Ubú
Octubre 28, 2022 / Por Ismael Ledesma Mateos
Ahora resulta que toda una obra trascendente, que contribuyó a la transformación del pensamiento acerca de la ciencia y de la tecnología, se puede reducir a las ideas de una obra reciente que, basada en una reflexión acerca de la realidad contemporánea, se presenta como la determinante de uno de los pensadores cruciales del mundo contemporáneo.
Hace tiempo me burlaba en clase: si van a una escuela de sociología y preguntan por Latour, la respuesta sería: “¿quién es?”, porque todo era Pierre Bourdieu, el pensador deificado en América Latina y sobre todo en México. ¿Quién pensaría en la teoría del actor-red?, en una visión de la sociedad diferente al rígido “campo” que nos explicaba todo. ¿Qué es eso de actores humanos? Para esa sociología renegada del marxismo, otras visiones parecían extrañas, incluso consideradas como “posmodernas”.
En el mundo de las etiquetas se hablaba de “estructuralistas” y “posestructuralistas”, buscando encasillar al pensamiento. Nada más ajeno a la riqueza y complejidad conceptual, en un mundo intelectual donde, a partir de los sesenta y setenta, emergieron otras visiones del mundo. En el caso de las ciencias, la escritura de La estructura de las revoluciones científicas, de T.S. Kuhn en 1962 (en inglés y 1971 en español), trastocó de manera radical la imagen de la estructura de la ciencia y su creación. En eso consistió lo que se ha denominado “la revolución kuhniana”, que generó la proliferación de visiones alternativas de la ciencia, alejadas del dogmatismo positivista y del mito del “método científico”.
La concreción de ello fue la emergencia de “los estudios sociales de la ciencia y de la tecnología”, donde destaca la contribución de Bruno Latour. Sin duda alguna, esta concepción permite arribar a una verdadera y adecuada idea del quehacer científico y tecnológico. Quienes hemos trabajado en el ámbito de las ciencias experimentales sufrimos el dogmatismo con el que se nos enseñaba “el método científico” y quienes habíamos vivido en un laboratorio sabíamos que la ciencia no era así, que “la ciencia no es como la pintan”. La actividad de investigación nos lleva a pensar en la riqueza de ese proceso que se resume perfectamente en el título del libro dirigido por Michel Callon y Bruno Latour: La Science telle qu’elle se fait. En efecto, para entender la ciencia hay que saber cómo es que ella se hace.
A este respecto, la contribución de Latour fue impactante. Inicia con La vida en el laboratorio (1979) donde con una metodología etnográfica estudia de forma directa el proceso de producción científica, desde una perspectiva constructivista —como lo dice su
subtitulo: La construcción de los hechos científicos—, para continuar con Ciencia en acción (1987), obra en la que, como dice en su presentación, “muestra cómo, tanto el contexto social como el contenido técnico, son esenciales para una comprensión correcta de la actividad científica. Poniendo énfasis en que la ciencia solo puede entenderse a través de su práctica”. En Ciencia en acción, el autor examina la función de las publicaciones científicas, “la actividad en los laboratorios, el contexto institucional de la ciencia en el mundo moderno, y los medios por los que las invenciones y descubrimientos se llegan a aceptar. A partir del estudio de la práctica científica, desarrolla un análisis de la ciencia como construcción de redes”, lo cual es válido tanto para las ciencias naturales como para las sociales, mostrando toda su heterogeneidad y riqueza, como un proceso de construcción donde no hay verdades absolutas.
A partir del año 2000, cuando yo estuve en el CSI (Centre de Sociologie de l’innovation) de la Escuela de Minas, pude notar cómo se daba en Latour una diversificación de intereses, lo cual no significa de ninguna manera un cambio de rumbo ni el abandono de sus posturas originales, sino su enriquecimiento. Hay distintas facetas de Latour, pero eso no significa que pueda reducirse a ninguna, tal como mencioné en una columna anterior al referirme a dos túneles en su pensamiento —idea expresada por Callon—, así con la publicación de Politiques de la nature (1999), donde propone una nueva manera de considerar la ecología política. “La naturaleza siempre ha constituido una de las dos mitades de la vida pública, ella que reensambla el mundo común que nosotros siempre dividimos y la otra mitad formada por aquello que uno llama la política, es decir el juego de intereses y de pasiones.” La cuestión de fondo es ¿Cómo pensar finalmente en la política sin la naturaleza, lo que lleva a replantear la ecología política?
