología social, la economía política y la historia, lo que tuvo su punto de partida con la publicación de La estructura de las revoluciones científicas, de Thomas S. Kuhn, en 1962, y que abrió nuevos horizontes para el estudio de la ciencia y la tecnología desde una perspectiva filosófica. A continuación, tenemos planteamientos de gran trascendencia como los de Paul K. Feyerabend, con su obra Contra el Método, la escuela de Edimburgo, de David Bloor y Barry Barnes, y luego de ello la teoría del actor-red de Bruno Latour y Michel Callon que, siendo sociológica, también implica una visión filosófica.
Una corriente muy importante fue la filosofía analítica, que ha tenido la prioridad en la epistemología y ha dictado las líneas metodológicas principales en la ideología cientificista. En la filosofía analítica se ha dado una polarización hacia un cientificismo muy extremo y un relativismo excesivo. El cientificismo ha dependido del positivismo lógico. Otras posturas han sido tildadas de posmodernas, lo cual es del todo inexacto. La idea de modernidad es cuestionable, es un asunto de debate y aquí me inspiro en el libro de Bruno Latour, Nunca fuimos modernos. Cuando le dijeron si era posmoderno, el respondió: “no, yo soy amoderno”. En efecto hay filósofos posmodernos, como Jean François Lyotard, pero Latour no lo es.
Como afirma Eduardo Glavich (Redes, vol. 2, 1995), “las redes —que según Latour hacen el tejido del mundo— tendrían su propio lugar porque nosotros nunca hemos sido modernos. La modernidad criticada por Latour es la que surge de la creación conjunta de la humanidad, la no-humanidad y un Dios suprimido, nacimiento conjunto que posteriormente es enmascarado y cada una de dichas creaturas tratadas por separado. La reconstrucción a realizar es la de los humanos y no-humanos, por un lado, y por otro la de lo que sucede arriba y abajo. A la primera hipótesis ya mencionada de que lo moderno designa un conjunto de prácticas que crea, por purificación, dos zonas ontológicas distintas (humanos y no-humanos), la acompaña otro conjunto (redes) de prácticas que crea, por traducción, mezclas entre géneros de seres enteramente nuevos, híbridos de la naturaleza y de la cultura. Mientras continuemos separando las prácticas de traducción y purificación seguiremos siendo modernos”. La paradoja de los modernos, según el autor, es que al prohibir la concepción de los híbridos se posibilitó más su proliferación. Los premodernos, al contrario, al dedicarse a concebir híbridos han impedido su proliferación. Esta disparidad permitiría resolver el problema del relativismo. Por otra parte, Latour responde a la cuestión de cómo aspirar a la ilustración sin modernidad proponiendo frenar y regular la proliferación de monstruos reconociendo oficialmente su existencia, es decir, confiriéndoles una representación. Se pregunta: “¿Será preciso un tipo distinto de democracia? ¿Una democracia que incluya los objetos?” El libro ofrece las respuestas a ello.
Se trata aquí de una de las mas importantes concepciones filosóficas del fin del siglo XX y comienzos del XXI que vale la pena ser valorada y que creo es poco conocida en México, pero al respecto hay mucho que estudiar y debatir. En esta etapa del siglo XXI, la filosofía enfrenta grandes retos, acumula un pasado extraordinario y se plantea los desafíos del mundo actual, tanto en cuestiones morales, existenciales, cognitivas, psicológicas, económicas y políticas, es decir el mundo tal cual es. La filosofía no debe verse como algo suplementario, como “cultura” en el sentido vulgar y simplificador de la idea, sino como algo consustancial a la vida humana.
¡Filosofía, qué horror! La gente debe solamente saber leer, escribir y hacer cuentas. Eso decía la derecha hace años, ahora le agregaron saber computación e inglés para ser buenos empleados. Esa sería la idea de educación en el reino de Ubú. Pero afortunadamente no estamos ahí ni en ese tiempo y debemos pugnar por el avance del pensamiento a pesar de seres que son similares al Padre Ubú.
¡Vamos a interrumpir aquí!
Biólogo (UNAM), Maestro en Ciencias en Bioquímica (CINVESTAV), Doctor en Ciencias (UNAM), Premio a la mejor tesis doctoral en ciencias sociales en el área de historia por la Academia Mexicana de Ciencias (1999), Postdoctorado en el Centro de Sociología de la Innovación de la Escuela Nacional Superior de Minas de París, Francia. Director fundador de la Escuela de Biología de la UAP, Presidente de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología A.C (SMHCT) (2008-2014), profesor-investigador de la FES Iztacala de la UNAM.
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