Lejos de acercarse a lo ecológico o convertirse en un “filósofo de la ecología”, como ahora que ha muerto se ha dicho, lo que reivindica es su proyecto original: redistribuir, romper esa gran partición entre sociedad y naturaleza con una visión unitaria de la realidad. Por supuesto, tampoco hay una ruptura con el constructivismo, sino una superación, una complejización, pero la idea persiste, como lo muestra su obra La fabrique du droit. Une ethnographie du Conseil d´État (2002), en la que subsiste su “programa de antropología sistemática de las formas contemporáneas de verdad”.
Con un gran sentido del humor, del sarcasmo y la ironía, llegó a decir que él no era historiador de las ciencias, aunque en realidad seguía interesado en ello, y luego expresó su alejamiento de la teoría del actor-red, que fundó junto con Callon, para publicar en 2005 Reassembling the Social. An Introduction to Actor-Network- Theory —en francés, Changer de société Refaire de la sociologie (2006) (traducción española, Manantial, 2008)— donde sistematiza aspectos fundamentales de sus teorías.
¿Cómo no valorar este corpus teórico, indispensable para la comprensión del mundo? A este respecto me molestó de sobremanera el artículo “Bruno Latour: la emergencia ecológica y la humanidad angustiada”, de Victor M. Toledo (La Jornada 18/10/2022), donde el autor afirma que: “… el primer paso para situarse en el ángulo agudo y subversivo de la ecología política es adoptar una mirada de especie, y esto es justo lo que ha hecho Latour en su último libro, Dónde aterrizar, … escrito como un pequeño tratado para enfrentar valientemente, sin nada de anestesia, la realidad de hoy. En este libro, Latour ha descifrado el derrumbe de la cosmovisión de la modernidad, resultado de haber agraviado como nunca a la Madre Naturaleza. La emergencia climática ha venido a trastocar el horizonte futuro que prometían los civilizadores modernos; la modernización que anunciaban ya no es posible. Su metáfora principal, hoy la humanidad va volando en un avión cuyo destino ha desaparecido y también es imposible retornar al aeropuerto de despegue; por tanto, urge encontrar dónde aterrizar antes de que se acabe el combustible, no sólo provoca una profunda angustia en el lector, sino que según Latour es hoy la principal preocupación existencial humana.”
Para Latour, la irrupción de la emergencia climática ha cambiado radicalmente a la política porque lo que está en juego es la supervivencia de la especie: “La hipótesis es que las posiciones políticas asumidas desde hace 50 años nos resultan incomprensibles si no se concede un lugar central a la cuestión del clima y su negación. Sin la idea de que hemos entrado en un ‘nuevo régimen climático’, no se pueden comprender la explosión de las desigualdades, el alcance de las desregulaciones ni la crítica de la mundialización, ni, sobre todo, el pavor que da origen al anhelo de regresar a las antiguas protecciones del Estado nacional —lo que muy injustificadamente se viene llamando el ‘ascenso del populismo’.”
En el libro, subtitulado Cómo orientarse en política, Latour traza un mapa de los puntos de vista impuestos por este nuevo panorama y redefine lo que realmente está en juego, mucho más allá de la discusión sobre la izquierda y la derecha o lo global y lo nacional: cómo habitar la Tierra es nuestro mayor desafío. Se trata de un agudo ensayo que aborda una problemática trascendente, pero que debe ubicarse en su contexto, sin la intención de sustituir u opacar la grandeza de su obra, sino ubicarlo en ella como una parte integral de su concepción crítica del mundo, evitando caer en un efecto de moda, como se desprende del sociólogo que Latour reivindicó en una última etapa de su vida, Gabriel Tarde y sus leyes de la imitación. Volver a Latour ecologista, bajo una actitud de imitación, es una afrenta a su pensamiento.
Bueno, el reino de Ubú está alejado de todo esto y el cambio climático no le importaría mientras no afecte a las phinanzas.
¡Vamos a interrumpir aquí!
Biólogo (UNAM), Maestro en Ciencias en Bioquímica (CINVESTAV), Doctor en Ciencias (UNAM), Premio a la mejor tesis doctoral en ciencias sociales en el área de historia por la Academia Mexicana de Ciencias (1999), Postdoctorado en el Centro de Sociología de la Innovación de la Escuela Nacional Superior de Minas de París, Francia. Director fundador de la Escuela de Biología de la UAP, Presidente de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología A.C (SMHCT) (2008-2014), profesor-investigador de la FES Iztacala de la UNAM.
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